viernes, 1 de agosto de 2014

UN RELATO ACTUAL

Hola a todos.
Hoy, me he decidido a intentar escribir un nuevo relato contemporáneo.
Lo cierto es que no soy muy de escribir novela contemporánea. Aunque viva en el año 2014, por algún motivo, me siento más cómoda escribiendo sobre otros periodos de tiempo.
Puedo escribir sobre los años noventa, ochenta y sesenta. Pero tengo muchos problemas cuando trato de escribir sobre algo que ha pasado a día de hoy.
El relato que os traigo no es romántico. Es más bien sobre unas amigas en su entorno de trabajo.
Es bastante cortito. Transcurre en el año 2007.
Espero que os guste.

HORAS DE OFICINA

2007

-¡Estoy harta de trabajar aquí!-exclamó una voz cabreada hacia las doce del mediodía de un lunes de finales de mayo-¡Nadie valora mi talento! ¡No sé porqué estoy aquí trabajando y rodeada de la gente más mediocre que jamás he conocido! ¡No sé porqué no me largo! ¿Y qué narices estás haciendo aquí?
            Las quejas de Elisa Barahona no le pillaban por sorpresa a su amiga Alejandra Murillo. Las dos eran naturales de Pamplona. Las dos eran amigas desde que eran pequeñas. Se conocieron en la guardería, cuando Elisa le dejó a Alejandra sus Plastidecor para colorear porque a ella se le habían olvidado. Desde ese día, se hicieron inseparables. Juntas habían ido al colegio y habían compartido pupitre hasta acabar el Bachillerato. Alejandra se decantó por estudiar el Grado Superior de Administración y Finanzas porque se consideraba demasiado torpe como para intentar hacer el examen de Selectividad. Elisa, pese a que había hecho el examen de Selectividad y había aprobado con un 9, también se apuntó a hacer el Grado Superior porque no quería separarse de su amiga.
-Ya sabes que nunca he tenido claro lo que quería estudiar cuando acabase el instituto-respondió Alejandra con serenidad-La Administración y Finanzas me ha permitido conseguir trabajo en una buena compañía de seguros, aunque no tenga mucho que ver-Rió suavemente. Elisa admiraba la serenidad de su amiga. Ella era más impulsiva, más apasionada. Solía hacer las cosas sin pensar y era Alejandra la que la llamaba a la calma. Sobre todo cuando Elisa cortaba con algún novio y pensaba en el suicidio; era Alejandra la que le sacaba la idea de la cabeza. Deseaba ser como ella-Además, he oído que una dieta rica en fruta y verdura amansa el carácter y ya sabes que soy vegetariana.
            Elisa ocultó la cabeza en el teclado de su ordenador Windows XP (el último modelo de ordenador) y la alzó rápidamente, lanzando un gruñido de rabia.
-Esta mañana, he llamado al señor González, uno de los clientes de la competencia, con la intención de atraerlo hacia nosotros.
-El señor González, ¿eh?-Alejandra alzó una de sus cejas-He oído que tiene fama de difícil. Nadie de la oficina ha conseguido atraerlo hacia nosotros. Y sospecho que tú tampoco has tenido éxito. ¿Me equivoco? ¿A que no? Nunca me enfrentaría a él.
            El teléfono de la mesa de Elisa estaba descolgado, pese a que hacía rato que la línea estaba muerta.
-Lo que pretendía era ganarme el respeto del señor Arribas-se justificó Elisa. El señor Arribas era el jefe de las jóvenes-Siempre me está criticando. Asegura que conseguí el puesto porque a nuestro jefe anterior, el señor Estévez, le parecí atractiva. Quería demostrarle que tengo valía y, por eso, llamé al señor González. Ahora, me arrepiento de haberlo hecho. Me he pasado cerca de una hora hablando con él por teléfono, tratando de convencerle de las ventajas de nuestra aseguradora con respecto a la suya y no lo he conseguido. ¡Me ha chillado!-Elisa estaba al borde de las lágrimas-¡Me ha insultado! ¡Y me ha colgado el teléfono! ¡Encima eso! Se me ha clavado el bollo que me he tomado para desayunar en el estómago. Creo que, después de lo de hoy, no pienso comer bollos nunca más porque los vomitaré. ¡Ha sido horrible!
