miércoles, 6 de marzo de 2013

EN LA ISLA

¡Hola a todos!
Lo prometido es deuda.
Aquí tenéis el primer capítulo de mi relato En la isla. Hace mucho tiempo que lo escribí y confío en no haber cometido muchos gazapos.
Espero de corazón que os guste.
¡No olvidéis comentar para señalarme dónde me he equivocado!

TRESCO, ARCHIPIÉLAGO DE LAS ISLAS SCILLY, 1810

                        La doncella recogió el cabello rojizo de Phoebe en un moño de estilo clásico. 
-Ese hombre no te conviene-observó su hermana menor, Meredith. 
-Es el único hombre que me pretende-admitió Phoebe. 
                       La joven miró su imagen reflejada en el espejo. A pesar de que era muy hermosa, Phoebe no había logrado atraer la atención de ningún hombre. 
-Le gusta mi inteligencia-afirmó-Es rico. 
-¿Lo amas?-le preguntó Meredith. 
-Podría llegar a amarle con el paso del tiempo. 
                      Phoebe era más alta de lo que medía una mujer normal y corriente para la época. Quizás, por eso, había espantado a los hombres, pensaba. No paraba nunca quieta. Siempre encontraba algo de lo que ocuparse. Tenía el mentón ligeramente cuadrado. Su nariz era puntiaguda y hablaba de un carácter fuerte. Su pretendiente era un hombre muy respetuoso con ella. Sólo la besaba en la mano cuando iba a visitarla. 
-Quiere llevarme a Londres-contó Phoebe-Dice que me presentará al Príncipe Regente. Dice que es un buen amigo suyo. 
                    La doncella terminó de recoger el cabello de Phoebe. Se retiró haciendo una suave reverencia. 
-¿Y tú qué piensas?-inquirió Meredith. 
                    Phoebe se giró para mirar a su hermana. 
-Yo quiero viajar a Londres-le confesó-Quiero bailar el vals en los salones de baile. Quiero pasear por sus parques. Quiero conocer al Príncipe Regente. ¡Quiero salir de este lugar!
                Meredith estaba sentada en la cama de Phoebe. Escuchaba a su hermana hablar con tono desesperado. Tresco era un lugar demasiado pequeño para una mujer como Phoebe. 
-Me conformo con vivir tranquilamente aquí-le confesó Meredith-Tresco es un lugar tranquilo. 
                Phoebe y Meredith Leighton eran las únicas hijas del barón de Clarence. A pesar de que sir Clarence no era poderoso, sí era un hombre bastante rico. Le proporcionó a sus hijas una buena dote. También quiso darle una dote a su sobrina. Su cuñado era un hombre atolondrado. No pensaba en las consecuencias de sus actos. Por eso, había muerto en la ruina. Y le tocaba a él hacerse cargo de su hija. 
                Phoebe sabía que los hombres la miraban con deseo. Pero había algo en ella que hacía que ninguno quisiera acercársele. No sabía qué era. Su forma de pensar no encajaba nada para la época que le había tocado vivir. Sus padres habían dado por sentado que nunca se casaría y que, por lo tanto, Meredith tampoco se casaría. Por ese motivo, habían abierto las puertas de su casa a la única hija del hermano de lady Clarence, Lily. 
                 Casar a Phoebe se había convertido en todo un reto. Su padre decía que era demasiado inteligente. Leía demasiados libros. Su energía era desbordante. Su carácter era demasiado impulsivo. 
                 Entonces, apareció en su vida el marqués de Kirkcaldy. 
-Es mi última oportunidad-se lamentó Phoebe. 
-Hagas lo que hagas, es tu decisión-le recordó Meredith-No se trata de lo que deseen mamá y papá. Tienes que pensar en ti. En lo que deseas hacer. ¿Qué es lo que deseas?
-Deseo que seas feliz. Y quiero que Lily sea también feliz. 
-¿Y crees que casándote con lord Kirkcaldy vamos a ser felices? 
                Phoebe se encogió de hombros. Había llegado a la conclusión de que la felicidad de Meredith dependía de ella. Por ese motivo, dejaba que lord Kirkcaldy la cortejase. A decir verdad, era otro hombre el que ocupaba los pensamientos de la joven. 
                   Gabriel Bane era un joven de buena familia que vivía en la isla. No tenía posibilidad alguna de heredar el título de vizconde que ostentaba su tío. De modo que se había unido al Ejército. Estaba luchando en la Península. Se había portado siempre de manera cordial con Phoebe. Pero nunca la había cortejado. Ella suspiraba por él desde hacía mucho tiempo. Pero aquel amor no era correspondido. 
                   Phoebe tenía veintitrés años. En cambio, Meredith estaba a punto de cumplir diecinueve y ya había sido presentada en sociedad. 
                   Gabriel había partido para la Península dos años antes con el fin de detener el avance de Napoleón sobre Europa. Phoebe tenía la sospecha de que aquel joven suspiraba por Meredith. Tenía que admitir que su hermana era muy bonita. 
                 Alguien golpeó la puerta de la habitación. 
                 Phoebe vio cómo su hermana abría la puerta y atendía a su prima Lily. 
-Ya son las cinco de la tarde-avisó Lily. 
-Dile a mamá que ya bajamos-le pidió Meredith. 
                  Phoebe pensó que su hermana menor era inteligente. Pero era demasiado tímida y callada. Se preguntaba qué habría visto Gabriel en ella. 
                   Salieron de la habitación y Phoebe observó la hermosa figura de su hermana.



