De regreso a Dublín, sir Joseph no podía quitarse de la cabeza a Brigitte.
Envió a un criado a Kilkenny para que consiguiera información acerca de la joven. Sir Joseph recibió dicha información por carta.
Brigitte era una joven curiosa por naturaleza, como lo era su hermana menor, Sarah. Mientras Sarah tenía numerosos pretendientes, ningún hombre había cortejado nunca a Brigitte.
Al parecer, los hombres la encontraban sosa. No se fijaban en ella. Pasaba desapercibida para el resto de los mortales. Excepto para sir Joseph Woods, el cual no podía dejar de pensar en su encuentro con aquella muchacha. Y se preguntaba si los hombres de la provincia de Leister eran ciegos para no fijarse en una joven como Brigitte.
Mientras Sarah se preocupaba de ir a la moda, la moda le importaba un ardite a Brigitte. La doncella le cepillaba el cabello a la moda. La modista le confeccionaba vestidos a la moda. Pero no había nada que hiciese resaltar a Brigitte porque ella misma vivía opacada en la creencia de que no era hermosa y que el amor no estaba hecho para ella.
A simple vista, parecía una solterona de más de treinta años. Vestía siempre vestidos sencillos en colores marrones, oscuros y grises. En cambio, Sarah tenía que vestir colores claros, propios de una joven que estaba a punto de hacer su entrada en la alta sociedad. Estaba encantada con la idea de viajar a Dublín.
Y un hecho llamó poderosamente la atención de sir Joseph. Brigitte estaba tan segura de que no se iba a casar nunca que no quería vivir de su padre, sino que quería trabajar.
Sir Joseph leyó esta carta bajo la atenta mirada de su madre, lady Hester Woods, la cual estaba dando cuenta de una taza de té.
-¿Acaso estás interesado en esa joven de Kilkenny, hijo?-quiso saber lady Hester.
-No hago otra cosa más que pensar en ella, madre-admitió sir Joseph-Creo que me ha robado el corazón. Te parecerá una estupidez, pues apenas pude hablar con ella. Pero es la verdad.
Se sentía mal. Creía que estaba traicionando el recuerdo de Dalima al sentirse atraído por otra mujer.
Victor estaba dormido en su cuna. La niñera le había comentado a lady Hester que lo pasaba mal cada vez que salía a la calle. La gente se paraba a mirar a Victor con desprecio.
-Jamás me opuse a tu matrimonio con Dalima-le recordó lady Hester a su hijo-Me alegró saber que habías encontrado a la mujer de tu vida. No me importó que fuese hindú. Eras feliz. Y ella estaba muy enamorada de ti. Dalima fue como una hija para mí. La echo de menos. Pero pienso en ella. Y sé que ella desearía verte feliz.
-¿Qué puedo hacer, madre?-le preguntó Joseph.
-Mi consejo es que la cortejes. Prueba a ver qué hay entre vosotros.
-No me creerá. Apenas me conoce. Desconfiaría de mí.
-Por eso, Dios inventó el cortejo. Para que los futuros esposos se conozcan.
-¿Y qué me sugieres que haga?
-Deja que idee un plan.
-Estamos locos, madre.
Definitivamente, pensó sir Joseph, debía de haberse vuelto loco al pretender cortejar a una completa desconocida.
Entonces, recordó algo.
Le había pasado exactamente lo mismo cuando conoció a Dalima.
Sonrió con tristeza al pensar en su mujer. Victor ya tenía un año y medio. Y hacía un año que Dalima había muerto. Le parecía una locura estar fantaseando con una desconocida un año después de la muerte de su mujer.
-Hijo mío-le dijo lady Hester-Estás vivo. Y tienes derecho a ser feliz. Por ti...Por Victor...
-Lo sé, madre-suspiró Joseph.
-Se me está ocurriendo una idea. Podría necesitar una dama de compañía.
-Madre, usted nunca ha necesitado una dama de compañía.
-Pues he cambiado de idea. La voy a necesitar. Y quizás contrate a cierta joven que tú conoces para que esté conmigo.
Le guiñó un ojo a Joseph. Éste se echó a reír al adivinar los planes de su madre.
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sábado, 28 de abril de 2012
sábado, 14 de abril de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 14
Brigitte regresaba a su casa. Había dejado a Sarah en casa de Alexandra. No se dio cuenta de que un carruaje se acercaba a ella. Al darse cuenta, tenía los caballos casi encima suyo. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Pensó que iba a morir arrollada. No fue así.
Cerró los ojos. Pero no sintió los cascos de los caballos pisoteándola. Entonces, sintió cómo unas manos amables la cogían suavemente de las manos y la ayudaban a ponerse de pie.
-¿Estáis bien, señorita?-le preguntó una voz masculina-Lamento mucho lo ocurrido. Disculpadme.
Todavía con el susto pegado al cuerpo, Brigitte no podía articular palabra, de modo que se limitó a asentir con la cabeza. Entonces, su mirada se cruzó con la de aquel hombre. Nunca antes había visto a nadie tan apuesto como aquel desconocido.
Sus ojos eran de un intenso color gris. Sus cejas eran oscuras y pobladas. Su cabello era de un intenso color negro. Sus labios eran generosos y la miraban con una sonrisa. Una perfecta hilera de dientes blancos...Tenía un cuerpo musculoso. Brigitte dedujo que hacía ejercicio. O practicaba boxeo. O practicaba esgrima. No lo sabía.
-¡Qué torpe soy!-se lamentó Brigitte.
Se estaba portando como una descarada. Estaba mirando sin recato a aquel hombre. Apartó la vista de él.
-Vos no tenéis la culpa-le aseguró aquel hombre-La he tenido yo. Decidme que estáis bien.
-Me parece que sí-dijo Brigitte-No tengo nada roto. Pero tendré algún moratón en...Bueno...Ya sabéis.
Se echó a reír. Aquel hombre la coreó.
-Soy sir Joseph Woods-se presentó el hombre-A vuestro servicio, señorita-Le hizo una reverencia. Cogió su mano y se la besó-¿Puedo preguntaros cómo os llamáis?
-Me llamo Brigitte-contestó la joven-Brigitte Allen.
Sir Joseph volvió a besarle la mano.
-Hermoso nombre para una joven tan hermosa-pensó.
-Tengo que irme-dijo Brigitte-Yo...
-Ha sido un placer conoceros, miss Allen. Espero volver a verla.
Brigitte hizo una reverencia tímida. Comenzó a caminar.
Pero se giró una vez más para mirarle. Joseph no podía apartar la vista de aquella joven. Regresaba de un viaje y estaba deseando llegar a casa. No veía la hora de ver a su madre y a su hijo. Y la casualidad había provocado aquel encuentro.
Brigitte, pensó.
Aquella joven le recordaba a su difunta esposa. Dalima, la madre de Victor, era una joven de apariencia delicada. Pero su interior estaba lleno de fuerza y de decisión. La mirada de aquella muchacha le recordaba a Dalima. El recuerdo le hizo daño. ¡La echaba tanto de menos!
Dalima disfrutaba entre sus brazos. Le devolvía beso por beso.
Se preguntó si con Brigitte...
¡Basta!, se reprendió así mismo. No la conoces de nada. Quizás, no vuelvas a verla en tu vida. Súbete a la diligencia y vuelve a casa. Tu madre y tu hijo te están esperando. Olvídate de fantasear con una completa desconocida.
Pero, en su fuero interno, sabía que volvería a ver a miss Allen. Lo intuía.
Se subió al carruaje y reprendió al cochero con dureza.
-La próxima vez, fíjate por dónde vas-le espetó-Casi atropellas a una muchacha.
Recordaba los ojos descarados de Brigitte mirándole y sonrió. La última vez que una mujer le miró así fue cuando conoció a Dalima en Calcuta.
Cerró los ojos. Pero no sintió los cascos de los caballos pisoteándola. Entonces, sintió cómo unas manos amables la cogían suavemente de las manos y la ayudaban a ponerse de pie.
-¿Estáis bien, señorita?-le preguntó una voz masculina-Lamento mucho lo ocurrido. Disculpadme.
Todavía con el susto pegado al cuerpo, Brigitte no podía articular palabra, de modo que se limitó a asentir con la cabeza. Entonces, su mirada se cruzó con la de aquel hombre. Nunca antes había visto a nadie tan apuesto como aquel desconocido.
Sus ojos eran de un intenso color gris. Sus cejas eran oscuras y pobladas. Su cabello era de un intenso color negro. Sus labios eran generosos y la miraban con una sonrisa. Una perfecta hilera de dientes blancos...Tenía un cuerpo musculoso. Brigitte dedujo que hacía ejercicio. O practicaba boxeo. O practicaba esgrima. No lo sabía.
-¡Qué torpe soy!-se lamentó Brigitte.
Se estaba portando como una descarada. Estaba mirando sin recato a aquel hombre. Apartó la vista de él.
-Vos no tenéis la culpa-le aseguró aquel hombre-La he tenido yo. Decidme que estáis bien.
-Me parece que sí-dijo Brigitte-No tengo nada roto. Pero tendré algún moratón en...Bueno...Ya sabéis.
Se echó a reír. Aquel hombre la coreó.
-Soy sir Joseph Woods-se presentó el hombre-A vuestro servicio, señorita-Le hizo una reverencia. Cogió su mano y se la besó-¿Puedo preguntaros cómo os llamáis?
-Me llamo Brigitte-contestó la joven-Brigitte Allen.
Sir Joseph volvió a besarle la mano.
-Hermoso nombre para una joven tan hermosa-pensó.
-Tengo que irme-dijo Brigitte-Yo...
-Ha sido un placer conoceros, miss Allen. Espero volver a verla.
Brigitte hizo una reverencia tímida. Comenzó a caminar.
Pero se giró una vez más para mirarle. Joseph no podía apartar la vista de aquella joven. Regresaba de un viaje y estaba deseando llegar a casa. No veía la hora de ver a su madre y a su hijo. Y la casualidad había provocado aquel encuentro.
Brigitte, pensó.
Aquella joven le recordaba a su difunta esposa. Dalima, la madre de Victor, era una joven de apariencia delicada. Pero su interior estaba lleno de fuerza y de decisión. La mirada de aquella muchacha le recordaba a Dalima. El recuerdo le hizo daño. ¡La echaba tanto de menos!
Dalima disfrutaba entre sus brazos. Le devolvía beso por beso.
Se preguntó si con Brigitte...
¡Basta!, se reprendió así mismo. No la conoces de nada. Quizás, no vuelvas a verla en tu vida. Súbete a la diligencia y vuelve a casa. Tu madre y tu hijo te están esperando. Olvídate de fantasear con una completa desconocida.
Pero, en su fuero interno, sabía que volvería a ver a miss Allen. Lo intuía.
Se subió al carruaje y reprendió al cochero con dureza.
-La próxima vez, fíjate por dónde vas-le espetó-Casi atropellas a una muchacha.
Recordaba los ojos descarados de Brigitte mirándole y sonrió. La última vez que una mujer le miró así fue cuando conoció a Dalima en Calcuta.
HISTORIA DE DOS HERMANAS 13
Aquel verano que no fue verano, un pintor hizo un retrato de Sarah y de Brigitte. Los Allen le pagaron bastante bien por hacer los dos cuadros. Sarah se mostró entusiasmada con la idea. En cambio, costó bastante convencer a Brigitte para que posara.
-Todas las jóvenes tienen un retrato suyo-le dijo mistress Allen-Tú no vas a ser la excepción. Relájate y no pienses en nada mientras te están dibujando.
Luke seguía yendo a visitar a Sarah. O se hacía el encontradizo con ella en el mercado. Sabía, por mediación de conocidos suyos, que la dote de Sarah era bastante elevada. Él tenía una renta elevada. No necesitaba una esposa rica. Lo que necesitaba era una esposa joven. Y hermosa.
De las dos hermanas Allen, Sarah era la que reunía las condiciones que estaba buscando. No existía mujer más hermosa que ella en toda la región.
Su cabello era largo y abundante, de color rojo fuego. Sus ojos eran de un color azul cielo intenso. Medía un metro ochenta. Era más alta que cualquiera de las mujeres que Luke conocía. Pero eso no le importó. Los labios de Sarah eran carnosos. Poseía una figura esbelta con suaves curvas. Era imposible no quedarse mirando a Sarah con admiración.
En cambio, Brigitte estaba bastante acomplejada por su altura. Aunque le decían que era normal que fuera bajita, Brigitte se sentía como una gnoma al lado de Sarah. Esto no es normal, pensaba. No es normal que sea tan bajita. Cualquier día, Sarah no me va a ver. Y me va a pisar. Y...
Mistress Allen le quitaba hierro al asunto. Le decía que a los hombres les gustaban las mujeres bajitas. Pero lo cierto era que mistress Allen medía un metro setenta. O sea, que no era bajita. Sino todo lo contrario.
Brigitte medía un metro cincuenta y cinco. Creía que "y cinco" sobraba. Su cabello era de color rubio muy claro. Se ondulaba fácilmente tras haber llevado trenza. Sus ojos eran de color azul cielo y su nariz era romana (pequeña y puntiaguda). Sus labios eran de trazado delicado. Era delgada. Y sus caderas eran anchas. Como las caderas de Sarah. Ese tema preocupaba a mistress Allen. En el futuro, sus hijas tendrían problemas a la hora de dar a luz. Porque creía que Brigitte se casaría.
Brigitte era delgada. No tenía curvas. Comía mucho. Pero lo consumía enseguida.
En cambio, Sarah comía como un pajarillo. Mistress Allen le hacía ver a Brigitte que su hermana sí se comportaba bien a la hora de comer. La pena era que Sarah no hacía gala de sus buenos modales fuera de la mesa. Era demasiado directa con la gente. Hablaba mucho. Decía todo lo que pensaba. Y eso no estaba bien visto. Luke quería cambiar aquella cualidad de Sarah una vez casados. Se lo había dicho a sus amigos. Pero éstos no veían posible una unión entre él y la hermosa Sarah.
