jueves, 28 de junio de 2012

CRUEL DESTINO

             El baño le sentó bien a Katherine.
             La joven permaneció un largo rato metida dentro de la bañera.
            Se restregó con fuerza todo el cuerpo con la esponja. Tenía la sensación de que hacía siglos que no se bañaba.
               Las señales de los cortes hechos con el cristal del espejo apenas se veían. Katherine contempló las diminutas señales. Por suerte, ya no tenía que llevar las muñecas vendadas.
             Erika le lavó el pelo. Frotó el cabello de Katherine con vigor y usando jabón.
-Cierre los ojos, señorita-le indicó la doncella.
              Tiró varios cubos de agua sobre la cabeza de Katherine.
-Ya está-anunció la doncella-Ya puede salir.
-Espero no haberme quedado ciega-bromeó Katherine.
             Salió de la bañera. Se secó con la toalla que le tendió Erika. Se puso una bata.
             Se sentó delante del tocador. Erika le cepilló el pelo hasta que se lo dejó seco.
-Ya parece otra-comentó-Parece usted la de siempre. La de antes...Digo. Miss Katherine...
              La aludida sonrió con timidez. Volvía a ser la misma Katherine Wynthrop de antaño.
              Quería pensar que todo iría bien. Stephen y ella volverían a verse.
              Estarían siempre juntos. Se amaban. ¿Por qué no podían estar juntos?
              Era algo que Katherine no entendía. Tenían derecho a ser felices.
              Katherine se puso la ropa interior mientras Erika abría la puerta de su armario. No sabía qué vestido ponerse y no era capaz estarse quieta.
-La veo muy nerviosa, señorita-observó Erika-Pero la veo más animada que en días anteriores. Me alegro mucho por usted.
             Katherine se asomó a la ventana. ¿Dónde se habría metido Sarah?, se preguntó.
             Suya fue la idea de escribir una nota. Se la entregaría a él. Escribió aquella nota. Katherine le contó dónde podía encontrar a Stephen Winter. Sarah salió a buscarle. Ya había pasado un rato desde que salió.
            Katherine escribió en aquella nota:

            Mi amor...
           Tu ausencia me está matando. 
           Dudo de todo. Dudo hasta de tu amor. No sé nada de ti. 
           No puedes venir a verme. Pero yo sí puedo ir a verte. Quiero salir de dudas. Quiero saber si me sigues amando. 
          Porque yo no puedo dejar de quererte. ¡Acaba con mis dudas! ¡Dime si sigues enamorado de mí! ¡Quiero saberlo! 
           Dime dónde y cuándo podemos vernos. Yo estaré allí. 

