Aquí os dejo un nuevo fragmento inédito de mi relato La mujer sin corazón.
¡Ya me diréis qué os parece!
Colgaba el teléfono después de hablar con sus padres. Éstos la llamaban con frecuencia, pero lo que querían era saber cómo vivía. Meterse en su vida.
-Deberías de regresar a casa, hija-le decían.
-Tengo ya una casa-les recordaba Mónica-Y tengo un trabajo.
-¡Preparas la comida a los demás!
Mónica era la menor de tres hermanas.
Las dos hermanas mayores de la joven habían hecho buenos matrimonios. En cambio, ella prefería seguir soltera.
Había visto sufrir a sus padres por culpa de un matrimonio sin amor. Sus hermanas también estaban sufriendo, pues ninguna amaba a sus maridos.
-Lo siento mucho-decía, antes de colgar-Pero no voy a volver a casa. Me quedo aquí.
Y colgaba.
Mónica tenía la sensación de que le iba a reventar la cabeza después de colgar el teléfono. Permanecía un largo rato sentada en el sofá. Y luchaba contra los recuerdos que amenazaban con volver a su cabeza.
Mónica tenía un buen trabajo, ya que le gustaba trabajar como cocinera. El local se
encontraba en pleno centro de la ciudad y acudía, en ocasiones, toda la élite
del país a cenar allí. Le gustaba el jaleo de la cocina. Había vida allí. Era como entrar en un mundo aparte. Los cocineros eran otras personas. No tenían nada que ver con nadie del pasado de Mónica. Su trabajo en la cocina le ayudaba mucho. Le permitía olvidarse durante horas de su pasado y del daño que había sufrido.
Mónica no necesitaba los favores de nadie para prosperar en la vida. Tenía un trabajo
que le gustaba. Ganaba dinero. Los inicios habían sido muy duros, pero había
logrado salir a flote ella sola. Preparando toda clase de platos y
satisfaciendo los paladares más selectos, Mónica había descubierto que no
necesitaba a nadie para poder triunfar en la vida y, de paso, ser feliz.
Era una mujer independiente.
No ganaba mucho. Pero ganaba el dinero suficiente como para vivir ella sola. Le habría gustado crear sus propios platos. Pero su jefe no le dejaba hacerlo.
No era un mal hombre. Tan sólo era muy exigente con sus trabajadores. Mónica no sabía porqué, pero le caía simpático. Le recordaba a un viejecito gruñón. Más que miedo, inspiraba ternura.
El dueño del restaurante parecía sentir una especial simpatía por Mónica. Le perdonaba cosas por las que habría despedido a otros trabajadores.
Como, por ejemplo, llegar unos minutos tarde. En el caso de Mónica, lo pasaba por alto. Era una buena cocinera. ¡La mejor!
No había guardado el celibato desde que Robert le
rompió el corazón, sino que se dedicó a ir de amante en amante. Muchas mujeres
de aquella época se habían desinhibido y Mónica no iba a ser menos que nadie. Podía disfrutar con total libertad. Su corazón no saldría dañado de nuevo. Pero ya no soñaba con encontrar el verdadero amor. El sexo estaba bien…A Mónica le
gustaba el sexo…
Se
había fijado en Stephen Morrison hacía algún tiempo. Le gustaba aquel hombre…En
realidad, lo que más le gustaba de él era su forma de mirarla.
Stephen tenía una manera curiosa de cortejarla. Iba a comer y a cenar al restaurante en el que ella estaba trabajando como cocinera. Siempre se las ingeniaba para pasar a la cocina a saludarla. Contra su voluntad, cada vez que Stephen le decía algún piropo, Mónica se ponía roja como un tomate.
Una noche, Mónica fue a su casa. Sabía que vivía solo sin ninguna mujer. Para su sorpresa, Stephen sí estaba y se dispuso a seducirle de tal manera que pareciese que había sido él quien la había seducido.
Stephen tenía una manera curiosa de cortejarla. Iba a comer y a cenar al restaurante en el que ella estaba trabajando como cocinera. Siempre se las ingeniaba para pasar a la cocina a saludarla. Contra su voluntad, cada vez que Stephen le decía algún piropo, Mónica se ponía roja como un tomate.
Una noche, Mónica fue a su casa. Sabía que vivía solo sin ninguna mujer. Para su sorpresa, Stephen sí estaba y se dispuso a seducirle de tal manera que pareciese que había sido él quien la había seducido.
Él la invitó a pasar.
Estaba fascinado con Mónica.
Habían hablado unas cuantas veces. Le parecía la mujer más cautivadora que jamás había conocido. Se quedó sin habla cuando la vio por primera vez. A su lado, volvía a sentirse como un adolescente inexperto. Algo que nunca antes le había pasado.
Estuvieron hablando durante un rato. Stephen se sentía
atraído por Mónica desde la primera vez que la vio. Era una belleza. Por eso,
cuando, casi por casualidad, Stephen se dedicó a acariciar a Mónica, ésta la
dejó hacer. Durante todo el acto, Stephen tuvo la impresión de que Mónica le
estaba comparando. Había sido un poco ingenuo al pensar que Mónica, a la edad de veinticinco años y con cierta experiencia en el coqueteo, seguía siendo virgen. Pero le asombró el descubrir que Mónica poseía una experiencia y una capacidad amatoria muy similar a la de él. A
partir de aquella noche, Stephen y Mónica se convirtieron en amantes. La mujer que iba a limpiar los pisos se
enteró al día siguiente de lo ocurrido cuando, al entrar en su despacho,
encontró un sujetador encima de la mesa que él reconoció como el sujetador de
Mónica.
Le dijo a Stephen lo que pensaba. Aquella joven sólo le traería problemas. Pero Stephen la ignoró.
Estaba enamorado de Mónica Emily Fielding-Winter.
No lo negó. Lo admitió desde el primer momento.
Había aprendido mucho desde que su familia se arruinó. Había aprendido a valorar cada cosa que tenía. Mónica era como un regalo que Dios le había hecho. No podía despreciar aquel regalo. No podía rechazarla.
¡Amaba a Mónica!
Pero le dolía el corazón de saber que aquel amor no era correspondido. Mónica se lo dijo a la mañana siguiente, después de su primera noche juntos. No podía amarle. Sólo podía darle su cuerpo. Para Stephen, eso no era suficiente.
No lo negó. Lo admitió desde el primer momento.
Había aprendido mucho desde que su familia se arruinó. Había aprendido a valorar cada cosa que tenía. Mónica era como un regalo que Dios le había hecho. No podía despreciar aquel regalo. No podía rechazarla.
¡Amaba a Mónica!
Pero le dolía el corazón de saber que aquel amor no era correspondido. Mónica se lo dijo a la mañana siguiente, después de su primera noche juntos. No podía amarle. Sólo podía darle su cuerpo. Para Stephen, eso no era suficiente.
Me ha encantado este fragmento, Lilian, es precioso, y sobre todo, muy sentido, me encanta cómo nos llevas de la mano por las emociones de los personajes.
ResponderEliminarBesos.
Gracias por tus palabras, Aglaia.
EliminarNo sé si habré conseguido contar bien cómo era la vida en aquella época y captar los sentimientos de los personajes, pero, al menos, lo intento.
Un fuerte abrazo, Aglaia.