Sabían que la joven no quería saber nada de él y que, de hecho, cuando iba a verla a su casa, procuraba evitarle. Sarah iba siempre directa al grano. No le importaban las consecuencias de sus actos. Prefería ser sincera. Y odiaba a la gente que era hipócrita.
A las cinco de la tarde, la criada sirvió el té en el salón de la casa de los Allen. Brigitte se sirvió dos cucharadas de azúcar.
-Estoy deseando que acabe este verano-afirmó mistress Allen.
-No te quejes, mamá-sonrió Brigitte.
Mistress Allen bebió un sorbo de su taza de té.
-Nunca me quejó-dijo la mujer.
-Te pasas la vida refunfuñando, mamá-le recordó Brigitte.
Mistress Allen tenía un buen motivo para quejarse. A la edad de Brigitte, ella ya estaba casada. Y Brigitte ya había nacido. Y Sarah estaba en camino.
-Tú no tienes hijos-suspiró mistress Allen-No puedes entender lo que pasa por la cabeza de una madre cuando tiene hijos. Siempre pensé que vosotras seríais distintas. Que acabaríais con la mala racha que persigue a la familia Allen desde hace mucho tiempo. Pero no ha sido así.
-Mamá, hemos tenido buena suerte-insistió Brigitte-El pasado ha quedado atrás. No hay que darle más vueltas.
-Mi madre...Mi abuela...Mi bisabuela...Mala suerte hasta hace cientos de años. Es nuestro sino. Por lo menos, tú has tenido la suerte de no haberte enamorado de un canalla.
Mistress Allen añadió para sus adentros:
"Y de no haberte casado sin amor, como me pasó a mí".
-Sarah se casará con un buen partido, mamá-la tranquilizó Brigitte-El amor llega con la convivencia. La tatarabuela tuvo más suerte. Se casó. Y fue feliz.
-A veces, pienso que no quiso a tu tatarabuelo-se lamentó mistress Allen-Sólo quiero que vosotras seáis felices.
-Y vamos a ser felices, mamá.
-Todas las jóvenes tienen un retrato suyo-le dijo mistress Allen-Tú no vas a ser la excepción. Relájate y no pienses en nada mientras te están dibujando.
Luke seguía yendo a visitar a Sarah. O se hacía el encontradizo con ella en el mercado. Sabía, por mediación de conocidos suyos, que la dote de Sarah era bastante elevada. Él tenía una renta elevada. No necesitaba una esposa rica. Lo que necesitaba era una esposa joven. Y hermosa.
De las dos hermanas Allen, Sarah era la que reunía las condiciones que estaba buscando. No existía mujer más hermosa que ella en toda la región.
Su cabello era largo y abundante, de color rojo fuego. Sus ojos eran de un color azul cielo intenso. Medía un metro ochenta. Era más alta que cualquiera de las mujeres que Luke conocía. Pero eso no le importó. Los labios de Sarah eran carnosos. Poseía una figura esbelta con suaves curvas. Era imposible no quedarse mirando a Sarah con admiración.
En cambio, Brigitte estaba bastante acomplejada por su altura. Aunque le decían que era normal que fuera bajita, Brigitte se sentía como una gnoma al lado de Sarah. Esto no es normal, pensaba. No es normal que sea tan bajita. Cualquier día, Sarah no me va a ver. Y me va a pisar. Y...
Mistress Allen le quitaba hierro al asunto. Le decía que a los hombres les gustaban las mujeres bajitas. Pero lo cierto era que mistress Allen medía un metro setenta. O sea, que no era bajita. Sino todo lo contrario.
Brigitte medía un metro cincuenta y cinco. Creía que "y cinco" sobraba. Su cabello era de color rubio muy claro. Se ondulaba fácilmente tras haber llevado trenza. Sus ojos eran de color azul cielo y su nariz era romana (pequeña y puntiaguda). Sus labios eran de trazado delicado. Era delgada. Y sus caderas eran anchas. Como las caderas de Sarah. Ese tema preocupaba a mistress Allen. En el futuro, sus hijas tendrían problemas a la hora de dar a luz. Porque creía que Brigitte se casaría.
Brigitte era delgada. No tenía curvas. Comía mucho. Pero lo consumía enseguida.
En cambio, Sarah comía como un pajarillo. Mistress Allen le hacía ver a Brigitte que su hermana sí se comportaba bien a la hora de comer. La pena era que Sarah no hacía gala de sus buenos modales fuera de la mesa. Era demasiado directa con la gente. Hablaba mucho. Decía todo lo que pensaba. Y eso no estaba bien visto. Luke quería cambiar aquella cualidad de Sarah una vez casados. Se lo había dicho a sus amigos. Pero éstos no veían posible una unión entre él y la hermosa Sarah.
Sabían que la joven no quería saber nada de él y que, de hecho, cuando iba a verla a su casa, procuraba evitarle. Sarah iba siempre directa al grano. No le importaban las consecuencias de sus actos. Prefería ser sincera. Y odiaba a la gente que era hipócrita.
A las cinco de la tarde, la criada sirvió el té en el salón de la casa de los Allen. Brigitte se sirvió dos cucharadas de azúcar.
-Estoy deseando que acabe este verano-afirmó mistress Allen.
-No te quejes, mamá-sonrió Brigitte.
Mistress Allen bebió un sorbo de su taza de té.
-Nunca me quejó-dijo la mujer.
-Te pasas la vida refunfuñando, mamá-le recordó Brigitte.
Mistress Allen tenía un buen motivo para quejarse. A la edad de Brigitte, ella ya estaba casada. Y Brigitte ya había nacido. Y Sarah estaba en camino.
-Tú no tienes hijos-suspiró mistress Allen-No puedes entender lo que pasa por la cabeza de una madre cuando tiene hijos. Siempre pensé que vosotras seríais distintas. Que acabaríais con la mala racha que persigue a la familia Allen desde hace mucho tiempo. Pero no ha sido así.
-Mamá, hemos tenido buena suerte-insistió Brigitte-El pasado ha quedado atrás. No hay que darle más vueltas.
-Mi madre...Mi abuela...Mi bisabuela...Mala suerte hasta hace cientos de años. Es nuestro sino. Por lo menos, tú has tenido la suerte de no haberte enamorado de un canalla.
Mistress Allen añadió para sus adentros:
"Y de no haberte casado sin amor, como me pasó a mí".
-Sarah se casará con un buen partido, mamá-la tranquilizó Brigitte-El amor llega con la convivencia. La tatarabuela tuvo más suerte. Se casó. Y fue feliz.
-A veces, pienso que no quiso a tu tatarabuelo-se lamentó mistress Allen-Sólo quiero que vosotras seáis felices.
-Y vamos a ser felices, mamá.
viernes, 13 de abril de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 12
De las dos, Brigitte siempre había sido la más introvertida. Sarah creía que su carácter callado la había llevado a fracasar en su puesta de largo. Brigitte no era fea. Sarah sabía que tenía su carácter. Y que tenía sus propias ideas acerca de la vida y del amor.
Era la innegable belleza de Sarah la que opacaba a Brigitte.
La joven era dulce y abnegada. Era muy devota. Iba a la Iglesia con frecuencia. Rezaba mucho.
Era una joven recta, honrada y leal. Pensaba en trabajar. Lo había hablado con su padre. Mister Allen se negaba y le decía a Brigitte que debía de dejarse de tonterías y de buscar también ella un marido apenas llegaran a Dublín. A lo que la muchacha se negaba. No quería depender de nadie porque sabía que nunca se casaría y también sabía que sus padres no vivirían toda la vida; se negaba a vivir de la caridad de Sarah y de su posible marido.
Creía que Luke era el mejor partido para Brigitte. Tenía mucha experiencia. Era un poco mayor que ella (unos quince años). Era cortés. Era apuesto. Y era educado. Admiraba la gran belleza de Sarah. Y sabía que, a pesar de su carácter, era virtuosa. Había estado con demasiadas mujeres y quería descansar.
Quería tener hijos. Sarah era hermosa, era joven y estaba sana.
Veía en Brigitte a una posible aliada. Sarah acabaría escuchando a su hermana.
Sarah era muy coqueta. Le gustaba vestir bien. Se pasaba las horas arreglándose delante del espejo.
Creía que Brigitte se había vuelto loca. ¿Cómo podía estar pensando en colocarse como dama de compañía? La gente hablaría de ellas en Dublín y Sarah temía que la locura de Brigitte empañara su temporada.
Sarah entró en la habitación de su hermana. La encontró leyendo el periódico. Debe de estar mirando los anuncios, pensó Sarah. Brigitte estaba buscando alguien que buscara una dama de compañía.
-No deberías de hacer eso-le dijo Sarah.
Se sentó en la cama, al lado de Brigitte.
-No quiero vivir de la caridad de nadie-afirmó la joven.
-No digas tonterías-bufó Sarah-Acabarás casándote.
Brigitte negó con la cabeza. Su hermana era demasiado optimista.
Hacía mucho frío. Fuera, había empezado a llover con fuerza. Sarah le arrebató el periódico a Brigitte. Necesitaba enterarse de los últimos cotilleos que circulaban por la ciudad.
-¡Lo estaba leyendo!-la regañó.
-Estás perdiendo el tiempo-replicó Sarah-Este verano está siendo muy aburrido. No ha salido el Sol. No parece que sea verano. Parece que no acaba el invierno.
-Entonces, no habrá ocurrido nada interesante en la capital.
Brigitte llevaba un chal sobre sus hombros. El brasero estaba encendido en la habitación.
Un agradable calorcillo inundaba la estancia.
-¿Y qué es lo que dice?-inquirió Brigitte.
-Sir Joseph Woods está en la ciudad-contestó Sarah.
Brigitte no conocía a aquel hombre. Sólo lo conocía de oídas. Igual que Sarah.
-He oído que se casó en Calcuta-comentó Brigitte.
Sarah le contó que sir Joseph había enviudado. La boda fue considerada un escándalo en la alta sociedad irlandesa porque la esposa de sir Joseph era una joven hindú de alta casta.
-Tuvieron un hijo, Victor-contó Sarah-Sir Joseph lo ha traído consigo. Nadie quiere relacionarse con él. Ni con él ni con lady Woods, su madre. El único crimen que ese hombre ha cometido ha sido enamorarse y casarse.
Brigitte creyó que algunos miembros de la alta sociedad eran idiotas de nacimiento. Sir Joseph no había quebrado ninguna ley divina al casarse con una mujer de la que estaba enamorado. Había tenido la mala suerte de quedar viudo y con un hijo pequeño a su cargo. Muchos hombres y muchas mujeres corrían esa misma mala suerte.
-Pero han recibido el apoyo de mucha gente-recordó Brigitte.
-Esos hombres y esas mujeres no son tan ricos ni tan poderosos como lo es sir Joseph-puntuó Sarah-Y él se enamoró de una hindú. Y su hijo es mestizo. Eso es algo que ningún miembro de alta sociedad perdona. Los han condenado al ostracismo.
-Imbéciles.
-¿Quiénes?
-Esos...Son idiotas. ¡No es ningún delito enamorarse! ¡No es ningún delito perder a la persona que amas! Sir Joseph Woods hace bien. Que se aparte de esa gente y que críe a su hijo en paz.
Por algún motivo, Brigitte se sentía identificada con sir Joseph. Sarah lo percibió en el tono apasionado con el que se refirió a él.
-Me dan pena-comentó la joven-Espero que la gente recapacite. Y que vuelva al redil. Sería un soltero cotizado. Rico y libre...
Le devolvió el periódico a Brigitte.
Era la innegable belleza de Sarah la que opacaba a Brigitte.
La joven era dulce y abnegada. Era muy devota. Iba a la Iglesia con frecuencia. Rezaba mucho.
Era una joven recta, honrada y leal. Pensaba en trabajar. Lo había hablado con su padre. Mister Allen se negaba y le decía a Brigitte que debía de dejarse de tonterías y de buscar también ella un marido apenas llegaran a Dublín. A lo que la muchacha se negaba. No quería depender de nadie porque sabía que nunca se casaría y también sabía que sus padres no vivirían toda la vida; se negaba a vivir de la caridad de Sarah y de su posible marido.
Creía que Luke era el mejor partido para Brigitte. Tenía mucha experiencia. Era un poco mayor que ella (unos quince años). Era cortés. Era apuesto. Y era educado. Admiraba la gran belleza de Sarah. Y sabía que, a pesar de su carácter, era virtuosa. Había estado con demasiadas mujeres y quería descansar.
Quería tener hijos. Sarah era hermosa, era joven y estaba sana.
Veía en Brigitte a una posible aliada. Sarah acabaría escuchando a su hermana.
Sarah era muy coqueta. Le gustaba vestir bien. Se pasaba las horas arreglándose delante del espejo.
Creía que Brigitte se había vuelto loca. ¿Cómo podía estar pensando en colocarse como dama de compañía? La gente hablaría de ellas en Dublín y Sarah temía que la locura de Brigitte empañara su temporada.
Sarah entró en la habitación de su hermana. La encontró leyendo el periódico. Debe de estar mirando los anuncios, pensó Sarah. Brigitte estaba buscando alguien que buscara una dama de compañía.
-No deberías de hacer eso-le dijo Sarah.
Se sentó en la cama, al lado de Brigitte.
-No quiero vivir de la caridad de nadie-afirmó la joven.
-No digas tonterías-bufó Sarah-Acabarás casándote.
Brigitte negó con la cabeza. Su hermana era demasiado optimista.
Hacía mucho frío. Fuera, había empezado a llover con fuerza. Sarah le arrebató el periódico a Brigitte. Necesitaba enterarse de los últimos cotilleos que circulaban por la ciudad.
-¡Lo estaba leyendo!-la regañó.
