Aquí os traigo un fragmento de mi relato La mujer sin corazón.
Lo descarté en un primer momento porque pensé que la historia era demasiado larga. Quería escribir un relato mucho más corto. ¡Y salieron casi sesenta y cinco páginas!
Aún así, quiero compartirlo con vosotros.
¡A ver qué os parece!
LONDRES, 1930
La cocina del restaurante era un auténtico hervidero.
Mónica entró en el momento apropiado.
-¿Qué es todo ese ruido?-le preguntó a Georgette.
La camarera destapó su pluma. La habían llamado de la mesa cinco.
-El restaurante está a rebosar-respondió-Creo que no vamos a salir de aquí nunca. Pasa dentro. Tienes mucho trabajo.
-¿Y por qué crees que he venido?-sonrió Mónica.
-Más vale que no te vea el jefe sonriendo.
-Estará en su despacho haciendo números. ¡No sabe hacer otra cosa!
Mónica entró en la cocina. Se despojó del abrigo.
Un restaurante lleno, pensó. Para ser un restaurante más bien modesto. Pero es barato. La gente busca en estos tiempos lo barato.
Se puso el delantal. Le gustaba su trabajo.
Preguntó qué platos había que cocinar aquella noche. Los camareros entraban y salían de la cocina. Buscaban los platos que ya estaban listos.
-¡Muévete!-le instó el cocinero a Mónica.
Le tendió un papel a Mónica. Era uno de los pedidos. Se trataba de sopa de espárragos.
-¿No queda más sopa?-inquirió la joven.
-Se ha acabado-contestó el cocinero.
Mónica echó aceite en una sartén. Puso a hervir la sartén en el fuego que estaba encendido. Echó sobre el aceite mantequilla. Sabía que tenía que echar 30 gramos de mantequilla. Pero no tenía tiempo para ponerse a contar los gramos. Había que darse prisa.
Odiaba trabajar bajo presión. En su fuero interno, Mónica se consideraba así misma una artista de la cocina. Cada plato que preparaba era como una obra de arte.
Rehogó las cebollas. Rehogó el apio. Rehogó los puerros. Pasó a trocear los espárragos que tenía a un lado.
Oía a sus compañeros preparar otros platos. Oía cómo una compañera cascaba un huevo. Cómo un compañero removía la salsa de aguacates.
-¿Eso es sopa de espárragos?-le preguntó una joven recién llegada a la cocina del restaurante-Mi madre la hacía cuando yo era pequeña.
Era natural de un pequeño pueblo del condado de Suffolk. El plato que estaba preparando Mónica le traía dulces recuerdos de su niñez. Mónica le dedicó una sonrisa. Ella había sido también una niña. Había sido la etapa más feliz de su vida. ¿Por qué tuvo que crecer? Llegó a la adolescencia. Y vio cómo todos sus sueños se truncaban. Intentó apartar aquel pensamiento de su mente. Fue su culpa, pensó. Se arrojó en brazos del peor de los hombres.
Reservó las puntas de los espárragos para después. Miró su reloj de pulsera.
Eran las ocho en punto de la noche. Le quedaba una larga noche por delante. Tiró a la basura las partes duras de los espárragos. Oía cómo el aceite hervía. Oía el cuchillo troceando vegetales. El sonido de una tapadera...Un joven cocinero empezó a cantar una canción que había escuchado aquella mediodía en la radio.
A veces, miraba de refilón a Mónica.
Se trataba de una joven muy hermosa. Pero parecía que vivía encerrada en sí misma. Apenas hablaba de su vida. Aún así, se portaba de un modo muy extrovertido con sus compañeros. Hablaba con ellos. Reía. Bromeaba. Era alegre. Pero...A veces, su alegría podía resultar falsa. Aquella noche, Mónica estaba pensativa. Se la notaba ausente. Más ausente que de costumbre...
La noche anterior, Mónica había dormido en brazos de su vecino, Stephen Morrison. Besos...Caricias...Abrazos...Más besos...Más caricias...Más abrazos...Mónica sabía que aquella relación duraría hasta que ella se hartara de él. Como hacía siempre que empezaba a salir con un hombre. Antes o después, se cansaría de Stephen y lo enviaría al Infierno.
A veces, miraba de refilón a Mónica.
Se trataba de una joven muy hermosa. Pero parecía que vivía encerrada en sí misma. Apenas hablaba de su vida. Aún así, se portaba de un modo muy extrovertido con sus compañeros. Hablaba con ellos. Reía. Bromeaba. Era alegre. Pero...A veces, su alegría podía resultar falsa. Aquella noche, Mónica estaba pensativa. Se la notaba ausente. Más ausente que de costumbre...
La noche anterior, Mónica había dormido en brazos de su vecino, Stephen Morrison. Besos...Caricias...Abrazos...Más besos...Más caricias...Más abrazos...Mónica sabía que aquella relación duraría hasta que ella se hartara de él. Como hacía siempre que empezaba a salir con un hombre. Antes o después, se cansaría de Stephen y lo enviaría al Infierno.
Pues me alegra que lo hayas compartido puesto que me agrada ir leyendo cositas de mis amigas virtuales.
ResponderEliminarDesde luego pinta muy bien y apetece seguir leyendo más.
Un beso.
Este fragmento pertenece a un relato mío que lo puedes conseguir de manera gratuita en el siguiente link de descarga:
Eliminarhttp://www.mediafire.com/view/?uesvtf48wv04nvz
Te invito a que lo leas y me cuentes qué te ha parecido.
Un fuerte abrazo, Elizabeth.
Lo mismo que a Elizabeth, me alegra que te animaras a compartirlo, porque me ha gustado mucho y he disfrutado leyéndolo, gracias.
ResponderEliminarUn besote y feliz domingo.
Me alegro de que te haya gustado, Aglaia. Lo descarté porque no quería hacer la historia demasiado larga y me arrepiento de haberlo hecho.
EliminarQuería darlo a conocer.
Un fuerte abrazo, amiga mía.
Nos metes de lleno en la cocina y transmites el agobio propio de una restaurante abarrotado. Mónica vive encerrada en sus pensamientos pero pronto le van a suceder cosas que la obligaran a fijarse en su entorno.
ResponderEliminarMe gusta la ilustración que has elegido, tiene un aire americano muy vintage.
Un beso, Lilian.
Mónica es una joven que tiene miedo de volver a sufrir por amor. No quiere que ningún hombre le rompa el corazón otra vez y se protege de ellos como puede. Por supuesto, hay alguien que quiere luchar por derribar esa barrera.
EliminarLa acción transcurre en 1930. Usé una ilustración que reflejara esa época.
Un fuerte abrazo, Wen.