martes, 17 de marzo de 2015

LA PROMETIDA

Hola a todos.
Empecé a escribir esta historia con la intención de que fuera una novela. Luego, la dejé a medias. Había escrito muy poco.
La he retomado y me ha quedado un cuento más bien cortito, pero bonito y que quiero compartir con vosotros entero. Pero estará dividido en partes, para no aburriros.
Espero que os guste.

LA PROMETIDA

ISLA DE UNNAMED EYOT, EN EL RÍO TÁMESIS, A SU PASO POR EL CONDADO DE WARGRAVE, 1797

-Conozco a Adriana Clermont desde siempre-dijo James Osborne-Se podría decir que es como mi hermana. 
-Pero no es su hermana-le recordó su antiguo preceptor, Val-Ya sabe que su padre siempre quiso verle casado con ella. Y creo que es una buena idea. 
-Todavía no sé lo que siente ella por mí. 
                          Había tristeza en la voz de James al hablar. Adriana se había hecho a la idea de que se iban a casar. 
-Aún me acuerdo de aquella plaga de viruela que barrió gran parte del condado de Wargrave hace algunos años-comentó Basil, el criado, quién estaba limpiando la habitación de James, donde se encontraba el joven con Val-Yo sólo soy un humilde criado. 
-Eres mucho más que eso-le aseguró James. 
-Somos casi una familia-afirmó Val. 
-Estuve a punto de morir de esa enfermedad-suspiró Basil con tristeza-¡Hasta un lugar tan recóndito como éste llegó la maldita plaga! Pero...Pero me curé y me dedico a cuidar de vos, mister Osborne. 
-¿Crees que los héroes existen?-le preguntó James a Val. 
-Los héroes no existen-respondió Basil en vez de Val. El preceptor le miró con asombro-Son las personas los que los crean. Tendemos a idealizar a los demás. 
-En ese caso, mister Osborne, será mejor que usted actúe como una persona normal-le exhortó Val a James-La realidad es mucho mejor que la fantasía. Los Príncipes tampoco duran eternamente. ¿No piensa igual? De momento, sólo puedo decirle que a Adriana le sigue gustando patinar. Ha estado en Londres. En invierno, se congeló el lago Serpentine. Se la podía ver allí patinando. 
-Yo no sé patinar-se lamentó James-Podría ir a Londres, pero no podría patinar delante de Adriana. ¡No podría! Me caeré. Y haré el ridículo. ¡Eso es lo que pasará!
-Le gustaría regresar a Londres más pronto que tarde. He oído que su padre le ha comprado unos patines nuevos y quiere regresar allí cuando el lago Serpentine se congele. Miss Clermont detesta ir a los bailes. Es muy rara en ese aspecto. Se aburre mucho. Prefiere patinar-James sonrió ante la visión de Adriana patinando-Mister Osborne...Yo puedo interceder por vos. Conozco a mister Clermont. También está deseoso de verle casado con su hija. Recuerde que era muy amigo de su difunto padre. Pero es usted quién debe de agradar a esa joven. Eso es lo importante. Cuando la veáis. Sed un caballero con ella. 
-Así lo seré. 
                             James tuvo que reconocer para sus adentros que Adriana era un ángel. No le parecía humana. Era realmente hermosa. 
                          Adriana, mientras, estaba preocupada. James y ella iban a casarse. 
                          Sus padres, definitivamente, habían perdido la cabeza. ¿Cómo iban a casarla con alguien que era casi como un hermano para ella? Era cierto que James se había convertido en un joven interesante. Ni uno solo de los caballeros que había conocido en Londres se le parecía en nada.
                          Pero eso no significaba nada.
                          Sabía que James estaba interesado en ella. Cada vez que se encontraban, los ojos de ambos brillaban.
-Anímese, niña-le dijo su doncella cuando entró en la habitación y vio que Adriana seguía acostada en su cama-Va a casarse con un buen hombre.
-Lo sé-admitió la joven-Lo que me preocupa es no poder estar a la altura.
                         La doncella acarició el pelo de Adriana. Le dijo que debía de levantarse y vestirse.
                         Siempre que se veían, James besaba la mano de Adriana. La había besado varias veces en la mejilla.
                         Y, una vez, mientras estaban dando un paseo por la isla, la llevó detrás de uno de los árboles que crecían allí y la besó. La besó de lleno en la boca.
-Fue maravilloso-pensó Adriana.



                            Todo decide de ella, pensó Val. De miss Clermont...Puede negarse.
                            Miss Clermont, pensó Val, podría decidir que no quiere casarse con James. Ello lo dejaría destrozado. James tenía muchas esperanzas puestas en aquella boda. Podía fundar una familia con Adriana.
-Mister Osborne...-le dijo Val a James-Confíe en usted mismo. Todo irá bien. Sé lo que está pensando. Lo adivino. Miss Clermont querrá casarse con usted. ¿Por qué no va a hacerlo? Le conoce desde siempre. Sabe que usted le será fiel. Nunca la engañará con otras mujeres. Es bueno. Es encantador. Cualquier joven estaría feliz de ser su esposa. No se preocupe. Mister Osborne...Yo...Le hablo como le hablaría a mi hijo. Usted...Es un joven atractivo, eso salta a la vista. Sabe cómo tratar a una mujer, pero necesita que alguien le aconseje sobre el matrimonio.
-Todo eso lo sé-le interrumpió James-No es fácil la vida en común. Pueden surgir problemas.
-Así es.
                               James recordó con cariño el beso que le había robado a Adriana.
-Yo quiero ser feliz al lado de Adriana-afirmó.
-Entonces, hágala feliz-le aconsejó Val-Hágame caso. Sea un hombre considerado con ella. Trátela con respeto. Hónrela.

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