domingo, 22 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
¡Hoy, por fin, nos aproximamos!
Aquí os traigo la cuarta y penúltima parte de mi relato De la amistad al amor. Os agradezco de corazón todos los comentarios que habéis dejado. Y espero que me digáis si os ha gustado o no os ha gustado. Soy consciente de que tiene muchos fallos. Espero haber ido mejorándolos con el paso del tiempo.
Mañana, llegará el desenlace.
El fragmento de ayer me pareció excesivamente largo. Veremos lo que pasa entre estos dos amigos que son mucho más que eso.
Es un trozo tan largo como el que subí ayer, pero es la despedida.
Vamos a ver cómo termina la historia de Hester y Marcus.

-¡Se ha ido!-se lamentó Meg en voz alta-No volveré a verle nunca más.
                Estaba asomada a la ventana de su habitación. Aquel día, Hunter abandonaba Bois Blanc.
-No mires-le exhortó su madre-Te hace daño.
                 Hester tenía a Meg abrazada por los hombros.
                 Una barca se encargó de recoger a Hunter.
                  Hester vio cómo el joven se despedía de su madre y de su hermano menor. Le hizo daño ver a Marcus. Hacía días que no quería verle.
                  Hunter alzó la vista. Vio a Meg asomada a la ventana de su habitación. Alzó la mano y la movió en señal de despedida.
-Adiós, Meggie-le dijo-Cuídate. Y perdóname. Olvídame. Es lo mejor para los dos.



                 La barca le estaba esperando en la orilla del lago. Se metió dentro de un salto. Su madre intentaba no echarse a llorar. Marcus sintió un nudo en la garganta. Meg, por su parte, rompió a llorar.
-Metámonos dentro-le sugirió su madre.
-¡Hunter!-gritó Meg, destrozada.
                  Al joven le dolía mirar a Meg. Le dolía mirarla porque era consciente de que le había hecho daño. No se lo merecía. Meg era una joven bella y extraordinaria. Merecía otra clase de hombre. Me olvidará, pensó Hunter.

                      La idea de abandonar la isla empezó a rondar por la mente de Meg.
                      Sentía que no podía respirar. Le dolía el corazón de pensar que Hunter se había ido de la isla.
                      Se negó a salir a la calle. Tendría que pasar por delante de la casa de los Lewis a la fuerza. Vería que Hunter ya no estaba. No quería tampoco ver a Marcus. ¡Le recordaba tanto a Hunter! Pasaba todo el día encerrada en su habitación. Sus padres intentaron hablar con ella en varias ocasiones en vano. Meg apenas probaba bocado. La criada le llevaba la bandeja con comida.
-No tengo hambre-le decía Meg.
-Tiene que comer, señorita-la instaba la criada.
                     Meg no quería comer. La bandeja de comida quedaba casi intacta. Se le cerraba el estómago. Sólo podía pensar en una cosa. Hunter se había ido.
                    Hunter nunca la había amado.
-No me queda nada aquí-afirmó la joven-Me siento sola.
-¿Y qué pasa con nuestros padres?-le preguntó Hester-¿Y qué pasa conmigo?
                      Las dos hermanas estaban sentadas cada una en una silla en el porche de su casa.
-Tú eres capaz de hacer tu vida-le aseguró Meg a Hester-Eres mucho más fuerte que yo.
                      La muchacha negó con la cabeza. No era, desde luego, como Meg. Sin su hermana, Hester sentía que no podía con nada.
-¡Pero me tienes que ayudar!-insistió.
-¿Te refieres a Marcus?-inquirió Meg.
-No sé lo que pasa entre nosotros. De pronto, todo ha cambiado. No puedo mirarle como le miraba antes. Le veo distinto.
-Ves a un hombre.
                    Hester se calló al escuchar aquella afirmación de Meg.
                    Marcus era un hombre.
-Y él te mira y no ve a la niña con la que trepaba a los árboles-prosiguió Meg-Ni ve a la jovencita con la que correteaba por el bosque de hoja perenne. Ve a una mujer.
                      Hester empezó a temblar. En algún momento, algo en su relación con Marcus había cambiado. De pronto, habían dejado de ser buenos amigos. Los dos habían crecido. Ya no eran un niño y una niña que se divertían jugando juntos. Marcus era un hombre y Hester era una mujer.
                    ¿Por qué habían cambiado tanto?, se preguntó la chica. ¿Por qué no podían seguir siendo los amigos que eran? ¿Por qué ya no les bastaba con estar juntos y con hablar? Al mirarse, sus ojos desprendían fuego. Intencionadamente, se buscaban con cualquier excusa. Pero no sólo por el hecho de hablar. Era por otra cosa.
-Marcus siente lo mismo que tú-opinó Meg.
-¡Es una locura!-exclamó Hester.
-Yo pienso que no.
                     