           Finalmente, Katherine se decantó por un vestido de color azul marino que le sacó Erika. Ya no era ninguna jovencita y tanto ella como sus hermanas solían vestir con colores marrones y azul oscuro. Erika ayudó a Katherine a ponerse aquel vestido. Era uno de los vestidos más bonitos que la joven tenía. Erika reprimió la envidia que sentía. Las hermanas Wynthrop eran auténticas beldades. En aquel momento, se oyó abrirse y cerrarse la puerta de entrada. El corazón de Katherine dio un vuelco.
            Es Sarah, pensó.
            Regresaba de la pensión. No le había costado trabajo encontrarla. Llegó a la calle en la que se encontraba la Iglesia. Preguntó por la pensión. Se lo dijeron. Y la dueña de la pensión le dijo que allí se hospedaba Stephen Winter. En un cuarto que tenía en el primer piso. Sarah subió a hablar con él. Le dijo que venía en nombre de Katherine y le entregó la nota.
             Oyó cómo subía alguien apresuradamente la escalera. La sospecha de Katherine se confirmó cuando Sarah entró en su habitación sin llamar.
-Erika, puedes retirarte-le dijo a la sirvienta-Yo me encargo de cepillar el pelo a miss Cathy.
-Sí, señorita-asintió Erika-Con permiso.
           Erika salió de la habitación discretamente. Pero percibió algo extraño en el ambiente. Los ojos de Katherine brillaron con nerviosismo cuando se posaron en su hermana. Aquí pasa algo, pensó Erika. Debía de decírselo a alguien, pero no se atrevía. Una sospecha se adueñó de su corazón.
           Erika entró en la cocina. Vio a la cocinera trocear la carne de buey que había comprado para la cena. Era una mujer de campo, como la propia Erika. No había ido nunca al colegio. No sabía leer. Pero tenía buena mano con la cocina. Llevaba trabajando ya varios años para la familia Wynthrop. Nunca había tenido queja de ellos. La criada se dejó caer en una silla.
-Tienes mala cara, niña-observó la cocinera.
           Descargó el hacha de cocina sobre la carne.
          No voy a hablar, decidió Erika.
          De todas maneras, no podía confirmar nada.
-¿Cómo ves a miss Katherine?-le preguntó a la cocinera.
-La veo bien-respondió la mujer.
             Era una mujer de estatura media y rolliza. Al igual que Erika, era soltera. Y no tenía familia. Le gustaba trabajar en aquella casa, pero la consideraba un poco sombría.
-¿No le notas tú algo raro?-insistió Erika.
            La cocinera se encogió de hombros. A decir verdad, no se fijaba mucho en cómo estaban o dejaban de estar las hijas de los señores.
            Ella se limitaba a cumplir todo lo que le ordenaban con la mayor diligencia posible. Mister Wynthrop era el que le pagaba. Y mistress Wynthrop era la que le daba las órdenes. Las hijas eran sólo meras sombras en las que ni siquiera se fijaba. Tres solteronas aburridas y fuera de lugar. Parecían no encajar en ningún sitio. Con la excepción de la hija mediana...Que viajaba mucho a Llangefni. Las otras dos...Nada... Así era como lo veía ella.
-Ha estado enferma estos días-dijo la cocinera.
-Padece mal de amores-comentó Erika.
-Los males de amores son como la gripe. Parece que no se van a ir nunca. Pero acaban yéndose.
-No es tan fácil como lo describes.
              El hacha de cocinera volvió a golpear la carne de buey. Erika odiaba comer carne de buey. Odiaba vivir en aquel lugar.
             A veces, se sentía tentada a abandonarlo todo. Quería regresar a su casa en la campiña. Pero no se atrevía. No tenía dinero y ningún hombre querría casarse con ella. Descubriría que no soy virgen y me repudiaría, pensó con terror.
              Ningún hombre decente la querría como esposa. Erika sintió cómo un escalofrío recorría su columna vertebral.
-Las señoritas son ya mayorcitas-opinó la cocinera-Se van a secar por dentro si no se casan cuanto antes y tienen críos. Tendrían que haberse casado hacía ya mucho tiempo. Pero no lo han hecho. Y están como perras en celo buscando un varón que las monte.
-¡Por el amor de Dios!-se escandalizó Erika-¿Cómo se te ocurre hablar así de las señoritas?
-Porque es la verdad. No es normal que una joven de su edad esté soltera. Miss Mary, por ejemplo. Tiene veintiocho años. ¿Conoces a alguna joven de esa edad que permanezca soltera? No, ¿verdad? Y está rara. Parece que está en otra parte. Nadie lo nota. Pero yo sí lo noto.
-Son carne de cañón para que se les acerque cualquier indeseable.
-No les buscan. Pero lo desean. Tanto tiempo sola no es bueno ni para una mujer ni para un hombre, niña.

-¿Lo has visto?-le preguntó Katherine a Sarah.
-He hablado con él, pero apenas unas pocas palabras-respondió Sarah.
-¿Qué te ha dicho?
           Sarah sonrió. Abrió su bolso. Extrajo de él un pequeño papel. Katherine se lo arrebató. Leyó con nerviosismo lo que ponía en él.



               ¿Cómo puedes dudar de mi amor, Cathy? 
               Cuando he recibido tu nota, he creído que me iba a desmayar de alivio. 
               Durante días, he intentado verte. Saber de ti. 
               Me he presentado muchas veces en tu casa. No he podido saber razón alguna de ti. He deseado morirme porque creía que te había perdido para siempre. No dudes nunca de mi amor por ti, Cathy. Eres lo más hermoso que me ha dado la vida. 
             Te amo. ¡No veo la hora de volver a verte! Querida mía...No volveremos a separarnos. ¡Te lo juro! 
               Te espero en los menhires a las cinco de la tarde. Ven, por favor. Te extraño, Cathy. 
               No faltes a la cita. ¡No veo la hora de abrazarte de nuevo! De saber si sigues amándome. Nunca he dejado de amarte. No pierdas la fe en mí. Me moriría. 

