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jueves, 3 de octubre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos. 
Lo prometido es deuda. Aquí tenéis la segunda parte del epílogo de De la amistad al amor. 

                            El señor Birmingham fue el encargado de llevar a Hester al Altar. 
-¿Estás nerviosa?-le preguntó el hombre. 
                            Hester asintió con vehemencia. Buscó a Meg con la mirada. La encontró sentada en el primer banco. Los ojos de la joven estaban llenos de lágrimas. 
                            Recordó la conversación que habían tenido dos días antes. Dieron un paseo por la Costa Norte de la isla. 
-Al final, Hunter no va a poder venir-le contó a Meg. 
-Me duele saberlo-admitió la joven-Pero tengo que superarlo. 
                       Meg se había sentido extraña al regresar a Bois Blanc. 
                       Pasó por la Escuela, que estaba abierta. Le asaltaron recuerdos de cuando ella y Hester estudiaban allí. Entonces, eran dos niñas. Y tenían sus sueños. 
-Me habría gustado otro final para ti-se sinceró Hester. 
-Mi final no sé cuándo será-dijo Meg-Apenas estoy empezando. He pasado toda mi vida enamorada de Hunter. No quería admitir que él no me amaba. 
-Me da mucha pena que no seas feliz, hermana. Siempre pensé que acabarías casada con Hunter. 
-Eso ya no importa. 
                      Meg había ido a comprar por la mañana a la tienda que se había abierto en la isla. La tendera la había mirado casi con lástima. 

foto de la costa norte de la isla de Bois Blanc

                       Hester regresó a la realidad cuando Marcus le cogió la mano. La chica alzó la vista y Marcus le besó la mano. 
-¡Estás preciosa!-exclamó. 
-Tú tampoco estás nada mal-sonrió Hester. 
                      Sus ojos se llenaron de lágrimas. 
                      La ceremonia transcurrió como en un sueño para los dos. La señora Lewis estuvo llorando durante el tiempo que duró la ceremonia. Hester y Marcus se juraron amor eterno ante los ojos de Dios. Ante los ojos de los hombres...Prometieron amarse siempre. 
-Te amo, Marcus-dijo Hester. 
-Yo también te amo-corroboró Marcus-Juró que siempre te seré fiel. 
-Toda la vida...
                       Los invitados a la boda eran todos los vecinos de la isla. Les conocían desde que eran apenas unos bebés. 
                        Finalmente, Hester y Marcus se fundieron en un cálido beso. Meg estalló en sollozos. 

                     El banquete de bodas se celebró en la casa de los Lewis. Se sirvió de entremés crabcake. 
                     Meg se sentó al lado de los novios. Pensó que Hester estaba guapísima. Y vio cómo Marcus miraba con adoración a su hermana. 
-Me alegro muchísimo por ti-le dijo Meg a Hester-De verdad...Soy muy feliz. Y es por un motivo. Porque veo que tú eres feliz. Y eso es lo que de verdad importa. 
-Gracias, hermana-le sonrió la chica. 
                     Meg dio cuenta de aquel trozo de carne de cangrejo picada y con forma de pastel. 
                    Escuchó las conversaciones que tenían los invitados. No sabía si estaban hablando de ella. Si estaban hablando de Hunter. 
-Mi querida niña...-le llamó la atención la señora Lewis-¿Por qué estás triste?
-Yo no estoy triste, señora-dijo Meg. 
                    Se dijo así misma que no estaba mintiendo. Pero sentía muchos sentimientos contradictorios en su interior. Sentía dicha, por un lado, al ver que su hermana Hester era feliz, por fin, al lado de Marcus. Pero, por el otro lado, sentía pena. Pena por su amor no correspondido hacia Hunter...
                    De pronto, el señor Birmingham golpeó suavemente su copa de vino. Quería llamar la atención de los invitados. 
-¡Atención todos!-exlamó-Me gustaría proponer un brindis. Por mi hija Hester Birmingham y por su marido, Marcus Lewis. Por la bonita pareja que hacen. 
-¿Es necesario?-se ruborizó Hester. 
-¡Por supuesto que es necesario, niña! Vuestro matrimonio tiene que empezar con buen pie. Un brindis...Un brindis es lo mejor. 
-Que así sea-dictaminó Marcus. 
                       Alzaron todos sus copas de vino. 
-¡Salud!-exclamó el señor Birmingham-Va por ti, hija. 
-¡Salud!-exclamaron los invitados. 
-Gracias...-susurró Hester. 


                    Las copas chocaron. 
                    Meg chocó su copa de vino con los demás invitados. 
                    Bebieron del contenido de sus copas. 
                    Marcus y Hester se volvieron a besar. Fue un beso más largo que el que se habían dado en la Iglesia. Un beso lleno de amor...

                   Marcus y Hester dieron un paseo durante el baile. 
-Agradezco el poder salir de casa-le comentó la muchacha a su recién estrenado esposo-Me agobiaba allí dentro. 
                       Los pasos de ambos les llevaron hasta el pantano. Se quedaron de pie, a escasos metros de la orilla. 
-Hoy ha sido el día más feliz de mi vida-le confesó Marcus a Hester-Sólo quiero que esta dicha dure eternamente. 
-Y así va a ser-le prometió Hester. 
-Quiero que pasemos el resto de nuestra vida juntos. Tú y yo...
-Envejeceremos juntos. Nadie nos separará. 
                     Se cogieron de las manos. 
-Nunca...-afirmó Marcus. 
                     Hacía una noche preciosa, con la Luna en cuarto creciente a punto de convertirse en Luna llena. 
-Vamos-le sugirió Marcus a Hester-Hagamos algo distinto. Bañémonos desnudos. 
-¿En el pantano?-se rió Hester. 
                      Marcus no lo dudó. Se despojó de su traje de novio y se metió en el agua. Hester se acercó a la orilla. Marcus, completamente desnudo, fue hacia donde estaba ella y le fue quitando con sus manos mojadas el vestido de novia. Una vez que Hester estuvo desnuda, la ayudó a meterse en el agua. 
                    Estuvieron nadando durante un rato. Chapoteando. Disfrutando de la soledad que les rodeaba. Los cuerpos desnudos de ambos se rozaban en el agua. Hasta que terminaron abrazados. Se besaron apasionadamente. Marcus acarició a Hester con las manos y con los labios. La muchacha no dejaba de acariciarle con las manos. 
-Te deseo-le susurró Marcus a su recién estrenada esposa. 
                  La excitación del joven se apretó contra los muslos de Hester. Volvieron a besarse con pasión. Marcus estrechó a Hester entre sus brazos. Notó cómo la respiración de Hester era cada vez más entrecortada. Cómo su propia excitación iba en aumento. 
                    La lengua de Marcus saboreó el esbelto cuello de Hester. Chupó los pezones de la muchacha. Sus labios llenaron de besos los pechos de Hester. Ella recorrió la espalda de Marcus. 
-Date prisa-le susurró al oído. 
-¿Ya?-inquirió Marcus. 
-Ya...
                      Marcus invadió el cuerpo de Hester con su masculinidad. La abrazó con fuerza. Hester se arqueó para recibirlo. Los movimientos de Marcus empezaron siendo suaves. Pero no tardaron en ser más rápidos. Se besaron con fuerza y con pasión. El mundo dejó de existir. Sólo estaban ellos dos. Y así sería siempre. 

FIN





martes, 1 de octubre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí tenéis la primera parte del epílogo de mi relato De la amistad al amor.
Me parecía que era demasiado largo y he querido acortar un poco.
A lo largo de esta semana, subiré la segunda parte del epílogo.  
La amistad que había entre Marcus y Hester ha dado paso a una bonita historia de amor.

                             En los días siguientes, se vio a Marcus con Hester. Iban juntos a todas partes. Paseaban por la isla cogidos de la mano.
-Se van a casar-se decían los vecinos los unos a los otros.
                           Marcus y Hester permanecían ajenos a los comentarios que se hacían sobre ellos.
-¿Y dónde están los hermanos?-se preguntaban en voz alta los vecinos.
                           La pareja era feliz. El compromiso había sido anunciado de manera oficial. La madre de Marcus no había parado de llorar de alegría desde que se enteró de que su hijo menor se iba a casar con la hija menor de los Birmingham. Pensaba en Hunter. ¡Aquel loco debió de haberse casado con Meg Birmingham hacía mucho tiempo! Así se lo decía a Marcus mientras tejía una manta en el salón para su cama.
-Hunter está bien, madre-le aseguraba el joven.
                          La señora Lewis no lo veía del mismo modo.
-Está tan loco como lo estaba vuestro pobre padre, que en paz descanse-afirmaba-Nunca debió de haber ido a la guerra. Y Hunter tampoco debió de haber ido a la guerra.
-Hunter volverá a casa-le aseguraba Marcus.
-No lo creo.
                        En aquellos días, los vecinos juraron lo mismo.
                         Habían visto a Marcus y a Hester juntos. Se les veía en el bosque. Incluso, se decía que se les había visto besándose hasta en cinco ocasiones diferentes en los días siguientes.

                       Los encuentros entre la pareja eran cada vez más frecuentes. Seguían disfrutando de sus charlas.
                       Querían pensar que seguían siendo buenos amigos.
                       Recordaban tiempos pasados.
                       Paseaban juntos por el bosque de tilo que hay en la isla. Intercambiaban confidencias. Se reían juntos. Hablaban. Soñaban con el futuro que les esperaba.
                       E intercambiaban muchos besos. No pasó nada en aquellos días. Marcus había decidido no volver a acostarse con Hester hasta su noche de bodas.

                         Hester y Marcus hablaron de la boda una tarde que dieron un paseo alrededor del pantano de Marsh. La idea de que se iban a casar seguía pareciéndoles descabellada. ¡Si habían sido íntimos amigos hasta no hacía mucho!
                        Hester sonrió abiertamente. De pronto, se puso seria.
-¿Le vas a escribir a Hunter para que venga a la boda?-le preguntó a Marcus.
-Es mi hermano-respondió el joven-Se supone que tiene que estar aquí.



