viernes, 6 de febrero de 2015

RETO NÚMERO 2 DEL BLOG "ACOMPÁÑAME" POR SAN VALENTÍN: CARTA

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí os traigo la carta con la que participo en el reto número 2 que organizan los chicos del blog "Acompáñame" para celebrar San Valentín.
Es una carta bastante larga escrita por un personaje ficticio llamado Rose. Una historia llena de amor y de tristeza dirigida a un amado que ya no volverá. En la carta se hace mención a la Segunda Guerra Bóer.
Espero no aburriros con ella.
Es ésta:

           La historia de la bonita y delicada Rose…
            La historia de un amor truncado por la fatalidad…Rose amaba a Alexander. Lo esperó durante mucho tiempo.
            Rose Doyle vivió rodeada de un aura trágica. Hubo quién pensó que debió de haber muerto en el momento de su nacimiento. Era su sino. Una muerte trágica y prematura…
Una joven que se enamoró a finales del siglo XIX. Una joven que se entregó en cuerpo y alma al hombre de su vida. Un hombre que tuvo que irse. Al que nunca dejó de esperar. Un hombre que no regresaría nunca. Rose se aferró a su recuerdo como una tabla de salvación. Incluso, cuando la desgracia la golpeó. Ésta es su carta contándonos su vida.

1 DE FEBRERO

            Mi querido Alex:

            En estos momentos, me acuerdo más de ti.
            Sabes quién soy.
            Soy Rose Doyle. La misma Rose Doyle que lleva mucho tiempo esperándote. La misma Rose Doyle cuyo mayor anhelo es volver a verte. Ya falta menos para que estemos otra vez juntos, mi querido Alex.
-El jardín está bonito hoy-me dice mi tía Meredith.
-Gracias por sacarme a tomar el Sol-le digo.
-Lo que te hace falta es comer más.
            Guardo silencio mientras contemplo las rosas que han florecido. Mi tía Meredith trata de hacerme tener esperanzas.
            Mi tío John, su marido, está con nosotras. Habla de llevarme de viaje por todo el continente. Mis padres adoptivos están también con nosotros en el jardín.
            Hablan con fingido entusiasmo de ese viaje por el continente. Yo finjo que les escucho.
-Nunca tuve la oportunidad de salir de Inglaterra-se lamenta mi madre adoptiva.
-Tú podrías visitar París-apunta mi padre adoptivo-Te gustará la Torre Eiffel.
            No lo creo. No veré nunca esa torre. El médico ha sido muy claro conmigo. No viviré mucho tiempo más.
-¿Por qué no dices nada, Rose?-me pregunta mi madre adoptiva-Siempre estás callada. Nosotros te hablamos. Y no quieres hablar con nosotros.
-No tengo ganas de hablar-respondo.
-¿Quieres que demos un paseo en barca?-me sugiere mi tío John-Iremos tu tía Meredith, tú y yo. Podríamos pescar algo. La cocinera nos lo prepararía.
-No quiero pasear-contesto.
-Entonces, nos quedaremos aquí-afirma mi padre adoptivo.
            Hace tiempo que ha descuidado sus asuntos en Londres. El trabajo se le acumula en su oficina de Scotland Yard.
            Sólo vive pendiente de lo que me pase. Vive angustiado pensando que mi tiempo se está acabando.
-¿Por qué no regresas a Londres?-le pregunto.
-Tu tío Robert es muy eficiente-responde-Sabe hacer bien el trabajo. Se ocupa de que las cosas sigan funcionando. No soy imprescindible, Rose.
            No quiere dejarme sola, mi querido Alex.
            Te contaré un poco la historia de mi vida, aunque ya la conoces.
            Según mi padre adoptivo, había unos criminales se dedicaban a secuestrar a mujeres embarazadas. Las encerraban en cuartuchos en condiciones infrahumanas hasta que daban a luz. Después, vendían a los bebés que nacían a matrimonios ricos. Los compraban para hacerlos pasar por hijos suyos.
            Ya sabes que mi padre adoptivo, el inspector Doyle, es un alto cargo de Scotland Yard. Ahora, ni siquiera acude al despacho a trabajar. Lo único que hace es permanecer a mi lado, intentando darme ánimos. Sabedor de que me estoy consumiendo poco a poco.
            En la época en la que vine al mundo, estaba investigando una serie de robos de bebés. Mujeres embarazadas que eran secuestradas y, más adelante, asesinadas una vez que habían dado a luz.
            Y, luego, el inspector Doyle llegó a casa conmigo a casa en brazos. Hija de padre desconocido, había encontrado a mi verdadera madre medio muerta en una casucha en el muelle. Mi verdadera madre, Lorraine, había muerto. Y Julia, mi madre adoptiva, decidió que, desde ese día, yo sería su hija.
            Posiblemente, mi madre verdadera tampoco tenía familia.
            Nadie me reclamó.
            Mi verdadera madre, como yo, estaba sola en el mundo. Desde que llegué a casa de los Doyle, no volví a estar sola. No tuvieron hijos propios. Mi padre adoptivo sabía lo que era estar solo desde muy pequeño.
            Su madre era una prostituta que le vendió a un deshollinador. Era apenas un niño en aquella época. Después, se dedicó a robar carteras a los ricos que regresaban borrachos de visitar los burdeles.
            Pudo haber terminado en la horca. Pero se decantó, al final, por hacer el bien.
            Me enteré de la verdad acerca de mis orígenes más adelante.
            Tenía doce años. Fue escuchando una conversación entre mi madre y mis tías.
            En realidad, no son mis tías. Son las mejores amigas de mi madre.
            Siempre las llamé tías. Supe, entonces, que yo no era hija de Julia y del inspector Doyle. No hacía falta que buscara a mi verdadera madre.
            Estaba muerta.
            Mi madre adoptiva se lamentaba de lo fea que era. Se sentía torpe muchas veces. Y guardaba silencio cuando acudía alguien a quien casi no conocía a vernos. Yo la admiraba porque era muy alta. Y, para mí, era la mujer más hermosa que jamás había visto.
            Siempre seguí las normas porque era lo que se esperaba de mí. Incluso, mi madre adoptiva también lo esperaba. Debía de ser hermosa. Debía de ser correcta. Debía de ser educada.
-Tendrás tu presentación en sociedad-me decía mi padre adoptivo cuando iba a mi habitación a desearme las buenas noches.
-Y estás pensando en darme una dote-bromeaba yo.
-Sería una buena idea. Gano mucho dinero, Rose.
-El dinero es algo superfluo, padre.
            Ahora, le veo llorar mientras observa cómo me voy consumiendo poco a poco.
            Alex, tú me decías que era delicada y perfecta.
            Era una belleza ante tus ojos.
            Te recuerdo como un chico alto. Tu cabello era de color negro. Y tus ojos eran enormes, de color pardo y mirada risueña.
            Tu nombre completo era Alexander Carmichael. Eras el hijo menor de un aristócrata inglés. Tenías un hermano mayor. Y tu hermana, también mayor que tú, acababa de casarse. Tu hermano no tardaría mucho tiempo en contraer matrimonio. Acababas de ingresar en el Ejército. Tenías una visión un tanto idealizada del frente. Querías pelear.
             Mi madre adoptiva terminó odiando Londres. Yo sabía que su matrimonio con mi padre adoptivo iba mal. Les oía discutir mucho. Mi madre adoptiva quería tener un hijo, un hijo propio. Pero los niños no llegaban. Me querían con devoción. Me quieren con devoción. Pero deseaban tener un hijo de ellos.
            Mi madre adoptiva y yo nos fuimos a vivir a la isla de Sonning, situada en el río Támesis a su paso por la isla del mismo nombre.
            Su madre tenía una casa allí.
            Tu familia pasaba allí los veranos.
            Ahora mismo, tengo diecinueve años. Me aferro a los recuerdos que tengo de aquellos días. Cuando nos conocimos, mi querido Alex.
            Me enamoré de ti nada más verte. Y quiero pensar que a ti te pasó lo mismo. Te enamoraste de mí nada más verme.
            Pero no podemos estar juntos.
           
            Soy una joven delgada. Mi cabello es de color rubio. Es curioso que yo sea rubia y que mis ojos sean de color oscuro. Tú me decías que fueron mis ojos, que son grandes, lo primero que le llamó la atención de mí. ¿Te acuerdas de ello, Alex? Recuerdo cada una de las palabras que me dijiste. Recuerdo cada segundo que pasé a tu lado.
            Mi cara tiene forma de óvalo. Y mis facciones son serenas.
            A ti te gustaba llenarme de besos la cara cuando nos veíamos.
            Ahora, mi piel se ha tornado pálida.

