sábado, 30 de junio de 2012

CRUEL DESTINO

ISLA DE CHURCH

              Emma contempla el mar desde la ventana de su habitación. 
              Acababa de cumplir treinta años. Se sentía vieja. 
              Hubo un tiempo en el que Emma había surcado los Siete Mares disfrazada de muchacho. 
              Hubo un tiempo en el que Emma había sido la amante del más temido corsario que jamás había existido. Un hombre que cautivó sus sentidos. Y que le destrozó la vida de todas las maneras posibles. 
              Pero aquel hombre estaba muerto. Y Emma estaba postrada en una silla de ruedas. No he de sentir pena de mí misma, pensó. Ya ha pasado todo. 
-¡Ha llegado una carta para usted, señorita!-informó la criada que entró en la habitación de Emma Nicole Ashford-¡Viene de Holyhead!
               La joven se acercó con su silla de ruedas hasta la criada. Ésta le tendió la carta.
-¿Una carta para mí?-se asombró Emma-¿Y que viene desde Holyhead? ¡Es de Robert! ¡No hay la menor duda!
               La criada se retiró.
                Emma miró la carta. Luego, la rasgó casi con ansia. Extrajo la carta del sobre. La desdobló. Empezó a leerla con nerviosismo.

               Mi querida Emma:

              Espero que estés bien. 
              He llegado a Holyhead, como ya sabes. Es un lugar realmente hermoso. 
             Madre está decidida a verme casado de nuevo. 
             Como ya sabes, tengo que cumplir con mi deber. He de procurar un heredero para el condado de Maredudd. 
             Espero que no estés pensando en el pasado. Trata de olvidar todo lo vivido, Emma. 
             Christopher está muerto. 
             Eres una mujer libre. Dirás que me estoy burlando de ti. No me estoy burlando de ti, querida prima. Te estoy diciendo la verdad. 
            No volverás a sufrir por ese desgraciado. ¡Qué Dios me perdone por alegrarme de la muerte de otro ser humano! Tú lo viste bailando en la horca. Lo mismo que yo...Nunca te pidió perdón por todo el daño que te hizo. 
              Es curioso. Nos enamoramos de las personas que más daño nos hacen. Yo amé sinceramente a Paula. Pero ella estaba conmigo por mi dinero. 
            Y tú te enamoraste de un hombre que sólo vio en ti un reflejo de la zorra de mi tía. Perdóname que hable así de tu madre, pero es la verdad, Emma. 



              Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas. Echaba de menos a Robert. No sólo era su primo. También era su mejor amigo. Había algo en él que le recordaba mucho a su querido Allen. Debí de haberme enamorado de él, pensó Emma. Habría sufrido menos.

              No te puedo ocultar nada, Emma. Vas a pensar que me he vuelto loco. Pero madre tiene razón. Soy conde. Y tengo que cumplir con mi deber. No tengo un heredero. Y he de buscar a la mujer adecuada con la cual casarme. 
              Ya sabrás la noticia. He conocido a una joven aquí, en Holyhead. Y he de confesarte que me siento muy atraído por ella. Podría ser una digna condesa de Maredudd. De momento, he empezado a cortejarla. Quiero conocerla mejor.

                ¿La amas?, quería preguntarle Emma.
                 Se acercó con su silla de ruedas a la ventana.

                ¡Margaret y tú tenéis que conocerla! No puedo decir otra cosa de ella más que elogios. Se llama Mary Wynthrop. 
                 Es pelirroja. Me recuerda mucho a tía Annabelle. 
                  Pero no se parece en nada a ella, te lo puedo asegurar. Hay mucha dulzura en sus ojos. Parece un animalillo asustado. Madre dirá que es una vieja solterona. ¡Lo dudo mucho! Tiene veintiocho año. Si Mary es vieja. ¿Qué seré yo? Tengo treinta y dos años, Emma. No soy precisamente un niño. 
                 Podría llegar a amarla. Debería de darme la oportunidad de ser feliz. Tú también tendrías que hacerlo, querida prima. Ser feliz. Olvidar el pasado. Y tratar de vivir. Creo que te lo mereces. 
               Mary es maravillosa. Y muy dulce, además. 

               Hacía frío aquella tarde. La misma criada que le había traído la carta a Emma había puesto el brasero encendido en la habitación de ésta. Un agradable calorcillo la inundaba.

