Entró en calor. Se sentía a gusto. Los animales la calentaban. Tuvo ganas de dormir un poco. Eso estaría bien. Cerró los ojos. Se relajaría. Se quedaría dormida. Y esperaría. ¿A qué? No lo sabía. Intentaba no pensar en Jack. Pero no podía. Quería creer que no estaba enamorada de él. Era inútil. Jack volvía una y otra vez a su cabeza. A su corazón...
Olivia no podía comparar aquel sentimiento con ningún otro. Nunca había sentido nada parecido. Ni siquiera cuando Greg la cortejaba.
Olvidar a Jack era una tarea casi imposible. La dejaba agotada. Ella misma estaba luchando una batalla que sabía perdida de antemano. Era una locura. Sentía algo por Jack que iba más allá de la amistad.
Se acordó de su vecina Eliza. Ella le decía que no debía de confundir el amor con el deseo. Le pasó lo mismo. Confundió el amor con el deseo y su matrimonio con Rafael Santana, un adinerado terrateniente mexicano, era un desastre. Su marido llevaba meses enfermo. El que fue un hombre rudo y salvaje había quedado reducido a una piltrafa humana.
Olivia sabía que Jack sentía algo parecido por ella. ¡Correspondía a aquel cariño! Debía de estar contenta. Pero no lo estaba. Una mujer sabía cuando un hombre sentía algo por ella. Quería regodearse en ello. Su cabeza le gritaba: ¡Alto! ¡No sigas! ¡Era una locura!, pensó Olivia. Enrojeció de rabia. ¿Qué clase de mujer era? ¡Jack era un hombre casado! ¿Acaso había olvidado a Danielle? Jack le debía respeto a su mujer. Le debía fidelidad.
Eliza le decía que los hombres eran infieles por naturaleza.
Ella, por supuesto, le daba la razón.
Sean debía de sospechar que pasaba algo. Su padre no era tonto. Olivia se preguntó si se habría puesto en contacto con sus hermanos para contarle lo que pasaba.
Incluso se estaba planteando el enviarla lejos de Streetman.
Estaba pensando en enviarla con la familia que no conocía. A un lugar que ella no conocía. Debería de acostumbrarse a vivir allí. Y ella se sentía tentada a obedecer. Pero no quería irse. No quería abandonar su pueblo.
Un relámpago iluminó la cueva. Sonó con fuerza un trueno. Una de las vacas mugió asustada.
El rostro de Olivia estaba empapado y ella se secó con la manga de su camisa de corte masculino. Estaba temblando otra vez. Volvió a tener la sensación de echarse a llorar. Reprimió sus lágrimas. Llorar es de débiles, pensó. No voy a llorar. Estaba calada hasta los huesos y rezó para no acabar enferma de neumonía.
Su padre le decía que aquella tierra era dura. Las personas débiles perdían la vida allí. Las personas débiles huían de allí. Por eso, Dillon y Tyler se habían ido. Por eso, su madre estaba muerta. Porque eran débiles.
Algo que Olivia no podía ser.
En aquel momento, otro relámpago iluminó el cielo.
-Livie-la llamó una voz.
-Freddie-dijo la joven.
Era Frederick Beckham, uno de los hermanastros de Olivia. Era el hijo menor que tuvo Sean con una joven natural de Natchez que vivía en el pueblo. Había llegado a Streetman para trabajar como criada para los Santana. Su marido, mucho mayor que ella, había muerto hacía poco. Ella y Sean fueron amantes durante algún tiempo. En aquella época, Sean estaba casado con Sarah y Dillon era un niño de corta edad. La amante de Sean dio a luz a su hijo mayor, Ethan, al mismo tiempo que Sarah se quedaba embarazada de su otro hijo, Tyler. Años después, Sean volvió a las andadas con la madre de Ethan. Él siempre dijo que sólo estuvo con ella una vez. Pero bastó para que ella se quedara de nuevo embarazada. Freddie era tres años más joven que Olivia.
Los tres hijos legítimos de Sean sabían que Freddie y Ethan eran sus hermanos. Mientras Dillon y Tyler los despreciaban, Olivia quería estar cerca de ellos. Se llevaba muy bien con Freddie, aunque no tanto con Ethan. Éste prefería mantener las distancias con su hermanastra.
-¿Qué estás haciendo aquí?-preguntó Olivia.
-He venido a buscarte-respondió Freddie.
-¿Quién te ha dicho que estoy aquí?
-Jack me ha dicho que estabas con el ganado y seguí las huellas. Empezó a llover. Y deduje en qué cueva os habríais metido. Veo que no he fallado.
Olivia se puso de pie. Se arrojó en brazos de Freddie.
