miércoles, 21 de mayo de 2014

EN LA ISLA

Hola a todos.
No puedo mantener por más tiempo este relato a medias.
Sólo subí un fragmento, pero queda aún mucho que contar.
Me he animado a escribir un poco más. Y he podido sacar adelante un buen pedazo.
Espero que os guste.

                 Phoebe se resignó al cortejo de lord Kirkcaldy. Pensaba que no le quedaba otra opción.
                 Aquel aristócrata se comportaba con suma corrección. Pero también actuaba con mucha frialdad con ella. Sus palabras eran las justas y las más adecuadas. Phoebe le miraba directamente a los ojos. Pero no veía nada en ellos. Aquel hombre le hablaba de matrimonio. Pero sus ojos no reflejaban ningún tipo de sentimiento hacia Phoebe. No se veía reflejada en aquellos ojos.
               Meredith era la única que compartía con Phoebe aquella sensación. Y se rebelaba. Phoebe aún estaba a tiempo de dar marcha atrás. La joven se maldecía por haber leído tantas novelas en su juventud. Creía que, por ese motivo, no era capaz de apreciar al único pretendiente que tenía. ¡Su único pretendiente! Sus padres le recordaban lo afortunada que era por haber captado la atención de un caballero tan refinado como lord Kirkcaldy.
                Para Lily, el matrimonio también era algo práctico y así se lo dijo una tarde a sus dos primas mientras estaban bordando en el salón.
-Yo sólo busco un marido rico-afirmó.
-La riqueza no lo es todo-replicó Meredith-También debe de contar el amor.
-Hermana, lo que tienes que hacer es madurar un poco, aunque falta algo de tiempo para que eso pase-observó Phoebe-Creo que Lily tiene razón cuando dice que piensa casarse con un hombre rico.
-Y que tenga un título-añadió la aludida-No busco nada más. Mi padre se arruinó y no quiero vivir en la miseria. No quiero tener que preocuparme si van a venir a embargar mi casa. ¡Quiero vivir tranquila!
-Haces bien en querer estar tranquila, prima-le aseguró Meredith-Pero piensa que el matrimonio es para toda la vida.
-¡Y quiero vivir toda mi vida en paz!
                  Meredith pensó que su prima tenía algo de razón al hablar de aquel modo.
-Estás empezando a hablar igual que Phoebe-bufó-Tu querida prima va a cometer la mayor locura de su vida. Se va a casar con un hombre del que no está enamorada.
-He oído hablar de eso-dijo Lily-Lord Kirkcaldy...Tía Honora dice que es muy buen partido-Lady Honora Leighton, baronesa de Clarence. Y madre de Phoebe y de Meredith-No le conozco personalmente. Meredith, hablas porque eres aún muy joven. Pero no debes de bajar la guardia. Ya tienes diecinueve años. No te hicieron ninguna oferta de matrimonio cuando estuviste en Londres. Phoebe tiene veintitrés años. Yo tengo veinticinco años. ¿Sabes lo que eso significa? ¡Significa que nunca me casaré! Tendré que conformarme con un cualquiera. ¡Y no quiero eso!
-Créeme cuando te digo que te entiendo-afirmó Meredith-Lamento mucho todo lo mal que lo has pasado por culpa de mi tío. Y perdona que te hable así. Pero no deberías de conformarte con tan poco. ¡Mereces mucho más, Lily!
-No le hagas caso a mi hermana, prima-intervino Phoebe-Es todavía joven e impresionable. Lo terrible es que yo pensaba igual que ella hace cuatro años.
                      Alguien llamó a la puerta y el mayordomo acudió a abrir.
-Mister Bane...-le saludó.
-¡Es Gabriel!-exclamó Phoebe.
                     El corazón le dio un vuelco a Meredith. Hacía casi seis meses que no sabía nada de Gabriel.
                      Durante el tiempo que había estado en la Península, él le había escrito de manera regular.
                     Sólo a ella, porque no le había escrito ninguna carta a Phoebe. Hacía mucho tiempo que lo conocía. De hecho, los Bane habían vivido muy cerca de los Leighton. Gabriel había sido compañero de juegos en su niñez de Phoebe. Era tan sólo un año mayor que ella. A Meredith la trataba como a su más querida hermana pequeña. Sin embargo, cuando se marchó a la Península, Meredith empezó a albergar la sensación de que Gabriel sentía algo más por ella. No pudieron hablar porque él tenía que marcharse. ¡Pero había regresado!
-¡Phoebe!-exclamó-¡Meredith!
-¡Has vuelto!-exclamaron las dos hermanas a la vez.
                   Se acercaron a él para abrazarle. Lily se mantuvo al margen.
                  En el frente, Gabriel había tenido mucho tiempo para pensar.
                   Había pensado en las hermanas Leighton. Las dos eran distintas como la noche y el día.
                 Phoebe podía tener muchos defectos. Sin embargo, por edad, era la más apropiada para ser su esposa. Sin embargo, era por Meredith por quien sentía algo. Un día, aquella niña tímida creció. Y se convirtió en una hermosa mujer. Nunca había cortejado en serio a Phoebe. Pero había visto de cerca la muerte estando en el frente. Se había marchado siendo un joven atolondrado. Volvía convertido en todo un hombre. Había visto el miedo reflejado en los ojos de las personas.
                Había estado a punto de morir debido a una herida de bala en el brazo.
-Deja que te presente a nuestra prima-dijo Phoebe. Señaló a Lily-Ésta es nuestra prima Lily. Vive con nosotros desde hace unos meses. Lily, querida, éste es nuestro vecino Gabriel Bane.
-Encantada de conocerle, mister Bane-dijo Lily.
-El placer es mío-contestó Gabriel.