            Antes de caer del todo enferma, mi madre adoptiva insistía en sacarme a pasear. Yo me dejaba guiar por ella. Paseábamos por la orilla del río. Tía Meredith nos acompañaba siempre en aquellos paseos. Hablaba de la idea de llevarme una temporada a Bath. Sin embargo, no quería alejarme de allí.
-Alexander podría regresar-les recordé una tarde.
            Me sujetaron entre las dos. Yo ya no podía ni siquiera caminar.
-Rose, cariño, sabes que eso nunca va a pasar-se lamentó mi madre adoptiva-Alexander ya no está entre nosotros. Ha muerto.
-¡Por favor, madre, no me digas eso!-le imploré.
-Es la verdad.
-Rose, tienes que asumirlo-intervino tía Meredith-La familia de Alex lo ha asumido. Te toca a ti hacerlo. Lo has pasado muy mal. Pero eres una joven fuerte. Y…
-He perdido demasiadas cosas en la vida-repliqué.
            He perdido a nuestro niño, Alex. Y te he perdido a ti también.

            Nos convertimos en amantes. Sé que mi madre adoptiva se muere de pena cuando lo recuerda.
            Pero tú y yo fuimos amantes, Alexander.
            ¿Acaso lo has olvidado? Nos encontrábamos con mucha frecuencia en el mismo lugar. A la orilla del río…
            Nos veíamos siempre de noche. Tú estabas de permiso. Pero sabías que no tardarías mucho tiempo en volver a estar en activo. Pensaba que no tardaríamos mucho tiempo en anunciar nuestra boda. ¡No veía la hora de estar casada contigo!
            Deseaba envejecer a tu lado. Darte un montón hijos. Mil sueños que, por desgracia, nunca se cumplirán.
            Porque tú ya no estás.
            Te has ido para siempre, Alex.

            Tuve una infancia feliz. Hay una fotografía mía junto a mis padres adoptivos en la que aparezco yo con dos añitos riendo feliz.
            No me puedo quejar en ese aspecto.
            Fui una niña feliz que vivía ajena a lo que era el sufrimiento. Mi padre adoptivo no quería mencionar delante de mí los casos a los que se enfrentaba.
-Cuanto menos sepas de la vida, mejor para ti, Rose-solía decirme.
            Mis días estaban llenos de risas. Mis padres adoptivos decían que yo les alegraba la vida con mis travesuras.
-Aunque me rompas un jarrón-se reía mi madre adoptiva.
            Por eso, sufría al oírles discutir.
            Fui a la escuela. Acudía a un internado, pero me estaba permitido regresar a mi casa a la hora de la merienda para cenar allí y pasar la noche. No estaba de interina.
            Creo que la idea de no verme durante meses no les gustaba nada a mis padres adoptivos. Ellos querían tenerme a su lado.
            Recibí la educación más esmerada.
-Tienes que convertirte en toda una dama-me decían a coro mis tías-Ser la más hermosa. Ser la más elegante.
            Y eso traté de hacer.

            Me ha subido la fiebre. Tengo mucho frío, Alex. No puedo parar de tiritar. Te llamo a gritos, pero no vienes.

-Debes tener cuidado con los hombres-me exhortó una tarde mi madre adoptiva mientras estábamos en el salón.
-Padre es un buen hombre, madre-le recordé.
-Antes, era demasiado apasionado, pero eso ya ha pasado a mejor vida.
-¿Crees que yo podría encontrar un hombre que me ame a pesar de todo, madre?
-Tu padre siempre ha dicho que eres muy afortunada. La buena suerte que te salvó la vida cuando naciste te ha acompañado siempre, mi pequeña Rose.
-Tía Meredith y tío John se adoran.
-Y es probable que encuentre un hombre en tu vida que sea como tu tío o como tu padre. Yo espero que las cosas vayan a mejor entre nosotros.
-Padre te ama, madre.
-La pasión no lo es todo en una relación, cariño.