                          Hester se puso triste. Pensó en Meg.
-Le he escrito una carta-le contó a Marcus-Aún no me ha contestado. Le he contado lo ocurrido y que nos vamos a casar.
                        A lo mejor, pensó Hester, Meg iría a la boda. Pero ya estaba descartado que Hunter no iría. Estaba en Suiza. No le daría tiempo a ir. La fecha de la boda ya estaba fijada. Se detuvieron a orillas del pantano. Marcus retiró el velo que cubría el rostro de Hester para protegerla de los mosquitos del pantano.
-Es como una especie de ensayo para cuando nos casemos-bromeó el muchacho.
                         Hester sonrió.
                        Tomaron asiento en el suelo. Cerca de ellos, un urogallo estaba haciendo su nido.
-¡Ojala llegue pronto el día de nuestra boda!-suspiró Hester.
                         Marcus le acarició el rostro con la mano.
                        No veía el momento de convertir a Hester en su esposa.
-Te amo-le susurró.
-Yo también te amo-le corroboró Hester.
                        La ausencia de sus hermanos pesaba mucho. Pero les quedaba el consuelo de saber que estaban juntos.
                         Se fundieron en un beso apasionado. La boca de Hester se abrió para facilitar el acceso a la lengua de Marcus. Los dos pusieron todo su corazón en aquel beso que estaba cargado de todo el amor que se profesaban.

                      Meg regresó a Bois Blanc pocos días antes de la boda de Hester y Marcus. En el porche de la casa de los Birmingham, Meg abrazó a sus padres y a su hermana. Los había echado mucho de menos.
-¡Meg!-exclamó Hester.
-¡Mi querida hermanita!-se emocionó Meg-Déjame mirarte. ¡Qué guapa estás!
-Ya no soy una niña.
-Hester...Eso ya lo veo.
-He cambiado mucho. Ahora, soy toda una mujer.
-¿Sabías que tu hermana se nos casa?-le informó a Meg su padre.
-¡Hermana!-trinó Hester. Se la veía muy feliz-¡Me voy a casar con Marcus!
                    Un sombrero oscuro cuyo lazo llevaba anudado debajo de la barbilla ocultaba el cabello rojo de Meg. La joven sintió mucha alegría al saber que su hermana iba a casarse. Pero no pudo evitar que la desazón se apoderara de ella. Pensó en Hunter. No sabía nada de él desde que le vio partir aquella terrible mañana. A lo mejor, vuelve, pensó Meg.
                     A Hester le costó trabajo reconocer a su hermana. La Meg valiente...La Meg inteligente...La Meg divertida...Aquella mujer apagada que tenía delante de ella no podía ser su admirada hermana mayor. Hester cogió las manos de su hermana al tiempo que entraban dentro de casa.
-Ahora, descansarás-le dijo la señora Birmingham a Meg-Debes de estar agotada.
                    Meg asintió. Todos se dirigieron al salón. Tomaron asiento. Meg empezó a hablar de su viaje. De lo bien que se lo había pasado en casa de sus tíos. Había vuelto a ir a bailes. Hester la escuchaba con admiración. Meg se expresaba con gestos animados. Parecía que volvía a ser la Meg de antaño. Sus padres también lo pensaron. Sin embargo, Hester no se dejó engañar.



                          El corazón de Meg seguía llorando por Hunter.
                          Un rato después, la joven subió a su habitación a guardar su ropa. Hester la acompañó. Cerró la puerta al tiempo que Meg abría las maletas.
-¿Sabes algo de Hunter?-la interrogó su hermana.
                       Sacó un vestido de la maleta.
-Está en Suiza-respondió Hester-Me lo ha contado Marcus.
-Entonces, no va a venir a tiempo para la boda. Es imposible. No le voy a ver.
-Marcus le ha escrito. El correo va muy lento, Meggie. Tienes que ser paciente.
                       Meg sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas. Sacó una falda de la maleta y la colgó en un perchero antes de meterla dentro del armario.

lunes, 30 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Después de haber sido una vez más puteada (con perdón) por blogger, me he visto en la obligación de reescribir el final de mi relato De la amistad al amor. 
Blogger me ha borrado el trozo final.
Podéis leer lo que ese nuevo trozo en este link:

http://unblogdepoca.blogspot.com.es/2013/09/de-la-amistad-al-amor_23.html

Y podéis empezar a leer esta bonita historia de amor en este otro link:

http://unblogdepoca.blogspot.com.es/2013/09/de-la-amistad-al-amor.html

Vamos a ver lo que pasa entre Marcus y Hester:

                           Al día siguiente, Marcus y Hester estaban sentados en el sofá de la casa de los Birmingham.
-¿Sois conscientes de lo que habéis hecho?-les increpó el señor Birmingham a los dos.
                         Su mujer no paraba de llorar. Su hija mayor se había marchado y parecía no querer saber nada de los hombres. Y, ahora, su hija menor echaba por tierra todas sus posibilidades de hacer un buen matrimonio.
-Supongo que pensarás cumplir como hombre-retó el señor Birmingham a Marcus-Me imagino que harás lo que es debido.
                       Hester sintió cómo un sudor frío recorría su cara.
-Haré lo que es debido, señor Birmingham-afirmó Marcus.
-Eso espero-suspiró la señora Birmingham.
-No lo hagas-le pidió Hester a Marcus.
-Tengo que decir una cosa. Déjame hablar.
                      Hester se puso tensa. Aquella mañana, se había lavado y se había puesto un vestido limpio. La criada que entró a hacer su cama vio la mancha de sangre en el colchón. No dijo nada. Hester lo agradeció.
-No digas nada de lo que te puedas arrepentir-insistió la chica-Nos conocemos desde hace muchos años. Lo que pasó anoche fue un terrible error. No debió de haber pasado. Tú tienes tu vida. Y no quiero estropeártela.



                    ¿Cómo podía estar hablándole en serio Hester después de la maravillosa noche que habían vivido?, se preguntó Marcus desolado.
-¡Hester!-se escandalizó la señora Birmingham.
                  Marcus decidió que había llegado el momento de hablar.
-No me pidas que renuncie a ti, Hester-le dijo a la chica-Porque no sería capaz de renunciar a ti por nada del mundo. Lo que pasó anoche fue lo más hermoso que jamás me ha pasado.
                  Hester le miró atónita. Marcus no podía estar hablando en serio, pensó. El señor Birmingham carraspeó. Aún le dolía recordar la imagen de su hija menor en la cama con aquel joven. Alguien a quien el señor Birmingham conocía desde que iba en pañales. Aún así, dejó hablar a Marcus. Parecía tener algo muy importante que decir. Su mujer le miró con gesto dolorido. Casi no podía creerse lo ocurrido la noche antes. Le parecía que estaba viviendo una pesadilla.
-No me arrepiento de nada de lo que pasó anoche-se sinceró Marcus.
-¿Qué estás diciendo?-se escandalizó la señora Birmingham-Iré a decírselo a tu madre.
-Por favor, señora Birmingham-le pidió Marcus-Déjeme terminar. Es verdad todo cuanto estoy diciendo. Y quiero decirle una cosa a Hester.
                     La chica sintió que le faltaba el aire.
                    De algún modo, sabía lo que quería decirle Marcus. Sin embargo, no sabía si quería escucharlo o si no quería escucharlo. Le parecía que todo lo que estaba pasando era demasiado disparatado. No terminaba de creérselo.
-Marcus...-susurró Hester.
-Yo no soy como Hunter-afirmó Marcus.
-Lo sé.
-Yo soy un chico serio. Siempre he pensado en casarme. En tener hijos. En sentar la cabeza. Cuando cerraba los ojos, visualizaba la imagen de mi mujer ideal.
-Búscala.
-No puedo buscarla en otro lugar. La he encontrado. Tú eres la mujer de mi vida.
-Déjale hablar, hija-le exhortó el señor Birmingham a Hester, que la veía deseosa de hablar.
-Lo único que quiero es hacerte feliz-prosiguió Marcus-Estoy enamorado de ti. Te amo desde hace mucho tiempo, Hester. Tú eres todo lo que necesito. No quiero separarme nunca de ti.
                    Hester estaba demasiado atónita como para poder hablar. Se preguntó si Marcus estaba hablando en serio.
-Tú sientes lo mismo que yo, Hester-le aseguró el joven-Lo puedo ver en tus ojos. Lo noté en el modo en el que te entregaste a mí anoche. Te amo más que a mi propia vida. Cuando esta en el frente, era tu recuerdo lo que me hacía seguir luchando. Lo que me mantuvo con vida mientras nos disparaban balas los sudistas. Conservo todas las cartas que me enviaste. Son el mayor tesoro que poseo.
                     Los ojos de Hester se llenaron de lágrimas. Sintió una dolorosa presión dentro de su pecho.
                    Marcus le cogió la mano.
-¿Estás enamorado de mi hija, muchacho?-le preguntó el señor Birmingham.
-Ella lo es todo para mí-respondió Marcus.
-Tu hermano le hizo mucho daño a Meg-le recordó la señora Birmingham.
-Le aseguro que yo no soy como Hunter-afirmó Marcus-Jamás le haría daño a Hester.
                    Le besó la mano a la chica. La besó también en la frente.



                     Lágrimas abundantes empezaron a rodar por las mejillas de Hester.
                    Marcus acababa de confesarle que estaba enamorado de ella. Marcus se le había declarado.
                    Pensó en Meg. ¿Qué habría hecho su hermana de estar en su lugar? No sabía si Meg se enamoraría algún día. Pero Hester no debía dejar escapar aquella oportunidad. Ser feliz al lado del hombre de quien estaba enamorada. Y ese hombre era Marcus.
                     Siempre lo había amado. Ahora, lo comprendía.
-No sé qué decir-admitió Hester-No puedo pensar con claridad en estos momentos.
-Hija...-dijo la señora Birmingham-Marcus ha sido honesto contigo.
                    Muchas imágenes pasaron por la mente de Hester.
                   Imágenes de ella y de Marcus...
                   Los paseos cogidos de la mano...La noche anterior...Vivida el uno en brazos del otro...
                   Y sólo podía pensar en él. En los besos que se habían dado la noche antes.
                   Las miradas de ambos se cruzaron y Hester supo en aquel momento lo que quería decirle. Todos los miedos...Todas las dudas que había sentido antes se esfumaron.
-No se trata de cumplir con mi deber-añadió Marcus-Es lo que más deseo en el mundo.
-Te has quedado callada-se extrañó la señora Birmingham.
-¡Dejadla hablar!-ordenó el señor Birmingham.
                     Hester puso su corazón en cada una de las palabras que salieron de su boca al mirar a Marcus a los ojos.
-Yo también siento lo mismo que tú-se sinceró la muchacha.
-Hester...-susurró Marcus-Amor mío...
-Yo también estoy enamorada de ti. Te amo desde que tengo memoria. Lo que pasa es que no me había dado cuenta de ello hasta ahora.
                     Marcus sonrió y se sintió el hombre más feliz del mundo. Se fue acercando poco a poco a Hester. Los labios de ambos se rozaron y, poco a poco, el beso se fue haciendo más hondo. Hester abrió la boca para facilitar el acceso de la lengua de Marcus.
                    Fue un beso largo y muy apasionado.
                    Hester y Marcus habían sido amigos desde que eran muy pequeños. Sin embargo, aquella amistad había ido dando paso a otro sentimiento. Un sentimiento mucho más fuerte...
                    Los padres de Hester presenciaron perplejos aquella escena. Aún así, se alegraron de saber que su hija menor había encontrado, por fin, el verdadero amor.