            Elisa se echó a llorar. Alejandra se levantó de su silla, fue hacia su amiga, se arrodilló a su lado y la abrazó, mientras le decía que no se preocupase, que lograría captar a otro cliente mejor que el señor González. Acarició el cabello rojo de su amiga y se maravilló de su suavidad al tacto. Elisa apartó el rostro del hombro de su amiga y Alejandra le secó las lágrimas con las manos. Era obvio que el rechazo del señor González había afectado, y mucho, a su amiga. Elisa odiaba trabajar en la aseguradora, pero quería destacar a los ojos de Alejandra.
-A mí también me han rechazado los clientes-dijo con tranquilidad.
-A ti no te ha amenazado el señor Arribas con despedirte-le espetó Elisa-¡Pero a mí sí! Me quiere poner de patitas en la calle.
-Estoy segura de que el señor Arribas tiene un alto concepto de ti y que te ve como la mejor de todos los que trabajamos aquí. Por mucho que te quejes, él sabe que adoras tu trabajo y que le pones mucha pasión.
-Lo que no quiero es separarme de ti. He pasado toda mi vida contigo. No me consuela el hecho de que estemos viviendo juntas desde que acabamos Bachillerato porque no puedo estar todo el día encerrada en casa esperándote.
-A mí también me gusta vivir contigo, Eli. Eres una grata compañía cuando no refunfuñas. Y me río mucho contigo. Las otras chicas que trabajan aquí son insufribles. No las soporto.
            La aparición del señor Arribas en la oficina obligó a Alejandra a regresar a su puesto y a Elisa a secarse las lágrimas. Alejandra enchufó el ordenador y se puso a revisar las tarifas que la empresa ofrecía a sus clientes en caso de incendio. Elisa colgó el teléfono y consultó un listado de posibles clientes, aunque no tenía la cabeza puesta en ellos.
-En estos momentos, lo que más deseo es coger el bolso y la chaqueta, largarme a casa, meterme debajo de la manta y no salir hasta el año que viene-masculló la joven-¡Me van a echar!
            Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas ante la idea de perder su trabajo.
-No llores porque el señor Arribas se dará cuenta de que algo pasa y, entonces, sí que se va a enfadar-le aconsejó Alejandra con un susurro.
            Desde que le vino la regla por primera vez, Elisa había salido con muchos chicos y más de uno le había destrozado el corazón. Sin embargo, lo que sentía por su amiga era verdadera devoción.
-Nunca me ha gustado la idea de convertirme en un ama de casa frustrada que se pasa todo el día con la fregona en la mano y un Silik Bang en la otra y que se pasa las mañanas viendo El Programa de Ana Rosa-se lamentó Elisa-¡No soporto a Ana Rosa! ¡No soporto a la Estaban! ¡Aborrezco al Lecquio!-Volvió a sollozar- No hay auténticos periodistas en ese programa. La mayoría están allí porque se han acostado con algún famoso. O porque han salido en Gran Hermano. ¡Yo podría informar mil veces mejor que todos ellos! ¡Los odio! Parecen gallinas alborotadas en un corral y sus risas… ¡Qué asco! Me recuerdan a Loreto Valverde. Se dedican a comentar los reality shows de Telecinco y el culebrón-caracol de la tarde. Ya sabes, Yo soy Bea.
-Ya no se puede ir por el mundo derrochando el amor-canturreó Alejandra que había estado enganchada en la susodicha telenovela hasta que vio que avanzaba a ritmo lentísimo-En esta vida hay que saber capear…
-¡No me cantes esa canción que te tiro por la ventana! ¿Y llaman a eso información? ¿Hablar de un puto culebrón? Doña Adelaida lo hacía mil veces mejor que la Esteban. Lo de informar.
-No me hables de doña Adelaida. Mi madre creía que era su gurú después de picarse en Cristal y en La Dama de Rosa.
-Cualquiera informa mejor que esa pandilla de frikis.
            Alejandra sabía que el gran sueño de Elisa era ser periodista. De hecho, sobrepasó la puntuación necesaria para estudiar Periodismo en la Facultad cuando hizo el examen de Selectividad. El porqué se había decantado por hacer un Grado Superior era un misterio para su amiga.
-Cada vez que el señor Arribas me llama a su despacho es para decirme que no estoy haciendo ningún progreso, que no he captado a ningún cliente en lo que llevamos de año y que sus informes sobre mí son pésimos-se lamentó Elisa nuevamente-Me dan ganas de enviarlo todo a la mierda e irme sin darle la ocasión a que me eche. Y aún no sé qué es lo que me detiene.