                       La noticia de que Meg se marchaba de Bois Blanc corrió como la pólvora. Naturalmente, dio pie a toda clase de rumores. Meg se marchaba cuando no hacía ni una semana que se había ido Hunter.
                        El matrimonio Birmingham accedió a la petición de Meg.
                        Veían que su hija mayor estaba cada día más abatida. Ignoraba el señor Birmingham el porqué de la tristeza que rondaba a Meg.
                         En cambio, su mujer sí se daba cuenta de lo que le pasaba. Meg estaba enamorada de Hunter. Y le destrozaba el saber que éste no correspondía a aquel amor.
                        Los días siguientes, Meg los pasó preparando el equipaje.
-¿Volverás?-le preguntó Hester.
                         Meg estaba doblando una falda. Escuchó la pregunta que le había hecho su hermana menor.
                      No supo qué responder. Le dolía permanecer en aquella isla. Sobre todo, cuando sabía que no volvería a ver a Hunter. Quería regresar. Sin embargo, Meg no quería volver a la isla. No...Cuando no iba a ver de nuevo a Hunter.

                      Los tíos paternos de Meg y de Hester vivían en Grand Rapids. La intención del matrimonio Birmingham era enviar a Meg a aquella ciudad. Pasaría una temporada en casa de sus tíos.
                       Meg se mantuvo fuerte el día de la despedida.
-Pórtate bien-le exhortó su padre.
                         Habían ido todos a acompañarla a orillas del lago. Una barca la estaba esperando. Meg llevaba dos maletas consigo. No se atrevía a mirar en dirección a la casa de los Lewis. Tenía la sensación de que vería a Hunter apoyado en la fachada de la casa.
-Te voy a echar mucho de menos-le aseguró Hester a Meg.
-Recuerda lo que te he dicho-le susurró su hermana mayor-Tendrás mucha más suerte que la que yo he tenido. ¿De acuerdo?
                     Hester asintió. Meg saltó en la barca. Alzó la mano en señal de despedida. Abundantes lágrimas corrían por sus mejillas.
-¿Se encuentra bien, señorita?-le preguntó el barquero.
-No...-respondió Meg.

                 Hester conocía a Marcus desde hacía muchos años Era su mejor amigo. Sentía que nadie la entendía. Pero él sí era el único capaz de entenderla. Desde que eran pequeños, siempre habían estado muy unidos. Los dos habían crecido. Sus caminos se habían separado a raíz de la guerra. Pero volvían a estar juntos. Hester se daba cuenta de que ya no era lo mismo.  
                   Los vecinos querían olvidar lo ocurrido. Por aquel motivo, los Smith habían celebrado una pequeña reunión en su casa. Hester acudió a la reunión con sus padres. 
                   Vio a Marcus hablar con un joven de su edad. Sintió el deseo de acercarse a hablar con él. Pero no se atrevía. El pánico se apoderó de ella. Marcus era su mejor amigo. Y ella no quería perderle sólo por aquel estúpido sentimiento que había empezado a nacer en su corazón. Marcus se percató de la presencia de Hester. ¡Qué hermosa estaba con aquel vestido de color blanco! Se le cortó el aliento de sólo mirarla. 
                    Hester oía a la gente hablar. Pero su corazón no paraba de gritarle lo cobarde que era. En algún momento, Marcus había dejado de ser sólo un amigo para ser algo más. Por aquel motivo, no se atrevía a acercarse a él. El joven deseó acercarse a ella. ¡Tenía tantas cosas que decirle! Una amiga de Hester le tendió un vaso de limonada. 
-¿A quién estás mirando?-le preguntó. 
                    Hester bebió un sorbo de su vaso de limonada. Se dio cuenta de que le temblaban las manos. 
-A nadie...-respondió. 
                    Se fue con su amiga a hablar con las demás. Pero, antes, dirigió una última mirada a Marcus. 
                    Después de la marcha de Meg, el joven había intentado hablar con Hester. No entendía el porqué la muchacha guardaba las distancias con él. Siempre habían estado muy unidos. ¿Por qué todo había cambiado de pronto? ¿Qué era lo que estaba pasando? Él conocía muy bien a Hester. Sabía que le estaba mintiendo. 
-¿Ésa es Hester?-le preguntó su amigo. 
-Sí...-respondió Marcus. 
-Ha cambiado mucho. Se ha convertido en una auténtica preciosidad. 
-¿Por qué dices eso?
-Porque se nota que no paras de mirarla. 
                  Marcus recordó las cartas que recibió de Hester durante el tiempo que estuvo en el frente. Aquellas cartas le sirvieron para seguir adelante. Para no dejarse matar por las balas que le disparaban los soldados sudistas. 