                    Phoebe y Meredith estaban bordando el ajuar de bodas de Phoebe.
                   Meredith estaba bordando un pañuelo con las iniciales de su hermana mayor. Comentó que había que ir preparando el ajuar de bodas de Lily. Estaba convencida de que su prima no tardaría mucho tiempo en casarse.
-Es muy guapa-opinó.
                 Meredith pensaba que la mujer había nacido para ser una buena madre y una esposa perfecta para su marido. A pesar de tener aquellas ideas, mientras bordaba, Meredith se preguntaba si sería capaz de hacer algo más. Deseaba ser como Phoebe. Tan libre...
-Por lo menos, Lily será feliz-suspiró su hermana mayor.
-Si no quieres a lord Kirkcaldy, deberías de decírselo a papá-le sugirió Meredith-Le prohibiría que viniera a verte. Él sólo busca una esposa que le dé hijos. Te hará infeliz.
-No te preocupes por mí. Piensa más en ti.
                 Meredith se preguntó si algún día un hombre se fijaría en ella. Lo dudaba mucho. Había vivido toda su vida a la sombra de la bellísima Phoebe.
-Lo que no quiero es que te veas atrapada en un matrimonio sin amor-afirmó Meredith-Serás una desgraciada. No sé si algún día me casaré o si me quedaré soltera. Lo único que sé es que, de casarme, me casaría por amor. No porque me obliguen mis padres. No deberías de hacerlo.
                Phoebe se preguntó si su hermana leía demasiadas novelas románticas. Meredith tenía un concepto del amor demasiado elevado. Creía que el matrimonio debía de ser por amor. ¿No se daba cuenta de que eso era pedir demasiado? Sus padres no se amaban. Pero, al menos, se llevaban bien, no discutían y sabían guardar las apariencias.
                Meredith le dio una puntada al pañuelo. Su físico era distinto al de Phoebe. Tenían un carácter diametralmente opuesto. Phoebe salía a su padre. Meredith, en cambio, salía a su madre. Aún así, estaban muy unidas.
               Gabriel solía decir de ellas que eran como el agua y el fuego. Meredith era el agua y Phoebe era el fuego. Jamás le había hablado a ninguna de las dos de amor. Y no era por timidez, porque Gabriel era demasiado atrevido.
               Meredith era rubia. Tenía los ojos de color azul cielo. Era muy tímida y muy retraída en lo relativo a la hora de ser cortejada. Era de apariencia frágil como el cristal.
               Había viajado a Londres para ser presentada en sociedad. Pero había pasado sin pena ni gloria por los salones de baile.
                Meredith había sido educada en un convento.
                Era una criatura muy religiosa.
                En varias ocasiones, durante su estancia en el convento, había pensado en tomar los hábitos.
                 Sin embargo, la Madre Superiora le hizo ver que iba a cometer un disparate. Una joven entraba en un convento para servir a Dios. No entraba en un convento para escapar del mundo exterior. Meredith se armó de valor y abandonó el convento.
-Voy a ser sincera contigo-se animó Phoebe-No quiero casarme con Kirkcaldy. No le amo. Y jamás le amaré.