-Estás perdiendo el tiempo-replicó Sarah-Este verano está siendo muy aburrido. No ha salido el Sol. No parece que sea verano. Parece que no acaba el invierno.
-Entonces, no habrá ocurrido nada interesante en la capital.
Brigitte llevaba un chal sobre sus hombros. El brasero estaba encendido en la habitación.
Un agradable calorcillo inundaba la estancia.
-¿Y qué es lo que dice?-inquirió Brigitte.
-Sir Joseph Woods está en la ciudad-contestó Sarah.
Brigitte no conocía a aquel hombre. Sólo lo conocía de oídas. Igual que Sarah.
-He oído que se casó en Calcuta-comentó Brigitte.
Sarah le contó que sir Joseph había enviudado. La boda fue considerada un escándalo en la alta sociedad irlandesa porque la esposa de sir Joseph era una joven hindú de alta casta.
-Tuvieron un hijo, Victor-contó Sarah-Sir Joseph lo ha traído consigo. Nadie quiere relacionarse con él. Ni con él ni con lady Woods, su madre. El único crimen que ese hombre ha cometido ha sido enamorarse y casarse.
Brigitte creyó que algunos miembros de la alta sociedad eran idiotas de nacimiento. Sir Joseph no había quebrado ninguna ley divina al casarse con una mujer de la que estaba enamorado. Había tenido la mala suerte de quedar viudo y con un hijo pequeño a su cargo. Muchos hombres y muchas mujeres corrían esa misma mala suerte.
-Pero han recibido el apoyo de mucha gente-recordó Brigitte.
-Esos hombres y esas mujeres no son tan ricos ni tan poderosos como lo es sir Joseph-puntuó Sarah-Y él se enamoró de una hindú. Y su hijo es mestizo. Eso es algo que ningún miembro de alta sociedad perdona. Los han condenado al ostracismo.
-Imbéciles.
-¿Quiénes?
-Esos...Son idiotas. ¡No es ningún delito enamorarse! ¡No es ningún delito perder a la persona que amas! Sir Joseph Woods hace bien. Que se aparte de esa gente y que críe a su hijo en paz.
Por algún motivo, Brigitte se sentía identificada con sir Joseph. Sarah lo percibió en el tono apasionado con el que se refirió a él.
-Me dan pena-comentó la joven-Espero que la gente recapacite. Y que vuelva al redil. Sería un soltero cotizado. Rico y libre...
Le devolvió el periódico a Brigitte.
martes, 10 de abril de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 11
Brigitte y Sarah salieron a dar un paseo en faetón a la tarde siguiente.
Sarah estaba bastante enfadada con su hermana.
¿Cómo se le ocurría hacer de celestina entre ella y Luke? ¿Por qué Brigitte intentaba a toda costa emparejarla con aquel idiota?
-Creía que me ayudarías a evitar a ese sujeto-le espetó a Brigitte.
-Ese sujeto sería un buen marido-replicó la joven-Es rico.
-Sabes de sobra lo que pienso acerca del matrimonio. Luke no está enamorado de mí. Sólo me quiere para que le engendre un par de hijos. Cuando se canse de mí, me abandonará en el campo.
Brigitte se echó a reír.
-Eso no va a pasar-le aseguró.
-Los hombres como Luke sólo quieren una mujer que les sirva de adorno-afirmó Sarah.
Brigitte negó con la cabeza.
-Más o menos sé cómo es el matrimonio-prosiguió Sarah-Sé que tendría que compartir mi lecho con mi marido. Y quiero compartir mi lecho con un hombre que me ame. Y a quien yo ame. Y te aseguro que Luke no es ese hombre.
-Pero podría ser ese hombre-insistió Brigitte-Sólo tienes que darle una oportunidad. Deja que te corteje. Con un poco de suerte, no tendrás que viajar a Dublín. Piénsalo bien.
Sarah no tenía nada que pensar. Ya lo tenía decidido.
No se casaría con Luke. Si su destino era ser una solterona, lo asumía.
Sarah trabajaría. Igual que deseaba hacer Brigitte. Las dos serían independientes. Vivirían de sus trabajos. No sería el fin del mundo.
Sarah apartó la vista de su hermana. Brigitte le palmeó la mano. Sabía que su hermana pequeña podía ser muy cabezota la mayor parte del tiempo. Pero estaba segura de que acabaría entrando en razón. Era cuestión de tiempo.
Lo que Brigitte ignoraba era que Sarah no iba a hacerle caso por nada del mundo.
Brigitte le dijo al cochero que debían de regresar a casa. En la mente de Sarah estaba el recuerdo del día en que Luke intentó besarla.
Estuvo a punto de vomitar de asco en el faetón.
Sarah estaba bastante enfadada con su hermana.
¿Cómo se le ocurría hacer de celestina entre ella y Luke? ¿Por qué Brigitte intentaba a toda costa emparejarla con aquel idiota?
-Creía que me ayudarías a evitar a ese sujeto-le espetó a Brigitte.
-Ese sujeto sería un buen marido-replicó la joven-Es rico.
-Sabes de sobra lo que pienso acerca del matrimonio. Luke no está enamorado de mí. Sólo me quiere para que le engendre un par de hijos. Cuando se canse de mí, me abandonará en el campo.
Brigitte se echó a reír.
-Eso no va a pasar-le aseguró.
-Los hombres como Luke sólo quieren una mujer que les sirva de adorno-afirmó Sarah.
Brigitte negó con la cabeza.
-Más o menos sé cómo es el matrimonio-prosiguió Sarah-Sé que tendría que compartir mi lecho con mi marido. Y quiero compartir mi lecho con un hombre que me ame. Y a quien yo ame. Y te aseguro que Luke no es ese hombre.
-Pero podría ser ese hombre-insistió Brigitte-Sólo tienes que darle una oportunidad. Deja que te corteje. Con un poco de suerte, no tendrás que viajar a Dublín. Piénsalo bien.
Sarah no tenía nada que pensar. Ya lo tenía decidido.
No se casaría con Luke. Si su destino era ser una solterona, lo asumía.
Sarah trabajaría. Igual que deseaba hacer Brigitte. Las dos serían independientes. Vivirían de sus trabajos. No sería el fin del mundo.
Sarah apartó la vista de su hermana. Brigitte le palmeó la mano. Sabía que su hermana pequeña podía ser muy cabezota la mayor parte del tiempo. Pero estaba segura de que acabaría entrando en razón. Era cuestión de tiempo.
Lo que Brigitte ignoraba era que Sarah no iba a hacerle caso por nada del mundo.
Brigitte le dijo al cochero que debían de regresar a casa. En la mente de Sarah estaba el recuerdo del día en que Luke intentó besarla.
Estuvo a punto de vomitar de asco en el faetón.
sábado, 7 de abril de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 10
Los días seguían avanzando.
Al enterarse de que viajarían a Dublín, Sarah comenzó a ponerse nerviosa. Por un lado, le hacía ilusión viajar a la capital. Por el otro lado, no quería abandonar su hogar. No quería estar lejos de Alexandra durante una larga temporada. Era su mejor amiga.
Y, por el otro lado, estaba Luke.
Aquel hombre seguía obsesionado con ella. Iba a visitarla todos los días. No siempre podía eludirlo. Brigitte no le servía de cómplice todo el tiempo. Le obligaba a bajar con ella al salón.
Como hizo aquella tarde de domingo.
-¡Ah, miss Allen!-la saludó Luke.
-¿Cómo estáis, señor?-inquirió Sarah. Lo hizo por educación.
-Después de veros, estoy mucho mejor-contestó Luke.
Se sentaron.
-Hacía mucho que no os veía-comentó Luke.
-Se ha sentido indispuesta durante algunos días-intervino Brigitte. Estaba mintiendo, por supuesto-Pero, ahora, se encuentra mucho mejor.
En aquellas ocasiones, Sarah creía odiar con toda su alma a su hermana mayor.
-¡Cuánto me alegro!-exclamó Luke.
El matrimonio Allen fue el que llevó el peso de la conversación. Hablaron con Luke acerca de temas tan triviales como el tiempo. O el último caballo que había comprado. O el sermón que el sacerdote había pronunciado durante la homilía del domingo.
-Os vi, miss Allen-le dijo a Sarah-Os vi al salir de la Iglesia.
-¿No vais a la Iglesia, señor?-inquirió Brigitte.
-Trabajo mucho-contestó Luke-Incluso los domingos. No puedo parar.
Sarah hizo un mohín de disgusto. Odiaba a aquel hombre con toda su alma.
Brigitte le dio un codazo.
-¿Qué?-le increpó Sarah.
-Por favor...-le susurró Brigitte-Te lo ruego. No montes un numerito. Nos conocemos.
Sarah ignoraba lo que le estaba esperando en Dublín. Confiaba en encontrar allí el amor. Y, por supuesto, el hombre de su vida no sería como Luke.
A pesar de todo...A pesar de que Brigitte quería verla casada con aquel imbécil. No se casaría con él.
Luke besó la mano de Sarah cuando anunció que tenía que irse. Lo hizo a modo de despedida. También besó la mano de Brigitte.
-Te odio-le siseó Sarah a su hermana.
-Hacéis una buena pareja-sonrió Brigitte.
Si tanto te gusta, ¿por qué no te casas con él y me dejas en paz?, deseaba preguntarle Sarah a Brigitte.
Acompañaron a Luke a la puerta.
Al enterarse de que viajarían a Dublín, Sarah comenzó a ponerse nerviosa. Por un lado, le hacía ilusión viajar a la capital. Por el otro lado, no quería abandonar su hogar. No quería estar lejos de Alexandra durante una larga temporada. Era su mejor amiga.
Y, por el otro lado, estaba Luke.
Aquel hombre seguía obsesionado con ella. Iba a visitarla todos los días. No siempre podía eludirlo. Brigitte no le servía de cómplice todo el tiempo. Le obligaba a bajar con ella al salón.
Como hizo aquella tarde de domingo.
-¡Ah, miss Allen!-la saludó Luke.
-¿Cómo estáis, señor?-inquirió Sarah. Lo hizo por educación.
-Después de veros, estoy mucho mejor-contestó Luke.
Se sentaron.
-Hacía mucho que no os veía-comentó Luke.
-Se ha sentido indispuesta durante algunos días-intervino Brigitte. Estaba mintiendo, por supuesto-Pero, ahora, se encuentra mucho mejor.
En aquellas ocasiones, Sarah creía odiar con toda su alma a su hermana mayor.
-¡Cuánto me alegro!-exclamó Luke.
El matrimonio Allen fue el que llevó el peso de la conversación. Hablaron con Luke acerca de temas tan triviales como el tiempo. O el último caballo que había comprado. O el sermón que el sacerdote había pronunciado durante la homilía del domingo.
-Os vi, miss Allen-le dijo a Sarah-Os vi al salir de la Iglesia.
-¿No vais a la Iglesia, señor?-inquirió Brigitte.
-Trabajo mucho-contestó Luke-Incluso los domingos. No puedo parar.
Sarah hizo un mohín de disgusto. Odiaba a aquel hombre con toda su alma.
Brigitte le dio un codazo.
-¿Qué?-le increpó Sarah.
-Por favor...-le susurró Brigitte-Te lo ruego. No montes un numerito. Nos conocemos.
Sarah ignoraba lo que le estaba esperando en Dublín. Confiaba en encontrar allí el amor. Y, por supuesto, el hombre de su vida no sería como Luke.
A pesar de todo...A pesar de que Brigitte quería verla casada con aquel imbécil. No se casaría con él.
Luke besó la mano de Sarah cuando anunció que tenía que irse. Lo hizo a modo de despedida. También besó la mano de Brigitte.
-Te odio-le siseó Sarah a su hermana.
-Hacéis una buena pareja-sonrió Brigitte.
Si tanto te gusta, ¿por qué no te casas con él y me dejas en paz?, deseaba preguntarle Sarah a Brigitte.
Acompañaron a Luke a la puerta.
jueves, 15 de marzo de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 9
La casa en la que vivían las hermanas Allen era bastante vieja. Sarah decía que se vendría abajo un día de éstos. Brigitte, por el contrario, creía que lo que necesitaba su casa era unos arreglos. Pero el señor Allene estaba chapado a la antigua. Desconfiaba de los avances científicos. Veía con malos ojos todo lo que estaba oyendo. La electricidad...El vapor...
Sarah le decía que había que ir con los nuevos aires que soplaban. Pero el señor Allen se oponía. La chimenea estaba encendida todo el día. De noche, para moverse por la casa, se usaban velas. Sarah decía que vivían en la casa ideal para la nueva novela de su autora favorita. Mary Shelley. Se llamaba "Frankenstein". Contaba la historia de un científico que creaba un monstruo a partir de restos de cadáveres que desenterraba en el cementerio. Se la había leído a Brigitte en voz alta. Para su sorpresa, a su hermana mayor le había gustado. Creía que le iba a dar miedo.
El señor Allen había oído que un joven italiano había logrado reanimar durante unos segundos a un criminal que acababa de ser ejecutado. Había utilizado la electricidad para conseguirlo.
-Algún día, todo se hará con electricidad-afirmaba Sarah-No se necesitará velas para iluminar una habitación. O no se encenderá más la chimenea.
El señor Allen creía que su hija menor desvariaba. Pero lo cierto era que había mucha gente que se sentía interesada por aquellos experimentos. Y quería llevarlos a cabo. ¿Qué era lo que querían?, se preguntaba. ¿Resucitar a todos los criminales de Gran Bretaña? Sus hijas le escuchaban hablar. Y se reían.
Pero la verdad era que Sarah sufrió pesadillas tras enterarse del experimento del preso ejecutado que había vuelto a la vida. Creía que se colaría en su casa. Y que acabaría con todos los que allí vivían.
Sarah estuvo varios días sin conciliar el sueño. Por supuesto, no le comentó nada de esto a Brigitte. No quería oír sus burlas.