-Porque quieres hacer las cosas bien-afirmó Alejandra-Eso es lo que te detiene.
            Sin embargo, Elisa sabía que su amiga se equivocaba. La relación entre las dos muchachas era tan estrecha que sus compañeros habían llegado a tildarla de morbosa. El señor Arribas tenía fama de ser ultraconservador y no soportaba a aquellas personas a las que consideraba inmorales. Si Elisa, con su fuerte carácter, no había llegado a enfrentarse a él era por miedo a perder su trabajo. No, no temía perder su trabajo porque lo aborrecía. Lo que realmente no podría soportar era la perspectiva de dejar de ver a Alejandra. Era una tontería porque vivían juntas. Sin embargo, las horas del día se le harían eternas a Elisa sin Alejandra. Mil veces se había dicho que lo que sentía por ella era algo que no se salía de lo normal. Eran amigas. Elisa estaba convencida de su heterosexualidad porque había salido con muchos chicos, había querido a varios y había llorado cuando la relación se rompió. Pero no ponía la suficiente pasión en esas relaciones y sus ex novios se quejaban de ello.
            Alejandra apartó la vista del ordenador para fijarse en su amiga. Elisa se merecía ser feliz, pero, por alguna razón, su vida personal y laboral estaba vacía. Le dedicó una sonrisa.
-Nunca he tenido novio-dijo.
-Porque tú no quieres-le espetó Elisa-Porque eres muy guapa. ¡Ya quisiera más de una lagarta ser como tú! Lo que pasa es que eres tímida con los chicos. Y ellos sólo buscan en una tía algo parecido a una puta. Lo sé por experiencia. Hace tiempo que me desengañé de los tíos. No pienso echarme novio nunca más.
-Pero no me importa. Estoy contenta con la vida que llevo porque tengo un trabajo que me llena y que me mantiene ocupada. Y tengo a la mejor de las amigas a mi lado, así que no puedo pedir más.
            Elisa se odió así misma porque se alegraba de que Alejandra no tuviera novio. Se decía que tenía que presentarle a algún chico. Sin embargo, todos los tíos que conocía no le parecían lo suficientemente buenos para Alejandra.
-¿Acaso hay algo en mí que no es normal?-se preguntó por millonésima vez Elisa-No es normal que me alegre de que mi mejor amiga no tenga novio. Pero es que no hay nadie que sea lo bastante bueno para ella. Ningún tío se la merece. Ninguno. Y no lo entiendo. Puede que no sea una mujer de verdad. Sí que lo soy cuando hago lo que hago con los tíos-Pero dijo:-Lo dices sólo para animarme. Siempre consigues animarme con tus palabras.
-Se dice que el agua acaba con el fuego-sentenció Alejandra.
-Me hubiera gustado tener esa vena poética que tienes-Elisa esbozó una triste sonrisa-Y también tener un ápice de tu dulzura.
-Tú también tienes un carácter dulce, Eli-afirmó Alejandra-Lo que pasa es que tienes ese puntito de rebeldía que todos tenemos alguna vez.
            La muchacha empezó a teclear; las tarifas presentaban unos cuantos errores y el señor Arribas le había ordenado que los buscara y que los corrigiera. El puntito de rebeldía de Elisa, como había dicho, debía de ser el típico que todos tenemos en algún momento de la adolescencia. Pero la joven era inconformista por naturaleza y ello, unido a su carácter fuerte, había agudizado su rebeldía con el paso de los años.
-El problema está en que, cuando me enojo, llego a decir cosas realmente terribles y me arrepiento de haberlas dicho justo al instante-dijo Elisa-En más de una ocasión, he llegado a pegar a alguien porque estaba fuera de mí. Me asusta la idea de hacerte daño. Me aterra, Ali.
            Alejandra le dedicó una sonrisa cariñosa. Le tendió una caja de klínnex a Elisa para que se secara los ojos. La joven cogió varios, se secó los ojos y se sonó los mocos; mientras, por debajo de la mesa, se quitaba los zapatos de tacón alto (¡unos auténticos Manolo Blanhik, como los que lucía Carrie en Sexo en Nueva York!) que le hacían daño en los pies y los oprimían. Se preguntó como Carrie tenía tanto dinero para ir a los clubs de moda de la ciudad y para comprarse buena ropa y zapatos caros y, en cambio, su apartamento se parecía a una pensión de mala muerte.
