A menudo, era la propia Olivia la que quería domar los caballos que sir Kyle adquiría. Y lo conseguía. Olivia presumía de ello. No era nada vanidosa. Bueno…Un poco…
Lo de domar ella los caballos era algo que Sean veía con malos ojos.
Se preocupaba por su hija. Olivia acababa en el suelo. Le pasaba de vez en cuando. Como en los rodeos. Y se hacía daño. No se rompía ningún hueso. De momento…Olivia no cambiaba.
Sir Kyle Saint Leger vivía peligrosamente. Nunca había conocido una mala racha a la hora de jugar al póker. Cada vez que iba a una de las partidas que se celebraban con frecuencia en el "saloon", regresaba con los bolsillos más llenos que cuando se iba. Había jugado varias veces al póker con Sean O' Hara. ¡Pobre infeliz! ¿Acaso no se daba cuenta aquel irlandés de que sólo le servía para aumentar sus ganancias? Mientras, Sean se arruinaba un poco.
-Estás viejo, irlandés-se reía Kyle.
Y se llevaba consigo el dinero de Sean.
A veces, Anne estaba despierta para atenderle y a sir Kyle le apetecía rematar la noche. Anne, la cocinera, era bastante guapa. Sir Kyle se desahogaba fácilmente con ella. Tenía que celebrar que era cada vez un poco más rico. Tenía que celebrar que la suerte seguía sonriéndole.
Sean hablaba fuerte. Se reía fuerte. Y apostaba fuerte.
-Acabarás en la calle, irlandés-le decía sir Kyle.
-Sé bien lo que puedo gastar-afirmaba Sean.
Por lo general, el padre de Olivia solía empezar las partidas de póker ganando varias manos seguidas. Poco a poco, la suerte empezaba a serle esquiva. Pero eso no le importaba y seguía jugando.
Cuando empezaba a perder varias manos seguidas, Sean se ponía nervioso. Le temblaban con violencia las manos. Sir Kyle intentaba no mirar cuando una mano que sujetaba las cartas se agitaba violentamente. Sean empezaba a sudar de manera profusa. El dinero que dejaba encima de la mesa pasaba a manos de sir Kyle. Al dueño de "LA PILARITA" no le importaba ganarle varias manos a Sean.
-Me adueñaré de tu rancho-le decía en broma.
-Eso nunca-replicaba Sean.
Al final, los dos acababan jugando porque los demás jugadores se retiraban. Varias veces, Sean salía completamente desnudo del "saloon". Había llegado a apostarse incluso la ropa que llevaba puesta. Sir Kyle se reía de él cuando le veía salir desnudo del "saloon". Se quedaba con la ropa y se la llevaba a "LA PILARITA".
Anne lavaba la ropa de Sean.
La planchaba. Al día siguiente, siguiendo las órdenes de sir Kyle, se la entregaba a Olivia. La joven la cogía sin decir nada. Sabía lo que había ocurrido la noche anterior. Su padre intentaba ocultárselo. Pero los rumores llegaban hasta ella cuando pisaba la calle. Y esos rumores se convertían en certezas cuando llegaba a "LA PILARITA".
-Gracias-se limitaba a murmurar.
-Pobrecilla-suspiraba Anne-Su padre acabará arruinado. Y el patrón se aprovecha de él. ¡Qué pena!
A sir Kyle le sabía mal lo que hacía sólo por Olivia.
Porque la veía sufrir por culpa de los excesos de su padre. Y porque el propio sir Kyle era muy dado a aquellos excesos.
Lily, su pupila, le reñía por eso.
-Acabarás mal-le decía.
Sir Kyle se reía.
¿Qué podía saber esa chiquilla de él y de su vida?
Jack no era la clase de hombre que escribía poemas. Era un hombre duro. Era duro en todos los aspectos. Apenas sabía leer. Su vida era sólo trabajar. Salir adelante.
Pero se sentía perdido, igual que un niño pequeño. Y todo era por Olivia. Estaba enamorado de ella.
Hacía mucho que lo había admitido para sí. Obviamente, no podía admitirlo ante los demás. Era su secreto.
La vio sentada a la sombra de un árbol. Uno de los pocos árboles que crecían por los alrededores. Cerca de ella, se encontraba "Yasmina". Olivia se había quitado el sombrero de ala ancha que cubría siempre su cara y su cabello. Alguna vez, le arrancaré ese maldito sombrero y lo enviaré al Infierno, se prometió Jack. Olivia tenía la vista perdida en algún punto lejano.
Se acercó a ella.
-Olivia-la llamó.
La joven se sobresaltó. Se dio cuenta de que no estaba sola. Alzó la vista. Vio que Jack estaba a su lado. ¡Qué piernas más musculosas tiene!, pensó la joven. Su boca se secó. No podía tragar saliva. Por lo menos, no se había ruborizado. Ella nunca se ruborizaba.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó.
-Livie...-respondió Jack. Ella hizo ademán de ponerse de pie. Él se lo impidió-Tenemos que hablar. Es necesario que hablemos. No te asustes. Jamás te haría daño.
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