              Esto va en serio, Emma. Acabaré casándome con Mary. 
              Será una buena esposa. Y creo que sería también una magnífica condesa. Seremos felices. Ya lo verás. 
              Es imposible encontrar a alguien mejor que Mary. Nunca me han importado los títulos. 
              No me gusta hablar de dotes. Tengo mucho dinero. No necesito una esposa rica, prima. 
              Te caerá bien. Acabarás cogiéndole cariño cuando la conozcas. Es imposible que le caiga mal a alguien. Mary es maravillosa. Le he escrito a madre y a Margaret hablándoles de ella. Aún es muy pronto para ver lo que va a pasar. Pero espero y rezo para que todo salga bien. Cometí un terrible error en mi primer matrimonio. Ahora, lo veo claro. Casarme con Paula fue un terrible error. Y lo he pagado caro. Pero yo la amaba. Una parte de mí la sigue amando. No he de ser un idealista, como lo fui cuando me casé con Paula. Tengo que pisar La Tierra. Necesito engendrar un heredero. ¡Qué frío suena! Y Mary Wynthrop podría ser la mujer adecuada. No sólo para ser mi esposa. Sino también para ser la madre de mi hijo. 

                 ¡Por el amor de Dios!, tenía ganas de gritar Emma. ¿Acaso Robert iba a depender el resto de su vida de la opinión de su tía Camille y de su prima Margaret? Emma pensó que ella no había necesitado nunca la opinión de nadie.
              Miró con pesar sus piernas inmóviles. Robert fue el que delató a Christopher cuando supo que había sido él que la había dejado inválida.
               Emma quería pensar que había sido un accidente. Ella y Christopher estaban discutiendo a gritos. Él la golpeó. Y ella cayó rodando por las escaleras. Durante semanas, su marido se desentendió de su estado. Pero Emma quería pensar que se debía a la culpa. Siempre encontraba un modo para justificar sus malos tratos. Sus golpes...Sus insultos...Sus abandonos...Se culpaba así misma por ser la hija de la mujer que le traicionó. Por haber sido tan amiga de Allen. Por haber nacido.

                  Estoy empezando a querer a Mary.

 

              ¿Y qué pasa con el amor?, pensó Emma. ¿Acaso Robert estaba condenado a vivir sin amor? Igual que ella...Igual que Margaret...
               Se acercó a su escritorio.
             Había varias hojas encima del escritorio. El tintero estaba casi vacío. Hace mucho que no escribo, pensó Emma.
             Mojó la pluma en el tintero. Decidió que le escribiría una carta a Robert. Su primo debía de conocer lo que ella opinaba con respecto a aquella locura.
             Para Robert, era mejor casarse sin amor que experimentar lo que era el amor. Ignoraba si Margaret había estado alguna vez enamorada. Pero ella sí había amado a Christopher. No era un amor puro y maravilloso. Se trataba de un sentimiento salvaje. Pero, al mismo tiempo, retorcido. Sufría al estar con él, pero sufría cuando él no estaba. Se preguntaba si el riesgo valía la pena.
           Emma escribió:

            Te ruego, querido primo, que pienses bien lo que vas a hacer. Tienes que hacer lo que consideres que te hará feliz. 
             Recuerda que el matrimonio es para toda la vida. 
             Quiero pensar que Christopher sí me amaba. Es el único pensamiento que me consuela. Aún cuando sé la verdad. Que estuvo en otros brazos. Que estoy postrada en esta silla de ruedas por su culpa. Si pienso en lo que realmente pasó, que Christopher nunca me amó, me volveré loca. Me estoy aferrando a un absurdo, Robert. Pero necesito ese absurdo para continuar cuerda. Aunque la prima Margaret diga que estoy loca. Una persona que le hace daño a otra no la ama. Tiene razón. 
             No renuncies al amor, Robert. Lo pasado tiene que quedar en el pasado. Tienes que enterrarlo. Y seguir con tu vida. Y hay que tratar de olvidar todo el sufrimiento padecido. En realidad, el pasado no se olvida. Pero tienes que seguir adelante. No te niegues la posibilidad de abrir de nuevo tu corazón al amor.
           Me dirás que yo no hago lo mismo. Piensa un poco. ¿Qué hombre va a querer a una mujer que está en silla de ruedas? Soy una mujer marcada por mi pasado. Mi estado así lo demuestra. Me maldito una y otra vez por haberme enamorado de Christopher. ¿Amé a Christopher? Ya no lo sé, primo. 
                 No quiero que sufras de nuevo. Pero, a lo mejor, encuentras a alguien que te quiera de verdad. Es sólo cuestión de seguir buscando. 


2 comentarios:

  1. Me sorprende este capi.
    Veremos haber.
    Un beso

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  2. El señor conde, aunque en un principio pueda ser sólo el hombre que está cortejando muy en serio a María, va a desempeñar un papel muy importante en la vida de Sara más adelante.
    Un abrazo enorme, Anna.

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