-Me consta de que tú jamás le harías daño a alguien porque eres la persona más buena que conozco-dijo Alejandra.
-Menos a Jaime Cantizano y sus colaboradores-la corrigió Elisa-Me parece que sólo traen a su programa a los famosillos salidos a raíz de la Operación Malaya. ¿Y quién narices es el Tío Luís? ¡Ya han conseguido esos hijos de puta que hable de ellos!
            Elisa golpeó con rabia la mesa. Una de sus adicciones inconfesables era ver programas de corazón. Estaba enganchada a ellos desde que empezó a ir a clase sólo media jornada a raíz de que empezara en Bachillerato. Veía Aquí hay Tomate cuando podía y, luego, despotricaba contra Jorge Javier Vázquez. Le parecía que el creído presentador quería asemejarse al psicópata de El guardaespaldas. Jorge Javier hablaba mal de Isabel Pantoja y de su familia en prácticamente todos los programas. Y lo hacía con un entusiasmo que resultaba repugnante y enfermizo. Dicho esto, a Elisa no le gustaba para nada Isabel Pantoja. Sin embargo, empezaba a creer que Jorge Javier se había vuelto loco o que era un esquizofrénico que había dejado de tomar su medicación. Esto lo pensó después de que se emitiera un reportaje en el que se hablaba del menáge a trois entre Picasso, Dalí y la mujer de éste último, Gala. ¿Acaso creía que era interesante hablar de un triángulo (supuesto triángulo) amoroso que hubo hace cincuenta años? Elisa había llegado a creer que Jorge Javier se iba por las noches al cementerio de la M30 a desenterrar a los muertos acompañado por Aramís Fuster. Ella invocaba al espíritu del difunto si éste era famoso. Jorge Javier lo grababa todo por el móvil y lo presentaba de forma histérica al día siguiente en su programa.
-A mí me cae simpático Antonio David Flores-se sinceró Alejandra-Cometió algunos errores en su día, pero todos somos humanos y nos podemos equivocar. En el fondo, todos somos como Antonio David. Cometemos errores, pero terminamos corrigiéndonos a tiempo, antes de que cometamos algo espantoso.
            Elisa supo que lo decía por ella. Su ocasional agresividad la había asustado porque temía emplearla contra Alejandra. Antes de hacerle daño, se suicidaría porque pegar a Alejandra significaría el fin de su amistad. Poco le importaba si la denunciaba o no. La perdería para siempre y no podría soportarlo. La pasión que sentía por ella (una pasión amistosa y sana, se recordaba) era comparable a la forma la pasión que Jorge Javier ponía a la hora de despellejar a Isabel Pantoja. ¿Debía tomarlo como algo bueno o como algo malo?, se preguntaba. Nunca había pensado que pudiese haber algo malo en su amistad con Alejandra. Para ella era Ali, su Ali, su mejor amiga, su hermana de espíritu. Le había puesto el diminutivo de Ali porque se parecía mucho a Eli, que era como Alejandra la llamaba. ¿Había algo raro en querer hacer una broma con sus nombres? Elisa se dijo que se estaba volviendo paranoica.
-Ahora me arrepiento de no haber leído Mujercitas cuando estábamos en la E.S.O y la señora Ramos nos la recomendó. Me parece que hay un episodio dedicado al malhumor y a la agresividad de Jo-Elisa suspiró con tristeza.
-Sí-contestó Alejandra. Había momentos en los que parecía más la madre de su amiga-Uno en el que se niega a perdonar a Amy por haber quemado un libro de cuentos que pensaba regalar a su padre que estaba en el frente. Al final, tras haber hablado con su madre y después de que Amy se cayera a un estanque helado, Jo perdona a su hermana. Y promete poner remedio a su mala leche. En Hombrecitos, aparece como que es más dócil porque es ya mayor.
            Elisa observó como las manos de su amiga se movían a gran velocidad mientras pulsaba los teclados y aparecían las palabras en la pantalla plana del ordenador Windows XP.
-De todas maneras, no necesito a la señora March para cambiar mi carácter-afirmó la joven-Te tengo a ti. Tú me sabes escuchar y me sabes animar cuando tengo un problema y eso es bueno. Sobre todo a la hora de controlar mi carácter. He tenido problemas, muchos problemas con el resto de compañeros porque, a veces, he perdido la calma con ellos.
-El señor Arribas no te ha despedido porque siempre pides perdón-dijo Alejandra-Eso habla muy a tu favor porque sabes reflexionar y llegar a la conclusión exacta cuando apenas han pasado unos instantes.
            Elisa trataba de llegar a la conclusión exacta de su vida. ¿Qué le estaba pasando? Tenía 24 años, era joven, atractiva y sensual. Los tíos se morían por sus huesos y a ella le gustaba provocarles. El problema era que, pasada la emoción de los primeros días, quería deshacerse de ellos. Se enfadaba muchísimo cada vez que veía a uno de sus ligues enrollado con otra chica, pero nunca se había encerrado en su habitación a llorar desconsoladamente como cuando veía a Alejandra hablando con una chica o un chico de manera animada. Esto no era normal, se decía. Si tuviera tiempo, le diría al Jefe de Personal que necesitaba hablar con la psicóloga de la empresa. Si tuviera tiempo, no, se corrigió en el acto. No hablaría con la psicóloga porque estaría una hora sin ver a Alejandra, lo cual no podía soportar. Por eso mismo, tampoco hablaría con el Jefe de Personal. Pero, ¿es que no veía que su actitud era enfermiza? ¿Acaso el mundo se acabaría si dejaba de ver durante unos segundos el dulce rostro de Alejandra?
-Tienes demasiada fe en mí-dijo Elisa con tristeza-Lástima que mis padres no sean de tu misma opinión. Ellos siempre me han considerado como una especie de cabra loca y piensan que no voy a llegar lejos en esta vida. Después de hablar contigo, me siento mejor. No sé qué magia tienes que haces que la gente a tu alrededor sea feliz. Esta mañana, cuando el señor González me ha colgado el teléfono, mi único deseo era morirme. Sin embargo, tú estabas ahí con la intención de que no desanimara y que siguiera luchando. ¡Y eso es lo que voy a hacer!
            ¡Ahí estaba la respuesta! Necesitaba a Alejandra porque era su guía en el complicado mundo de la vida. La necesitaba porque quería escuchar sus palabras de aliento por las mañanas. Era su forma de recordarse el porqué estaba en aquella compañía de seguros. Estaba allí porque no podía alejarse ni un milímetro de su mejor amiga.
-¡Así me gusta que seas, Eli!-exclamó-Valiente y luchadora.
-No lo soy-dijo-Pero lo intento ser.
            Alejandra asintió, encantada al ver la determinación de Elisa.
-Ser terca puede ser algo bueno en algún momento-dijo. Descolgó el teléfono, miró la lista y buscó lo que encontraba-Lo he oído decir porque no soy terca.
            Elisa marcó el número de teléfono que había encontrado en la lista y esperó a que dieran la señal.
-Hola, buenos días…-saludó con voz educada y fría a la vez. La voz de un profesional.
            La mañana no terminó mal.

 

                             Elisa se sintió mejor cuando acabó la jornada laboral. Alejandra y ella se subieron en el coche.
-Te llevo a casa-se ofreció Alejandra.
                           Se abrocharon los cinturones de seguridad. Elisa se recostó contra el asiento del copiloto. Alejandra arrancó el coche. Elisa pensó que, por lo menos, no estaba tan sola. Podía apoyarse en su amiga Alejandra.
                             Hacía unos meses que había decidido poner punto y final a la relación que mantenía con su novio.
                             Llevaba con él desde que estaba en el instituto.
                            Sólo le había besado a él.
                             Pero su ex novio nunca la había valorado como persona. Y Elisa deseaba demostrarle al mundo su valía. Ella tenía mucho que ofrecer. Y, siendo sincera, no le disgustaba nada estar sola. Mejor sola que mal acompañada, pensó.

FIN

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