sábado, 6 de octubre de 2012

CRUEL DESTINO

           Stephen abandonó la habitación de Katherine al amanecer. Le apenaba tener que dejarla. Tuvo la suerte de no ser visto. Acabó de vestirse en el jardín. Antes de irse, le dio un último beso a Katherine. Le prometió que regresaría aquella misma noche. Quería pasar el mayor tiempo posible con ella.
-Tengo miedo de que te descubran-le confesó la joven.
              Stephen le dio un beso más. Saltó por la ventana. Katherine lo vio aterrizar en el jardín.
-¿Te has hecho daño?-le preguntó.
-Estoy bien-respondió Stephen.
              Se puso de pie. Vio cómo Katherine se echaba a reír. Tenía la risa más bonita que jamás había oído. Se iba feliz por haberla tenido entre sus brazos. Se abrochó los pantalones. Alzó la mano para despedirse de Katherine.
-Procura que nadie te vea-le pidió la joven.
-Tendré cuidado-le prometió Stephen.
-Te quiero.
-Yo te quiero aún más.
              Dio media vuelta. Abandonó el jardín. Tuvo la suerte de no ser visto por nadie. Sin embargo, alguien estuvo a punto de verlo. Lo cual habría sido fatal tanto para él como para Katherine.
              Erika entró en la habitación de Katherine. La vio asomada a la ventana. Frunció el ceño. Parecía que estaba hablando con alguien. Pero Katherine estaba sola en la habitación.
-Señorita-la llamó.
            Katherine dio un brinco al escuchar la voz de Erika. Se dio la vuelta rápidamente. Esbozó una sonrisa.
-Hola, Erika-saludó a la criada.
-¿Qué hacía asomada a la ventana?-inquirió la joven.
           Katherine buscó una excusa creíble en su mente. Erika no era ninguna tonta. No le gustaba la manera en la que la estaba mirando. Parecía adivinar lo ocurrido aquella noche en su habitación. En su cama...
-Quería respirar el aire fresco de la mañana-mintió Katherine.
-Creo haberla oído hablar con alguien-observó Erika.
-Debió de ser con el lechero. Es un hombre muy simpático. Siempre está preguntando por todos nosotros. Y...Me cae bien.
           Erika fingió creer las palabras de Katherine.

             Sarah no había podido conciliar el sueño aquella noche. La brisa se colaba por la ventana de su habitación. Permaneció acostada en la cama. Quería recordar cada momento vivido la noche antes. Me ama, pensó. Y los dos habían reído de felicidad. Porque se tenían el uno al otro. Porque tenían toda la vida por delante para ser felices.
           Entonces, alguien golpeó suavemente la puerta de la habitación.
-Adelante-dijo Sarah.
               Erika entró en la habitación. Parecía sospechar que algo raro le ocurría a las hermanas. Pero no podía decir a ciencia cierta lo que era.
-¿Todavía sigue acostada, señorita?-se escandalizó.
-No he pasado buena noche-mintió Sarah.

            Por la tarde, Mary y Sarah salieron con la excusa de dar un paseo por la orilla de la playa. La realidad era que Sarah había recibido una nota de Darko pidiéndole que se reuniera con él aquella misma tarde a orillas del río.
            Durante el trayecto a pie hasta la zona, Sarah le contó a Mary los detalles de su encuentro la pasada noche. Mary la escuchó con los ojos abierto. ¡Afortunada Sara! ¡Por fin iba a ser feliz! Se lo merecía.
-Me ha jurado amor eterno-le confesó la joven a su hermana-Y me ha dicho que me ama.
-Espero que no hayas cometido ninguna imprudencia-dijo Mary.
-Me entregaré a él cuando estemos casados.
-No quiero que te metas en ningún lío. Ya has visto lo que le ha pasado a Cathy. Por suerte, no ha pasado nada.
              De pie frente al mar se encontraba Darko. Sus ojos se iluminaron cuando vio a Sarah. La joven se acercó corriendo hasta donde esta él. Tenía la sensación de que habían pasado siglos desde la última vez que se vieron.
-Hola-lo saludó.
                Mary decidió mantenerse al margen.
              Vio desde la distancia el encuentro de su hermana con el hombre que amaba.
-Espero no haberte hecho esperar mucho-oyó decir a Sarah-¡Oh, Darko! ¡Dime que esto no es un sueño! ¡Dime que lo que estoy viviendo es real!
              Mary sonrió al ver a su hermana feliz. Darko se inclinó hacia Sarah. Le dio un beso de amor. ¿Por qué ella no podía amar así al conde? No era sólo por el horror que había vivido.
             Era que no sentía su corazón henchido de amor cada vez que le veía. Lord Robert era un buen hombre. Sabía que él se esforzaría en hacerla feliz. ¿Por qué no era capaz de enamorarse de él? ¿Por qué no se atrevía a darse así misma la oportunidad de amarle y de ser feliz?
-Esto no es un sueño, Sarah-oyó decir a Darko-Es la más hermosa de las realidades.
-Tu pasado no me importa-afirmó Sarah-Te amo con todos tus defectos. Te amo también con todas tus virtudes.
-Nunca dejes de amarme, mi bella amada. Te lo ruego. Me he dado cuenta de que no soy nadie si no estoy a tu lado.
            Sarah quería subirse a lo alto de la torre de la Iglesia de Saint Cygar. Quería pregonar a los cuatro vientos su amor por aquel hombre. La oirían hasta en Cardiff. Porque Darko Raven era suyo. Suyo y de nadie más...