                     Los Leighton no tardaron en enterarse del regreso de Gabriel Bane. Y se asustaron con la idea.
                     Gabriel podía cortejar a Phoebe. Era un buen muchacho, pero no tenía un título y tampoco era muy rico que digamos.
                      Aún así, Gabriel empezó a visitar de nuevo la mansión que el barón de Clarence tenía en Tresco. Había pensado en cortejar a Phoebe.
                     Sin embargo, no tardó en enterarse de que le había salido un posible rival. El vizconde de Kirkcaldy era el que más oportunidades tenía con Phoebe. Pero la joven no había olvidado a Gabriel. Había sido su compañero de juegos en la niñez. Su corazón aún suspiraba por él. A pesar del tiempo que habían pasado separados, Phoebe no le había olvidado. Se ponía contenta cada vez que él iba a visitarla.
                   Por supuesto, no estaban nunca solos. Meredith y Lily hacían las veces de carabina. Siempre se veían en el salón de la mansión. Hablaban de temas frívolos. Nunca hablaban de la estancia que había pasado Gabriel en el Ejército.
                    Phoebe no quería saber nada de la guerra. En su cabeza, Inglaterra era un lugar inexpugnable.
                    Napoleón jamás invadiría su país. Sin embargo, Meredith sí quería saber cómo lo había pasado Gabriel en el frente.
                    No se atrevía a preguntarlo delante de su hermana y de su prima. Pero la curiosidad le picaba mucho.
                   Una tarde, acompañó a Gabriel a la puerta.
                   Había ido a visitar a Phoebe. De pronto, se dio cuenta de que se le había hecho tarde. Tenía que irse. Se despidió de Phoebe. Y Meredith lo acompañó a la puerta.
                   Salieron al jardín. Gabriel tuvo la sensación de que Meredith quería hacerle alguna pregunta. Sus ojos recorrieron su figura esbelta. ¡Cuánto la había extrañado en el frente! Pero había vuelto. Se preguntaba si Meredith estaría prometida a alguien.
-¿Cómo estás, Gabriel?-le preguntó la joven.
                   Gabriel hubiera querido responderle que estaba bien, pero no quería mentirle.
-A ti te lo puedo contar-respondió-Me duele mucho el hombro.
-¿Qué te pasó?-inquirió Meredith.
-Me hirieron cerca de los Pirineos. Varios miembros del contingente en el que yo estaba íbamos de avanzadilla. Nos sorprendieron los soldados franceses. Dos soldados ingleses murieron. Lo malo fue que tuve que matar a un soldado francés. Tenía la misma edad que yo. Eso fue lo que me dijeron.
-Gabriel...¡Lo siento mucho!
-Me han mandado a casa hasta que cesen los dolores. Pero pueden volver a llamarme otra vez. Está muriendo gente. No es culpa de Napoleón. Wellington...El zar...El Rey Carlos...Nuestro Rey...¡Todos son culpables!
                    Gabriel parecía estar desencantado con todo.
-Son ambiciosos-afirmó Meredith-Sólo desean poder. Y más poder...
                    Gabriel se preguntó si Phoebe opinaba lo mismo que Meredith. Ella hablaba con entusiasmo de los valientes soldados que luchaban en la Península.
-Los franceses no son malos-le aseguró Gabriel.
-Phoebe cree que son monstruos-dijo Meredith-Pero me río cuando la oigo decir eso. Le digo que los monstruos tienen dos cabezas y cuatro brazos.
-Los franceses son víctimas. Más víctimas que nosotros...Francia está bañada en sangre. Inglaterra, a Dios gracias, está a salvo.
