Cada cierto tiempo, ocurre algo que hace que todo el mundo pareció que se había vuelto loco, solía pensar Olivia O’ Hara.
Gente de todas partes estaba yendo a California en busca de oro. El carácter temerario e intrépido de Olivia era parecido al carácter de los buscadores de oro.
La noticia había corrido como la pólvora.
Se había encontrado oro en California.
Olivia no se lo creía.
Un afortunado encontró una pepita de oro. De pronto, la noticia corrió como la pólvora. Ya había atravesado varios Estados. Entonces, llegó a Streetman. Lo contó “El Muelas” mientras corría como un loco por la calle.
-¡Oro!-gritaba-¡California está hecha de oro!
Algún día, pensaba Olivia, haré lo mismo. Buscaré oro.
Su mejor amiga, Kimberly, veía con desconfianza la locura que parecía haberse apoderado de algunas zonas del país.
Los ojos de color gris de Kimberly reflejaban preocupación. La guerra contra México apenas había finalizado. Y, ahora, los hombres querían embarcarse en una nueva empresa suicida. ¡Buscar oro! ¿Acaso no podían quedarse quietos? ¿No podían estar tranquilos?
Kimberly Mackenzie aparentaba tener diecinueve años. No los treinta y tres que tenía. Su belleza era juvenil. Pero su aspecto era el de una mujer cansada de luchar. Era alta, esbelta y de facciones muy dulces. Su piel era sonrosada. Y su cabello era de color rubio dorado.
Hacía mucho que conocía a los O' Hara. Recordaba el día en que conoció a Sean. Se acercó a él cuando volvía del trabajo. A él le hizo gracia el carácter determinado de la joven.
-Me llamo Kimberly Mackenzie-se presentó.
Le tendió la mano. Sean la cogió y, en lugar de darle un apretón, hizo otra cosa. Depositó un beso suave en su dorso. Kimberly lo miró anonadada. Pero mantuvo la mirada.
-Encantado de conocerla, señora Mackenzie-dijo Sean.
-Es señorita-le corrigió ella.
Había algo en ella que le recordaba a su cuñada Brigitte. Era educada. Pero su ropa hablaba de su condición humilde. Kimberly estaba viviendo su primer amor con un delincuente al que "sheriff" acusaba de haber asaltado el banco de Austin semanas antes.
Kimberly había empezado a trabajar como maestra en la escuela de Streetman. Era una joven inquieta. Con su encanto, había encandilado a un atracador de bancos. La familia estaba horrorizada.
Kimberly atraía a los hombres menos indicados. El atracador de bancos fue el primero de una larga lista de canallas que pasaron por su vida con más pena que gloria.
Los ojos de color gris de Kimberly reflejaban preocupación. La guerra contra México apenas había finalizado. Y, ahora, los hombres querían embarcarse en una nueva empresa suicida. ¡Buscar oro! ¿Acaso no podían quedarse quietos? ¿No podían estar tranquilos?
Kimberly Mackenzie aparentaba tener diecinueve años. No los treinta y tres que tenía. Su belleza era juvenil. Pero su aspecto era el de una mujer cansada de luchar. Era alta, esbelta y de facciones muy dulces. Su piel era sonrosada. Y su cabello era de color rubio dorado.
Hacía mucho que conocía a los O' Hara. Recordaba el día en que conoció a Sean. Se acercó a él cuando volvía del trabajo. A él le hizo gracia el carácter determinado de la joven.
-Me llamo Kimberly Mackenzie-se presentó.
Le tendió la mano. Sean la cogió y, en lugar de darle un apretón, hizo otra cosa. Depositó un beso suave en su dorso. Kimberly lo miró anonadada. Pero mantuvo la mirada.
-Encantado de conocerla, señora Mackenzie-dijo Sean.
-Es señorita-le corrigió ella.
Había algo en ella que le recordaba a su cuñada Brigitte. Era educada. Pero su ropa hablaba de su condición humilde. Kimberly estaba viviendo su primer amor con un delincuente al que "sheriff" acusaba de haber asaltado el banco de Austin semanas antes.
Kimberly había empezado a trabajar como maestra en la escuela de Streetman. Era una joven inquieta. Con su encanto, había encandilado a un atracador de bancos. La familia estaba horrorizada.
Kimberly atraía a los hombres menos indicados. El atracador de bancos fue el primero de una larga lista de canallas que pasaron por su vida con más pena que gloria.
-No encontrarán nada-solía decir-Cavan y cavan. Pero se mueren de hambre. ¿Los has visto? Van cubiertos de piojos.
-Y están sucios-corroboró Olivia-No se lavan nunca. Nunca se bañarán en oro, Kim.
-¿Por qué no echan raíces aquí? Podrían buscarse una mujer. Ella les espabilaría.
-Son unos locos soñadores. No sirven para fundar una familia.
Olivia y Kimberly mantenían conversaciones como la que acabo de describir mientras lavaban la ropa en la pila.
-El mundo está hecho de locos y de soñadores-afirmó Kimberly-Por eso, sigue girando.
-Lo que dices es una tontería-replicó Olivia.
-Tú misma podrías irte a San Francisco a buscar oro.
-Eso es lo que haré algún día. Pero no lo haré por hacerme rica. Lo haré por vivir un poco. Luego, por supuesto, regresaré a Streetman.
Kimberly fue a tender unos pantalones. No eran de Jack. Pertenecían a su hermano mayor, que acababa de cumplir cincuenta años.
-Espero que el pueblo no se quede sin hombres sólo porque a todo el mundo le está dando por ir a California a buscar oro-dijo la maestra-Porque me temo que se van a llevar una decepción enorme.
Olivia restregó con jabón una camisa de su padre. Vio una extraña marca en el cuello. Pero no sabía de qué era.
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