            Pero no le hice mucho caso a mi madre adoptiva. Yo deseaba ser amada de manera incondicional.
            Era una jovencita ingenua. Estaba llena de sueños. Cuando te conocí, sentí cómo mi corazón iba muy deprisa. Jamás me había pasado.
            Sentía que podía pasarme las horas muertas mirándote.
            Y, entonces, ocurrió. Te habías fijado en mí. Querías verme.
            Cada vez que nos encontrábamos, al venir a hacerme una visita a casa, me besabas la mano al saludarme.
            Y me besabas la mano a modo de despedida.
            Me citaste una tarde a la orilla del río. Acudí llena de nerviosismo a la cita.
-Hacía mucho tiempo que quería verte a solas-me confesaste cuando llegué a tu altura.
            Las piernas me temblaban con violencia.
-Aquí estoy-te dije.
-No he dejado de pensar en ti desde hace mucho tiempo-me confiaste-Desde que nos conocimos.
-A mí me pasa lo mismo.
-Me he enamorado de ti, Rose. ¿Existen esperanzas para nosotros?
-Sí…Hay todas las esperanzas del mundo, Alexander. Te quiero.
            Susurraste mi nombre con voz llena de amor.
            Sentí tu mano tocando con suavidad mi mejilla.
            Y fue en ese mismo instante en el que me diste mi primer beso de amor.

            Empecé a caer enferma un día en el que contemplaba cómo la lluvia golpeaba los cristales de la ventana de mi habitación. Creía que vería una barca quedar varada en la orilla. Y te vería saltar de ella a tierra. Estaba esperándote. Llevaba más de un año esperándote, Alex. De pronto, la habitación empezó a darme vueltas. Casi no me había dado cuenta de que un nuevo siglo había empezado meses antes.
-Debería de acostarse, señorita Rose-me dijo mi doncella.
            Mis tías y mis tíos estaban allí. Yo no podía olvidar que un año antes te habías ido a África. Sabía que estabas peleando en la Colonia del Cabo. Tus cartas habían dejado de llegarme de manera abrupta.
            En ese momento, en el salón de mi casa, mis padres adoptivos, mis tíos y mis tías debatían el modo de darme la noticia de tu muerte. Tenían que haberme dado la noticia cuando se supo lo ocurrido en Colenso. Tuvieron miedo. Callaron por mi estado.
            Ahora, no me acabo de recuperar del todo. Mi cuerpo se sentía cada día que pasaba más y más débil.
-¿Dónde está Alex?-le pregunté a mi doncella-¿Por qué no regresa?
            Yo no entiendo nada de guerras, Alex. Sólo sé que tuviste que partir con tu regimiento a África. Eran los últimos días del mes de octubre.
            Había llegado la noticia de la toma por parte de los bóers de la Colonia del Cabo y de la Colonia de Natal. Tú estaba entusiasmado. Parecía que deseabas partir al frente con ganas de matar a otra persona.
            Estabas realmente apuesto con tu uniforme del Ejército Británico. Me sentía orgullosa de ti. Me prometiste regresar cargado de galones y de condecoraciones.
            Me enseñaste a besar. ¿Lo recuerdas? Yo guardo cada uno de los besos que me diste en mi corazón. A veces, pienso que tú también te acuerdas. Que piensas a menudo en mí. Estabas pensando en mí en el momento en el que te hirieron de muerte de un disparo en el corazón. No querías morir. Sabías que yo te estaba esperando. Pero te arrebataron de mi lado. La Muerte…El Ejército…Ambas cosas…

            Al principio, mi madre adoptiva me hablaba acerca de la guerra.
-Es mejor que no sepas nada-me dijo un día-Tienes que cuidarte, Rose.
            Se portó muy bien conmigo. Ni ella ni mis tías me han dejado sola en este aciago año. He pasado de la esperanza a la desolación. He perdido las ganas de vivir. Se fueron cuando supe que habías muerto. ¿Qué es lo que me queda, Alex? Ya no me queda nada por lo que vivir.
-¡Rose!-exclamó mi padre adoptivo cuando me encontró tirada en el suelo de mi habitación-¿Qué ha pasado?
-No lo sé, inspector-contestó mi doncella, nerviosa-La señorita Rose se ha desmayado. No vuelve en sí.
           