                      Como pudo, Marcus se armó de valor y se acercó a Hester. La muchacha se quedó sorprendida cuando el muchacho se colocó junto a ella. Marcus le cogió la mano. Hester sintió que la mano de Marcus estaba caliente. Los dedos de ambos se enlazaron. Marcus tiró de ella para llevarla a un rincón. Aquel gesto sorprendió a las amigas de Hester.
-¿Adónde la lleva?-se preguntaron las unas a las otras.
                   Salieron al jardín. Hester agradeció el poder escapar del ambiente un tanto sofocante que se respiraba dentro del salón de los Smith. Pero sintió miedo. Estaba a solas con Marcus. La primera vez desde hacía algunos días.
-Hester, tenemos que hablar sobre lo que ha pasado-atacó Marcus-Es cierto que las cosas han cambiado mucho entre nosotros.
                    Eso era lo último que la chica deseaba oír.
-No quiero hablar de eso ahora-pidió Hester-Será mejor que vuelva dentro.
-¡No te vayas!-le imploró Marcus-Lo que tenemos que hablar tenemos que hacerlo ahora.
-Te lo ruego. No quiero hablar de nada de lo que ha pasado contigo. Eres mi mejor amigo. ¿Por qué las cosas no pueden seguir como hasta ahora?
-Te dejaré en paz sólo porque tú me lo pides. Pero tenemos una conversación pendiente, Hester. Iré a la fiesta que van a celebrar los Murray. Y deseo que tú vayas también. Podremos hablar allí.
                  Hester se metió dentro de la casa de los Smith. Se dijo así misma que Marcus era un cabezota.

                  Y llegó el día de la fiesta.
                  El matrimonio Birmingham acudió. Lo mismo que Hester...
                  Para su horror, la muchacha se dio cuenta de que Marcus también había ido.
                  Por suerte, durante la cena, no se sentaron juntos.
                  Sirvieron los criados de primer plato supremas de pollo a lo Maryland.
-Me dio la receta una amiga mía que vive en Annapolis-comentó la señora Murray.
                   Hester sintió fija sobre sí la mirada de Marcus. Se obligó así misma a comer. Pero sabía que todo el mundo terminaría hablando de ella. Y de Marcus...
-¿Has recibido carta de tu hermano?-le preguntaron al joven.
-Todavía no nos ha escrito ni a mi madre ni a mí-respondió-Pero no creo que tarde mucho en escribirnos. Lo echamos de menos.
                Hunter quería viajar a Portugal en primer lugar. Después, pasaría una temporada en aquel país. Más adelante, continuaría con su viaje por toda Europa. Con un poco de suerte, volvería siendo otro. Pero jamás podría olvidar todo lo que había sufrido. Suspiró y trató de mantener su vista apartada de Hester.
                    De segundo plato, los criados sirvieron macarrones con tomate.
                    Hester jugueteó con los macarrones que tenía delante de ella.
-¡Cuánto ha crecido la pequeña Hester!-la alabó una amiga de la señora Birmingham.
                      La muchacha pensó que lo peor que le podía haber pasado era crecer. ¿Por qué no me quedé en la infancia?, se preguntó.
-¿Cree usted que podríamos llegar a entendernos con esos condenados sudistas?-le preguntó un hombre a otro hombre que estaba sentado enfrente de él.
                   Marcus pensó en la guerra. Ya se había firmado la paz entre el Norte y el Sur. Pero las heridas estaban muy abiertas. Durante cuatro años, habían estado matándose los unos a los otros. El Presidente Johnson apostaba por una política de reconciliación. ¿Es posible que podamos vivir en paz?, se preguntó Marcus. Miró a Hester. Por ella, valía la pena hacer cualquier cosa. Hasta hacer las paces con los sudistas.
                   El postre consistió en pastel de pacanas.
                   Marcus y Hester estaban sentados a cierta distancia el uno de la otra. Sin embargo, podían verse. Podían sentir que estaban muy cerca. Hester casi no podía escuchar las conversaciones que había a su alrededor.
-Me gustaría viajar a Washington. Nunca he estado en una ciudad tan grande.
-Tienes Detroit. Es una ciudad preciosa. Deberías de ir a verla.
-Puede que tengas razón. Iré en mi luna de miel. ¡Ojala me case pronto!
                   Marcus apenas había probado bocado durante la cena.
                   Tenía la mirada fija en Hester. Sabía que ella, a hurtadillas, también le miraba.
                   Siente lo mismo que yo siento por ella, pensó.
                  Al acabar la cena, hubo un baile.
                   Era uno de los pocos bailes a los que Hester acudía. En un primer momento, no quiso bailar con nadie. Permaneció sentada en una silla. Se conformaba con ver cómo los demás bailaban. Pero vio que Marcus se estaba acercando poco a poco al lugar donde estaba ella.

 

                        Se envaró.
-Sientes lo mismo que yo-le susurró el joven.
-No es éste el lugar para hablar de eso-replicó Hester.
-¿Y dónde quieres que hablemos?
-Será mejor que me vaya a mi casa. Me empieza a doler la cabeza.
-Te acompaño.
-Marcus...
-Deja que te acompañe.
                     

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