              Con la excusa de que Katherine necesitaba tomar el fresco y que ella la acompañaría, Sarah logró sacar a su hermana de casa sin levantar sospechas. Al contrario. Sus padres parecían estar contentos. Se alegraban de ver a su hija menor de nuevo contenta.
-¡Oh, Sarah!-exclamó Katherine-¡Estoy deseando ver de nuevo a Stephen!
-Me alegro de que estés de nuevo contenta-opinó la aludida.
-¡Soy tan feliz! Yo te ayudaré con Darko.
-Te lo agradezco mucho, Cathy.
Acordaron que Sara permanecería escondida detrás de un menhir. Así, Catalina disfrutaría de más libertad a la hora de poder estar con Stephen. Sarah vio a un hombre alto y bien formado sentado dentro del círculo. El corazón de Katherine empezó a golpearle con fuerza dentro del pecho.
-¿Es ése mister Winter?-inquirió Sarah.
-Déjanos solos, por favor-le pidió Katherine.
           Sarah se escondió detrás de un árbol. Yo te ayudo, tú me ayudas, pensó.
            Vio cómo su hermana se acercaba poco a poco a aquel hombre. Casi podía verla contener el aliento. Vio al hombre ponerse de pie al escuchar los pasos que se acercaban. Se dio la vuelta y el corazón de Sarah se conmovió al ver la expresión maravillada de su rostro.
-¿Cathy?-inquirió.
             No se lo podía creer.
-Hola, Stephen-lo saludó la joven.
-¡Cathy!-exclamó él.
             Parecía estar feliz de verla.
-¡Estoy aquí!-sonrió Katherine con nerviosismo.
            Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad al poder estar al lado del hombre al que amaba.
-Pensé que no ibas a venir-afirmó Stephen.
-¡Pues te equivocaste!-replicó Katherine.
          El uno se arrojó en los brazos del otro. Stephen llenó de besos el rostro de Katherine. Los dos se fundieron en un fuerte abrazo. Se besaron muchas veces. Se besaron de manera apasionada.
Sarah intentaba no mirar. Pero les oía besarse. Susurrarse palabras de amor. Hacerse juramentos de amor eterno.