-Mamá se va a llevar un gran disgusto cuando se entere-le avisó Meredith-Pero se le pasará. Papá es un hombre muy comprensivo. Ya sabes que eres su ojito derecho-Le palmeó la mano a su hermana-Bastará con que le hables con el corazón para que le prohiba la entrada en casa a lord Kirkcaldy. ¡No volverá a molestarte más! Phoebe...Quiero que seas feliz. Es lo que más me importa. Me doy cuenta de que la felicidad en el matrimonio no la hace un marido con dinero y con un título. El amor debe de ser la base de una relación.
-No te creas que no sé que lord Kirkcaldy tiene numerosos vicios, como su afición a ir a los casinos y apostar fuertes sumas de dinero. Me vería en la indigencia. Además...No siento nada cuando me besa la mano. Aún así, he pensado seriamente en decirle que sí cuando me proponga matrimonio.
                Meredith miró con pena a su hermana mayor.
-Si estás pensando en casarte con ese hombre sólo por mí, ya puedes ir olvidando esa idea-le advirtió-No me casaré nunca. Me voy a hacer a la idea de que soy monja y que mi casa es un convento. No quiero casarme con alguien a quien no ame. Y me niego a que te cases con un hombre que va a despilfarrar tu dote en partidas de naipes. Hablaremos las dos con papá y le diremos que nos rebelamos en contra del matrimonio.
-¿Te has vuelto loca?-se asombró Phoebe.
             Meredith...¡Se rebelaba contra el matrimonio! Su hermana menor nunca hablaba de ese modo. Phoebe se preguntó si estaría enferma. ¡Era ella la que hablaba así!
                 Miró el bastidor en el que estaba bordando un mantel para su ajuar de bodas. Se preguntó si valía la pena seguir bordando.
-¡Hablo muy en serio!-afirmó Meredith.
-Deberías de desechar esa idea antes de que alguien te oiga y te envíe al manicomio-se inquietó Phoebe.
              Sus ojos brillaban preocupados al pensar en su hermana. Tenían los mismos ojos de color azul. Pero el brillo pícaro de los ojos de Phoebe se había extinguido. Aún recordaba el día en el que Gabriel partió para el frente. Se quedó a solas con Meredith. No mucho...Apenas cinco minutos...Gabriel besó a Meredith. La besó en los labios. Phoebe estaba segura de ello. Le dio a su hermana el beso que a ella le había negado. Por algún motivo, Gabriel amaba a Meredith. Y no la quería a ella. Entonces, Phoebe quiso morirse. Porque ella sí le amaba. Lo amaría siempre. Siempre...
-No me puedo creer que mi hermana mayor, la rebelde, se resigne a un matrimonio sin amor-se lamentó Meredith.
-Lord Julian Stanyon...-dijo Phoebe-Vizconde Kirkcaldy...El mejor partido que pueda acercarse a una joven como yo. Me siento afortunada.
-Te sientes una desgraciada.
-Lo que me siento es vieja.
-Veintitrés años...¡Yo diría que no eres ninguna vieja!
-Vamos a ser sinceras. Sólo has estado una temporada en Londres. Yo, en cambio, he estado en tres temporadas. Cuando una joven cumple veinte años sin haberse casado, se queda a vestir Santos. Me lo decían las matronas. Yo no les hacía caso. Lord Kirkcaldy tiene problemas. Necesita dinero para pagar a sus acreedores y yo tengo una buena dote que le permitirá cubrir sus deudas.
-Bueno, hasta esta pequeña isla han llegado los rumores. Las posesiones que la familia Kirkcaldy tenía en distintos puntos de Inglaterra han sido vendidas. Si sientes que sólo te quiere por tu dinero, no te cases. Vas a cometer una locura, Phoebe. No se trata de un acto atolondrado de consecuencias leves. Estás poniendo en juego tu felicidad futura.