            Una noche llena de pasión me entregué a ti, Alex. Una noche feliz para mí…
            Me sentí que me había casado contigo.
-Pronto, seremos marido y mujer-me prometiste cuando acudí a tu encuentro.
-¿Lo dices en serio?-te pregunté dichosa.
            Nos encontramos en nuestro lugar favorito para vernos. A la orilla del río Támesis…Era una noche de Luna Llena y yo podía contemplar su brillo iluminando tu silueta.
            Te abracé con fuerza.
-Te quiero tanto, Rose-me confesaste-Y tú también me quieres. ¡Soy muy feliz!
            En ese instante, al separarnos, vi deseo en tus ojos.
            Nos habíamos besado muchas veces. Nos dábamos besos dulces. Pero también nos dábamos besos cargados de pasión.
            El deseo apareció en ti aquella noche.
            Me envaré al imaginar lo que querías hacer. Te acercaste cada vez más y más a mí. Me acunaste el rostro entre tus manos. Yo estaba temblando.
            Sentí tus manos, a continuación, posadas sobre mis hombros. Nos miramos a los ojos. Me puse de puntillas y me acerqué a tus labios para darte un beso de amor. Tú correspondiste a mi beso poniendo todo tu corazón en él.
            Cuando nos volvimos a besar, nos dimos un beso largo y apasionado. Sin darme apenas cuenta, las ropas que llevábamos puestas fue desapareciendo. Las vimos en el suelo. Mi falda…Tus pantalones…
            Fuimos cayendo al suelo hasta quedarnos de rodillas. Oíamos el susurro del río Támesis a su paso por la isla.
            Me recostaste en el suelo con suma delicadeza. Yo sabía en qué consistía la unión entre un hombre y una mujer. Mi tía Meredith me la explicó no hacía mucho. A mi madre adoptiva le daba vergüenza hablarme de estas cosas.
            No podíamos dejar de acariciarnos ni de besarnos. Noté que estabas excitado. No podías esperar. Yo estaba algo asustada. Pero te confieso que también estaba excitada. Y me entregué a ti sin reservas.
            Me besaste.
            Me besaste muchas veces.

            Y llegó el día de la despedida.
            Intentamos ser fuertes el uno delante del otro. Estábamos convencidos de que regresarías.
            El Ejército Británico obtendría una rápida victoria. Ahora, me conformo con que esta espantosa guerra termine y los soldados regresen a casa. La victoria o la derrota han dejado de tener importancia.
            La noche antes de tu partida, llenaste de besos cada centímetro de mi piel. Me besaste muchas veces con ardor en la boca. En todas partes…
            Yo te abrazaba. No quería dejar de acariciarte. Mis labios también recorrieron tu cuerpo.
            No sabía cuándo volvería a verte. Pero sí sabía que volvería a verte, mi adorado Alex.

            Durante los meses siguiente, permanecí a la espera de recibir una de tus cartas. Yo te escribía todos los días.
            No podía dormir. Casi no comía. Pensar en ti era lo único que me daba ánimos para seguir adelante. Me dije a mí misma que tú ibas a regresar. Te veía esquivando las balas del Ejército enemigo. Te veía pensando en mí por las noches. Y te veía regresar.
            Me abrazarías con fuerzas.
            Me besarías con pasión.
            Dos meses después, ocurrió algo.
            Me enteré de que estaba esperando un hijo tuyo. Fue el médico de Sonning el que me lo confirmó.
            Mi padre adoptivo fue a buscarle, alarmado como estaba al ver que yo estaba cada vez peor.
-Estáis furiosos conmigo-me lamenté cuando mi madre adoptiva se quedó a solas en mi cuarto-Os he defraudado a los dos, madre.
-Lo primero que hemos de hacer es preocuparnos por tu hijo-me tranquilizó ella-¿Puedo saber quién es el padre? ¿O debo de adivinarlo?
-Madre…Es Alex.
-Entiendo. Con la ayuda de Dios, el Ejército Británico regresará a casa. Poco importa si gana o si pierde. Pero que regrese a casa.
            Me eché a llorar.
-Hasta que Alexander regrese, cuidaremos de los dos-intervino mi padre adoptivo, entrando en mi habitación-Entonces, te casarás con él y vuestro hijo tendrá un padre y un apellido.     
            Durante los siguientes meses, todo el mundo cuidó de mí. Yo intentaba cuidarme por el bien de mi niño. Imaginaba que, al menos, tendría un recuerdo tuyo. Fui feliz a medida que veía crecer mi vientre.
            Sin embargo, desgraciadamente, el niño murió nada más nacer. Di a luz al niño dos meses antes de lo previsto. No pudo respirar bien. Falleció al cabo de unas horas. Decían que era un niño hermoso. Muy parecido a ti…     
            Yo lo sostuve en mis brazos hasta que dejó de respirar. Derramé lágrimas de sangre al ver cómo su vida se escapaba. Intentaba retenerle a mi lado. Pero fue inútil. Mi niño murió sin haber tenido la posibilidad de conocer a su padre. Sin conocerte a ti, Alex.
            A pesar de que no podía ponerme de pie, quise estar presente en su velatorio. Mi madre adoptiva se empeñó en bautizarle. Decía que los niños debían de estar bautizados antes de convertirse en ángeles. Mi hijo sería un ángel. Y debía de velar por su padre.
            Lo llamé Stephen, que es un nombre que siempre me ha gustado.