-Estás loco-afirmó risueña-Salir tú solo a buscarme. ¡Y en plena tormenta! Estás tan loco como yo. Te vas a resfriar.
-Yo sé quién está loco-apuntó Freddie-Y me vas a matar cuando te lo diga. Pero lo tengo que decir. El que está loco es Jack. Está loco por ti. Lo disimula fatal. Aunque no sabría qué decir. Quizás me lo esté imaginando todo.
-¡No digas tonterías! Es un hombre casado. Entre nosotros jamás podría haber algo. No soy muy amiga de Danielle. Pero sí soy amiga de Kim. Es, junto con Lily, la única amiga que tengo.
-Me tienes a mí.
-A mi hermano que ve fantasmas donde no los hay.
Freddie se echó a reír.
-No necesito que alguien me haga de niñera-afirmó Olivia-Nunca he tenido una niñera. Tengo veintidós años. Nuestro padre cree que nunca me casaré. Y, a lo mejor, tiene razón. Casi prefiero quedarme soltera. ¡Mira a nuestros hermanos! ¡No quieren a sus esposas! No necesito un marido que cuide de mí. Yo sola me basto y me sobro. Soy una mujer independiente. Lo he demostrado muchas veces. Tengo una excelente puntería. Practico con mi Colt a diario. Acierto a una lata situada a un kilómetro de distancia. Y no estoy exagerando. Sé disparar mejor que muchos hombres que conozco.
Freddie no ponía eso en duda.
Olivia sabía cuidar de sí misma.
Pero había algo en ella que impulsaba a querer protegerla.
Freddie pensó que hablaba mucho con Pluma Roja.
Le decía que había espíritus malignos. Y que esos espíritus querían hacerle daño a Olivia.
Él quería pensar que se equivocaba. Freddie era un muchacho muy religioso. Creía que Dios ponía a sus fieles a prueba.
Y ellos superaban aquellas pruebas porque creían en Él. Freddie no creía en la existencia de espíritus malignos. Pero sí creía que muchas pruebas eran muy duras. Pero la misericordia de Dios es infinita, pensó.
Y eso era lo que estaba haciendo con Olivia. La estaba poniendo a prueba. Nada más.
-Te he visto haciendo verdaderas cabriolas a lomos de un caballo-le aseguró Freddie.
-Sé usar un cuchillo-enumeró Olivia-Sé pelear. Pego muy bien. Doy buenos puñetazos. Se lo he dicho a mi padre. Pero él no me quiere escuchar. Debe de creer que todavía soy una niña. ¡Y eso no es cierto!
Él y Olivia tomaron asiento en un rincón de la cueva. Freddie entendía bien a Olivia. A la joven le costaba trabajo perdonarle a su padre su infidelidad. Él había traicionado a su madre. Pero seguía queriéndole a pesar de todo. Y también quería a sus hermanastros. No tenían la culpa de nada.
Podía contar con Freddie.
-Eliza cree los hombres son infieles por naturaleza-comentó Olivia-Dice que no debes fiarte de ninguno.
-Se equivoca-replicó Freddie.
-No lo creo. Eliza se casó con un joven inglés que le era infiel con otros hombres. Luego, conoció a Rafael y se enamoraron. Fueron amantes hasta que el marido de Eliza murió. Rafael Santana es un hombre muy posesivo. Tiene muy controlada a Eliza.
-El descontrol que lleva le ha pasado factura. La sífilis lo matará antes de tiempo.
Olivia se preguntó lo que sentiría Eliza si se quedaba viuda.
Su matrimonio con Rafael fue una pesadilla desde el primer momento. Su marido la insultaba tanto en público como en privado. En varias ocasiones, Kimberly la tuvo que atender porque traía la cara partida. Su propio marido se la partía.
Incluso la familia Santana había tomado partido por Eliza.
La hermana de Rafael quería sacarla de allí. Le hablaba de irse lejos.
Eliza no quería irse.
Le decía a su cuñada que su hermano no era malo. Justificaba su comportamiento diciendo que nadie lo quería, más que ella. La mujer decía que su hermano acabaría matando a Eliza.
Por dos veces, Eliza perdió un hijo.
La primera vez, fue por un accidente. La segunda vez, fue por una paliza que le propinó su marido.
Ahora, Rafael estaba enfermo. Y ella se negaba a abandonarle.
-A milord también le gustas-afirmó Freddie-Se le van los ojos tras de ti en cuanto te ve.
-Insisto-bufó Olivia-No digas tonterías. Milord no está enamorado de mí. Eso jamás pasará. Tienes mucha imaginación, hermano mío. Y eso no es bueno.
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