FIN

Bueno, no debería de haber puesto fin. 
Mi idea es escribir una especie de epílogo de esta historia. 
Espero que os guste. 
Muy pronto, el epílogo de De la amistad al amor. 

lunes, 23 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Debido a un error en blogger, se me borró el fragmento que constituía el desenlace de mi relato De la amistad al amor. 
Esto me ha dado rabia, como debéis de suponer. Si entráis en mi blog y veis que está cambiado es porque me he visto obligada a cambiarlo.
Y aquí tenéis el desenlace de De la amistad al amor. 
Espero que blogger me permita conservarlo.
Muchas gracias a todos por leer. Y también por comentar.

                      Hester y Marcus abandonaron la casa de los Murray sin ser vistos. Salieron por la puerta principal. Nadie se percató de que se habían ido. Los dos apenas cruzaron palabra de camino a la casa de los Birmingham. Hester se dio cuenta de que estaba temblando. Marcus se dijo así mismo que lo que estaba pasando le parecía una locura. La Luna llena brillaba en lo alto de un cielo cubierto de estrellas brillantes. Marcus miró a Hester. Pensó que ella era la más bonita de todas las estrellas de la noche.
-Lo que pueda pasar esta noche podría cambiar nuestra relación-susurró la muchacha.
                   Casi ni miraba a Marcus a la cara. Y él se mantenía a una distancia prudencial de ella.
                  Entraron en la casa de los Birmingham por la puerta de la cocina. Los pocos criados que la familia tenía se habían retirado un rato antes a dormir a las camas que tenían en el sótano.
-No hagas ruido-le pidió Hester a Marcus.
                Subieron a la habitación de la chica por la escalera de la cocina.
-Hablaremos aquí más tranquilos-le dijo Hester a su amigo-Me dirás lo que quieras. Y yo...
                  Guardó silencio mientras abría la puerta de su habitación. Le temblaba la mano al coger el pomo.
                  Nunca supo cómo pasó todo. Nunca supo en qué momento Marcus la despojó de su vestido de fiesta y de la ropa interior. Ni cómo se desnudó. Todo ocurrió demasiado deprisa, en opinión de Hester.
                  La mirada de Marcus era ardiente. Llegó hasta lo más profundo del corazón de Hester. Se estremeció cuando la mano del joven acarició su desnuda espalda.
-Eres muy hermosa-le susurró.
                  La recostó con cuidado en la cama. La besó con fuerza. Y Hester correspondió a su beso con la misma fuerza. Empezaron a acariciarse con las manos de manera mutua.
-No tengas miedo-le pidió Marcus.
                  Hester tenía una ligera idea de lo que ocurría entre un hombre y una mujer en la intimidad. Se lo había oído en una ocasión a su madre mencionárselo a Meg. La explicación que le había dado la señora Birmingham a su hija mayor era que la primera vez solía ser muy dolorosa para la mujer. Podía sangrar, incluso. Después de eso, Meg no sentiría nada en la cama con un hombre. La joven se quedó atónita. Hester se asustó al oír aquéllo.



                       Pero estoy con Marcus, pensó la chica. Y él no me hará daño.
                       El joven empezó a besarla en el cuello. Llenó de besos los hombros de Hester. Sus labios descendieron hasta llegar a sus pechos. La muchacha se sintió rara cuando notó la excitación de Marcus apretando contra sus muslos. Era la primera vez que el joven veía los pechos de una mujer. Y los pechos de Hester le parecieron preciosos. Los llenó de besos. Los lamió con ansia.
                   Las manos curiosas de Hester se dedicaron a recorrer el cuerpo esbelto y bien formado de Marcus.
-Es muy apuesto-pensó la chica.
                  Las manos de Hester querían conocer mejor el cuerpo de Marcus. No se cansaba de acariciarlo.
                   Dieron la vuelta en la cama y Hester chupó las tetillas de Marcus. Su lengua recorrió el vientre del joven.
                   Oyó gemir a Marcus con fuerza. Estaba muy excitado, lo mismo que Hester. De golpe, el cuerpo de Marcus invadió el cuerpo de Hester con fuerza. Ella sintió dolor, al ser la primera vez que estaba así con un chico.
-¿Te he hecho daño?-le preguntó Marcus. 
-No mucho...-respondió Hester-No...
                     La joven abrió mucho sus piernas para facilitar el acceso de Marcus a su interior. De algún modo, sabía cómo tenía que obrar.
                     Habían cambiado. Ya no eran dos personas racionales. Se comportaban de otra manera. Parecían dos animales en celo.
                     Hester sentía cómo Marcus se movía dentro de ella. Los gritos de ambos se escuchaban en toda la casa. Las uñas de Hester se clavaron en la espalda de Marcus. Lo deseaba. Y quería demostrárselo. No tenía ninguna experiencia en aquellas lides, pero no le importaba. Deseaba a Marcus. Y se lo estaba demostrando. Llegaron a lo más alto casi al mismo tiempo y los dos se sintieron colmados y saciados durante unos instantes felices.
                       Quedaron exhaustos sobre la cama. La cabeza de Marcus reposaba sobre el hombro de Hester. Ella le besó en la frente. Él la besó en la boca.
                     Las respiraciones de ambos se fueron acompasando poco a poco. No escucharon los pasos que iban subiendo lentamente la escalera. No sintieron cómo la puerta de la habitación de Hester se abría.
-¡Oh, Dios mío!-oyeron gritar a una voz de mujer-¡Hester! ¿Qué está pasando aquí?
                    La aludida sintió cómo se le paralizaba el corazón. Marcus trató de cubrirla con su cuerpo. La silueta de una pareja de mediana edad estaba en el umbral de la puerta de la habitación de Hester. La luz de la Luna que se colaba por la ventana de la habitación les iluminaba. Marcus y Hester reconocieron a la pareja que estaba con ellos. Que los había visto.
                    Eran el señor y la señora Birmingham.
                    Los padres de Hester...
-Nos han visto-pensó la muchacha, con terror-¿Qué va a pasar ahora?

 

Por si acaso blogger vuelve a jugármela (no me fío nada de él), subiré cuando pueda el final.
Espero que os haya gustado la reescritura de la quinta parte de esta historia.
No descarto añadir un pequeño epílogo en cuanto pueda también.
¡Hasta pronto!

domingo, 22 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
¡Hoy, por fin, nos aproximamos!
Aquí os traigo la cuarta y penúltima parte de mi relato De la amistad al amor. Os agradezco de corazón todos los comentarios que habéis dejado. Y espero que me digáis si os ha gustado o no os ha gustado. Soy consciente de que tiene muchos fallos. Espero haber ido mejorándolos con el paso del tiempo.
Mañana, llegará el desenlace.
El fragmento de ayer me pareció excesivamente largo. Veremos lo que pasa entre estos dos amigos que son mucho más que eso.
Es un trozo tan largo como el que subí ayer, pero es la despedida.
Vamos a ver cómo termina la historia de Hester y Marcus.

-¡Se ha ido!-se lamentó Meg en voz alta-No volveré a verle nunca más.
                Estaba asomada a la ventana de su habitación. Aquel día, Hunter abandonaba Bois Blanc.
-No mires-le exhortó su madre-Te hace daño.
                 Hester tenía a Meg abrazada por los hombros.
                 Una barca se encargó de recoger a Hunter.
                  Hester vio cómo el joven se despedía de su madre y de su hermano menor. Le hizo daño ver a Marcus. Hacía días que no quería verle.
                  Hunter alzó la vista. Vio a Meg asomada a la ventana de su habitación. Alzó la mano y la movió en señal de despedida.
-Adiós, Meggie-le dijo-Cuídate. Y perdóname. Olvídame. Es lo mejor para los dos.



                 La barca le estaba esperando en la orilla del lago. Se metió dentro de un salto. Su madre intentaba no echarse a llorar. Marcus sintió un nudo en la garganta. Meg, por su parte, rompió a llorar.
-Metámonos dentro-le sugirió su madre.
-¡Hunter!-gritó Meg, destrozada.
                  Al joven le dolía mirar a Meg. Le dolía mirarla porque era consciente de que le había hecho daño. No se lo merecía. Meg era una joven bella y extraordinaria. Merecía otra clase de hombre. Me olvidará, pensó Hunter.