Sarah le decía que había que ir con los nuevos aires que soplaban. Pero el señor Allen se oponía. La chimenea estaba encendida todo el día. De noche, para moverse por la casa, se usaban velas. Sarah decía que vivían en la casa ideal para la nueva novela de su autora favorita. Mary Shelley. Se llamaba "Frankenstein". Contaba la historia de un científico que creaba un monstruo a partir de restos de cadáveres que desenterraba en el cementerio. Se la había leído a Brigitte en voz alta. Para su sorpresa, a su hermana mayor le había gustado. Creía que le iba a dar miedo.
El señor Allen había oído que un joven italiano había logrado reanimar durante unos segundos a un criminal que acababa de ser ejecutado. Había utilizado la electricidad para conseguirlo.
-Algún día, todo se hará con electricidad-afirmaba Sarah-No se necesitará velas para iluminar una habitación. O no se encenderá más la chimenea.
El señor Allen creía que su hija menor desvariaba. Pero lo cierto era que había mucha gente que se sentía interesada por aquellos experimentos. Y quería llevarlos a cabo. ¿Qué era lo que querían?, se preguntaba. ¿Resucitar a todos los criminales de Gran Bretaña? Sus hijas le escuchaban hablar. Y se reían.
Pero la verdad era que Sarah sufrió pesadillas tras enterarse del experimento del preso ejecutado que había vuelto a la vida. Creía que se colaría en su casa. Y que acabaría con todos los que allí vivían.
Sarah estuvo varios días sin conciliar el sueño. Por supuesto, no le comentó nada de esto a Brigitte. No quería oír sus burlas.
miércoles, 7 de marzo de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 8
Sarah contaba los días que faltaban para viajar a Dublín.
¿Por qué el tiempo pasaba cada vez más despacio?
El sueño de su vida era casarse por amor, pero su familia parecía haberse compinchado para obligarla a casarse con Luke Kirkcaldy. ¡Eso era lo último que quería! ¿Qué puedo hacer?, se preguntó Sarah. Se paseaba de un lado a otro de la habitación.
Se detuvo. Se dejó caer en la cama.
En cuanto lleguemos a Dublín, todo cambiará, pensó Sarah. No estaría tan controlada por sus padres. Y, con un poquito de suerte, Brigitte encontraría un buen partido y se casaría. Entonces, con el ajetreo de los preparativos de la boda, Sarah gozaría de mayor libertad.
Se rió con nerviosismo.
Sabes que eso no va a pasar, pensó.
A veces, los vecinos creían que ella era mayor que Brigitte. Su hermana apenas le llegaba al hombro.
Sin embargo, Brigitte era mucho más madura que Sarah. A veces, su hermana creía que sentía celos de ella. Como la vez que fue a contarle a sus padres que la había visto besándose con un caballero con fama de libertino durante el descanso de una obra de teatro. Sarah se enfadó con Brigitte. Dejó de hablarle durante varios días. La llamó "solterona amargada". Una punzada de miedo se apoderó de Sarah. Ella también podía seguir los pasos de Brigitte.
Sarah no se ajustaba a los cánones de belleza de la época. Pero había logrado convertirse en todo un éxito. Era todo lo carismática que no era Brigitte. Deslumbraba allá por donde pasaba. Algo que no ocurría con Brigitte. Sarah era todo lo que Brigitte no podía o no quería ser.
Sarah se frotó las sienes.
Sus pensamientos la llevaron hasta Luke Kirkcaldy. Él estaba interesado en ella. Pero sólo veía en ella un envoltorio hermoso. No quería ver su personalidad.
Lo cual la llevaba a otra cuestión que no quería tratar. Era su segunda temporada y era posible que aparecieran otras damas. La eclipsarían. Nadie querría proponerle matrimonio. Y menos después de haber rechazado ofertas. ¡Cinco ofertas de matrimonio había rechazado! Y era de caballeros aristocráticos y prósperos terratenientes. Sus padres estaban enfadados con ella. Decían que seguía los pasos de Brigitte. Quedarse soltera.
Yo sólo quiero casarme por amor, pensó Sarah. ¿Y si nunca me caso porque estoy aferrada a una fantasía absurda? El amor no es absurdo.
Unos golpes en la puerta sacaron a Sarah de su ensimismamiento.
-Adelante-invitó.
La puerta se abrió y entró una criada.
Le comunicó que la cena se estaba sirviendo en el comedor. De buena gana, Sarah no habría bajado. No quería acabar discutiendo con sus padres o con Brigitte.
Sin ánimos de empezar una discusión, decidió que lo mejor que podía hacer era bajar a cenar.
Salió de la habitación. Cerró la puerta.
Había oído a los vecinos hablar de ella en alguna que otra ocasión.
Decían que leía demasiadas novelas románticas. Y que la lectura de aquella "bazofia", como la llamaban, le había secado el cerebro. Y quizás estaban en lo cierto. Porque Sarah vivía esperando un amor parecido al que se relataba en aquellas novelas. Un caballero de brillante armadura aparecería. Y la reclamaría como suya. Pero los caballeros de brillante armadura no existían en el mundo real.
Y había demasiados sinvergüenzas en el mundo disfrazados de Príncipe Azul.
Sarah suspiró antes de descender por la escalera.
¿Por qué el tiempo pasaba cada vez más despacio?
El sueño de su vida era casarse por amor, pero su familia parecía haberse compinchado para obligarla a casarse con Luke Kirkcaldy. ¡Eso era lo último que quería! ¿Qué puedo hacer?, se preguntó Sarah. Se paseaba de un lado a otro de la habitación.
Se detuvo. Se dejó caer en la cama.
En cuanto lleguemos a Dublín, todo cambiará, pensó Sarah. No estaría tan controlada por sus padres. Y, con un poquito de suerte, Brigitte encontraría un buen partido y se casaría. Entonces, con el ajetreo de los preparativos de la boda, Sarah gozaría de mayor libertad.
Se rió con nerviosismo.
Sabes que eso no va a pasar, pensó.
A veces, los vecinos creían que ella era mayor que Brigitte. Su hermana apenas le llegaba al hombro.
Sin embargo, Brigitte era mucho más madura que Sarah. A veces, su hermana creía que sentía celos de ella. Como la vez que fue a contarle a sus padres que la había visto besándose con un caballero con fama de libertino durante el descanso de una obra de teatro. Sarah se enfadó con Brigitte. Dejó de hablarle durante varios días. La llamó "solterona amargada". Una punzada de miedo se apoderó de Sarah. Ella también podía seguir los pasos de Brigitte.
Sarah no se ajustaba a los cánones de belleza de la época. Pero había logrado convertirse en todo un éxito. Era todo lo carismática que no era Brigitte. Deslumbraba allá por donde pasaba. Algo que no ocurría con Brigitte. Sarah era todo lo que Brigitte no podía o no quería ser.
Sarah se frotó las sienes.
Sus pensamientos la llevaron hasta Luke Kirkcaldy. Él estaba interesado en ella. Pero sólo veía en ella un envoltorio hermoso. No quería ver su personalidad.
Lo cual la llevaba a otra cuestión que no quería tratar. Era su segunda temporada y era posible que aparecieran otras damas. La eclipsarían. Nadie querría proponerle matrimonio. Y menos después de haber rechazado ofertas. ¡Cinco ofertas de matrimonio había rechazado! Y era de caballeros aristocráticos y prósperos terratenientes. Sus padres estaban enfadados con ella. Decían que seguía los pasos de Brigitte. Quedarse soltera.
Yo sólo quiero casarme por amor, pensó Sarah. ¿Y si nunca me caso porque estoy aferrada a una fantasía absurda? El amor no es absurdo.
Unos golpes en la puerta sacaron a Sarah de su ensimismamiento.
-Adelante-invitó.
La puerta se abrió y entró una criada.
Le comunicó que la cena se estaba sirviendo en el comedor. De buena gana, Sarah no habría bajado. No quería acabar discutiendo con sus padres o con Brigitte.
Sin ánimos de empezar una discusión, decidió que lo mejor que podía hacer era bajar a cenar.
Salió de la habitación. Cerró la puerta.
Había oído a los vecinos hablar de ella en alguna que otra ocasión.
Decían que leía demasiadas novelas románticas. Y que la lectura de aquella "bazofia", como la llamaban, le había secado el cerebro. Y quizás estaban en lo cierto. Porque Sarah vivía esperando un amor parecido al que se relataba en aquellas novelas. Un caballero de brillante armadura aparecería. Y la reclamaría como suya. Pero los caballeros de brillante armadura no existían en el mundo real.
Y había demasiados sinvergüenzas en el mundo disfrazados de Príncipe Azul.
Sarah suspiró antes de descender por la escalera.
HISTORIA DE DOS HERMANAS 7
Un carruaje se detuvo delante de la Iglesia de Saint Canice. Los Allen descendieron de su interior.
Se metieron dentro del Recinto Sagrado. Sarah hizo un mohín de desdén al ver a Luke Kirkcaldy en su interior. Estuvo a punto de salir corriendo cuando vio que su familia iba directamente hacia él. Se iban a sentar juntos.
-La señorita Sarah está muy hermosa esta mañana-la aduló Luke.
Sarah no lo miró y tampoco le respondió. Tomaron asiento en el mismo banco. Por fortuna, Luke se sentó al lado de la señora Allen. En el otro extremo del banco. Al lado de Sarah se sentó Brigitte.
-Esto es una encerrona-le siseó a su hermana-Lo habéis planeado vosotros.
Brigitte le juró a su hermana que ella no sabía que iban a sentarse al lado de Luke. Le costó trabajo retener a su hermana porque Sarah estaba dispuesta a irse.
-Por favor-le rogó-No discutamos aquí.
-Está bien-cedió Sarah.
Las dos iban vestidas de negro. Un chal cubría sus cabezas. Empezó la misa cuando Sarah se agachó a recoger su misal, que se le había caído. Lo abrió y trató de prestar atención a lo que estaba diciendo el sacerdote. Luke no paraba de mirarla y ella estaba empezando a ponerse nerviosa.
-¿Por qué no me deja tranquila?-se preguntó en voz baja.
En silencio, Brigitte pedía por el viaje que emprendería su familia a Dublín en breve.
Le pedía perdón a Dios por sentir celos de su hermana. Le pedía perdón a Dios por desear ser tan hermosa como lo era Sarah. Le pedía perdón a Sarah por sus celos. Por presionarla.
Cuando llegó la hora de comulgar, Brigitte se levantó y fue a ponerse en la cola. Sarah la siguió. Le temblaban las manos de tal manera que el rosario se le cayó varias veces al suelo. Sabía que habría broncar nada más llegar a casa. Se negó a darle la paz a Luke. Sarah estaba a punto de desmayarse cuando el sacerdote le dio la comunión.
-Siéntate-le dijo su hermana.
Y la hizo sentarse en el primer banco.
Cuando regresó junto a sus padres, éstos le preguntaron por Sarah. Brigitte le contestó que se había mareado y que estaba sentada en el primer banco.
-¡Qué rara que está!-murmuró la señora Allen.
-Espero que la mujer más bella de la ciudad se encuentre bien-dijo Luke.
Se metieron dentro del Recinto Sagrado. Sarah hizo un mohín de desdén al ver a Luke Kirkcaldy en su interior. Estuvo a punto de salir corriendo cuando vio que su familia iba directamente hacia él. Se iban a sentar juntos.
-La señorita Sarah está muy hermosa esta mañana-la aduló Luke.
Sarah no lo miró y tampoco le respondió. Tomaron asiento en el mismo banco. Por fortuna, Luke se sentó al lado de la señora Allen. En el otro extremo del banco. Al lado de Sarah se sentó Brigitte.
-Esto es una encerrona-le siseó a su hermana-Lo habéis planeado vosotros.
Brigitte le juró a su hermana que ella no sabía que iban a sentarse al lado de Luke. Le costó trabajo retener a su hermana porque Sarah estaba dispuesta a irse.
-Por favor-le rogó-No discutamos aquí.
-Está bien-cedió Sarah.
Las dos iban vestidas de negro. Un chal cubría sus cabezas. Empezó la misa cuando Sarah se agachó a recoger su misal, que se le había caído. Lo abrió y trató de prestar atención a lo que estaba diciendo el sacerdote. Luke no paraba de mirarla y ella estaba empezando a ponerse nerviosa.
-¿Por qué no me deja tranquila?-se preguntó en voz baja.
En silencio, Brigitte pedía por el viaje que emprendería su familia a Dublín en breve.
Le pedía perdón a Dios por sentir celos de su hermana. Le pedía perdón a Dios por desear ser tan hermosa como lo era Sarah. Le pedía perdón a Sarah por sus celos. Por presionarla.
Cuando llegó la hora de comulgar, Brigitte se levantó y fue a ponerse en la cola. Sarah la siguió. Le temblaban las manos de tal manera que el rosario se le cayó varias veces al suelo. Sabía que habría broncar nada más llegar a casa. Se negó a darle la paz a Luke. Sarah estaba a punto de desmayarse cuando el sacerdote le dio la comunión.
-Siéntate-le dijo su hermana.
Y la hizo sentarse en el primer banco.
Cuando regresó junto a sus padres, éstos le preguntaron por Sarah. Brigitte le contestó que se había mareado y que estaba sentada en el primer banco.
-¡Qué rara que está!-murmuró la señora Allen.
-Espero que la mujer más bella de la ciudad se encuentre bien-dijo Luke.
HISTORIA DE DOS HERMANAS 6
-¿Qué te pasó el otro día?-le preguntó el señor Allen a Sarah-Vino a verte el señor Kirkcaldy. Y tu hermana bajó y nos dijo que no te encontrabas bien.
-Me dolía un poco la cabeza-respondió Sarah. Era mentira, por supuesto-Así que decidí acostarme un poco. ¿Por qué lo preguntas?
-El señor Kirkcaldy quiere verte-contestó el señor Allen-Ese hombre está interesado en ti.