-Aún así, sigo teniendo miedo-le confesó Darko-Miedo de que tu padre no deje que nos casemos.
-No le hables de tu pasado si eso tanto te preocupa-le exhortó Sarah.
-Acabará enterándose. Hay cosas que no se pueden borrar. Y la gente habla.
-Le diré que son rumores de la gente. Que quieren hacernos daño para que no seamos felices.
             Mientras, Mary creyó ver a lord Robert. No lo estaba imaginando. ¡Era el conde! ¡Se estaba acercando a ella! Empezó a ponerse nerviosa. ¿Y si veía a Sarah con Darko? Podía romper el compromiso si estaba al tanto de la reputación del hombre al que Sarah amaba. Podía no amar a lord Robert. Pero él representaba su última oportunidad de casarse. Y de intentar dejar atrás todo el horror vivido.
Merezco olvidar, pensó María.
-Buenas tardes, Mary-la saludó Robert.
            Cogió la mano de la joven y se la besó.
-Buenas tardes, señor conde-le devolvió Mary el saludo.
             Estaba temblando porque aquella tarde se le olvidó ponerse los guantes. Y Rober le había besado la mano desnuda. Temblaba. ¿Por qué estoy temblando?, se preguntó Mary.
-¿No debería de estar acompañada por su dama de compañía o por alguna de sus hermanas?-observó Robert.
-¿Tan mal le parece que una mujer salga sola a pasear?-replicó Mary.
-Lo es si no quiere poner en peligro su reputación.
-No se preocupe por mi reputación, señor conde. La verdad es que he salido con mi doncella Erika. Lo que pasa es que ella está recogiendo conchas. A mí no me gusta. Así que la estoy esperando.
-No veo a Erika por ningún sitio.



-Espero que no se aleje mucho. No quiero poner en riesgo mi reputación. Sobre todo...Desde que usted y yo estamos prometidos.
-Lo sé.
           Mary miró hacia el lugar donde estaban Sarah y Darko. Les vio fundidos en un apasionado beso. El mar fluía detrás de ellos. Y parecía estar bendiciendo aquel amor. ¿Bendecirá también mi relación con el conde?, se preguntó Mary.
               El rubor la hace más guapa, pensó Robert. Deseaba mirar con otros ojos a Mary. Después de todo, era con ella con quien iba a casarse.
            Los dos estaban detrás de una roca y tenían la sensación de haberse quedado solos en el mundo.
-Mary...-susurró Robert-Me gusta llamarla de ese modo.
-Puede hacerlo siempre que quiera-le sonrió la joven.
-Y usted puede llamarme Robert si así lo quiere. Le doy permiso para que lo haga. Milord...No me gusta cuando lo escucho decir a usted.
-Roberto...Robert...Robert...
-Mary...Mary...Hermoso nombre...Para una hermosa joven...
           Mary se sintió rara al llamarle así. También se sintió rara al escucharle decir su nombre. Robert la miraba casi con fascinación. Mary era inteligente. Sabía cómo replicarle. Le recordaba mucho a su esposa. Pero ella ya no estaba. Y comprendía que Sarah jamás sería para él.
-Me gusta ese nombre-le confesó Mary.
             Robert había visto a Sarah con un hombre.
             Los ojos de Sarah brillaban de amor al posarse en aquel hombre.
            Jamás me mirará así, pensó Robert. No puedo soñar con un imposible. Estoy cansado de soñar con imposibles.
            Mechones de pelo se escapaban del sombrero de Mary. Robert, en un impulso, posó sus labios sobre los labios de Mary y la besó de manera suave.
              Se separaron.
              La respiración de Mary era agitada y temblaba visiblemente.
-Lo lamento-se excusó Robert.
-¿El qué lamenta?-inquirió Mary.
          Sonrió con cierta picardía. Robert volvió a inclinarse sobre ella y volvió a besarla. Esta vez, el beso fue más apasionado. Y Mary correspondió a él. Le gustaba ser besada por Robert. Tenía que admitirlo. Él era dulce y delicado con ella.

4 comentarios:

  1. ay dios ¡que se va a liar la cosa!
    Que capi nena.
    Me tienes enganchada
    Besos cariño

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  2. Me gustan mucho las escenas románticas, me hacen suspirar...aunque como pone Anna se complica un poco el asunto, a ver qué pasa.

    Besos.

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  3. La cosa se va a ir liando poco a poco, sin que nuestros protagonistas se den cuenta.
    Me alegra ver que te gusta mi novela.
    Un abrazo, Anna.

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  4. ¡Qué alegría me das, Aglaia! ¡Te ha gustado la escena! Me cuesta trabajo, lo confieso, escribir esta clase de escenas, sobre todo ahora, que no tengo a nadie en mi vida que ocupe mi corazón.
    Espero que te siga gustando la historia en los siguientes capítulos.

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