-Meredith, yo antes tenía sueños y quería casarme por amor, pero me doy cuenta de que eso no va a pasar nunca.
                 El recuerdo de Gabriel acudió a la mente de Phoebe.
                 Era un joven alto y de porte distinguido. Sus ojos de color gris claro parecían querer absorber todo el conocimiento del mundo. Su cabello era de color castaño oscuro. Era elegante. Era refinado. A su modo, le parecía un joven muy atractivo. En la distancia, Phoebe tenía que admitir que Gabriel era como los demás petimetres londinenses. Pero...Ella le amaba. ¿Le amaba de verdad? ¿O no? A lo mejor, sólo le quería porque él estaba interesado en Meredith. Aquel pensamiento golpeó a Phoebe con fuerza. Nunca había estado celosa de su hermana menor. ¿Nunca?
-¿Y piensas que puedes llegar a amar a lord Kirkcaldy con el paso del tiempo?-inquirió Meredith.
            Phoebe negó con la cabeza. Jamás le amaría.
-Aún me maravilla que ese hombre esté interesado en mí-admitió-Porque yo jamás estaré interesada en él. Al menos, no podré mirarle como a un hombre.
               Meredith se dio cuenta de que ya no le quedaba hilo para seguir bordando. Aseguró bien el hilo. Lo cortó. Buscó en su costurero la bobina. Cortó el hilo. Enhebró la aguja. Le hizo un nudo al hilo al final. Siguió bordando. Hacía todos aquellos gestos de un modo casi mecánico. Meredith no había pensado en eso. Se había acostumbrado a hacer lo que le decían los demás. Phoebe se había rebelado. Pero estaba a punto de rendirse. ¿Valía la pena rebelarse? El mundo te aplastaba. ¿Valdría la pena el sacrificio que iba a hacer su hermana?
-Te hablo con el corazón-dijo Meredith-Escúchame. No vale la pena lo que piensas hacer con ese hombre. El pertenecer a una buena familia no te garantiza la dicha. A veces, es mejor no salir de casa porque el panorama que se presenta es duro. Lord Kirkcaldy es bastante más mayor que tú. No tiene la misma edad de nuestro padre. Pero es mayor. Y si dudas de sus intenciones, entonces, es mejor no seguir adelante. Si te casas con él, posiblemente, tengáis hijos. Un hijo sufre cuando ve que sus padres no son felices. Por mucho amor que tú le des, será infeliz.
-Lord Kirkcaldy quiere ser padre-dijo Phoebe.
-¿Y tú quieres ser la madre de sus hijos? ¿Te lo imaginas? Yacerás entre sus brazos. Compartirás la cama con él. Lord Kirkcaldy no me parece un hombre serio. Es mayor, porque tiene treinta y cinco años. Pero dudo mucho que puedas compartir tus inquietudes con él. He pensado que tu decisión de dejar que te cortejara era sólo una de tus locuras. Pero no es así. Phoebe...Es hora de que dejes a un lado tu carácter alocado y que pienses con la cabeza y con el corazón. Sobre todo, piensa con el corazón.
-Intento ser racional por primera vez en mi vida, hermana. ¿Y me estás criticando?
              Meredith negó con la cabeza y se preguntó el porqué Phoebe era tan obstinada. No se trataba de una travesura. Se trataba de toda su vida.
-Rezaré todas las noches para que Dios ilumine tu camino-dijo.
-Mi camino ya está trazado y tengo que seguirlo-se lamentó Phoebe-En cuanto lord Kirkcaldy me haga la oferta, le diré que sí. Meredith, ya verás como no será tan malo estar casada con él. En cuanto superemos sus problemas económicos, todo irá bien. Yo le enseñaré a no despilfarrar nuestro dinero. Y no te preocupes por los hijos que tengamos. Los vamos a querer. No se darán cuenta de que sus padres no están enamorados. Son niños. Los niños no se dan cuenta de nada.
               Meredith negó con la cabeza y pensó que su hermana se estaba equivocando. Se sentía impotente porque la veía dirigirse a una vida de infelicidad. No podía hacer nada para evitarlo. Y eso le dolía mucho.
                                                 

4 comentarios:

  1. Siempre vemos lo "romántico" de aquella época, olvidándonos los inconvenientes de ser mujer, dependiendo de su familia o de un marido para poder vivir y ejercer algo de libertad.
    Besos.

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    1. Es algo que suele suceder. Nos dejamos embriagar por ese ambiente tan maravilloso que nos muestran las novelas y las películas. Y nos olvidamos de que hace doscientos años era muy difícil ser mujer.
      Un fuerte abrazo, Luciana.

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  2. Muchas gracias por compartir tus obras con nosotros. Estoy de acuerdo con el comentario de Luciana, es verdad que a veces nos dejamos llevar por el romanticismo de la época y olvidamos lo duro que era ser mujer entonces, y me encanta que tú nos muestres todos los aspectos.

    Besos.

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    1. Gracias a ti por tus palabras, Aglaia. Intento mostrar cómo era la vida y la forma de pensar en aquella época y no lo consigo. ¡Ya verás la cantidad de gazapos que tiene!
      Aún así, me gusta que pienses así.
      Un fuerte abrazo, Aglaia.

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