-Pero yo no estoy interesada en él-replicó Sarah.
-Es un buen partido-insistió la señora Allen.
-¿Lo ves?-dijo Brigitte-Todo el mundo te lo dice. Apuesto a que Alex también te lo dice.
Sarah elevó la vista al cielo como pidiendo paciencia. Estaba sentada a la mesa con su familia a la hora del desayuno. Con gesto obstinado, untó su tostada con mantequilla. Vio cómo Brigitte bebía un sorbo de su vaso de zumo. El señor Allen leía el periódico al mismo tiempo que daba sorbos a su taza de café. Miraba a su hija menor por encima del periódico.
-Conseguir marido en la segunda temporada es más difícil que conseguirlo en la primera-aseguró la señora Allen.
Le dio un mordisco a su tostada.
Sarah bufó de una forma indigna de una dama.
-Sarah-la regañó Brigitte.
La aludida le dio un gran mordisco a su tostada y fulminó con la mirada a su hermana.
-Tienes que saber cómo comportarte-insistió Brigitte-Ya has sido presentada en sociedad.
La idea de casarse con Luke Kirkcaldy asustaba a Sarah. No habría amor en aquel matrimonio.
-Os agradezco que os preocupéis por mí-dijo la joven-Pero sé bien lo que hago.
-Ése es el problema-afirmó Brigitte-Que crees saberlo todo y te niegas a escuchar a los demás.
-Porque no tienen razón los demás.
Un rato después, Sarah salió al jardín a dar un paseo. Tenía la sensación de que la cabeza le iba a estallar. Se frotó las sienes.
Oyó cómo alguien se acercaba a ella por detrás. Se dio la vuelta y vio cómo Brigitte corría hacia ella.
Lo último que quería era escuchar los consejos de su hermana mayor porque no pensaba seguir ninguno.
-Mamá tiene razón-dijo Brigitte-Cuesta mucho conseguir una oferta de matrimonio en una segunda temporada. Te lo digo por experiencia. No he conseguido ninguna. Pero tú has rechazado varias.
-Mamá y tú os equivocáis-replicó Sarah-Puede que haya alguien especial esperándome en Dublín.
-Un buen partido, supongo.
-O el mendigo del teatro. Cualquiera saber.
-Te tienes que casar con un buen partido. Con alguien rico y con un título, a ser posible. Así podrás llevar una buena vida. Es el sueño de toda joven.
-No es mi sueño.
-Lo sería mío. De poder cumplirse. Pero eso no va a pasar.
-Podría ocurrir.
-Es mejor proyectar mi sueño en ti que esperar a que se haga realidad en mí.
Los ojos de Brigitte se llenaron de lágrimas. Sarah se sintió culpable por hacer enfadar a su hermana.
La cogió del brazo mientras caminaban. Sarah sabía que Brigitte tenía sus propios sueños y que se sentía impotente por no verlos realizados. Algunas noches, Sarah oía llorar a su hermana. Y se sentía culpable por ser tan egoísta. Pero tenía que serlo si quería salirse con la suya.
-Deberías de ser más optimista-le sugirió-Y pensar que alguien muy especial puede estar esperándote en Dublín. Ya escuchaste lo que dijo la modista. Eres muy guapa y deberías de acompañarme.
-Iré a Dublín con vosotros, pero no pienso ir a ninguna fiesta-afirmó Brigitte.
Sarah frotó con cariño el brazo de su hermana. Brigitte, a pesar de que lo disimulaba, podía ser tan terca como ella. Interiormente, Sarah se alegraba. Una mujer debía de ser fuerte. La vida podía ensañarse con ella. Y era su obligación plantarle cara.
-Si te arreglas un poco, darías una sorpresa-le aconsejó a Brigitte-Aunque no quieras verlo, eres tan hermosa como yo. O más. Piénsalo.
-Me dolía un poco la cabeza-respondió Sarah. Era mentira, por supuesto-Así que decidí acostarme un poco. ¿Por qué lo preguntas?
-El señor Kirkcaldy quiere verte-contestó el señor Allen-Ese hombre está interesado en ti.
-Pero yo no estoy interesada en él-replicó Sarah.
-Es un buen partido-insistió la señora Allen.
-¿Lo ves?-dijo Brigitte-Todo el mundo te lo dice. Apuesto a que Alex también te lo dice.
Sarah elevó la vista al cielo como pidiendo paciencia. Estaba sentada a la mesa con su familia a la hora del desayuno. Con gesto obstinado, untó su tostada con mantequilla. Vio cómo Brigitte bebía un sorbo de su vaso de zumo. El señor Allen leía el periódico al mismo tiempo que daba sorbos a su taza de café. Miraba a su hija menor por encima del periódico.
-Conseguir marido en la segunda temporada es más difícil que conseguirlo en la primera-aseguró la señora Allen.
Le dio un mordisco a su tostada.
Sarah bufó de una forma indigna de una dama.
-Sarah-la regañó Brigitte.
La aludida le dio un gran mordisco a su tostada y fulminó con la mirada a su hermana.
-Tienes que saber cómo comportarte-insistió Brigitte-Ya has sido presentada en sociedad.
La idea de casarse con Luke Kirkcaldy asustaba a Sarah. No habría amor en aquel matrimonio.
-Os agradezco que os preocupéis por mí-dijo la joven-Pero sé bien lo que hago.
-Ése es el problema-afirmó Brigitte-Que crees saberlo todo y te niegas a escuchar a los demás.
-Porque no tienen razón los demás.
Un rato después, Sarah salió al jardín a dar un paseo. Tenía la sensación de que la cabeza le iba a estallar. Se frotó las sienes.
Oyó cómo alguien se acercaba a ella por detrás. Se dio la vuelta y vio cómo Brigitte corría hacia ella.
Lo último que quería era escuchar los consejos de su hermana mayor porque no pensaba seguir ninguno.
-Mamá tiene razón-dijo Brigitte-Cuesta mucho conseguir una oferta de matrimonio en una segunda temporada. Te lo digo por experiencia. No he conseguido ninguna. Pero tú has rechazado varias.
-Mamá y tú os equivocáis-replicó Sarah-Puede que haya alguien especial esperándome en Dublín.
-Un buen partido, supongo.
-O el mendigo del teatro. Cualquiera saber.
-Te tienes que casar con un buen partido. Con alguien rico y con un título, a ser posible. Así podrás llevar una buena vida. Es el sueño de toda joven.
-No es mi sueño.
-Lo sería mío. De poder cumplirse. Pero eso no va a pasar.
-Podría ocurrir.
-Es mejor proyectar mi sueño en ti que esperar a que se haga realidad en mí.
Los ojos de Brigitte se llenaron de lágrimas. Sarah se sintió culpable por hacer enfadar a su hermana.
La cogió del brazo mientras caminaban. Sarah sabía que Brigitte tenía sus propios sueños y que se sentía impotente por no verlos realizados. Algunas noches, Sarah oía llorar a su hermana. Y se sentía culpable por ser tan egoísta. Pero tenía que serlo si quería salirse con la suya.
-Deberías de ser más optimista-le sugirió-Y pensar que alguien muy especial puede estar esperándote en Dublín. Ya escuchaste lo que dijo la modista. Eres muy guapa y deberías de acompañarme.
-Iré a Dublín con vosotros, pero no pienso ir a ninguna fiesta-afirmó Brigitte.
Sarah frotó con cariño el brazo de su hermana. Brigitte, a pesar de que lo disimulaba, podía ser tan terca como ella. Interiormente, Sarah se alegraba. Una mujer debía de ser fuerte. La vida podía ensañarse con ella. Y era su obligación plantarle cara.
-Si te arreglas un poco, darías una sorpresa-le aconsejó a Brigitte-Aunque no quieras verlo, eres tan hermosa como yo. O más. Piénsalo.
martes, 6 de marzo de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 5
La modista fue a tomarle medidas a Sarah a la tarde siguiente. La joven quería comprarse ropa nueve y no iba a esperar a llegar a Dublín. La modista le prometió que confeccionaría para ellas vestidos que iban a la moda.
-¿De cintura alta?-inquirió Sarah.
-Así es-contestó la modista-Y de escote bajo. Es lo que se lleva ahora.
-¡Gracias!
-Pero tape un poco-sugirió la señora Allen.
La mujer no estaba de acuerdo con aquella moda de vestir como las damas de la Antigüedad y enseñar carne.
La modista miró a Brigitte.
-¿No piensa comprar ropa nueva?-inquirió.
-¿Para qué?-contestó Brigitte.
-¡Niña!-la regañó su madre.
La modista observó a Brigitte.
La joven era guapa, pero no poseía la espectacular belleza de Sarah. Si quería, podía atraer la atención de cualquier hombre. Su moño no era tan a la moda como lo era el de Sarah. Pero su porte era mucho más elegante que el de su hermana. Llevaba puesto un vestido de color azul a la moda, aunque más recatado.
-Ese vestido hace juego con el color de sus ojos, señorita-observó la modista-Debería de comprar tela azul. Yo le confeccionaría unos vestidos preciosos.
Brigitte no supo qué responder. A decir verdad, la moda le importaba bien poco. Vestía como quería su madre cuando lo que de verdad quería era desaparecer del mapa.
-Aún es joven-insistió la modista-Puede casarse. Puede tener hijos.
Brigitte iba camino de convertirse en una solterona amargada. Y ella no era nada de eso.
En su fuero interno, lo sabía. Pero parecía que se había resignado a su suerte.
En cambio, Sarah estaba encantada con su vida. Miraba y volvía a mirar las telas que le enseñó la modista.
-¡No sé por cuál decantarme!-comentó.
Revolvía entre las telas y pedía consejo a su madre. La señora Allen creyó que las telas que le gustaban a su hija eran todas demasiado llamativas, muy impropias de una señorita.
-Tendrías que buscar telas más claras-le aconsejó.
-Mamá, tengo diecinueve años-le recordó Sarah-Y estoy a punto de hacer mi segunda temporada.
-Aún eres muy joven y deberías de seguir vistiendo como hasta ahora. Aunque no me hagas caso.
-Ya no soy una debutante.
-Eso es lo que más me preocupa.
La modista tomó medidas de Sarah. El pecho...La cintura...Lo apuntó en un cuaderno de notas. La señora Allen le contó lo que quería. Vestidos de día... Vestidos de noche...Enaguas...Medias...Calzones...Ropa interior...
Sarah no paraba de parlotear. El año anterior, había conocido a mucha gente. Y toda ella le había parecido interesante. Había asistido a muchos bailes. Y su libreta de baile siempre estaba llena. Escuchándola, Brigitte sintió celos. Imaginaba escenas románticas en un balcón. Escenas que ella nunca viviría.
-Me extraña que este año haya temporada social-comentó-¡Con los problemas que hay en Inglaterra!
-Eso no nos afecta-le recordó Sarah.
-Pasemos con usted-dijo la modista mirando a Brigitte.
La joven se preguntó a qué se refería.
-Tenemos que equiparla bien-dijo la modista-Como hemos hecho con su hermana.
En un primer momento, Brigitte se negó. Le recordó que la que iba a pasar su segunda temporada era Sarah. Pero la señora Allen quiso que su hija mayor también fuera equipada.
-Necesitas ropa nueva-le dijo.
Y le comentó a la modista lo que quería para Brigitte.
-Vestidos de día...-dijo.
Ella no quería formar parte de aquel asunto. Sólo quería permanecer encerrada en su habitación de por vida. Jamás sería tan ingeniosa y aguda como lo era Sarah. ¿Por qué no la dejaban en paz? Quería estar sola.
-Este año, no me vas a dejar sola-le dijo Sarah-¿Verdad que no?
Al final, Brigitte tuvo que ceder. Nunca se había rebelado contra su familia y no iba a empezar a hacerlo ahora. Le dijo a Sarah que la acompañaría a todas partes si ése era su deseo.
-Vosotras dos os casaréis este año-anunció la señora Allen-Quiero que me hagáis abuela pronto.
-¿Y no puedes dejar que siga con mis planes?-exigió Brigitte.
-Tus planes son descabellados, hija mía, y me opongo rotundamente a ellos.
-¿De cintura alta?-inquirió Sarah.
-Así es-contestó la modista-Y de escote bajo. Es lo que se lleva ahora.
-¡Gracias!
-Pero tape un poco-sugirió la señora Allen.
La mujer no estaba de acuerdo con aquella moda de vestir como las damas de la Antigüedad y enseñar carne.
La modista miró a Brigitte.
-¿No piensa comprar ropa nueva?-inquirió.
-¿Para qué?-contestó Brigitte.
-¡Niña!-la regañó su madre.
La modista observó a Brigitte.
La joven era guapa, pero no poseía la espectacular belleza de Sarah. Si quería, podía atraer la atención de cualquier hombre. Su moño no era tan a la moda como lo era el de Sarah. Pero su porte era mucho más elegante que el de su hermana. Llevaba puesto un vestido de color azul a la moda, aunque más recatado.
-Ese vestido hace juego con el color de sus ojos, señorita-observó la modista-Debería de comprar tela azul. Yo le confeccionaría unos vestidos preciosos.
Brigitte no supo qué responder. A decir verdad, la moda le importaba bien poco. Vestía como quería su madre cuando lo que de verdad quería era desaparecer del mapa.
-Aún es joven-insistió la modista-Puede casarse. Puede tener hijos.
Brigitte iba camino de convertirse en una solterona amargada. Y ella no era nada de eso.
En su fuero interno, lo sabía. Pero parecía que se había resignado a su suerte.
En cambio, Sarah estaba encantada con su vida. Miraba y volvía a mirar las telas que le enseñó la modista.
-¡No sé por cuál decantarme!-comentó.
Revolvía entre las telas y pedía consejo a su madre. La señora Allen creyó que las telas que le gustaban a su hija eran todas demasiado llamativas, muy impropias de una señorita.