                      La idea de abandonar la isla empezó a rondar por la mente de Meg.
                      Sentía que no podía respirar. Le dolía el corazón de pensar que Hunter se había ido de la isla.
                      Se negó a salir a la calle. Tendría que pasar por delante de la casa de los Lewis a la fuerza. Vería que Hunter ya no estaba. No quería tampoco ver a Marcus. ¡Le recordaba tanto a Hunter! Pasaba todo el día encerrada en su habitación. Sus padres intentaron hablar con ella en varias ocasiones en vano. Meg apenas probaba bocado. La criada le llevaba la bandeja con comida.
-No tengo hambre-le decía Meg.
-Tiene que comer, señorita-la instaba la criada.
                     Meg no quería comer. La bandeja de comida quedaba casi intacta. Se le cerraba el estómago. Sólo podía pensar en una cosa. Hunter se había ido.
                    Hunter nunca la había amado.
-No me queda nada aquí-afirmó la joven-Me siento sola.
-¿Y qué pasa con nuestros padres?-le preguntó Hester-¿Y qué pasa conmigo?
                      Las dos hermanas estaban sentadas cada una en una silla en el porche de su casa.
-Tú eres capaz de hacer tu vida-le aseguró Meg a Hester-Eres mucho más fuerte que yo.
                      La muchacha negó con la cabeza. No era, desde luego, como Meg. Sin su hermana, Hester sentía que no podía con nada.
-¡Pero me tienes que ayudar!-insistió.
-¿Te refieres a Marcus?-inquirió Meg.
-No sé lo que pasa entre nosotros. De pronto, todo ha cambiado. No puedo mirarle como le miraba antes. Le veo distinto.
-Ves a un hombre.
                    Hester se calló al escuchar aquella afirmación de Meg.
                    Marcus era un hombre.
-Y él te mira y no ve a la niña con la que trepaba a los árboles-prosiguió Meg-Ni ve a la jovencita con la que correteaba por el bosque de hoja perenne. Ve a una mujer.
                      Hester empezó a temblar. En algún momento, algo en su relación con Marcus había cambiado. De pronto, habían dejado de ser buenos amigos. Los dos habían crecido. Ya no eran un niño y una niña que se divertían jugando juntos. Marcus era un hombre y Hester era una mujer.
                    ¿Por qué habían cambiado tanto?, se preguntó la chica. ¿Por qué no podían seguir siendo los amigos que eran? ¿Por qué ya no les bastaba con estar juntos y con hablar? Al mirarse, sus ojos desprendían fuego. Intencionadamente, se buscaban con cualquier excusa. Pero no sólo por el hecho de hablar. Era por otra cosa.
-Marcus siente lo mismo que tú-opinó Meg.
-¡Es una locura!-exclamó Hester.
-Yo pienso que no.
                     
                       La noticia de que Meg se marchaba de Bois Blanc corrió como la pólvora. Naturalmente, dio pie a toda clase de rumores. Meg se marchaba cuando no hacía ni una semana que se había ido Hunter.
                        El matrimonio Birmingham accedió a la petición de Meg.
                        Veían que su hija mayor estaba cada día más abatida. Ignoraba el señor Birmingham el porqué de la tristeza que rondaba a Meg.
                         En cambio, su mujer sí se daba cuenta de lo que le pasaba. Meg estaba enamorada de Hunter. Y le destrozaba el saber que éste no correspondía a aquel amor.
                        Los días siguientes, Meg los pasó preparando el equipaje.
-¿Volverás?-le preguntó Hester.
                         Meg estaba doblando una falda. Escuchó la pregunta que le había hecho su hermana menor.
                      No supo qué responder. Le dolía permanecer en aquella isla. Sobre todo, cuando sabía que no volvería a ver a Hunter. Quería regresar. Sin embargo, Meg no quería volver a la isla. No...Cuando no iba a ver de nuevo a Hunter.

                      Los tíos paternos de Meg y de Hester vivían en Grand Rapids. La intención del matrimonio Birmingham era enviar a Meg a aquella ciudad. Pasaría una temporada en casa de sus tíos.
                       Meg se mantuvo fuerte el día de la despedida.
-Pórtate bien-le exhortó su padre.
                         Habían ido todos a acompañarla a orillas del lago. Una barca la estaba esperando. Meg llevaba dos maletas consigo. No se atrevía a mirar en dirección a la casa de los Lewis. Tenía la sensación de que vería a Hunter apoyado en la fachada de la casa.
-Te voy a echar mucho de menos-le aseguró Hester a Meg.
-Recuerda lo que te he dicho-le susurró su hermana mayor-Tendrás mucha más suerte que la que yo he tenido. ¿De acuerdo?
                     Hester asintió. Meg saltó en la barca. Alzó la mano en señal de despedida. Abundantes lágrimas corrían por sus mejillas.
-¿Se encuentra bien, señorita?-le preguntó el barquero.
-No...-respondió Meg.

                 Hester conocía a Marcus desde hacía muchos años Era su mejor amigo. Sentía que nadie la entendía. Pero él sí era el único capaz de entenderla. Desde que eran pequeños, siempre habían estado muy unidos. Los dos habían crecido. Sus caminos se habían separado a raíz de la guerra. Pero volvían a estar juntos. Hester se daba cuenta de que ya no era lo mismo.  
                   Los vecinos querían olvidar lo ocurrido. Por aquel motivo, los Smith habían celebrado una pequeña reunión en su casa. Hester acudió a la reunión con sus padres. 
                   Vio a Marcus hablar con un joven de su edad. Sintió el deseo de acercarse a hablar con él. Pero no se atrevía. El pánico se apoderó de ella. Marcus era su mejor amigo. Y ella no quería perderle sólo por aquel estúpido sentimiento que había empezado a nacer en su corazón. Marcus se percató de la presencia de Hester. ¡Qué hermosa estaba con aquel vestido de color blanco! Se le cortó el aliento de sólo mirarla. 
                    Hester oía a la gente hablar. Pero su corazón no paraba de gritarle lo cobarde que era. En algún momento, Marcus había dejado de ser sólo un amigo para ser algo más. Por aquel motivo, no se atrevía a acercarse a él. El joven deseó acercarse a ella. ¡Tenía tantas cosas que decirle! Una amiga de Hester le tendió un vaso de limonada. 
-¿A quién estás mirando?-le preguntó. 
                    Hester bebió un sorbo de su vaso de limonada. Se dio cuenta de que le temblaban las manos. 
-A nadie...-respondió. 
                    Se fue con su amiga a hablar con las demás. Pero, antes, dirigió una última mirada a Marcus. 
                    Después de la marcha de Meg, el joven había intentado hablar con Hester. No entendía el porqué la muchacha guardaba las distancias con él. Siempre habían estado muy unidos. ¿Por qué todo había cambiado de pronto? ¿Qué era lo que estaba pasando? Él conocía muy bien a Hester. Sabía que le estaba mintiendo. 
-¿Ésa es Hester?-le preguntó su amigo. 
-Sí...-respondió Marcus. 
-Ha cambiado mucho. Se ha convertido en una auténtica preciosidad. 
-¿Por qué dices eso?
-Porque se nota que no paras de mirarla. 
                  Marcus recordó las cartas que recibió de Hester durante el tiempo que estuvo en el frente. Aquellas cartas le sirvieron para seguir adelante. Para no dejarse matar por las balas que le disparaban los soldados sudistas. 



                      Como pudo, Marcus se armó de valor y se acercó a Hester. La muchacha se quedó sorprendida cuando el muchacho se colocó junto a ella. Marcus le cogió la mano. Hester sintió que la mano de Marcus estaba caliente. Los dedos de ambos se enlazaron. Marcus tiró de ella para llevarla a un rincón. Aquel gesto sorprendió a las amigas de Hester.
-¿Adónde la lleva?-se preguntaron las unas a las otras.
                   Salieron al jardín. Hester agradeció el poder escapar del ambiente un tanto sofocante que se respiraba dentro del salón de los Smith. Pero sintió miedo. Estaba a solas con Marcus. La primera vez desde hacía algunos días.
-Hester, tenemos que hablar sobre lo que ha pasado-atacó Marcus-Es cierto que las cosas han cambiado mucho entre nosotros.
                    Eso era lo último que la chica deseaba oír.
-No quiero hablar de eso ahora-pidió Hester-Será mejor que vuelva dentro.
-¡No te vayas!-le imploró Marcus-Lo que tenemos que hablar tenemos que hacerlo ahora.
-Te lo ruego. No quiero hablar de nada de lo que ha pasado contigo. Eres mi mejor amigo. ¿Por qué las cosas no pueden seguir como hasta ahora?
-Te dejaré en paz sólo porque tú me lo pides. Pero tenemos una conversación pendiente, Hester. Iré a la fiesta que van a celebrar los Murray. Y deseo que tú vayas también. Podremos hablar allí.
                  Hester se metió dentro de la casa de los Smith. Se dijo así misma que Marcus era un cabezota.

                  Y llegó el día de la fiesta.
                  El matrimonio Birmingham acudió. Lo mismo que Hester...
                  Para su horror, la muchacha se dio cuenta de que Marcus también había ido.
                  Por suerte, durante la cena, no se sentaron juntos.
                  Sirvieron los criados de primer plato supremas de pollo a lo Maryland.
-Me dio la receta una amiga mía que vive en Annapolis-comentó la señora Murray.
                   Hester sintió fija sobre sí la mirada de Marcus. Se obligó así misma a comer. Pero sabía que todo el mundo terminaría hablando de ella. Y de Marcus...
-¿Has recibido carta de tu hermano?-le preguntaron al joven.
-Todavía no nos ha escrito ni a mi madre ni a mí-respondió-Pero no creo que tarde mucho en escribirnos. Lo echamos de menos.
                Hunter quería viajar a Portugal en primer lugar. Después, pasaría una temporada en aquel país. Más adelante, continuaría con su viaje por toda Europa. Con un poco de suerte, volvería siendo otro. Pero jamás podría olvidar todo lo que había sufrido. Suspiró y trató de mantener su vista apartada de Hester.
                    De segundo plato, los criados sirvieron macarrones con tomate.
                    Hester jugueteó con los macarrones que tenía delante de ella.
-¡Cuánto ha crecido la pequeña Hester!-la alabó una amiga de la señora Birmingham.
                      La muchacha pensó que lo peor que le podía haber pasado era crecer. ¿Por qué no me quedé en la infancia?, se preguntó.
-¿Cree usted que podríamos llegar a entendernos con esos condenados sudistas?-le preguntó un hombre a otro hombre que estaba sentado enfrente de él.
                   Marcus pensó en la guerra. Ya se había firmado la paz entre el Norte y el Sur. Pero las heridas estaban muy abiertas. Durante cuatro años, habían estado matándose los unos a los otros. El Presidente Johnson apostaba por una política de reconciliación. ¿Es posible que podamos vivir en paz?, se preguntó Marcus. Miró a Hester. Por ella, valía la pena hacer cualquier cosa. Hasta hacer las paces con los sudistas.
                   El postre consistió en pastel de pacanas.
                   Marcus y Hester estaban sentados a cierta distancia el uno de la otra. Sin embargo, podían verse. Podían sentir que estaban muy cerca. Hester casi no podía escuchar las conversaciones que había a su alrededor.
-Me gustaría viajar a Washington. Nunca he estado en una ciudad tan grande.
-Tienes Detroit. Es una ciudad preciosa. Deberías de ir a verla.
-Puede que tengas razón. Iré en mi luna de miel. ¡Ojala me case pronto!
                   Marcus apenas había probado bocado durante la cena.
                   Tenía la mirada fija en Hester. Sabía que ella, a hurtadillas, también le miraba.
                   Siente lo mismo que yo siento por ella, pensó.
                  Al acabar la cena, hubo un baile.
                   Era uno de los pocos bailes a los que Hester acudía. En un primer momento, no quiso bailar con nadie. Permaneció sentada en una silla. Se conformaba con ver cómo los demás bailaban. Pero vio que Marcus se estaba acercando poco a poco al lugar donde estaba ella.

