-¿Qué dices? ¿Te has vuelto loca? Lo que dices suena repugnante. No puedo creer que digas eso.
-¡Estás celoso! ¡Lo sabía! ¡Sientes algo por Olivia! ¡No trates de negarlo! Te conozco. ¡Te gusta Livie! ¡La deseas!
-¡Deliras, Annie!
Jack encendió el cigarrillo.
Se puso tenso.
Danielle no estaba allí. No podía oír lo que estaba diciendo Anne. "¡Te gusta Livie!" "¡La deseas!"
-No diré nada-le aseguró Anne-Nunca te he visto con Olivia en brazos. Mientras no te vea, no le diré nada a Danielle. Pero quiero que lo pienses bien antes de cometer una locura.
La mujer abrió la barriga del pescado. Era una merluza que pesaba dos kilos. Una hermosa merluza, pensó Anne. Y le había costado dos dólares. Una merluza bastante cara, pensó Anne. Pero quedaría deliciosa. Haría croquetas de merluza para cenar. Le sacó las tripas. Las tiró encima de la mesa.
-Mira, se trata de tu vida-prosiguió Anne-Puedes hacer lo que te venga en gana con quien quieras. Pero no me obligues a tener que hablar con Danielle. Ella es amiga mía. Y siento un gran cariño hacia Livie. No quiero que les hagas daño a ninguna de las dos. No se lo merecen. Mantén tu miembro metido dentro del pantalón. ¡Mira lo que le ha pasado a Sean! Por meter su cosita donde no debía.
-¡Joder, Annie!-se escandalizó Jack-¡Lo que dices suena vulgar!
-Pero es verdad.
Tiene razón, pensó Jack. Las manos de Anne, que estaban manchadas de sangre, le impresionaron. Es capaz de irle con el cuento a Danielle. Aunque yo le diga que no siento nada por Olivia. No me creería.
Le dio una calada a su cigarrillo. Expulsó el humo.
En opinión de Anne, eran así como empezaban los problemas en el mundo. Con un hombre metiendo su miembro en el hueco menos indicado.
-¡Ya está!-anunció Anne-¡He terminado! Podré ponerme a hacer las croquetas. A la señorita Lily le gustan mis croquetas.
-Estarás agotada-dedujo Jack.
-No te creas. Me gusta mi trabajo. Aunque admito que cansa mucho. No se para nunca en esta casa.
-No tendrías que estar trabajando aquí, Annie. Tú tendrías que estar trabajando con los niños. Dando clases.
-Jack, no sigas. Te lo ruego. No soy como Kim. Ella tiene mucha maña con los niños. Yo no sabría cómo tratarlos. Ni siquiera sé cómo tratar a los niños de los indios. Pienso que mis padres murieron en un ataque indio. Y me pongo nerviosa. Ellos no tienen la culpa. Los niños, quiero decir. Es duro ser un niño cuando están en guerra permanente con tu pueblo. Pero les veo y creo que estoy viendo a los asesinos de mis padres. Y no sería justo con ellos. No eximo de culpa a mi gente. También tienen que rendir cuentas por sus crímenes.
-A veces, tengo la sensación de que "EL LORD" no nos valora en absoluto. Además, tú te llevas bien con la señorita Lily.
-¡Ay, Jack! Te lo he dicho. No sigas.
-La señorita Lily lleva sangre comanche. Aunque sea pequeña. Y hablo en serio en todo lo que te estoy diciendo acerca del "LORD", Annie.
-No. No hablas en serio.
-Sí, Annie. Tú deberías dejar de hacer esto. ¡Que lo haga otro, joder! Eres inteligente. No entierres aquí tu inteligencia. Te pasas la vida haciendo lo mismo. Limpias pescado. Pelas patatas. Partes tomates. Picas cebollas. Troceas carne. Haces pan. Preparas pasteles. Asas carne. Haces sofritos.
Anne se puso de pie. Se limpió las manos con el delantal. Cogió las vísceras del pescado. Se despidió de Jack. Él la miró con pena. Le dio un beso en la mejilla. Anne iba a llevar las vísceras de pescado a los gatos que estaban a la entrada de "LA PILARITA". Se iban a dar un buen banquete, pensó Anne. Dejó a Jack sumido en sus pensamientos. Pensó en Danielle. Hacía mucho tiempo que no la acariciaba.
Sus besos eran fríos.
Los gatos recibieron con cierto regocijo las vísceras de pescado que les dio Anne. Volvió a entrar en el edificio principal. Jack salía de la cocina. Le vio alejarse con aire pensativo. Los dos tenían aire pensativo.
Sentada en su balancín, Eliza velaba el sueño de su marido. Rafael había sido un hombre apuesto como un demonio, según decían. Alto, atractivo, arrogante y viril. Inmensamente rico. Fue el sueño hecho realidad de Eliza. Y la peor de sus pesadillas.
-¿Por qué nunca me has querido?-le preguntó en un susurro.
Sentada en una silla, su cuñada Arabella le hacía compañía. Era la hermana menor de Rafael y, desde su boda, su mejor amiga.
Estaba tejiendo una manta.
-Rafael nunca ha querido a nadie-respondió Arabella. Había escuchado el susurro de Eliza-Sólo se ha querido así mismo. Siempre ha sido un egoísta.
-¡Por Dios, no hables así de él!-le pidió Eliza.
-Es la verdad-sentenció Arabella.
Eliza recordó la primera vez que se acostó con Rafael. Fue la tarde más feliz de su vida. Pero él reaccionó de un modo violento cuando supo que no era virgen. Aún le dolía la cara.
-Ramera...-oyó susurrar a Rafael en sueños.
-Si él muere...-dijo Eliza-No sé qué haré. Sólo he vivido para él.
-Has estado muerta-replicó Arabella-Si mi hermano muere, empezarás a vivir. Soy cruel por hablar así. Lo sé. Pero es la verdad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario