martes, 31 de julio de 2012

CRUEL DESTINO

              Sarah dobló la esquina de su calle. Se detuvo en seco.
              Vio un carruaje desconocido detenido delante de la fachada de su casa.
               ¿Será Darko?, se preguntó Sarah. ¿Habrá venido a verme?
              Aquel carruaje pertenecía a alguna familia de la ciudad. No era ningún carruaje de alquiler. Además, nadie en la ciudad quería relacionarse con Darko.
              Sarah había hecho ya planes.
              Darko pensaba en vender el club y en vender también el burdel. Quería regenerarse.
              Sarah le iba a ayudar. Conocía la existencia de algunos cuantos orfanatos en todo Gales.
              Con el dinero obtenido por las ventas del club y del burdel, Darko podría hacer suculentas donaciones a los distintos orfanatos que había en Gales. Sarah se encargaría de pregonar cuán generoso era su futuro marido. A los aristócratas les gustan las personas generosas, pensó la joven.
             No serían excluidos de la alta sociedad. Al contrario...Se les iban a abrir muchas puertas.
             Naturalmente, esta clase de cosas tenía que comentarlas con Darko. Pero estaba segura de que no opondría resistencia. Él nunca le negaría nada. Se lo había dicho.



                 En el piso de arriba, Katherine estaba esperando nerviosa la llegada de Sarah.
                Cuando ésta llegó, la cogió del brazo.
              La arrastró consigo a su habitación. Katherine prácticamente daba botes de los nervios que la corroían por dentro. Estaba nerviosa desde la noche que yació entre los brazos de Stephen. Él le había dicho que podía haberse quedado embarazada a raíz de aquella noche. ¿Y si estaba en lo cierto? ¿Qué podía hacer?
-¿Dónde te habías metido?-le preguntó.
-Estaba viendo a una persona especial-respondió Sarah con tono misterioso.
-¿Darko? ¿Has visto a Darko?
-Es una persona especial para ti.
              A Sarah le dolía la ausencia de Darko. Se estaba prolongando demasiado. Pero le alegraba ver lo contenta que estaba Catalina. Ella seguía viéndose con Stephen.
            Se encontraban en el círculo de los menhires. Daban paseos abrazados por los alrededores. Se besaban detrás de los árboles.
            Recordaban cuando Stephen llegó a la casa de los Wynthrop, apenas unos meses antes. Iba a darle clases de piano a Katherine. Al principio, su relación fue cordial. La relación que había entre una alumna y su profesor. Poco a poco, fue conociendo mejor a aquella joven que se expresaba a través del piano. Parecía que estaba sacando todo lo que llevaba dentro mientras interpretaba alguna pieza de Mozart. Poco a poco, se fue ganando su confianza. Y su corazón...
                Lo supo el día en el que le besó la mano arrebatado tras escucharla interpretar a Paganini.
-¡Es usted extraordinaria, miss Wynthrop!-exclamó-Nunca antes había escuchado a nadie como usted. Nunca antes había escuchado una ejecución tan magistral. Tan...Perfecta...
               Fue una sentencia, más bien. Katherine bajó la cabeza con timidez. No estaba acostumbrada a recibir elogios. Las palabras de su profesor de piano la pillaron por sorpresa.
-Está exagerando, mister Winter-se ruborizó Katherine.
-No estoy exagerando-insistió Stephen-Le estoy diciendo la verdad.

              Las reglas no se habían hecho para Sarah Wynthrop. Era ella la que dictaba las reglas. La que las moldeaba a su imagen y semejanza. No hacía caso de nadie.
-Le noto pensativo, señor conde-observó mister Wynthrop.
            Robert se había atrevido a ir a casa de los Wynthrop. Había decidido formalizar su relación con Mary.
             Pasaron al despacho de mister Wynthrop.
-Lo que le voy a pedir no es fácil de decir-admitió Robert-No quiero que piense nada malo de mí. Muy al contrario. Mis intenciones hacia su hija son de lo más honorables. Siento un gran cariño y un gran respeto hacia ella. Mi deseo es que sea feliz. Y quiero hacerla feliz.
             ¿Por qué no se había enamorado de Mary?, se preguntó Robert. No existía nadie como ella. Tan amable como lo era ella.
              Era una joven llena de humildad. Su hermana Margaret, su prima Emma y su madre la adorarían. Pero no era como la alegre Sarah. La veía siempre contenta. Siemrpre estaba sonriendo. Y parecía que guardaba un secreto para sí.
-Adivino que quiere hablarme de Mary-observó mister Wynthrop.
-Y de ella quiero hablarle, señor-se decidió Robert-Porque yo llevo algún tiempo cortejándola. Y sé que ella será la perfecta condesa de Maredudd. Reúne en ella todo lo que busco en mi futura esposa.
-Mi hija es una joya. Es virtuosa.
-Justo lo que busco para mi mujer. La virtud...
              Y también busco el amor, pensó Robert. Pero el amor no está hecho para mí.
                Oía risas en el piso de arriba. Pudo reconocer la risa alegre y franca de Sarah. Creyó que estaba hablando con una de sus hermanas. Pensó que debía de tratarse de Katherine. La soñadora y romántica Katherine...Una sombra comparada con la temperamental Sarah...Como la noche y el día...



-¿Lo has visto?-oyó decir a Katherine-¿Qué te ha dicho?
-Cálmate-oyó decir a Sarah-Te diré lo que me ha dicho.
-¡Habla! ¡Me tienes en ascuas!
             ¿De qué estarán hablando?, se preguntó Robert. No era asunto suyo. Debía de pensar en Sarah como lo que iba a ser. Su futura cuñada...Y debía de pensar en Sarah como lo que era. La hermana de Mary...Sólo eso...
-Vuelve a quedarse pensativo, Excelencia-observó mister Wynthrop.
-Disculpe, señor-se excusó Robert-Vamos a ir al grano. Quiero pedirle la mano de su hija. De su hija Mary...Quiero casarme con ella.
              Mister Wynthrop se sintió complacido al escuchar aquellas palabras.
-¡Excelente!-aplaudió-Tiene usted mi permiso.
-Y la mano de su hija-añadió Robert.
               Mary sería la mujer indicada para él, pensó el hombre. No podía casarse con la pasional Sarah. A María le gustaba mucho leer, como a su hermana Margart. Podían llegar a ser buenas amigas. En cambio, había visto a Sarah subida a los árboles. La había visto leer subida en la rama de uno de los árboles del jardín. Un comportamiento inadecuado en una dama...No le gustaría nada a Margaret.
-Se lo diré esta noche-le aseguró mister Wynthrop-Mary se va a llevar una alegría.
               Robert suspiró y trató de convencerse así mismo de que estaba haciendo lo correcto porque le parecía absurdo sentir algo por la hermana de la joven a la que estaba cortejando.
            Había hablado varias veces con Sarah.
            Pero su trato con ella siempre había sido cordial. Unas cuantas palabras corteses...¿Cómo podía pensar que sentía algo por ella cuando su relación era más bien cordial? No eran amigos. No eran nada.

2 comentarios:

  1. Hola Lilian, te he conocido a través de la entrevista que te ah hecho Raquel, me ha gustado la forma tan clara en que expresas tus ideas, eres muy buena comunicadora, me quedo por aquí leyendo tus cosas.

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  2. Hola, Wendy.
    No sabes la alegría que me das que me digas eso. Pero me queda mucho que aprender y hay veces en las que no me expreso bien. Confío en ir mejorando a medida que vaya pasando el tiempo, pero que pienses que estoy en el buen camino me da un motivo para seguir. ¡Y estoy contenta de que te gusten mis historias! Te invito a que sigas leyendo.
    ¡Y gracias por comentar!

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