domingo, 21 de octubre de 2012

EN EL SUELO

Os voy a dejar con otro cuento que he escrito hoy.
Es un poco raro. Transcurre en la Prehistoria. Casi cuando el ser humano aparece en La Tierra. No sé si va a gustar o no. Yo he decidido subirlo aquí, a mi blog. Espero de corazón que os guste. Opinad y comentad.
Así, poco a poco, voy mejorando.
Muchas gracias a todos los que estáis ahí. Leyendo y comentando. Sois mi principal motivación para seguir adelante.
Allá va.

SELVA TROPICAL DE KAKAMEGA, KENIA, HACE 15.000.000 DE AÑOS

            Los mamíferos son, en esta época, las formas de vida más elaboradas. Y se han multiplicado.
            Entre ellos, podemos destacar a varias especies de primates. Vivían en los grandes bosques africanos.
            El Sol brillaba en todo su esplendor.
            Una hembra de equatorius, considerado por muchos como el primer hominoideo, se encontraba durmiendo en la rama de un árbol.
            Se movía en sueños. Imágenes raras poblaban su cerebro. Se despertó de un sobresalto. El corazón le latía a gran velocidad.
            Miró al macho que dormía abrazado a ella. Con la cara hundida en su cabeza.
            La hembra se sentó. Apartó los brazos que rodeaban su cintura.
            Permaneció unos instantes sentada mirando al vacío. Luego, se puso de pie de un salto. Empezó a correr por las ramas del árbol en un esfuerzo para despejarse. Los equatorius carecían de entendimiento. Era una hembra ágil que saltaba de rama en rama sin el menor esfuerzo. De pronto, saltó al suelo.
            Achicó los ojos para ver si un peligro podía aproximársele, pues el Sol le daba de lleno en la cara. Al ver que todo estaba despejado, la hembra equatorius empezó a correr por el suelo.
            El día antes, había oído el grito de uno de los machos al caer del árbol. Fue durante una pelea. Los machos acostumbraban a luchar entre ellos. Deseaban obtener los favores de las hembras. Convertirse en los jefes del clan. Por eso, peleaban. Sus peleas solían tener un final trágico.
            El macho caído murió al chocar su cabeza contra el suelo. Un león se acercó a olfatear el cadáver. Un charco de sangre rodeaba el cuerpo. Una de las hembras lanzó un profundo alarido. Se tiraba del pelo. Saltaba. Lo mismo hacía el macho que había matado a aquel pobre infeliz. ¿Se alegraría del crimen que había cometido?
            No tenía conciencia de haber matado a nadie. Las cosas eran así desde hacía mucho tiempo. Vivir. Morir. Pelear. Todo formaba parte del ciclo de la vida. Los machos se mataban entre sí. Las hembras parían a las crías. No se podía cambiar el orden establecido de las cosas.
            También se acordó de lo que le había pasado no hacía mucho a su compañero.
            Era un macho temerario. Presumía de ser más valiente que nadie. Que no le tenía miedo ni a nada ni a nadie.
            El macho arrancó una hoja. Se la metió en la boca. La masticó. Lo hizo con total parsimonia. Hasta que, de pronto, oyó el rugido de una pareja de panteras.
            Aquel macho había atraído la atención de la hembra hacía algún tiempo. Lo había logrado tras una exhibición de saltos y demostrándole lo fuerte que era. Desde entonces, eran algo inseparables.
            El rugido era cada vez más cercano. El macho creyó que se le paraba el corazón. Oía los pasos cada vez más cerca. Tragó saliva y se pegó al tronco del árbol en el que estaba subido. Estaba muy cerca del borde de la rama.
            Una de las panteras pasó por delante del árbol sin hacer caso del grupo de equatorius que estaba escondido en la copa. Pero la otra pantera sí se paró durante unos instantes. Aquellos instantes le parecieron eternos al macho.
            En un momento dado, perdió el equilibrio y cayó al suelo. Trató de sujetarse a una rama, pero no pudo. Sus manos resbalaron. Se puso de pie. Le dolía todo el cuerpo a consecuencia de la caída. Se dio de bruces con la pantera.
            Echó a correr.
            La pantera le perseguía. Pero él logró subirse a otro árbol. Pudo ponerse a salvo.
 