            Siento cómo la vida se me va escapando poco a poco. Oigo los gritos desesperados de mis padres adoptivos. Pero yo casi no les escucho.
            Lloran con desesperación.
-¡Sé fuerte!-me implora mi madre adoptiva-¡Quédate con nosotros!
-¡No te la lleves todavía, Dios mío!-reza mi padre adoptivo-¡Deja que se quede con nosotros!
-¡Rose!-grita una de mis tías.
            Desde que murió Stephen, no he vuelto a probar bocado, Alex. He perdido el único recuerdo que me quedaba de ti. No quiero vivir sabiendo que ni Stephen ni tú estáis a mi lado. Pero estáis ahí arriba. Esperándome.
            Miro hacia atrás y es tu recuerdo lo único que me hace sonreír.
-Mi amado Alexander…-pienso-Sólo vivo por ti. En el momento de tu muerte, estabas pensando en mí.
            Por quién más lo siento es por mi madre adoptiva.
            Desde que mi padre adoptivo me envolvió en su gabardina para darme calor y me llevó a su casa, siempre ha estado ahí. Ha sido mi principal apoyo.
            Fue ella quién me consoló cuando yo deseé morirme al morir nuestro bebé.
-Sé fuerte-me decía-Podrás tener más hijos. No estás sola, Rose. Tu padre y yo estamos contigo. Tienes que comer, cariño. No llores. A tu bebé no le gustaría verte así.
            Yo ya sabía que tú no ibas a regresar. Que habías muerto.
            Mi madre adoptiva siempre luchó por mí. Respiró aliviada cuando supo que nadie vendría a reclamarme.
            Yo ya era una Doyle. Para ella, había llegado como una especie de regalo que le había enviado Dios. Necesitaba amar a alguien.
            ¡Había recibido tan poco amor por parte de su familia! De no ser por mi padre adoptivo, jamás habría descubierto lo que era ser amada.
-Me enamoré de él nada más verle-me ha contado muchas veces.
            Por eso, puede entender el dolor que yo siento. Pero quiere que viva. Me he convertido en un esqueleto. El médico dice que mi vida se está acabando. Y yo sólo pienso en Stephen y en ti, amor mío.
            Sólo lloro desde que me contaron que estabas muerto. Tuvieron que sincerarse conmigo.
            Tus cartas habían dejado de llegarme. ¿Dónde estabas, Alexander?
            Tu familia no ha venido a verme. Nunca aceptaron nuestra relación. Tú eras un miembro de la aristocracia.
            ¿Y quién era yo?
-Es sólo la bastarda de alguna furcia que ha recogido un bastardo y su esposa advenediza-solía decir tu padre refiriéndose a mí.
            Querías casarte conmigo. A tu regreso, vendrías a pedirle mi mano de manera formal a mi padre adoptivo.
            Entonces, anunciaríamos nuestro compromiso. Nos casaríamos.
            Llegué a escribirte contándote que estaba encinta. Te escribí hablándote de cómo avanzaba mi embarazo. Te escribí contándote la peor de las noticias. La muerte de nuestro hijito…
            ¿Llegaste a leer esas cartas? ¿Has llegado a saber que tenemos un hijo que no vivió lo suficiente? ¿Has llorado porque no has podido conocer a nuestro pequeño? ¿Sabes que se llama Stephen? Te habría gustado ese nombre.
            Tengo veinte años.
            Todavía soy joven.
            En realidad, con veinte años, después de todo lo que he pasado, no se es joven. Debí de haber muerto con mi verdadera madre. El Destino, finalmente, me ha alcanzado.
            Recuerdo cada uno de nuestros encuentros.
            Puedo sentir todavía en mis labios el sabor de tu piel.
            ¿Tú todavía sientes en tu lengua el sabor de mi piel, Alex?
            Recuerdo lo feliz que era cuando nos encontrábamos a la orilla del río. Recuerdo cada uno de los besos que nos dimos. Lo nerviosa que me puse la primera vez que introdujiste tu lengua en el interior de mi boca.
            Querías que te diera mi lengua.
            Fue un beso largo y apasionado. Jamás imaginé que un beso fuera así.
            No fue la primera vez que nos besamos así, amor mío. Soy feliz recordando aquellos besos. Besos prolongados y ardientes en los que tú y yo nos fundíamos.
            Era una noche de julio. El año era 1899.
            Nos dimos toda clase de besos aquella noche. ¿Lo recuerdas?
            Nos dimos besos largos. Nos dimos besos ardientes. Nos dimos besos llenos de ternura. Pero pusimos todo el amor que nos profesábamos en cada uno de aquellos besos. Tú querías que yo disfrutara tanto como lo estabas haciendo. Siempre pensaste en mí.
            Llenaste de besos cada centímetro de mi cuerpo.
            Fue mi primera vez con alguien. Te entregué mi virginidad. Y tú me entregaste tu corazón.
            Nunca olvidaré aquella noche.
            Tampoco olvidaré las noches que siguieron en el mismo lugar. A la noche siguiente, acudí de nuevo a la orilla del río para encontrarme contigo.
            Nos desnudamos nada más vernos.
            No podíamos dejar de besarnos mientras rodábamos por el suelo. Sentí tu boca recorriendo mi cuello. Me besaste en los pechos muchas veces. Sentí tu lengua en la base de mi estómago. Incluso, te vi hundir tu cara entre mis piernas.
            La pasión…
            La pasión me dejaba pensar con claridad. Sentí cómo te introducías en mi interior. Cómo nos fundíamos en un solo ser.
            Lloré mucho cuando las noticias de la guerra llegaron hasta aquí. Tu regimiento había sido movilizado. Viniste a verme una tarde y me lo dijiste en el salón de mi casa. Me besaste con dulzura al tiempo que yo lloraba porque temía por ti.
-No me pasará nada, mi querida Rose-me prometiste.
-Ten mucho cuidado, Alex-te rogué-Vuelve.