-Tendrías que buscar telas más claras-le aconsejó.
-Mamá, tengo diecinueve años-le recordó Sarah-Y estoy a punto de hacer mi segunda temporada.
-Aún eres muy joven y deberías de seguir vistiendo como hasta ahora. Aunque no me hagas caso.
-Ya no soy una debutante.
-Eso es lo que más me preocupa.
La modista tomó medidas de Sarah. El pecho...La cintura...Lo apuntó en un cuaderno de notas. La señora Allen le contó lo que quería. Vestidos de día... Vestidos de noche...Enaguas...Medias...Calzones...Ropa interior...
Sarah no paraba de parlotear. El año anterior, había conocido a mucha gente. Y toda ella le había parecido interesante. Había asistido a muchos bailes. Y su libreta de baile siempre estaba llena. Escuchándola, Brigitte sintió celos. Imaginaba escenas románticas en un balcón. Escenas que ella nunca viviría.
-Me extraña que este año haya temporada social-comentó-¡Con los problemas que hay en Inglaterra!
-Eso no nos afecta-le recordó Sarah.
-Pasemos con usted-dijo la modista mirando a Brigitte.
La joven se preguntó a qué se refería.
-Tenemos que equiparla bien-dijo la modista-Como hemos hecho con su hermana.
En un primer momento, Brigitte se negó. Le recordó que la que iba a pasar su segunda temporada era Sarah. Pero la señora Allen quiso que su hija mayor también fuera equipada.
-Necesitas ropa nueva-le dijo.
Y le comentó a la modista lo que quería para Brigitte.
-Vestidos de día...-dijo.
Ella no quería formar parte de aquel asunto. Sólo quería permanecer encerrada en su habitación de por vida. Jamás sería tan ingeniosa y aguda como lo era Sarah. ¿Por qué no la dejaban en paz? Quería estar sola.
-Este año, no me vas a dejar sola-le dijo Sarah-¿Verdad que no?
Al final, Brigitte tuvo que ceder. Nunca se había rebelado contra su familia y no iba a empezar a hacerlo ahora. Le dijo a Sarah que la acompañaría a todas partes si ése era su deseo.
-Vosotras dos os casaréis este año-anunció la señora Allen-Quiero que me hagáis abuela pronto.
-¿Y no puedes dejar que siga con mis planes?-exigió Brigitte.
-Tus planes son descabellados, hija mía, y me opongo rotundamente a ellos.
HISTORIA DE DOS HERMANAS 4
Sarah se despertó temprano aquella mañana. Decidió tomar un largo y prolongado baño. Mientras una criada llenaba la bañera de porcelana portátil, Sarah se desnudó. Se metió en el agua caliente.
Echó sales al agua y, tras frotarse el cuerpo con energía, permaneció en el agua un buen rato.
Salió de la bañera. Su doncella la envolvió en una toalla.
Sarah se secó.
-¿Y mi hermana?-inquirió-No la he visto.
-La señorita Brigitte se levantó temprano-contestó la doncella-Y ha salido a dar un paseo a caballo.
La mujer fue hacia el armario y lo abrió. Sarah se decantó por un vestido de color rojo oscuro.
-Me encanta este vestido-afirmó.
-El color rojo es el color de las pecadoras-comentó la doncella.
Pero Sarah ignoró aquel comentario que le parecía ofensivo. No podía despedir a la doncella porque ésta cumplía con su trabajo y era buena. Pero tenía ganas de pegarle con el vestido por criticarla.
Sarah tenía fama de ser muy coqueta. Sus padres tenían que estar constantemente alejándola de tipos poco recomendables. La doncella de Sarah le estaba cepillando el cabello y se lo recogió en un moño. Le cepilló el pelo con tanta energía que acabó arrancándole unos cuantos mechones.
Sarah se quejó.
-No se mueva-le regañó la doncella.
En el cristal del espejo aparecieron los bellos rasgos de Sarah. Sonrió al pensar en la temporada social. Sarah era plenamente consciente de su belleza y no dudaba en explotarla cuando llegaba el momento.
La doncella seguía cepillándole su enmarañado cabello con energía y Sarah seguía quejándose. Le dijo que iba a quedarse calva. La doncella ocultó los mechones de pelo que le había arrancado sin querer.
-Lo que no debe de hacer es huir de las atenciones del señor Kirkcaldy-le exhortó-Es un buen partido. Mucho mejor de los que va a encontrar en la capital.
-¿Tú también?-se enfadó Sarah.
-Lo que queremos es que haga una buena boda, señorita, y no se quede soltera, como le va a pasar a su pobre hermana.
Sarah pensó que encontraría a alguien mucho mejor que Luke con su gran belleza. Su barbilla estaba ligeramente cuadrada. Lo cual hablaba de su carácter obstinado.
-Espero que le llegue el moño hecho hasta el mediodía-le dijo.
-Eso no va a pasar-auguró Sarah.
Y sonrió.
El cabello de Sarah era tan rebelde que siempre se acababa soltando.
-Espero que hoy haga una excepción, señorita-dijo la doncella-Las damas como usted tienen que llevar moño.
Sarah puso en duda aquella afirmación. Creía que a ella le sentaba mejor el cabello suelto que recogido. Y pensaba soltárselo dentro de un rato para fastidiar a su doncella.
Sarah era mucho más alta que Brigitte, que era más bajita. Comparada con su frágil hermana mayor, Sarah era más fuerte.
Se encontró con Brigitte en el pasillo.
-El señor Kirkcaldy ha venido a verte-le informó.
-¿Cómo?-se indignó Sarah.
-Está hablando en el salón con papá.
Se le escapó un mechón de su apretado moño. Empezó a retorcérselo con gesto nervioso.
-Dile que no estoy-le pidió a Brigitte.
-¡No puedo hacer eso!-protestó la joven.
-Lo harás porque te lo he pedido yo.
Los ojos de color azul cielo de Sarah brillaron de impaciencia y de indignación.
Brigitte admiró el vestido que llevaba puesto su hermana. Pero, una vez más, le pareció demasiado escotado para su gusto.
-Está bien-accedió Brigitte-Ya veré lo que me invento. Sarah, piénsalo bien. Es tu segunda temporada.
-Me casaré en esta temporada-le prometió su hermana-Tengo un pálpito, Brigitte. Voy a encontrar el amor de mi vida en Dublín.
Dicho esto, fue directa a encerrarse en su habitación.
Echó sales al agua y, tras frotarse el cuerpo con energía, permaneció en el agua un buen rato.
Salió de la bañera. Su doncella la envolvió en una toalla.
Sarah se secó.
-¿Y mi hermana?-inquirió-No la he visto.
-La señorita Brigitte se levantó temprano-contestó la doncella-Y ha salido a dar un paseo a caballo.
La mujer fue hacia el armario y lo abrió. Sarah se decantó por un vestido de color rojo oscuro.
-Me encanta este vestido-afirmó.
-El color rojo es el color de las pecadoras-comentó la doncella.
Pero Sarah ignoró aquel comentario que le parecía ofensivo. No podía despedir a la doncella porque ésta cumplía con su trabajo y era buena. Pero tenía ganas de pegarle con el vestido por criticarla.
Sarah tenía fama de ser muy coqueta. Sus padres tenían que estar constantemente alejándola de tipos poco recomendables. La doncella de Sarah le estaba cepillando el cabello y se lo recogió en un moño. Le cepilló el pelo con tanta energía que acabó arrancándole unos cuantos mechones.
Sarah se quejó.
-No se mueva-le regañó la doncella.
En el cristal del espejo aparecieron los bellos rasgos de Sarah. Sonrió al pensar en la temporada social. Sarah era plenamente consciente de su belleza y no dudaba en explotarla cuando llegaba el momento.
La doncella seguía cepillándole su enmarañado cabello con energía y Sarah seguía quejándose. Le dijo que iba a quedarse calva. La doncella ocultó los mechones de pelo que le había arrancado sin querer.
-Lo que no debe de hacer es huir de las atenciones del señor Kirkcaldy-le exhortó-Es un buen partido. Mucho mejor de los que va a encontrar en la capital.
-¿Tú también?-se enfadó Sarah.
-Lo que queremos es que haga una buena boda, señorita, y no se quede soltera, como le va a pasar a su pobre hermana.
Sarah pensó que encontraría a alguien mucho mejor que Luke con su gran belleza. Su barbilla estaba ligeramente cuadrada. Lo cual hablaba de su carácter obstinado.
-Espero que le llegue el moño hecho hasta el mediodía-le dijo.
-Eso no va a pasar-auguró Sarah.
Y sonrió.
El cabello de Sarah era tan rebelde que siempre se acababa soltando.
-Espero que hoy haga una excepción, señorita-dijo la doncella-Las damas como usted tienen que llevar moño.
Sarah puso en duda aquella afirmación. Creía que a ella le sentaba mejor el cabello suelto que recogido. Y pensaba soltárselo dentro de un rato para fastidiar a su doncella.
Sarah era mucho más alta que Brigitte, que era más bajita. Comparada con su frágil hermana mayor, Sarah era más fuerte.
Se encontró con Brigitte en el pasillo.
-El señor Kirkcaldy ha venido a verte-le informó.
-¿Cómo?-se indignó Sarah.
-Está hablando en el salón con papá.
Se le escapó un mechón de su apretado moño. Empezó a retorcérselo con gesto nervioso.
-Dile que no estoy-le pidió a Brigitte.
-¡No puedo hacer eso!-protestó la joven.
-Lo harás porque te lo he pedido yo.
Los ojos de color azul cielo de Sarah brillaron de impaciencia y de indignación.
Brigitte admiró el vestido que llevaba puesto su hermana. Pero, una vez más, le pareció demasiado escotado para su gusto.
-Está bien-accedió Brigitte-Ya veré lo que me invento. Sarah, piénsalo bien. Es tu segunda temporada.
-Me casaré en esta temporada-le prometió su hermana-Tengo un pálpito, Brigitte. Voy a encontrar el amor de mi vida en Dublín.
Dicho esto, fue directa a encerrarse en su habitación.
lunes, 5 de marzo de 2012
HISTORIA DE DOS HERMANAS 3
Sarah pasó gran parte de la tarde siguiente lanzando piedras al río Nore. No quería ver a nadie y prefería estar sola.
Acabó sentada a orillas del río. Oía cómo el agua le susurraba algo que ella no entendía.
-Tu lugar no está aquí-parecía querer decirle el agua-Tu lugar está en otra parte.
Sarah se frotó las sienes.
¿Tan horrible es que quiera casarme por amor?, se preguntó Sarah.
Se sobresaltó al escuchar unos pasos detrás de ella. Se dio la vuelta sin levantarse del suelo. Era Alexandra. Se puso de rodillas a su lado.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Sarah.
-He ido a tu casa-respondió Alexandra-Brigitte me dijo que habías salido. Supuse que habrías venido aquí. Es uno de tus lugares favoritos.
-Necesitaba estar sola.
-¿Puedo saber qué te pasa?
-Tengo la sensación de que estoy perdiendo el control. ¡Mi hermana habla de casarme con Luke Kirkcaldy!
-No es un mal partido.
-¡Pero no le amo! ¿Tan malo es que quiera casarme por amor?
-La gente como nosotras no se casa por amor.
-Lo sé. Pero yo no soy como el resto. Necesito amar al hombre que va a ser mi marido. Y que éste, a su vez, también me ame.
-Ven a dormir a mi casa esta noche. Podremos hablar largo y tendido hasta el amanecer.
Sarah declinó la oferta porque no quería que Alexandra la presionara. Ella también estaba a favor de su eventual boda con Luke.
Cogió una piedrecilla. La arrojó al río. Oyó cómo la piedrecilla caía al agua.
Fogosa y tozuda. ¿Quién la habría descrito así? ¿El maestro de ceremonias de Dublín? ¿Brigitte? ¿Alexandra? El moño que lucía Sarah estaba a punto de soltarse. Tenía el pelo muy rebelde. Una de sus institutrices dijo que su pelo era una muestra de su carácter.
Sarah era coqueta por naturaleza. Le gustaba arreglarse y verse guapa. Pasaba muchas horas delante de su tocador peinándose y arreglándose.
Aquel año, no hubo verano.
-Las cosas se han calmado-comentó Alexandra-Pero sigue habiendo mucha crispación en el ambiente.
Se sabía que había habido disturbios tanto en Inglaterra como en Francia. El frío del invierno había destruido muchas cosechas. Se pasaba hambre.
-No nos libraremos de la hambruna-auguró Alexandra-Se avecinan tiempos difíciles. Para todos.
Se decía que la culpa la tenían las erupciones volcánicas. Hacía muchos días que no se veía el Sol. No hacía calor. Eran las cuatro de la tarde. El cielo estaba completamente oscuro. Parecía que era ya de noche.
-Volvamos a casa-sugirió Alexandra.
Luke me desea porque soy joven y hermosa, pensó Sarah. No está enamorado de mí. Si me toma entre sus brazos, le rechazaré. Porque no puedo estar con alguien a quien no ame.
Se soltó finalmente el cabello y dejó que sus rizos flotaran al viento. Parecía un ser sobrenatural. Se había rizado el cabello aquella mañana con la ayuda de Brigitte.
-Es una pena que estos rizos no sean naturales-se lamentó Sarah.
La naturaleza de Sarah era salvaje e impetuosa. Pero Alexandra veía cómo un aura de tragedia iba rodeándola. Y Sarah no era consciente de eso.
Brigitte estaba escribiendo en su diario. Estaba sentada en el escritorio que estaba junto a la ventana de la habitación que compartía con Sarah. Vio cómo ésta regresaba a casa. No volvía sola. Alexandra la acompañaba. Las dos no hablaban. No volvían como otras veces. Charlando de forma animada. Las preocupaciones de Sarah eran mucho más profundas.
Me preocupas, hermanita, pensó Brigitte.