            Ahí estaba su hermana.
            Siempre había sido una criatura traviesa.
            Era curiosa e inquieta por naturaleza. Le gustaba meterse en toda clase de líos.         
Y le tocaba a ella sacarla de todos los líos en los que se metía. La disculpaba porque era la más joven. Apenas había madurado. Los machos se acercaban a ella. Parecían que la estaban olfateando. Su hermana mayor se encaraba con los machos. Quería proteger a su hermana. Pero su hermana no tardaría mucho tiempo en madurar. A lo mejor, algún día, se quedaba preñada. Y paría una cría. Y allí estaría ella. Para apoyarla y ayudarla, como siempre hacía. Y protegerla.
   La joven hembra se encaró con un mono que la estaba mirando fijamente. El mono seguía atentamente los movimientos que hacía la hembra. Ésta hizo ademán de pegarle. Le enseñó los dientes. El mono no se amilanó. Estaba cada vez más enfadado. Amenazó con morderla. La joven hembra le golpeó con el antebrazo. El mono salió corriendo. Saltó a otro árbol. La hembra joven recogió lo que el mono estaba comiendo. Un palo de hormigas.
            Su hermana mayor se acercó a ella.
            La joven hembra se metió el palo en la boca. No masticó. Tragó algunas hormigas.
            Quería compartirlas con su hermana.
            Eran huérfanas de madre y de padre. Se tenían la una a la otra. Se cuidaban. Se protegían mutuamente.
 
       
     La hembra se encontró con una hoja que había caído del árbol. Se acercó para olerla y cogerla. Su dieta era principalmente las hojas y los frutos de los árboles. Se comió la hoja.
            Se sentó en el suelo para descansar un poco.
            Obtenía su alimento de los árboles. Podía caminar por tierra firme. Oyó el graznido de un ave de plumas de llamativos colores. Aquel ave, posada en la rama de un árbol seco, recibiría el nombre de loro.
            A menudo, a la hembra le gustaba pasar más tiempo en el suelo que subida a los árboles. Los demás miembros de su clan apenas estaban unos momentos en el suelo. Corrían a subirse a los árboles.
            Contempló el bosque que la rodeaba. Podía decirse que era feliz viviendo allí. No le faltaba de nada. El grupo la protegía de cualquier peligro. Los árboles le proporcionaban comida. Tenía un macho que la protegía. ¿Qué más podía pedir?
            Se apareaba con él. Era tan vehemente que, incluso, llegaba a morderla. Compartía su comida con él. Oyó unos pasos a su espalda. Era su hermana menor, que se acercaba a ella. Traía con ella un fruto que había partido por la mitad tras tirarlo al suelo. Le tendió a ella una mitad. Se quedó con la otra mitad.
            Se lo comieron. La hembra deseaba contarle a su hermana el sueño que había tenido. Pero optó por guardárselo para sí. De todas maneras, no la habría entendido.
            La hermana no paraba de parlotear a su modo. Le hablaba de los machos que le atraían. De lo que estaban haciendo los demás. La hembra la escuchaba. La dejaba parlotear. Tenía la mente puesta en otra parte. Tenía la sensación de que había algo diferente en el ambiente. ¿Y si lo diferente era ella? Su hermana le palmoteó en la cabeza.
            Nada había cambiado.
            Seguía siendo la misma. También su hermana seguía siendo la misma. Las hojas tenían el mismo sabor. Lo mismo podía decirse de los frutos. Sabían igual. Entonces… ¿Qué era lo que había cambiado? Nada. El sueño…Aquel extraño sueño que había tenido. Montones de imágenes extrañas y de seres extraños desfilaban ante ella. Veía cosas raras. Creyó que estaba enferma y que estaba delirando. Pero no se trataban de delirios provocados por la fiebre. Era otra cosa.
            Algo que la hembra desconocía.
            Su hermana quería jugar y ella no la defraudó. Así, por lo menos, estaría distraída. Se dedicaron a perseguirse por el suelo. Subieron de un salto a los árboles. Saltaron de rama en rama persiguiéndose la una a la otra.
            Aquel bosque era su casa. Se detuvieron y bajaron de nuevo al suelo. Tenían sed y bebieron agua del lago.
            La hembra se echó a reír, algo parecido a una risa en realidad cuando vio a su compañero colgado de la rama de un árbol.
            Estaba haciendo el tonto. Pretendía atraer su atención. La hembra fingió ignorarle. El macho comenzó a llamarla con voz entre furiosa y tristona. La hembra siguió ignorándole. Entonces, el macho, herido en su orgullo, tomó una decisión. Ella tenía que hacerle caso. Hizo impulso. Saltó. Cayó al agua. Salpicó a las dos hermanas. La hembra más joven se apartó. No quería molestar a los tortolitos. Pero su compañera parecía que estaba enfadada con él. Le regañó haciendo gestos vehementes. 
            El macho le puso ojitos. La hembra fingió estar enfadada con él. ¿Cómo podía seguir furiosa con él? Sentía un gran afecto hacia aquel macho. Se portaba bien con ella. No como el macho agresivo del que su hermana parecía estar encaprichada. ¡Había llegado a pegarle delante de ella!
            Su compañero todavía no le había pegado. Le parecía algo horrible y cruel. Pero ella no era quién para decidir lo que hacían los demás. Su opinión no era tenida nunca en cuenta. Sólo era una hembra más del grupo. Respetaba a los machos de la misma. Nunca desobedecía ni una orden.
            La hembra vivía junto con su hermana, los dos machos y los demás miembros de su clan en una exuberante selva compuesta por helechos gigantes, coníferas y palmeras.
            Daban cuenta de las hojas de los helechos. O de los frutos de las coníferas.
            De pequeña, le gustaba encararse con las tortugas de menor tamaño que veía. Le gustaba ver pasar a los ciervos, pese a que sus enormes cuernos la intimidaban. A veces, huía de los elefantes, que se le antojaban grandes y peligrosos por sus cuernos, su larga trompa y su enorme tamaño. Los rinocerontes también la intimidaban. Con aquel cuerno…
            A veces, la hembra comía, junto con los demás miembros de su grupo, carne de algún animal muerto. Tenían algo de carroñeros.
            A pesar de que vivía en lo alto de los árboles, la hembra había hecho un descubrimiento. También se podía vivir en el suelo. Era algo nuevo para ella. Y también para los miembros de su clan.
            A veces, daban cuenta de nueces. Toda la comida era bien recibida en el clan. En aquellos momentos, la hembra y su hermana estaban comiendo nueces. La hembra le echaba miraditas a su compañero cargadas de significado. Cuando acabó de comer, la hembra saltó al suelo. Necesitaba correr por tierra firme. Su hermana la siguió. No quería quedarse con el macho. La intimidaba. De momento, se contentaron sólo con caminar.
            El mundo era un lugar enorme. Sobre todo, visto desde el árbol. Valía la pena saltar al suelo. Caminar. Y descubrir los secretos que el mundo les tenía reservados a todos ellos.