            He empeorado.
-¿Cómo que no se puede hacer nada?-estalla mi padre adoptivo contra el médico-¡Usted es médico! ¡Haga algo!¡Pero no deje que mi pequeña se muera!
-He hecho todo lo que ha estado en mi mano-contesta-Por desgracia, es ella quién no pone de su parte. No quiere comer.
-Entonces, le daremos de comer a la fuerza-decide mi madre adoptiva-No dejaremos que le pase nada. ¡Tiene que vivir!
-Hay algo más.
            Desde la ventana de mi habitación, puedo contemplar cómo las hojas secas se rompen del árbol. Caen al suelo. Están muertas.
-¡No!-grita mi madre adoptiva con desesperación-¡Eso no es cierto!
            He sido muy feliz viviendo en esta isla pequeña y larga. Por eso, me siento muy feliz.
-Mi madre me está esperando-le digo a mi tía Meredith.
-Tu madre está fuera discutiendo con el médico-me recuerda ella.
-Hablo de mi verdadera madre.
            Aunque no llegué a conocerla, siempre he sentido su presencia. Al igual que nuestro hijito, ha sido como un ángel para mí. La he sentido a medida que iba creciendo. Ha estado a mi lado protegiéndome con su espíritu.
            No se trata sólo de que no quiero comer. Hay algo más que me está matando por dentro. Desde que di a luz, no he parado de sangrar. Me cortan las hemorragias con paños blancos empapados en agua fría. Pero es una solución temporal.
            Las hemorragias reaparecen. Y son cada vez más frecuentes y más abundantes. Oigo al médico hablar de operar. Mi madre adoptiva llora. Mi padre adoptivo se niega.
           