Acabó sentada a orillas del río. Oía cómo el agua le susurraba algo que ella no entendía.
-Tu lugar no está aquí-parecía querer decirle el agua-Tu lugar está en otra parte.
Sarah se frotó las sienes.
¿Tan horrible es que quiera casarme por amor?, se preguntó Sarah.
Se sobresaltó al escuchar unos pasos detrás de ella. Se dio la vuelta sin levantarse del suelo. Era Alexandra. Se puso de rodillas a su lado.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Sarah.
-He ido a tu casa-respondió Alexandra-Brigitte me dijo que habías salido. Supuse que habrías venido aquí. Es uno de tus lugares favoritos.
-Necesitaba estar sola.
-¿Puedo saber qué te pasa?
-Tengo la sensación de que estoy perdiendo el control. ¡Mi hermana habla de casarme con Luke Kirkcaldy!
-No es un mal partido.
-¡Pero no le amo! ¿Tan malo es que quiera casarme por amor?
-La gente como nosotras no se casa por amor.
-Lo sé. Pero yo no soy como el resto. Necesito amar al hombre que va a ser mi marido. Y que éste, a su vez, también me ame.
-Ven a dormir a mi casa esta noche. Podremos hablar largo y tendido hasta el amanecer.
Sarah declinó la oferta porque no quería que Alexandra la presionara. Ella también estaba a favor de su eventual boda con Luke.
Cogió una piedrecilla. La arrojó al río. Oyó cómo la piedrecilla caía al agua.
Fogosa y tozuda. ¿Quién la habría descrito así? ¿El maestro de ceremonias de Dublín? ¿Brigitte? ¿Alexandra? El moño que lucía Sarah estaba a punto de soltarse. Tenía el pelo muy rebelde. Una de sus institutrices dijo que su pelo era una muestra de su carácter.
Sarah era coqueta por naturaleza. Le gustaba arreglarse y verse guapa. Pasaba muchas horas delante de su tocador peinándose y arreglándose.
Aquel año, no hubo verano.
-Las cosas se han calmado-comentó Alexandra-Pero sigue habiendo mucha crispación en el ambiente.
Se sabía que había habido disturbios tanto en Inglaterra como en Francia. El frío del invierno había destruido muchas cosechas. Se pasaba hambre.
-No nos libraremos de la hambruna-auguró Alexandra-Se avecinan tiempos difíciles. Para todos.
Se decía que la culpa la tenían las erupciones volcánicas. Hacía muchos días que no se veía el Sol. No hacía calor. Eran las cuatro de la tarde. El cielo estaba completamente oscuro. Parecía que era ya de noche.
-Volvamos a casa-sugirió Alexandra.
Luke me desea porque soy joven y hermosa, pensó Sarah. No está enamorado de mí. Si me toma entre sus brazos, le rechazaré. Porque no puedo estar con alguien a quien no ame.
Se soltó finalmente el cabello y dejó que sus rizos flotaran al viento. Parecía un ser sobrenatural. Se había rizado el cabello aquella mañana con la ayuda de Brigitte.
-Es una pena que estos rizos no sean naturales-se lamentó Sarah.
La naturaleza de Sarah era salvaje e impetuosa. Pero Alexandra veía cómo un aura de tragedia iba rodeándola. Y Sarah no era consciente de eso.
Brigitte estaba escribiendo en su diario. Estaba sentada en el escritorio que estaba junto a la ventana de la habitación que compartía con Sarah. Vio cómo ésta regresaba a casa. No volvía sola. Alexandra la acompañaba. Las dos no hablaban. No volvían como otras veces. Charlando de forma animada. Las preocupaciones de Sarah eran mucho más profundas.
Me preocupas, hermanita, pensó Brigitte.
HISTORIA DE DOS HERMANAS 2
Los Allen estaban preocupados por sus hijas.
Daban por sentado que Brigitte nunca se casaría. Pero era Sarah quien les preocupaba. Su alocada hija podía terminar mal. Recibió varias ofertas de matrimonio durante su primera temporada.
Las rechazó todas.
Decía que sólo quería casarse por amor. ¿No se daba cuenta de que iba a seguir los pasos de su hermana? ¿Acaso quería acabar soltera?
¿Quería acabar como Brigitte?
Sarah estaba entusiasmada pensando en su segunda temporada en Dublín. Iría a muchas fiestas. Se divertiría mucho. Y coquetearía también mucho. Brigitte ya no iba a fiestas. No quería quedarse sentada en una silla mirando cómo otros bailaban. Por eso, se negó a acompañar a su hermana y a sus padres a todos los bailes a los que éstos iban invitados. Quería a Sarah y se alegraba de su éxito. Pero no quería sufrir más humillaciones.
Las dos estaban en el jardín. Estaban sentadas en sendas sillas mientras tomaban el fresco. Sarah rompió en mil pedazos la carta que estaba leyendo.
-¡No le soporto!-masculló-¡No le soporto!
-¿A quién no soportas?-preguntó Brigitte.
-A Luke Kirkcaldy.
Entonces, Brigitte supo el porqué su hermana había roto la carta que estaba leyendo. Era una carta de amor que había escrito su vecino.
-¿Por qué no le das una oportunidad?-le sugirió.
-Porque no estoy enamorada de él-contestó Sarah.
-Pero él sí está enamorado de ti.
-Empiezo a pensar que en eso estás equivocada.
-¿Por qué dices eso?
-Sólo quiere tener hijos.
Luke Kirkcaldy era el vecino solterón de los Allen. En los últimos años, se sentía más viejo y cansado. Tenía la edad suficiente para ser el padre de Sarah. Jamás se había interesado en casarse hasta que cayó enfermo. Sífilis, decían las lenguas viperinas. Una neumonía, decía él. Entonces, cuando se recuperó, decidió que ya era hora de sentar la cabeza. Y decidió casarse.
Sarah Allen podía ser la mujer ideal para convertirse en su esposa.
Le gustaba su carácter apasionado. Además, estaba seguro de que podía llegar a domarlo.
Aquella tarde, vestida con un vestido de color rojo oscuro en contraste con el blanco de la silla de jardín, Sarah estaba muy atractiva. Era un vestido nuevo. Se lo había confeccionado la modista de la ciudad.
-¡Jamás me casaré con él!-afirmó Sarah-¡Jamás!
-Es rico-le recordó Brigitte.
-¡Me da igual! ¡Si viene a vernos, no saldré a recibirle! ¡Que haga como que me he muerto!
-Es alto y apuesto. Te trataría con mucha consideración en el lecho. Me parece un buen hombre. Quizás sea demasiado serio para mi gusto. Pero creo que te trataría con respeto. ¿Por qué no le das una oportunidad?
Sarah se puso de pie. Comenzó a pasear se un lado a otro del jardín.
El viento se llevó los trozos de la carta rota.
-No puedo hacer eso-dijo-Iría contra mis principios.
Brigitte la miró con consideración. Sarah debía de entender que el amor no existía.
-Podrías intentarlo-le sugirió Brigitte a su hermana-Antes de que nos vayamos a Dublín.
Sarah se detuvo delante de su hermana.
-No puedo-repitió.
Se metió corriendo dentro de la casa. Tenía muchas cosas en las que pensar.
Conocía de sobra cuál era su papel en la vida. Tenía que casarse. Y tenía que casarse bien. Y tenía que dar a luz a muchos hijos. A ser posible, esos hijos debían de ser varones. Eso era lo que Luke Kirkcaldy quería de ella. Lo que querían de ella los caballeros que le propusieron matrimonio en Dublín. Pero eso no era lo que quería Sarah.
Irlanda no era el fin del mundo. Ella soñaba con viajar. Quería vivir muchas aventuras.
Lo único que los hombres ven en mí es mi belleza, pensó Sarah. Y la desolación se apoderó de ella.
Daban por sentado que Brigitte nunca se casaría. Pero era Sarah quien les preocupaba. Su alocada hija podía terminar mal. Recibió varias ofertas de matrimonio durante su primera temporada.
Las rechazó todas.
Decía que sólo quería casarse por amor. ¿No se daba cuenta de que iba a seguir los pasos de su hermana? ¿Acaso quería acabar soltera?
¿Quería acabar como Brigitte?
Sarah estaba entusiasmada pensando en su segunda temporada en Dublín. Iría a muchas fiestas. Se divertiría mucho. Y coquetearía también mucho. Brigitte ya no iba a fiestas. No quería quedarse sentada en una silla mirando cómo otros bailaban. Por eso, se negó a acompañar a su hermana y a sus padres a todos los bailes a los que éstos iban invitados. Quería a Sarah y se alegraba de su éxito. Pero no quería sufrir más humillaciones.
Las dos estaban en el jardín. Estaban sentadas en sendas sillas mientras tomaban el fresco. Sarah rompió en mil pedazos la carta que estaba leyendo.
-¡No le soporto!-masculló-¡No le soporto!
-¿A quién no soportas?-preguntó Brigitte.
-A Luke Kirkcaldy.
Entonces, Brigitte supo el porqué su hermana había roto la carta que estaba leyendo. Era una carta de amor que había escrito su vecino.
-¿Por qué no le das una oportunidad?-le sugirió.
-Porque no estoy enamorada de él-contestó Sarah.
-Pero él sí está enamorado de ti.
-Empiezo a pensar que en eso estás equivocada.
-¿Por qué dices eso?
-Sólo quiere tener hijos.
Luke Kirkcaldy era el vecino solterón de los Allen. En los últimos años, se sentía más viejo y cansado. Tenía la edad suficiente para ser el padre de Sarah. Jamás se había interesado en casarse hasta que cayó enfermo. Sífilis, decían las lenguas viperinas. Una neumonía, decía él. Entonces, cuando se recuperó, decidió que ya era hora de sentar la cabeza. Y decidió casarse.
Sarah Allen podía ser la mujer ideal para convertirse en su esposa.
Le gustaba su carácter apasionado. Además, estaba seguro de que podía llegar a domarlo.
Aquella tarde, vestida con un vestido de color rojo oscuro en contraste con el blanco de la silla de jardín, Sarah estaba muy atractiva. Era un vestido nuevo. Se lo había confeccionado la modista de la ciudad.
-¡Jamás me casaré con él!-afirmó Sarah-¡Jamás!
-Es rico-le recordó Brigitte.
-¡Me da igual! ¡Si viene a vernos, no saldré a recibirle! ¡Que haga como que me he muerto!
-Es alto y apuesto. Te trataría con mucha consideración en el lecho. Me parece un buen hombre. Quizás sea demasiado serio para mi gusto. Pero creo que te trataría con respeto. ¿Por qué no le das una oportunidad?
Sarah se puso de pie. Comenzó a pasear se un lado a otro del jardín.
El viento se llevó los trozos de la carta rota.
-No puedo hacer eso-dijo-Iría contra mis principios.
Brigitte la miró con consideración. Sarah debía de entender que el amor no existía.
-Podrías intentarlo-le sugirió Brigitte a su hermana-Antes de que nos vayamos a Dublín.
Sarah se detuvo delante de su hermana.
-No puedo-repitió.
Se metió corriendo dentro de la casa. Tenía muchas cosas en las que pensar.
Conocía de sobra cuál era su papel en la vida. Tenía que casarse. Y tenía que casarse bien. Y tenía que dar a luz a muchos hijos. A ser posible, esos hijos debían de ser varones. Eso era lo que Luke Kirkcaldy quería de ella. Lo que querían de ella los caballeros que le propusieron matrimonio en Dublín. Pero eso no era lo que quería Sarah.
Irlanda no era el fin del mundo. Ella soñaba con viajar. Quería vivir muchas aventuras.
Lo único que los hombres ven en mí es mi belleza, pensó Sarah. Y la desolación se apoderó de ella.
HISTORIA DE DOS HERMANAS
Voy a colgar el inicio de una historia muy corta que terminé hace algún tiempo. Guarda relación con "CON EL CORAZÓN ROTO", ya que es la historia de Sarah y Brigitte Allen, madre y tía respectivamente de Olivia O' Hara.
Eso no significa que haya terminado con la historia de Olivia. Nuestra heroína tiene que darnos muchas sorpresas que iréis viendo poco a poco.
Espero que os guste. Y os animo a que la comentéis.
KILKENNY, PROVINCIA DE LEISTER, IRLANDA, 1816
Sarah Allen era la menor de las hermanas Allen. Tenía diecinueve años. Y se había convertido en una belleza. En breve, empezaría su segunda temporada en Dublín. Y, a decir verdad, estaba muy nerviosa.
Sentada en su cama, su hermana mayor, Brigitte, observaba cómo Sarah se cepillaba su cabello. Sarah tenía un pelo de un precioso color caoba brillante, largo y espeso. Brigitte acababa de cumplir veintidos años. Iba camino de convertirse en una solterona. Sarah hablaba de rizarse el pelo. Comparada con su hermana menor, Brigitte no era ninguna belleza. Tenía el pelo de color rubio muy claro que palidecía en comparación con Sarah.
-¿No te hace ilusión ir a Dublín?-le preguntó su hermana.
Se giró en la silla para mirarla. Dejó de peinarse, pero no soltó el cepillo.
-Si voy a Dublín será para buscar trabajo-respondió Brigitte-No quiero depender de papá.
Sarah se echó a reír porque le hacía gracia el comentario que había hecho su hermana.
A Sarah le llovían los pretendientes. Éstos se acercaban a ella atraídos por sus ojos, ligeramente almendrados en su forma y de un hermoso y llamativo color azul cielo. Los ojos de Sarah fueron bautizados, cuando fue presentada en sociedad en Dublín, como los ojos más bellos de toda Irlanda. Desde entonces, ostentaba con orgullo aquel título.
Sarah era una buena chica, pero tenía el defecto de ser terriblemente caprichosa. También era una joven fuerte y decidida. Tanto ella como Brigitte se parecían en algunos aspectos. Las dos poseían unas facciones delicadas y adorables. Sin embargo, Sarah se negaba a parecerse a su hermana.