8 comentarios:

  1. He disfrutado con la lectura. Poder trasladarse a la prehistoria no es nada común :D
    Al leer las peripecias de los primates del relato me ha parecido ver que la hermana mayor estaba más evolucionada que el resto y de ahí que tuviese esos sueños y mayor inquietud por conocer el mundo que la rodea..
    Nos describes bien lo que es el mundo atávico regido por costumbres que han sido respetadas desde que el mundo es mundo ya que salen de dentro.
    Un beso.

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  2. Este tema es un tanto difícil y me ha parecido estar allí con esos primates. Te has metido en la historia y la has relatado de una forma muy bonita.
    Un besazo!!

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  3. Antes de leerte jamás había leído un cuento ubicado en la prehistoria, y he disfrutado un montón la historia. Hay que tener mucho valor para escribir de un tema tan complejo y te diré que lo has hecho de forma genial, te felicito.

    Besos miles.

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  4. Me inspiré viendo en Youtube "La odisea de la especie". Quería entender un poco más al equatorius, que sería, el tatarabuelo de nuestra tatarabuela Lucy la austrolopiteco. Conocer cómo vivía. Qué inquietudes tenía. Sus sentimientos...
    Y el origen de todos nosotros está en ellos, en los equatorius.
    Me alegro mucho de que te haya gustado mi cuento, Wendy.
    Un abrazo y gracias por todo.

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  5. Muchas gracias por tu comentario, Rae.
    Por lo menos, he intentado ser lo más realista posible. Espero haberlo conseguido.
    Un abrazo muy fuerte, Rae.

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  6. Te agradesco de corazón tu comentario, Aglaia.
    Te envío miles de abrazos.

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  7. Un cuento super original y ademas bastante currado, no es facil sacar tanta imaginacion y mas aun cuando hablamos de millones y millones de años.
    ¡felicidades!
    Besos

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  8. Muchas gracias, Anna.
    Me he divertido mucho escribiendo este cuento.
    Un abrazo.

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