              Besos cargados de intensidad...Stephen asaltó con su boca la boca de Katherine y ella se dejó llevar.
-¿Has venido sola?-le preguntó.
-Mi hermana está paseando por aquí-respondió Catalina-Pero no nos molestará.
            Volvieron a besarse con auténtica avidez. Es una repetición de mi historia con Darko, pensó Sarah. Un amor prohibido...
-Te raptaré-le prometió Stephen a Katherine-Nos fugaremos a Gretna Green. Nos casaremos.
-Viviremos en Escocia-soñó ella-Tú vestirás un kilt.
-Estarías guapísima con un kilt. Futura mistress Winter...
             Se besaron una vez más. Había mucha pasión contenida en aquel beso. Katherine quería retener en sus labios el sabor de los besos de Stephen. Quería apoderarse de su boca. Beber de su saliva. Enredarse con su lengua. Disfrutar de sus besos. De sus labios que se posaban sobre los de ella.
-He pensado mucho en ti-afirmó Stephen-He intentado verte muchas veces. Pero no he podido. Un hombre me echaba del jardín. Me decía que no era bienvenido a su casa. Era uno de tus criados. Lo mandaba tu padre. Quería estar contigo. Necesitaba estar contigo.
-Mi padre no podrá evitar que estemos juntos-le aseguró Katherine-No evitará que yo sea tuya y que nos casemos.
-Cariño...
              Stephen besó el dorso de la mano de la joven.
             Katherine pensó que estaba viviendo un sueño. Si eso era verdad, no quería despertar bajo ningún motivo porque Stephen estaba de nuevo a su lado.
-Sé que no soy digno de ti, Cathy-se sinceró el hombre-Pero quiero que vivas como una Reina. Porque te lo mereces. Quiero que tengas vestidos bonitos. Y que vayas a todas las fiestas. Y que tengas un carruaje tirado por briosos corceles.
-Eso no me importa-insistió Catalina-Sólo me importas tú. Que estamos de nuevo juntos.
No había nadie más en los menhires y a Sarah no se la veía de lo bien escondida que estaba. Katherine nunca le estaría del todo agradecida a su hermana por la ayuda que le estaba prestando. Ya encontraría la manera de ayudarla a verse con Darko. Katherine le buscaría. Hablaría con él. Le diría lo mucho que Sarah lo quería.
          Casi podía percibir la presencia de los antiguos dioses celtas que habían acudido al círculo para bendecir la unión de aquella pareja.
              Los ojos de Katherine brillaban de un modo que Sarah jamás había visto.
             Stephen admitía para sí muchas cosas.
             La inocencia de Katherine había derribado sus defensas. Ella había llegado a su corazón cómo nunca antes había llegado a él una mujer. Había pensado mucho en ella durante aquellos días. Había deseado verla. Necesitaba sentir el sabor de aquellos besos que Katherine le daba, aquellos besos cargados de ingenuidad. Por su vida habían pasado algunas mujeres, pero ninguna le había marcado tanto como Katherine Wynthrop.
-¿Cuándo volveremos a vernos?-le preguntó ella.
             Stephen la besó en la frente.
-Te enviaré una nota por mediación de tu hermana-respondió-En ella, te diré dónde y cuándo nos veremos de nuevo.
-Puedes confiar totalmente en Sarah-le aseguró Katherine-Ha sido idea suya que nos hayamos podido encontrar hoy. Me está ayudando mucho.
             El Sol había salido.
             Katherine lo interpretó como una buena señal. Escuchaba cantar a los pajaritos que estaban posados en las ramas de los árboles cercanos al círculo. De pronto, todo le parecía más vivo. Escuchó el murmullo de las olas. Todo seguía su curso.
            Cogió las manos de Stephen y se las besó.
-Te amo, Cathy-le confesó Stephen.
-Yo también te amo-corroboró la joven.
-Es algo que no me deja vivir tranquilo. Como si me estuviera quemando por dentro. Así es como me siento ahora, que estoy contigo. Pero ese ardor es más intenso cuando estoy alejado de ti. Me atormenta y no me deja en paz. Pero quiero vivir así. Porque tú eres mi razón de ser, mi bella Cathy. Sé que tengo un pasado. Sé que he cometido errores.
-Eso no importa.
-Pero quiero hacerte feliz. Tú eres lo mejor que me ha pasado en esta vida. Tú eres lo que hace que me levante por las mañanas.
             Katherine no cabía en sí de dicha. Ya nada le importaba porque Stephen la amaba. Y eso era lo que de verdad le importaba.
-He creído morir durante todos estos días que he estado sin verte-se sinceró ella-He vivido en un Infierno y he deseado morir antes que perderte. No quería seguir viviendo porque me faltabas tú. Creía que nunca más estaríamos juntos. No venías a buscarme y pensaba que no me querías. Me dolía el corazón porque lo tenía roto. Ahora, mi corazón baila de alegría porque estoy de nuevo contigo.
              Katherine Wynthrop era una persona especial para Stephen Winter. Su inteligencia lo desarmaba. Como también lo había desarmado su ingenuidad.
           Nunca había pensado en casarse. Pero la idea del matrimonio empezaba a parecerle atractiva. Quería convertir a Katherine en su mujer.
            Una vez casados, ella sería suya en todos los sentidos. Nunca la dejaría ir. Pero, entonces, Katherine rompió el encanto de aquel momento. Se estaba haciendo tarde. Ya tenía que irse.
-Estaré esperando con ansia tu nota-le aseguró.
             Se abrazaron con fuerza y se dieron un beso largo y apasionado a modo de despedida.
              Katherine no quería irse de allí. No quería separarse de Stephen. Aún no...
-Te escribiré lo antes posible-le prometió él.
-Te amo-le dijo ella.
            Katherin se alejó despacio del lado de Stephen.
-Pensaré en ti-le aseguró el hombre.
-Soñaré contigo-afirmó Katherine.
-Me siento vacío al ver cómo te alejas.
-A mí me pasa lo mismo.
          Sarah asomó la cabeza por el árbol tras el cual se había escondido. Katherine se acercó a ella con el rostro radiante. La abrazó con fuerza y le dio las gracias. Nunca antes se había sentido tan feliz.

2 comentarios:

  1. Me emocioné mucho con ese encuentro. Menos que Sara es una buena hermana.
    Un besote

    ResponderEliminar
  2. He querido profundizar más en la historia secundaria de Catalina. Pienso que nos será útil más adelante, cuando descubramos ciertos comportamientos suyos. Eso sí, sin olvidar para nada a Sara y a Darko.
    De momento, nuestras dos parejitas son felices. ¿Seguirá así la cosa por mucho tiempo? Descubrámoslo.
    Un abrazo muy fuerte, Anna. Me alegra saber que te gusta esta historia.

    ResponderEliminar