-¿Y por qué quieres trabajar?-quiso saber.
Los ojos de Sarah brillaron como una joya al pensar en lo que le esperaba en Dublín.
-Jamás me casaré-contestó Brigitte.
No había amargura en el tono de su voz, sino la sensación de que aquél era su sino. Estaba pensando en buscar trabajo como dama de compañía. Lo último que quería era depender de su padre de forma económica.
Sarah se sentó junto a ella en la cama.
-No hables así-le exhortó-Piensa que hay un hombre ahí fuera que te estará esperando.
-A mí nadie me ha besado todavía-le recordó Brigitte-No como a ti.
-Pero eso no significa nada.
Era imposible parecerse a Sarah porque sólo había una en este mundo.
-Venga, salgamos a dar un paseo-la invitó su hermana-Es deprimente estar aquí todo el día encerrada.
-No me apetece mucho salir-replicó Brigitte.
-El aire de la calle te hará bien. ¡Vamos!
Sarah obligó a su hermana a ponerse de pie. Tras coger sus parasoles y ponerse sus sombreros, salieron a la calle. No pensaban estar mucho rato fuera.
Las cejas de Sarah eran finas y graciosas. Al salir a la calle, la mirada de un mendigo se posó en ella. ¡Era tan hermosa!
-¿Adónde vamos?-le preguntó Brigitte.
-A cualquier parte-respondió Sarah-Disfrutemos del pueblo por última vez. Nos habremos ido en unos días. No sé si volveremos.
-Yo sí volveré.
Sarah negó con la cabeza. Con un poco de suerte, Brigitte también encontraba el amor en Dublín. Era cuestión de intentarlo.
La mirada de Sarah era vivaz y alegre, muy propia de aquellos que sienten una gran pasión por la vida. Su nariz era respingona y su boca carnosa siempre tenía dibujada una sonrisa perenne. Estaba segura de que su segunda temporada en la capital iba a ser igual que la primera. Es decir, un éxito.
Sarah vestía de manera escotada en muchas ocasiones, lo que le permitía mostrar parte de sus perfectos y firmes pechos. En cambio, Brigitte vestía de una manera más recatada.
-Deberías de enseñar un poco más de carne-le aconsejó Sarah.
Otras veces, Sarah se ponía pantalones, que resaltaban sus piernas, esbeltas y bien torneadas.
-A mí no me mira nadie-se lamentó Brigitte.
-Sólo me interesa que no me mire Luke Kirkcaldy-afirmó Sarah-¿Te puedes creer lo que hizo el otro día? Intentó besarme cuando le enseñé el rosal que había plantado mamá. Por suerte, le esquivé.
-Luke Kirkcaldy es nuestro vecino. Y siempre ha estado enamorado de ti.
-Pues ya puede ir desengañándose porque nunca me casaré con él.
Sarah poseía una cintura muy breve y unas caderas bien redondeadas. Su cuerpo estaba bien proporcionado en todos los aspectos y era esbelta.
-¿Por qué no te casas con él?-sugirió Sarah.
-Jamás me he fijado en Luke Kirkcaldy-le recordó Brigitte-Y él tampoco se ha fijado nunca en mí. Sólo tiene ojos para mí.
-Pues debería de arrancárselos. Así no me miraría tanto.
A pesar de que eran hermanas, Brigitte y Sarah eran muy diferentes no sólo físicamente. También en el carácter. Mientras Sarah era más impulsiva, Brigitte era más sensata.
Sarah era una romántica empedernida. Soñaba con casarse por amor.
-Nadie se casa por amor-le dijo Brigitte-La gente sólo se casa por interés.
Brigitte era más práctica. En realidad, era mucho más realista que su hermana.
-Mira a nuestros padres-le aconsejó a Sarah.
-Ellos se quieren-replicó la joven.
Pero las dos sabían que sus padres se habían casado sin amarse. Fue un matrimonio que pactaron sus abuelos. El cariño llegó con el paso de los años. Pero no llegó el amor.
Las dos se dirigían al río Nore, donde pasaban muchas tardes.
-Espero que no te tires al agua vestida-le pidió Brigitte a su hermana-Mamá se enfada contigo cada vez que haces eso. Y te castiga.
Sarah se encogió de hombros. Desde que era pequeña, siempre había hecho lo que le venía en gana. Y no pensaba cambiar por nada del mundo. Mistress Allen temía por su hija menor. Sarah podía cometer una locura cualquier día. Haría algo de lo que se arrepentiría más tarde. Cuando ya no habría solución. Sarah podía ser obstinada y eso le impedía ver más razón que la suya.
Y eso podía ser algo malo.
-No me importa-afirmó Sarah-Por eso, sigo haciéndolo.
Sarah no quería comportarse como una señorita. No quería sentarse en un rincón, como hacía Brigitte.
Las dos vivían en una gran casa cuya construcción databa de la época de las Cruzadas.
De la misma época databa el edificio donde vivía la mejor amiga de Sarah, Alexandra. Su carácter era muy parecido al de Brigitte porque era más calmada. Pero Sarah la quería como a una hermana. Le contaba cosas que no se atrevía a contarle a Brigitte.
Presidía la ciudad el castillo, con su torre cilíndrica. Cuando eran pequeñas, Sarah y Alexandra iban allí a jugar. Todavía lo visitaban.
Sus padres querían casar a sus hijas en la catedral de Saint Canice.
-A esta ciudad se la conoce como "La ciudad de mármol"-comentó Sarah-Es como vivir en un cuento de hadas. Hay muchos edificios aquí que son de la época de Robin Hood.
-¿Te gusta Robin Hood?-se extrañó Brigitte-Es inglés.
Saludaron a un amigo de su padre que volvía a su casa en carruaje. Éste vivía cerca de la "Cantera Negra", situada a una milla de la ciudad.
Sarah se encogió de hombros.
-Eso no importa-afirmó-Es un héroe. Yo quiero un hombre así en mi vida. Un hombre fuerte que me protega. Un hombre duro...Viril...Sólo amaría a alguien así.
Eso no significa que haya terminado con la historia de Olivia. Nuestra heroína tiene que darnos muchas sorpresas que iréis viendo poco a poco.
Espero que os guste. Y os animo a que la comentéis.
KILKENNY, PROVINCIA DE LEISTER, IRLANDA, 1816
Sarah Allen era la menor de las hermanas Allen. Tenía diecinueve años. Y se había convertido en una belleza. En breve, empezaría su segunda temporada en Dublín. Y, a decir verdad, estaba muy nerviosa.
Sentada en su cama, su hermana mayor, Brigitte, observaba cómo Sarah se cepillaba su cabello. Sarah tenía un pelo de un precioso color caoba brillante, largo y espeso. Brigitte acababa de cumplir veintidos años. Iba camino de convertirse en una solterona. Sarah hablaba de rizarse el pelo. Comparada con su hermana menor, Brigitte no era ninguna belleza. Tenía el pelo de color rubio muy claro que palidecía en comparación con Sarah.
-¿No te hace ilusión ir a Dublín?-le preguntó su hermana.
Se giró en la silla para mirarla. Dejó de peinarse, pero no soltó el cepillo.
-Si voy a Dublín será para buscar trabajo-respondió Brigitte-No quiero depender de papá.
Sarah se echó a reír porque le hacía gracia el comentario que había hecho su hermana.
A Sarah le llovían los pretendientes. Éstos se acercaban a ella atraídos por sus ojos, ligeramente almendrados en su forma y de un hermoso y llamativo color azul cielo. Los ojos de Sarah fueron bautizados, cuando fue presentada en sociedad en Dublín, como los ojos más bellos de toda Irlanda. Desde entonces, ostentaba con orgullo aquel título.
Sarah era una buena chica, pero tenía el defecto de ser terriblemente caprichosa. También era una joven fuerte y decidida. Tanto ella como Brigitte se parecían en algunos aspectos. Las dos poseían unas facciones delicadas y adorables. Sin embargo, Sarah se negaba a parecerse a su hermana.
-¿Y por qué quieres trabajar?-quiso saber.
Los ojos de Sarah brillaron como una joya al pensar en lo que le esperaba en Dublín.
-Jamás me casaré-contestó Brigitte.
No había amargura en el tono de su voz, sino la sensación de que aquél era su sino. Estaba pensando en buscar trabajo como dama de compañía. Lo último que quería era depender de su padre de forma económica.
Sarah se sentó junto a ella en la cama.
-No hables así-le exhortó-Piensa que hay un hombre ahí fuera que te estará esperando.
-A mí nadie me ha besado todavía-le recordó Brigitte-No como a ti.
-Pero eso no significa nada.
Era imposible parecerse a Sarah porque sólo había una en este mundo.
-Venga, salgamos a dar un paseo-la invitó su hermana-Es deprimente estar aquí todo el día encerrada.
-No me apetece mucho salir-replicó Brigitte.
-El aire de la calle te hará bien. ¡Vamos!
Sarah obligó a su hermana a ponerse de pie. Tras coger sus parasoles y ponerse sus sombreros, salieron a la calle. No pensaban estar mucho rato fuera.
Las cejas de Sarah eran finas y graciosas. Al salir a la calle, la mirada de un mendigo se posó en ella. ¡Era tan hermosa!
-¿Adónde vamos?-le preguntó Brigitte.
-A cualquier parte-respondió Sarah-Disfrutemos del pueblo por última vez. Nos habremos ido en unos días. No sé si volveremos.
-Yo sí volveré.
Sarah negó con la cabeza. Con un poco de suerte, Brigitte también encontraba el amor en Dublín. Era cuestión de intentarlo.
La mirada de Sarah era vivaz y alegre, muy propia de aquellos que sienten una gran pasión por la vida. Su nariz era respingona y su boca carnosa siempre tenía dibujada una sonrisa perenne. Estaba segura de que su segunda temporada en la capital iba a ser igual que la primera. Es decir, un éxito.
Sarah vestía de manera escotada en muchas ocasiones, lo que le permitía mostrar parte de sus perfectos y firmes pechos. En cambio, Brigitte vestía de una manera más recatada.
-Deberías de enseñar un poco más de carne-le aconsejó Sarah.
Otras veces, Sarah se ponía pantalones, que resaltaban sus piernas, esbeltas y bien torneadas.
-A mí no me mira nadie-se lamentó Brigitte.
-Sólo me interesa que no me mire Luke Kirkcaldy-afirmó Sarah-¿Te puedes creer lo que hizo el otro día? Intentó besarme cuando le enseñé el rosal que había plantado mamá. Por suerte, le esquivé.
-Luke Kirkcaldy es nuestro vecino. Y siempre ha estado enamorado de ti.
-Pues ya puede ir desengañándose porque nunca me casaré con él.
Sarah poseía una cintura muy breve y unas caderas bien redondeadas. Su cuerpo estaba bien proporcionado en todos los aspectos y era esbelta.
-¿Por qué no te casas con él?-sugirió Sarah.
-Jamás me he fijado en Luke Kirkcaldy-le recordó Brigitte-Y él tampoco se ha fijado nunca en mí. Sólo tiene ojos para mí.
-Pues debería de arrancárselos. Así no me miraría tanto.
A pesar de que eran hermanas, Brigitte y Sarah eran muy diferentes no sólo físicamente. También en el carácter. Mientras Sarah era más impulsiva, Brigitte era más sensata.
Sarah era una romántica empedernida. Soñaba con casarse por amor.
-Nadie se casa por amor-le dijo Brigitte-La gente sólo se casa por interés.
Brigitte era más práctica. En realidad, era mucho más realista que su hermana.
-Mira a nuestros padres-le aconsejó a Sarah.
-Ellos se quieren-replicó la joven.
Pero las dos sabían que sus padres se habían casado sin amarse. Fue un matrimonio que pactaron sus abuelos. El cariño llegó con el paso de los años. Pero no llegó el amor.
Las dos se dirigían al río Nore, donde pasaban muchas tardes.
-Espero que no te tires al agua vestida-le pidió Brigitte a su hermana-Mamá se enfada contigo cada vez que haces eso. Y te castiga.
Sarah se encogió de hombros. Desde que era pequeña, siempre había hecho lo que le venía en gana. Y no pensaba cambiar por nada del mundo. Mistress Allen temía por su hija menor. Sarah podía cometer una locura cualquier día. Haría algo de lo que se arrepentiría más tarde. Cuando ya no habría solución. Sarah podía ser obstinada y eso le impedía ver más razón que la suya.
Y eso podía ser algo malo.
-No me importa-afirmó Sarah-Por eso, sigo haciéndolo.
Sarah no quería comportarse como una señorita. No quería sentarse en un rincón, como hacía Brigitte.
Las dos vivían en una gran casa cuya construcción databa de la época de las Cruzadas.
De la misma época databa el edificio donde vivía la mejor amiga de Sarah, Alexandra. Su carácter era muy parecido al de Brigitte porque era más calmada. Pero Sarah la quería como a una hermana. Le contaba cosas que no se atrevía a contarle a Brigitte.
Presidía la ciudad el castillo, con su torre cilíndrica. Cuando eran pequeñas, Sarah y Alexandra iban allí a jugar. Todavía lo visitaban.
Sus padres querían casar a sus hijas en la catedral de Saint Canice.
-A esta ciudad se la conoce como "La ciudad de mármol"-comentó Sarah-Es como vivir en un cuento de hadas. Hay muchos edificios aquí que son de la época de Robin Hood.
-¿Te gusta Robin Hood?-se extrañó Brigitte-Es inglés.
Saludaron a un amigo de su padre que volvía a su casa en carruaje. Éste vivía cerca de la "Cantera Negra", situada a una milla de la ciudad.
Sarah se encogió de hombros.
-Eso no importa-afirmó-Es un héroe. Yo quiero un hombre así en mi vida. Un hombre fuerte que me protega. Un hombre duro...Viril...Sólo amaría a alguien así.
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