 

                        Se envaró.
-Sientes lo mismo que yo-le susurró el joven.
-No es éste el lugar para hablar de eso-replicó Hester.
-¿Y dónde quieres que hablemos?
-Será mejor que me vaya a mi casa. Me empieza a doler la cabeza.
-Te acompaño.
-Marcus...
-Deja que te acompañe.
                     

sábado, 21 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Hoy, voy a subir un nuevo trozo de mi relato De la amistad al amor. 
Con un poco de suerte, espero, mañana mismo subiré el final.
Vamos a ver lo que pasa entre Marcus y Hester.
Con respecto a Cruel destino, estoy haciendo algunos cambios en la historia. El resultado, a medida que iba viéndolo, no me gustaba demasiado. Muy triste...Muy pesimista...
Estoy introduciendo cambios importantes en la subtrama de Mary. También estoy introduciendo cambios en la historia secundaria de Katherine y Stephen porque pensaba darles un giro trágico, pero no se lo merecen. El final que tenía pensado para Sarah se mantiene, pero tendrá un final feliz. ¡Y no digo más!
Estas cosas llevan su tiempo. Y yo os agradezco, de corazón, vuestra paciencia.
Lo de compartir historias que escribí hace mucho tiempo con vosotros era una de mis promesas pendientes y quiero cumplirla.
He añadido unas pocas cosas en los dos anteriores fragmentos. Las he escrito esta mañana. Creo que enriquecen la historia.
Esta fragmento es más largo porque quiero terminarlo mañana. Es una historia más bien cortita. Pero quería darle un acelerón.
Espero que disfrutéis leyendo De la amistad al amor. 

-Hablan de nosotros-le dijo Hester a Marcus.
                      Estaban dando un paseo por el pueblo.
-El talabartero le preguntó el otro día a mi madre si yo iba a casarme contigo-le contó Marcus a Hester-Mi madre le respondió que no sabía nada.
                     Hester se echó a reír.
                     Pero se sentía un poco incómoda. Solía pasear con Marcus cogida de su brazo. En aquel momento, sentía sobre sí fijas las miradas de todos los vecinos.
                     Una mujer estaba barriendo la puerta de su casa.
                     Hester fingió que no pasaba nada. Después de todo, los vecinos la conocían a ella y a Marcus desde que eran prácticamente unos bebés.
-No estamos prometidos-afirmó la joven-Somos dos amigos que salen juntos. Nos llevamos bien.
                    El herrero estaba fabricando las herraduras para un caballo.
-No pasa nada-le aseguró Marcus a Hester-No pueden decir nada malo de nosotros.
                     Aún así, la muchacha se sintió algo incómoda.
-Me alegro de que seamos amigos-dijo.
                      Eso era lo que eran. Amigos...Nada más...
                      Los amigos salían a pasear. Los amigos intercambiaban confidencias. Los amigos se apoyaban en todo.
-¿Cómo está Hunter?-quiso saber Hester-Espero que esté más animado.
-Intenta animarse-contestó Marcus-Mi madre no sabe qué hacer para que esté contento.
-Tenéis que darle tiempo.
-Eso es lo que hacemos.
-Los dos volvisteis muy cambiados del frente. Te veo más maduro.
                   Marcus esbozó una sonrisa tenue. ¿En serio Hester le veía más maduro? No quería parecer un niñato ante ella.
                    No se veían muchos caballos en la isla. Los vecinos solían desplazarse a pie a todas partes. Sólo había una única Iglesia. En la otra punta de la isla se encontraba el cementerio. Era pequeño. El padre de Marcus había sido enterrado allí. Por lo menos, a la señora Lewis le quedó el consuelo de poder recuperar los restos de su marido. Se sabía de otras mujeres que no habían podido recuperar los restos de sus seres queridos.

                      El otoño había llegado a la isla. Hester solía salir a pasear por el jardín. Le gustaba recoger las hojas secas que caían de los árboles.
                        Meg se resistía a salir de su habitación.
                        Hester le llevaba las hojas secas que recogía del jardín.
-¡Mira lo que te he traído!-le decía-¡Ya verás lo bonita que es!
-Es una hoja seca-suspiraba Meg-Te he visto agacharte a recogerla. Las hojas secas son tristes.
                       La joven se pasaba el día encerrada en su habitación. Pasaba las horas muertas sentada en el balancín.
-Esta hoja es diferente-insistía Hester.
                      Se la tendía a Meg. Su hermana parecía haberse resignado a su suerte. Hunter la había rechazado.
             


                Hester pensó que era injusto. ¿Por qué Meg tenía que sufrir por culpa de un amor no correspondido?
-No te preocupes por mí-le decía su hermana mayor-Estaré bien.

             Sentados sobre la hierba, Marcus y Hester veían pasar los barcos de vapor por el lago.
-Muy pronto, no quedará ni un sólo barco de vela-auguró Marcus.
               Hester pensó que su amigo tenía razón. Poco a poco, los barcos de vela estaban siendo sustituidos por aquellos otros barcos que funcionaban con vapor. La chica no había subido a bordo de ninguno de aquellos barcos.
                 Luego, recordó que tampoco había subido a bordo de los otros barcos. Los barcos de vela...
-Hunter hablar de viajar-dijo Marcus-De conocer otros países.
-¿Está pensando en irse de Bois Blanc?-inquirió Hester-¿Desde cuándo lo piensa?
-No sé si su deseo es marcharse de la isla. Pero quiere irse de aquí. Creo que piensa que no tiene nada qué hacer.
                   Hester negó con la cabeza.
                   Pensó que Hunter era un cabezota. ¿No se daba cuenta del daño que le estaba causando a Meg con su comportamiento?  
                     Marcus pareció leerle la mente a su amiga. También él pensaba que Hunter era muy cabezota. Le palmeó con cariño la mano a Hester. En su fuero interno, a los dos les gustaba imaginar que Hunter y Meg, en el fondo, estaban enamorados.
-Hunter dice que nunca ha amado a Meg-le contó Marcus a Hester-Dice que sólo la ha querido como una hermana. Pero que eso no tiene nada que ver con el amor.
-Es una clase de amor-observó Hester-No hace daño. No es pasional. No se apaga con el paso del tiempo.
-El amor no es así. El amor no se apaga con el paso del tiempo. Permanece siempre.
                    Hester deseó vivir una historia de amor similar a la que Marcus le había descrito. Una historia de amor eterno...
                      Pensó que aquellas clases de historias sólo existían en los libros.
-Se puede amar así en la vida real-le dijo Marcus.
                      Hester sonrió. De nuevo, pensó que Marcus poseía el don de leerle la mente. Parecía adivnar todo lo que le pasaba por la cabeza.
-¿Tú alguna vez has amado así?-quiso saber.
-No lo sé-contestó Marcus-Quiero pensar que puedo amar así. Eternamente.
                   Miró a Hester de un modo que a la muchacha le pareció extraño. Hester le dio un beso en la mejilla.

            Hunter, mientras, dio cuenta de una copa de whisky.
-¿En serio no quieres a Meg?-le preguntó Marcus.
                  Ya estaba al tanto de lo ocurrido entre ellos. Siempre imaginó que su hermano acabaría casado con Meg Birmingham.
-Ella se ha hecho muchas ilusiones conmigo-respondió Hunter.
-¿Y tú la amas?-inquirió Marcus.
-No la amo. Y jamás podría ser su marido en todos los aspectos. Meg es maravillosa.
                 Hunter miró en su interior. Siempre había considerado a Meg como a una hermana. Pero una cosa era el cariño fraternal. Y otra cosa muy distinta era el amor.
-¿Y qué me dices de Hester y de ti?-interrogó a su hermano.
                  Marcus prefirió no hablar de aquel tema. Sentía dentro de su pecho un extraño hormigueo cada vez que pensaba en Hester.
-Somos amigos-dijo Marcus-Ella es como una hermana pequeña para mí. Nada más...

                   Al día siguiente, Marcus fue a ver a Hester. La encontró paseando por el jardín. Marcus quería interesarse por Meg.
-Sigue sin querer salir de su habitación-le explicó Hester.
                 La muchacha se sintió feliz al ver a Marcus. El joven compartía con ella su preocupación por Meg.
-Mi hermana lo que padece es mal de amores-afirmó Hester con tristeza-No sabía que ella estaba enamorada de tu hermano. Siempre habla de casarse. Pero pensaba que no había aparecido el hombre de su vida. La visitan muchos jóvenes. Es muy hermosa. Pero...
-Está enamorada-le recordó Marcus-Cuando uno está enamorado y no es correspondido, se sufre mucho.
-¡Ojala no me pase a mí lo mismo!
-¿Es que tú también estás enamorada?
-No...No...
                   Hester se puso roja como un tomate cuando Marcus le preguntó si estaba enamorada.
-Si algún día te enamoras, serás correspondida-auguró el joven.
                  Hester se preguntó lo que Marcus quería decirle.
-Me tengo que ir-dijo el joven-Ya nos veremos.
                  Se inclinó sobre Hester y le dio un beso rápido en la mejilla. La muchacha vio cómo se alejaba de su lado. Marcus necesitaba pensar con claridad. Su corazón le latía demasiado deprisa.
 