            La habitación se ha llenado de luz, Alex. ¡Es una luz tan brillante! Desprende destellos de todos los colores. ¡Tienes que estar aquí para verla, amor mío! Quiero decirle a todo el mundo que estoy contemplando un espectáculo maravilloso.
            Pero la voz no me sale de la garganta. Mi madre adoptiva no para de llorar a mi lado. Tía Meredith no quiere estar presente en el momento en el que yo me vaya. Todos están reunidos en el salón esperando.
            Y yo sólo deseo estar contigo. Entonces, la veo. Es un ser angelical que lleva puesta una túnica de color blanco y lleva suelto su cabello. La reconozco, aunque no la haya visto nunca.
            Es mi verdadera madre.
-Llevamos mucho tiempo esperándote, Rose-me dice-Alexander, vuestro hijo y yo. Ha llegado el momento.
-¿Dónde están ellos?-le pregunto.
-Están en el Paraíso.
            Mi madre adoptiva nota que pasa algo raro y me llama a gritos.
-¡No te mueras, Rose!-me implora-¡Tienes que vivir! ¡Por favor, cariño! ¡Quédate con nosotros!
-Me están esperando-pienso.
-¡Tienes mucho por lo que vivir!-me ruega mi padre adoptivo-Eres todavía muy joven.
-Es ya tarde-pienso.
            No escucho nada más.

            Desde donde está mi espíritu, puedo contemplar mi cuerpo, que yace sobre mi cama. Me fijo en que una sonrisa ilumina mi cara.
            Pero el dolor me invade al contemplar a mi madre adoptiva abrazando con desesperación mi cadáver.
-Madre…-le susurra mi espíritu al inclinarse sobre ella-No estés triste, por favor. Voy a un sitio mucho mejor que éste.
            Donde yo estoy ahora, siempre hace Sol. Incluso, puedo escuchar el susurro del río Támesis a su paso por Sonning. Me siento en el suelo, en un lugar donde crece la hierba. ¡Es como estar otra vez en casa, escuchando el susurro del río! Pero estoy en un lugar maravilloso.
            Nunca lloverá en este Paraíso.
            No me atrevo a arrancar las flores que crecen aquí. Hay muchos querubines jugando, flotando en el aire. Agitando sus alas.
            Me inclino sobre una florecilla silvestre. ¡Hay tantas flores y de tantos tipos aquí! Oigo las risas de los angelitos.
            ¡He podido sujetar entre mis brazos a nuestro Stephen, mi querido Alex! En ese momento, alguien se acerca a mí por detrás. Me tapa los ojos.
            Escucho la risita de mi pequeño mientras aparto esas manos de mí y me giro. Entonces, te veo. ¡Estás de nuevo a mi lado, amor mío! ¡Eres tú, mi amado Alexander! ¡Tú! Tú…
            Esbozas la sonrisa más radiante que jamás he visto.
-Hacía mucho tiempo que te esperaba, mi adorada Rose-me dijiste-Seremos una familia. Stephen…Tú…Yo…¡Nadie nos separará!
            Tengo ganas de reír. No puedo llorar. Nadie llora aquí.
            La dicha en el Paraíso es eterna. Me lo han dicho. Nadie está triste en El Paraíso.
            Pero sigo sin creerme que esté de nuevo a tu lado, Alex. Tengo la sensación de que se trata de uno de mis delirios. Aunque mi cuerpo y mi espíritu se hayan separado. Aunque mi cuerpo esté en un ataúd bajo la tierra y mi espíritu esté en este lugar. Es real lo que estoy viviendo.
            Lleno de besos tu cara. Y nos fundimos en un largo y apasionado beso.
            Tú y yo…
            Nos hemos vuelto a encontrar. Aunque sea en esta vida. La que se conoce como La Otra Vida.
            Estaremos juntos toda La Eternidad.
            Junto con Stephen…Siempre juntos los tres…

            FIN

2 comentarios:

  1. Hola Laura.
    Pedazo carta te has marcado.
    Ole, ole y ole :)

    Gracias por tu participación en el reto.
    Abrazos.

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  2. Uy que linda. carta te quedo genial te mando un beso

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