jueves, 2 de febrero de 2012

CON EL CORAZÓN ROTO 40

A Dawn le habría gustado ser hindú. Los hindúes creen en la reencarnación. Y ella deseaba con todas sus fuerzas creer en la reencarnación. Lo pensó mientras lavaba unos tomates. Su vida había sido un fracaso. Apenas se hablaba con los vecinos.
Cuando se casó, pensó que su matrimonio duraría toda la vida, a pesar de que su marido era mucho mayor que ella. Se casó porque necesitaba escapar de su casa. Porque sus padres no la dejaban estar con el hombre que ella realmente amaba.
Se asomó a la ventana. Vio a su hijo mayor, Ethan, partiendo madera. Freddie, el menor, debía de estar rezando en la Iglesia, tal y como tenía por costumbre. No se arrepentía de haberlos tenido. Eran su mayor orgullo. Ethan se parecía mucho a Sean, su padre. Freddie, en cambio, no se parecía a ninguno de los dos. Dawn no había estado enamorada de Sean. Lo usó como un mero desahogo sexual. Sean era un casanova, pero ella no era ninguna tonta.
Pensó en su verdadero amor, Justin. De no haber sido por su turbio origen, Dawn se habría casado con él.

Las visitas de Lucy a "LA MAGA" constituían un bálsamo para Eliza y Arabella. Las dos se desvivían por atender a Lucy.
La joven las consideraba sus mentoras. Con ellas, podía desahogarse y contarles cosas que ni siquiera contaba a su mejor amiga, Abby Wallace. A pesar de su carácter indómito, Abby llevaba sobre sus hombros la pesada carga de cuidar de su hermana enferma. Se llamaba Tracy.
Lucy sabía hablar francés. Sabía tocar el piano. Tenía nociones de pintura. A veces, daba conciertos caseros para Eliza y Arabella. Las dos mujeres la escuchaban con atención. Lucy estaba llenando "LA MAGA" de vida. Era alegre y simpática.
Ethan estaba prendado de la encantadora Lucy.
Iba a casarse con ella.
Lucy, mientras, dividía su tiempo. Iba al rancho de los Wallace, "LA RABIA", para visitar a Abby. También aprovechaba para ver a Tracy. La joven no parecía reconocer a Lucy.
Abby, mientras, se sentía impotente.
-Temo que mi hermana acabe en un manicomio-le confesó  a Lucy-Habla sola. Grita cada vez que alguien se le acerca.
El temperamento de Abby le permitía aguantar aquella carga. Pero sabía que esto era sólo fachada. Quería recuperar a su hermana. Tracy no era así antes. Algo le había pasado que le había hecho cambiar. Pero Abby ignoraba lo que era. Quería hablar con su hermana. Pero Tracy estaba cerrada en banda. No parecía atender a razones.
Tracy Wallace era de expresión frágil. Era bajita y delgada. Sus ojos eran de color azul cielo, grandes y hermosos, de mirada dulce. Su piel era clara. Y su cabello era de color rubio rojizo. Poseía un aura etérea. Despertaba un fuerte instinto de protección. Pero los vecinos tenían miedo de ella. Se decía que Tracy Wallace había muerto y aquella joven era, en realidad, un fantasma.
-¡Tonterías!-bufaba Abby cada vez que escuchaba aquellos comentarios.
Abby, por el contrario, tenía el cabello de color castaño claro con matices rojizos. Tenía la piel tostada por el Sol debido a que nunca salía de casa con sombrero o llevando una sombrilla.
El cabello castaño de Abby era suave al tacto y rizado de forma natural. Unas cuantas pecas salpicaban su nariz respingona. Sus ojos eran de color caoba con un matiz rojizo. Abby era una joven activa. Siempre estaba en movimiento. Cuando no estaba en "LA RABIA", estaba en otra parte. Los vecinos también le tenían algo de miedo. Unos ojos caoba no eran fáciles de encontrar. Sobre todo, en un pueblo tan pequeño como lo es Streetman.
Tiene ojos de bruja, decían los vecinos de Abby. Llegaban a decir que la joven tenía los ojos de color rojo.

Kyle pasó toda la noche bebiendo encerrado en su despacho. A menudo, bebía hasta perder el conocimiento. Lo encontraba Anne muchas mañanas tirado en el suelo.
Lo subía a su habitación.
Kyle miraba su despacho. Los libros estaban en el suelo tirado. Los papeles se esparcían por todo el suelo. La silla estaba volcada. Su ropa estaba en desorden. Estaba con el pelo alborotado. Había un vaso y una botella rotos. A veces, rompía cosas cuando estaba borracho. Era su forma de desquitarse. Se odiaba así mismo por ser tan cobarde.
Porque le faltaba valor para declararse a Olivia.
Se dejó caer en el suelo. Tenía ganas de cerrar los ojos. Entonces, podría soñar con los besos que jamás le daría a Olivia. Sería una buena idea. No despertarse nunca más.

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