                  A los pocos días, Hester fue a ver a Marcus. Lo encontró leyendo en el salón. Como siempre, Marcus le dio un beso en la mejilla a modo de saludo.
-¡Qué sorpresa más agradable me da verte!-exclamó.
                Meg seguía sin querer salir de su habitación. Hester necesitaba salir de su casa.
-Vas a pensar que soy una egoísta-se lamentó-Por dejar a Meg sola.
                 Tomaron asiento en el sofá. Marcus pensó que Hester también tenía derecho a salir. No podía ser la guardiana de su hermana mayor.
-Me temo que nuestros dos hermanos se han embarcado en una especie de espiral de autocompasión-se lamentó el joven-No quieren ver que hay vida. Entiendo que mi hermano ha sufrido mucho. Creo que yo podría resistir todo lo que él ha pasado. Pero tiene que pensar que está vivo. Otros jóvenes no han tenido, por desgracia, la misma suerte.
               Hester tuvo que reconocer que Marcus tenía razón.
               Decidieron que la muchacha se quedaría a merendar con él.
               La criada de los Lewis les sirvió una taza de chocolate para cada uno. También les sirvió un platito con galletas.
-Coja, señorita-la invitó la criada-Son galletas de canela.
               Hester cogió una galleta. Le dio un mordisco.
-Está deliciosa-opinó.
-Celebro que le guste-se alegró la criada.
               Dicho esto, se retiró discretamente.
               Hester y Marcus se quedaron en el salón. Hablaron de sus hermanos mientras daban cuenta de sus respectivas tazas de chocolate.
-Hunter me ha dicho que quiere viajar-le contó Marcus a Hester.
              Aquel comentario llamó la atención de la chica. ¿Por qué Hunter quería irse de Bois Blanc? A lo mejor, existía alguna cura para lo que le había pasado. ¿O no existía ninguna cura?
-¿Y te ha dicho adónde quiere ir?-inquirió Hester.
-Quiere viajar por toda Europa-contestó Marcus.
-A lo mejor, piensa que se curará allí. Porque...Tendrá cura lo suyo. ¿No?
                  Hester no sabía a ciencia cierta lo que le había pasado a Marcus.
                  Por supuesto, había oído numerosos rumores. Rumores que, en su inocencia, no entendía su significado. La candidez de Hester conmovió a Marcus.

     

                   Ni siquiera él mismo sabía lo que le había pasado a ciencia cierta a su hermano.
-Tiene que ver con sus testículos-le explicó a Hester-Son como dos especie de bolsas que tienen los hombres en la entrepierna. Mi hermano no tiene testículos. Se los tuvieron que amputar cuando le hirieron.
-¡Oh!-casi gritó Hester.
                   El rostro de la joven se puso rojo como la grana. Por lo que había oído comentar a una amiga de su madre durante una conversación entre ambas, Hunter Lewis no tenía testículos. Decían que se había quedado impotente.
                Bebió con mano temblorosa un sorbo de su taza de chocolate.
-¿Y tiene cura?-preguntó Hester en voz muy bajita-Eso...
-No...-respondió Marcus.
-Entonces...
-No podrá acostarse con una mujer nunca más. No podrá tener hijos. No será como era antes.
-Lo siento mucho.
-A lo mejor...
-A lo mejor, Hunter no quiere saber nada de Meg porque no podrán tener hijos. Ni podrán estar juntos en la misma cama. Ni...
                  Hester se interrumpió. Estaba toda sofocada.
                 Sintió la necesidad de salir corriendo de allí. Le dijo a Marcus que tenía que irse porque sus padres la estaban esperando.
-No pasa nada-le dijo Marcus.
                  Se inclinó sobre ella. No podía dejar de pensar en lo bella que era Hester. Su recuerdo le había acompañado durante todo el tiempo que estuvo peleando en el frente.
               Había sentido a Hester durante el tiempo que estuvo peleando.
                Mientras esquivaba las balas que le disparaban los soldados sudistas.
                Mientras dormía a la intemperie.
              Cuando estaba caminando.
               Tenía la sensación de que Hester estaba a su lado. Le acompañaba.
               No sabía cómo decírselo. Ignoraba si ella lo entendería. De algún modo, se daba cuenta de lo importante que era Hester en su vida. No quería imaginar lo que sería no tenerla cerca de él. Hester era especial. Quería decírselo. Pero las palabras se le atoraron en la garganta.
                Hester le dedicó la sonrisa más encantadora que jamás había visto. El corazón de Marcus le latió muy deprisa. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se inclinó sobre Hester y la besó de lleno en la boca.
-Lo siento-se disculpó sofocado.
-¡Tengo que irme!-se asustó Hester.
                   Abrió la puerta. Todo su cuerpo temblaba con violencia cuando abandonó la casa de los Lewis. No entendía lo que estaba pasando entre ella y Marcus.

-Tenemos que hablar-le dijo Meg a Hunter-No hemos vuelto a hablar desde lo que pasó el otro día.
                 Encontró al joven de pie, junto a un árbol de tilo.
-¿De qué quieres que hablemos?-le preguntó Hunter.
-Vengo de tu casa-respondió Meg-Tu madre me ha dicho que has salido a pasear. Y yo he decidido buscarte. La isla no es demasiado grande como para perderse. Pienso que estás equivocado.
                 Hunter arqueó la ceja.
                 ¿Por qué Meg era tan cabezota?, se preguntó así mismo. No le entraba en la cabeza el hecho de que él no estaba enamorado de ella.
-En el fondo, tú me quieres-insistió Meg-Es lo que te ha pasado lo que te impide estar conmigo. ¡Pero te juro que no me importa!
                 Hunter elevó la vista al Cielo.
                Un pájaro cantaba posado en una rama del árbol de tilo. Meg se acercó aún más a Hunter.
-Te quiero-le confesó.
-Y yo también te quiero, Meggie-admitió Hunter-Pero no te quiero como tú me quieres a mí.
                  Los ojos de Meg se llenaron de lágrimas.

 

-No me importa-le aseguró-Puedo hacer que me quieras.
                Había una idea que llevaba algún tiempo rondando por la cabeza de Hunter. Se sentía asfixiado en Bois Blanc. Todo el mundo le miraba. Sabía lo que le había pasado. No podía soportar las miradas cargadas de compasión que le dirigían. Le habían mirado, incluso, con burla.
-Me voy, Meggie-le confesó a la joven-Me marcho de Bois Blanc. Eres la primera que lo sabe. Lo he pensado mucho. No puedo seguir viviendo aquí.
-¡Pero yo no quiero que te vayas!-sollozó la joven.
-No puedo quedarme aquí. No puedo soportar que me miren con burla y con compasión. ¡No puedo, Meggie!
               Un sollozo se escapó de la garganta de la joven.
                Hunter la abrazó con cariño. Le dolía ver a Meg sufrir por su culpa. Pero era mejor ser sincero con ella. Meg no podía hacerse falsas ilusiones.
-Perdóname-le susurró-Créeme cuando te digo que nunca quise hacerte daño.

                Marcus abordó a Hester cuando la vio salir de la casa de la modista. La muchacha había ido a mirar telas. Quería un vestido nuevo.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Hester a Marcus nada más verlo.
-Tenemos que hablar-respondió el joven-Es sobre lo que pasó el otro día.
-¿Vienes a pedirme perdón?
                   Marcus se quedó callado.
-¿Tú lamentas lo ocurrido?-indagó.
                   Hester empezó a caminar. Quería poner la mayor distancia entre Marcus y ella. Pero el joven la seguía.
-No me has contestado-replicó Marcus-¿Lamentas lo que pasó entre nosotros?
                  Se le adelantó y le cortó el paso. Hester no sabía hacia dónde mirar.
-Fue un accidente-dijo la muchacha.
                   Marcus se sintió desanimado. En su fuero interno, lo ocurrido entre ambos no había sido un accidente. Creía que había algo entre él y Hester. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Marcus se aproximó a Hester y la besó apasionadamente en los labios.



                Hester no quiso salir de su casa en todo el día. Ni siquiera la animó el enterarse de que sus vecinos, los Murray, iban a celebrar una fiesta. Esta vez, fue Meg quien intentó animarla. La encontró junto a la chimenea del salón. La chimenea estaba encendida. Hester estaba sentada en el suelo. Miraba casi con tristeza cómo el fuego iba consumiendo poco a poco los leños.
-Creo que deberías de ir a esa fiesta-le sugirió Meg mientras se sentaba a su lado en el suelo-Irán muchos jóvenes. Ya va siendo hora de que las cosas vuelvan poco a poco a la normalidad. Eres muy joven, hermana.
-Estará Marcus en la fiesta-se inquietó Hester.
-Lo que ha pasado entre Hunter y yo no tiene nada que ver ni con Marcus ni contigo.
-No es eso. Marcus...
-Si no vas a esa fiesta, voy a pensar que eres una cobarde. Y tú siempre has sido muy valiente, Hester.
                 La aludida guardó silencio. Lo último que quería era ir a una fiesta a la que, a lo mejor, acudía Marcus. Él querría hablar con ella. ¡Y Hester no quería hablar con él! ¿Por qué aquellos estúpidos sentimientos que sentía por Marcus se habían interpuesto entre su mejor amigo y ella? ¿Por qué las cosas no podían quedarse tal y como estaban?
                 Meg entendía por lo que estaba pasando su hermana. Sin darse cuenta, Hester se había enamorado. Pero Meg sospechaba que su hermana menor tendría suerte. Marcus parecía sentir por Hester lo mismo que ella sentía por él. Eso era bueno. Hester no tendría que sufrir por culpa de un amor no correspondido.

viernes, 20 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Hoy, os traigo un nuevo trocito de mi cuento De la amistad al amor. 
Vamos a ver cómo se va gestando el romance entre Hester y Marcus.

                    Desde hacía ya varios años, Meg había amado a Hunter en la distancia. La isla era bastante pequeña. Los rumores corrían más deprisa que el viento. Meg estaba al tanto de lo que le había pasado a Hunter en el frente. Por ese motivo, el joven prácticamente vivía recluido en su casa. No quería ver a nadie. Se había resignado a quedarse soltero.
                Hunter le había hecho daño.
                Meg estaba al tanto de sus múltiples conquistas.
                Sin embargo, ella había creído que Hunter cambiaría. Algún día, pensaba, se dará cuenta de que existo. Y se enamorará de mí.
                De algún modo, Hunter siempre había reparado en la existencia de Meg Birmingham. Era su vecina. Hablaba mucho con ella.
                  Cuando estalló la guerra, le sorprendió ver el optimismo de Meg. Creía que todo se solucionaría enseguida. A su modo, la consideraba hermosa porque poseía unos rasgos perfectos. Sin embargo, Hunter parecía disfrutar más de la compañía de otras mujeres que pensar en sentar la cabeza. Sus padres creían que Meg sería la esposa más idónea. Pero Hunter no lo veía del mismo modo. Por ese motivo, nunca había alentado las ilusiones de la joven. Sospechaba que ella sentía algo por él.
                Cuando estuvo en el frente, Hunter le escribía a Meg. La joven recibía con verdadera ansia las cartas que le escribía Hunter. Las tenía guardadas en un cajón de su mesilla de noche. Todas las cartas estaban atada con una pequeña cuerda. De vez en cuando, solía releerlas. De aquel modo, creía que Hunter estaba a su lado.

                   Cuídate, Meggie. El mundo es un lugar peligroso. Me paso el día entero caminando. A veces, no como. No duermo durante la noche porque me toca hacer guardia. Tengo la sensación de que el mundo se va a acabar. Y estoy asustado. 

                Meg, al igual que Hester, había nacido en Bois Blanc. Era pelirroja. Decía que su cabello era su mayor virtud. Pero era muy hermosa. Y tenía mucho carácter.
                 No entendía el porqué Hunter no se había enamorado de ella. A veces, Meg soñaba despierta. Creía que Hunter cambiaría de idea. Iría a buscarla. Le pediría matrimonio. Y ella aceptaría.
                 Nada de eso había pasado. Hunter había vuelto del frente siendo otro hombre. Pero se había encerrado en sí mismo.
                  Meg decidió que no se iba a rendir por nada del mundo. Estaba enamorada de Hunter.
                 Estaba más que dispuesta a demostrarle que él también la amaba. Lo achacaba todo a los horrores que había vivido en el frente. Ella había permanecido en la retaguardia. Pero no era ajena a las historias que corrían acerca de los soldados.
                 Meg se armaría de paciencia. Cuidaría de Hunter. Y le demostraría que no podía vivir sin ella.

                  Un día, Meg se presentó en la casa de los Lewis. Dijo que no pensaba marcharse de allí sin Hunter. Estaba dispuesta a sacarlo de aquel encierro en el que estaba viviendo. Hunter, en un primer momento, se negó a salir. Sin embargo, Meg no paraba de insistir en verle.
                  Finalmente, Hunter cedió. Fue a ver lo que quería Meg. La joven le dijo que sólo quería dar un paseo con él por la orilla del lago. Hunter, de nuevo, cedió. Dio con Meg un paseo por la orilla del lago. Siempre había sentido un gran cariño por aquella joven.
-Supongo que ya habrás oído los rumores que corren sobre mí-se sinceró Hunter.
-Quiero pensar que sólo son rumores-admitió Meg.
                 Por desgracia, oyó de boca del propio Hunter cómo aquellos rumores se tornaban realidad. Le habían disparado en la entrepierna. Había sido en pleno combate. No paraba de sangrar. Y, para colmo de males, la herida se le infectó. Le habían cortado los dos testículos para salvarle la vida.
                 Meg, sobrecogida, se cogió de su brazo.
-¡Lo siento muchísimo!-se lamentó la joven-Pensé que era sólo un rumor. Que...
                 Hunter negó con tristeza. Meg sintió cómo los ojos se le llenaban de lágrimas.
-¡Pero eso no me importa!-afirmó la joven-Quiero decirte una cosa.
                 Hunter escuchó, pasmado, cómo Meg se le declaraba. Llena de decisión, la joven le habló del gran amor que sentía por él desde hacía muchos años. Había sufrido en silencio el verle en compañía de otras mujeres.
                  Pero eso ya no importaba. De algún modo retorcido, Meg se alegraba de lo que le había sucedido a Hunter. Eso significaba que no le podría ser infiel una vez casados. Que él no miraría nunca más a otras mujeres.
-Podemos casarnos, si tú quieres-prosiguió Meg-Y yo sí quiero casarme contigo.
                 Sin embargo, Hunter fue brutalmente honesto con la joven. Agradeció el saber que Meg no parecía darle mucha importancia a lo que le había pasado. Incluso, le halagó conocer que ella estaba enamorada de él. Pero le dijo que no podían casarse. Meg merecía un matrimonio de verdad.
                 Podía llegar a ser una buena esposa y una excelente amante.
                 Incluso, podía ser una buena madre.
-Y yo no te puedo dar placer en la cama-se lamentó Hunter-Y tampoco puedo darte hijos.
-Adoptaremos-insistió Meg.
-Lo siento mucho, Meggie. Pero no podemos casarnos. Tú estás enamorada de mí. Pero...
               Entonces, Meg escuchó lo que ella no había querido oír.
              Supo, por boca de Hunter, que sus sentimientos no eran correspondidos. Hunter no estaba enamorado de ella. Nunca había estado enamorado de ella.
                Siempre había sentido un gran cariño por Meg. Pero no la amaba. La consideraba como una especie de hermana menor. La quería como tal. Pero no podía mirarla como una mujer. Meg rompió a llorar al escuchar las palabras de Hunter. Al joven le dolía hacerle daño. Pero tenía que ser sincero con ella. Meg no podía hacerse falsas ilusiones con respecto a él. Era mejor dejar las cosas claras desde el principio.



-Te mereces a alguien mejor que yo-le aseguró Hunter.
-¡Pero yo sólo te quiero a ti!-insistió Meg, entre sollozos.
-No sería un buen marido para ti, Meggie.
-¡No importa!
-Intenta ser razonable. ¿De veras podrías vivir en un matrimonio en el que no habría ni amor y tampoco habría pasión?
                   Dejaron de hablar. Vieron a Hester y a Marcus a cierta distancia de ellos.
                   Les vieron corretear. Parecían dos niños felices. Marcus perseguía a Hester. Cuando la alcanzaba, llenaba su rostro de besos.
                    Meg negó con la cabeza. Veía a Marcus alzar en brazos a Hester y girar sobre sí misma.
-Ellos se quieren-murmuró.
-Aún no se han dado cuenta-susurró Hunter.
-Puede que tú no te hayas dado cuenta. Puede que estés dolido por lo que te ha pasado. Pero yo estaré esperando a que te des cuenta de que también me amas.
-No, Meggie.
-¿Por qué no?
-No pierdas el tiempo conmigo. Eres aún muy joven. Eres hermosa. Puedes casarte. Puedes seguir con tu vida. No te quedes atrás sólo por mí. No lo merezco.
                 En los días que siguieron a aquella salida, Meg se dijo así misma que Hunter tenía razón. Ella no podría vivir atrapada en un matrimonio sin amor. Y tampoco podría vivir en un matrimonio sin pasión.
                  Sin embargo, ella seguía enamorada de Hunter. No podía arrancárselo de su corazón. Casi deseaba vivir una historia de amor con él a través de Hester. Si su hermana se enamoraba del hermano de Hunter, sería como estar con él. Una idea que le parecía absurda. Y...Retorcida...De algún modo...
                Meg dejó de estar interesada en otros hombres.
                Su comportamiento dejó atónita a su familia. Su madre le recordaba que su deber era casarse.

-A ti te pasa algo-le comentó un día Hester a su hermana mayor.
                  Meg estaba sentada en el alfeizar de la ventana de su habitación. Miraba con melancolía a través del cristal cerrado de la ventana.
-¿Qué quieres decir?-le preguntó a Hester.
-Te noto rara-respondió la muchacha.
                  Una lágrima traicionera rodó por la mejilla de Meg. La joven se apresuró a retirarla. Recordó el día en que había salido a pasear con Hunter. Él la abrazó cuando dejaron de ver a Hester y a Marcus. Pero el daño estaba ya hecho. Hunter había sido muy sincero con ella.
-Creo que sufro mal de amores-se sinceró Meg-Estoy enamorada de un hombre que no me ama.
                  Hester se sentó en la cama de su hermana mayor. Le dolió escuchar aquellas palabras. Pensó que aquel hombre era un estúpido.
                   ¿Cómo no podía amar a Meg? Su hermana era la mujer más maravillosa que jamás había existido. Casi no podía reconocerla. Meg había deseado casarse apenas unos días antes. Pero aquel idiota había tenido que rechazarla. Meg se había venido abajo. El amor hace daño, pensó Hester. El amor te hace llorar. No vale la pena sufrir por amor. No quiero sufrir por amor.
-No llores por él-le aconsejó a su hermana mayor-No merece la pena. Encontrarás a otro hombre que te haga feliz.
                 Le tendió un pañuelo.
-Yo amo a Hunter-se sinceró Meg.
                  Su confesión no sorprendió nada a Hester.
-No pareces muy sorprendida-observó Meg.
-Lo sospechaba desde hacía algún tiempo-admitió Hester.
-Piensas que soy una estúpida por amar a un hombre que no me ama.
-No pienso eso, hermana.
                  Hester se sintió mal al ver sufrir a su hermana.
-No llores más-le pidió.
                   Meg se secó las lágrimas con el pañuelo que Hester le había dado. Respiró hondo. ¿Cómo podía dejar de amar a Hunter?, se preguntó. Lo llevaba en su corazón.

jueves, 19 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Este cuento lo escribí hace mucho tiempo. Se encontraba entre las libretas que encontré con relatos míos. ¿Os acordáis?
Ayer, en Facebook, me hice unas cuantas preguntas acerca del amor. Una de ellas era dónde terminaba la amistad y empezaba el amor.
Los protagonistas de este relato son amigos. Pero puede que dejen de serlo. Y es que un sentimiento nuevo está naciendo en sus corazones.
NOTA: Espero que la linda portada que Rae hizo con tanto cariño a Berkley Manor se pueda ver. No es la primera vez que me pasa esto. Algunas imágenes, como habréis podido comprobar, no acaban de verse.
Espero que disfrutéis con este cuento.


ISLA DE BOIS BLANC, EN EL LAGO HURON, MICHIGAN, 1866

           Por fin...
                Por fin, había terminado la guerra. Aquella tarde, las hermanas Meg y Hester Birmingham se encontraban bordando en el salón de su casa. Meg era la mayor de las dos hermanas. A sus veintiún años, su mayor deseo era casarse. 
-¡Odio la guerra!-afirmó con rotundidad-Los hombres se van a luchar. Y nos dejan solas. 
-Esperemos que no haya más guerras-suspiró Hester-Hemos de dar gracias. 
-Nuestro padre ha regresado sano y salvo a casa. Pero son pocos los hombres jóvenes que quedan en la isla. ¡Seguro que tú te casas antes que yo!
                 Hester sonrió al pensar en los pretendientes de su hermana. Meg era toda una belleza y su hermana menor la admiraba sinceramente.
                 Desde hacía mucho tiempo, Meg tomaba sus propias decisiones. Poseía una gran fuerza de voluntad para enfrentarse a cualquier cosa. A pesar de que era aún muy joven, Meg era mucho más madura que cualquier muchacha de su edad. A Hester le habría gustado parecerse más a su hermana mayor. Meg era una joven sensible y sensata. La guerra la había hecho madurar mucho como persona. Cuando Hester necesitaba algún consejo, a quien iba a pedírselo era a Meg.
                 Hester era el polo opuesto a ella. Siendo sinceros, a ninguna de las dos les había faltado nunca de nada. Hester, cuando era más pequeña, había sido más caprichosa. Con el estallido de la guerra, la familia pasó por muchas privaciones. Los pretendientes de Meg no solían fijarse en la hermana menor de ésta. La consideraban poco menos que una muñequita de porcelana.
                Hester miró el mantel que estaba bordando.
-A lo mejor, hay alguien que te interese especialmente-apostilló la chica-Un joven y apuesto caballero que puebla tus sueños.
-¿Y tú por qué lo quieres saber?-se rió Meg.
                Sus mejillas se habían cubierto de rubor. Debía de ser una de las pocas pelirrojas que existían a las que les sentaba bien el rubor.
-Porque eres una romántica incurable-afirmó Hester.
-Te equivocas-replicó Meg-No puede haber nadie en mi vida.
-¿Lo dices en serio?
-Bueno...Eso no se sabe. 
           Meg no tenía novio. Pero había tenido algunos pretendientes en el pasado. A sus veintiún años, se consideraba así misma como una solterona. Su mayor deseo era casarse. 
-¿Y si nunca me caso?-se preguntó en voz alta-¿Y si nunca me enamoro? ¿Y si el hombre de mi vida nunca aparece? 
-¿No crees que estás exagerando?-la interrumpió Hester en sus cavilaciones. 
-¡Cómo se nota que tú lo tienes todo arreglado!
              Hester suspiró. Pensó en su buen amigo Marcus. Los dos se conocían desde hacía muchos años. Sus padres siempre decían que se casarían. Pero Hester lo consideraba como una estupidez. Ella y Marcus sólo eran amigos. Casi unos hermanos...
              Marcus era un año mayor que ella. Tenía diecinueve años. Pero la guerra le había hecho madurar muy deprisa.
             Había estado peleando en el frente. Había regresado apenas un año antes. Hester casi no le había reconocido cuando le volvió a ver. Le veía más cambiado. Más adulto...
              Hester Birmingham poseía una figura esbelta. Su piel era tersa. Su cabello era de color rubio. Y sus ojos eran de color azul cielo. A los ojos de los poco más de cien vecinos que vivían en la isla de Bois Banc, Hester se había convertido en toda una belleza.
-Marcus y yo no nos vamos a casar-dijo la muchacha-Él es como un hermano para mí. Sería raro casarme con él.
-Marcus es un hombre y tú eres una mujer-le recordó Meg.
                 Muy a su pesar, Hester llevaba algunas noches en vela pensando en aquel tema.
             
                  Mientras tanto, en la casa que se encontraba enfrente del hogar de los Birmingham, Hunter Lewis miraba a su hermano menor.
                 Los dos se encontraban en el jardín.
-Yo creo que deberías de casarte-le aseguró Marcus a su hermano-Después de todo, eres el primogénito.
                 Hunter sonrió con tristeza.
-Un matrimonio del que no nacería ningún hijo-se lamentó el hombre-Es mejor que lo hagas tú.
                  En los últimos días de la guerra, una herida de bala había cercenado las ilusiones de Hunter, que tenía veintiocho años. Le habían extirpado los testículos para salvarle la vida.
                   Nunca podría tener hijos. Vivía casi recluido en su casa.
                  Marcus siempre había admirado a su hermano mayor. Sólo lo tenía a él para apoyarse. Y tenía la sensación de que Hunter se estaba dejando morir poco a poco. Eso no le gustaba nada. Su hermano mayor había cambiado mucho.
-Tú tienes la oportunidad de vivir todo lo que yo no he vivido-le aseguró Hunter.
-Has vivido mucho-le recordó Marcus.
                  Hunter negó con tristeza.
-He estado con muchas mujeres, pero no sé lo que es amar a una-se lamentó.
-¿Y tú crees que estoy enamorado?-inquirió Marcus.
-Estás enamorado de Hester.
-¡Tonterías!
                    Marcus se ruborizó al pensar en Hester. No lo iba a negar. Sentía algo por ella. Pero Hester era una buena amiga suya. No era su prometida.
                     Siempre que él iba a verla, Hester le recibía con un fuerte abrazo. Le recordaba a una muñequita de porcelana. Con su cabello largo y rubio...Le parecía muy frágil. Muy delicada...
                   En los últimos tiempos, tras finalizar la guerra, algunos jóvenes empezaron a interesarse por ella.
                   Marcus fue a verla una tarde. Dieron un paseo por el bosque de hoja perenne que había en la isla.
-No me gustan ciertos caballeros que vienen a verte-le comentó-No me fío de ninguno de ellos. He oído rumores. Son unos viciosos. Deberías mantenerte alejada de ellos.
-¡Estás exagerando!-se rió Hester-Cualquiera diría que estás celoso.
                 Al escuchar esas palabras, Marcus se puso tenso.
-¡No estoy celoso!-exclamó-Sólo me preocupo por ti.
                 Hester frunció el ceño. Se cogió del brazo de Marcus.
-¡No me lo creo!-se rió-Te conozco bien. Se te da muy mal mentir.
                 Marcus lo negó todo. En su fuero interno, se resistía a admitir la verdad. Que estaba celoso. No podía imaginar a su amiga Hester casada con uno de aquellos idiotas. No se la merecía ninguno de ellos.
-¿De verdad estás pensando en casarte?-indagó Marcus.
-Meg quiere verme casada-contestó Hester.
-¿Y tú deseas casarte?
-Mi hermana da por sentado que nunca se casará. Y quiere verme casada. Dice que ella se quedará para cuidar de nuestros padres.



                     Marcus pensó en la hermana de Hester. Con su cabello largo y de color rojizo que siempre llevaba recogido en un moño, Meg era toda una belleza. De haber sido otras las circunstancias, a lo mejor, Meg habría terminado casada con Hunter.
-Tu hermana se equivoca-afirmó Marcus-Aún es muy joven.
                   Hester quería pensar que su amigo tenía razón. Pensó en lo cómoda que se sentía cuando estaba con Marcus. Sentía que podía apoyarse en él. Que podía contarle cualquier cosa. Marcus nunca le fallaría. Podía confiar ciegamente en él. A lo mejor, se casa algún día, pensó Hester. Pero aquel pensamiento le hizo daño.
-Gracias...-le dijo-Por estar ahí. Sé que puedo contar contigo.
                 Se detuvieron. Hester le dio un beso en la mejilla.
                 Recordó los cuatro años anteriores. Fue el tiempo que duró la guerra.
                 Su padre se marchó a pelear al frente. Su madre se quedó a cargo de todo. Meg, en su condición de hija mayor, la ayudó en todo lo que pudo. Por aquel entonces, Hester estaba dejando atrás la infancia. Sus años de adolescencia los pasó escuchando hablar de la guerra. Desde su habitación, podía escuchar el sonido de los disparos.
-Por suerte, tú estabas a nuestro lado-le dijo a Marcus, mientras su mente luchaba por volver al presente-Hasta que tuviste que ir a luchar.
                 El joven admiró el vestido de color blanco que Hester llevaba puesto aquella tarde. Le daba un aire angelical. En algún momento, los pechos de Hester se habían desarrollado. ¿Y qué estaba haciendo él mirando los pechos de su mejor amiga? ¿Desde cuándo Hester se había convertido en una mujer tan fascinante?
-Pensaba en ti a todas horas-se sinceró Marcus-Llevaba tu recuerdo conmigo. Estabas presente, incluso, cuando estaba disparando balas contra los sudistas. No te gusta que te hable de la guerra. Es normal. Pero pasó. Y hemos de convivir con ese recuerdo.
                 El verano estaba llegando a su fin.
                 Empezaba a hacer frío.
                 Hester le dijo a Marcus que tenía que volver.
-Te acompaño a casa-se ofreció el joven.
-Eres muy amable-dijo Hester.
                  Hicieron el trayecto casi en silencio.
                 Marcus y Hester casi no se miraban. Ella pensaba en todo lo que él le había dicho. ¿En serio había estado pensando en ella durante el tiempo que estuvo en el frente?
                   Le parecía algo inverosímil. Creía que Marcus sólo había luchado por sobrevivir. ¿Ella le había ayudado a sobrevivir a las balas que le disparaban los sudistas. Le cogió la mano. Necesitaba sentir muy cerca a Marcus. Era una necesidad que nacía de algún rincón de su corazón.
-Le ruego a Dios todas las noches que no haya más guerras-le confesó al muchacho-Le pido a Dios todas las noches que no tengas que volver a irte. Creo que no lo podría soportar.
                 Marcus suspiró. Él tampoco tenía ganas de irse de la isla. Pero, sobre todo, no quería ni pensar en la posibilidad de abandonar a Hester. Le dolía de corazón imaginarse lejos de ella. Lejos de su mejor amiga...¿Por qué sentía eso?

Lo he dividido en varias partes para no hacerlo pesado.
Por cierto, muy pronto, espero, sabréis de mi relato veraniego No te vayas. 
No me he olvidado de él. Pero albergo planes para él.