                     Los dos empezaron a pasear por el jardín. El cielo estaba cubierto por nubarrones negros. Meredith pensó que iba a llover. Daba las gracias a Dios porque Gabriel había vuelto a casa. A lo mejor, Phoebe se decidía a olvidar la tontería de casarse con lord Kirkcaldy. ¡Era con Gabriel con quien tenía que casarse!
-En Francia, se respira miedo-prosiguió el joven-Aquí, en cambio, la gente habla de la guerra sin conocimiento de causa. Sigue yendo a los bailes. No veo a familias muriendo de hambre. No veo a mujeres enterrando lo poco que queda de sus esposos o de sus hijos. No veo ríos de sangre en vez de las aguas del Támesis.
-Estás siendo duro-observó Meredith-No conocía esa faceta tuya.
-La guerra te cambia.
                    Meredith se sentó en una silla. Gabriel se colocó a su lado.
-A veces, desearía ser hombre-le confesó la joven-Cogería un rifle y empezaría a disparar.
-¿Contra quién dispararías?-inquirió Gabriel.
-Contra los culpables de esta locura...Contra Napoleón...Contra Wellington...Todos...Contra la gente que mata a otra gente. ¡Dios mío! ¡Cuánta locura!
                       Gabriel compartía con Meredith aquel pensamiento.
                       Tiene razón, se dijo.
-¿Cuándo tendrás que irte?-quiso saber la joven.
                       Gabriel se encogió de hombros. No quería regresar a aquel Infierno por nada del mundo.
-Tengo las manos manchadas de sangre-contestó-Siento asco de mí mismo.
                       Cayó de rodillas junto a Meredith. Apoyó la cabeza sobre el regazo de la joven. Ella le besó en la cabeza.
                      Sus ojos se llenaron de lágrimas. Un sollozo se escapó de su garganta. No había sido capaz de confesarse con Phoebe. Pero sí se sentía capaz de abrirle su corazón a Meredith. Y de apoyarse en ella cuando sentía que estaba a punto de venirse abajo.
-Vas a reírte de mí-afirmó Gabriel-Los hombres no deben llorar. Mi padre solía decirlo. Bueno...Eso es lo que dicen. Yo era muy pequeño cuando él murió. Apenas me queda un vago recuerdo de él.
-Llorar es bueno-le confesó Meredith-Cuando persona llora, se lava por dentro. Si no saca todo lo que lleva en su interior, puede acabar pudriéndose. Y no quiero que te pase eso a ti, Gabriel.
-¡Bendita seas por existir, Meredith!
                    Ella lo meció entre sus brazos. Lo volvió a besar en la cabeza. Lo besó en la frente. De alguna manera, Gabriel encontró el consuelo que tanto buscaba sintiéndose amparado por ella. Nada malo podía pasarle estando con Meredith. Era su ángel de la guarda.
                     Gabriel alzó la cabeza. Miró a Meredith a los ojos. Ella no le apartó la vista. De pronto, sintió cómo los labios de Gabriel tocaban suavemente sus labios en un beso corto.

                        A la hora del desayuno, lady Honora miró preocupada a Phoebe. Desde que regresó Gabriel, los ojos de su hija menor reflejaban una emoción que hacía mucho tiempo que había desaparecido. Y eso le preocupaba.
-Mamá, te noto preocupada-observó Meredith.
 -¿Ocurre algo, tía Honora?-inquirió Lily-¿Te encuentras bien?
                      Phoebe fingió no darse cuenta de que su madre no dejaba de mirarla mientras le daba un mordisco a su tostada untada con mantequilla. Oculto tras un ejemplar de The Times, su padre, sir Henry Leighton, no perdía detalle.
-Me preocupa que Gabriel venga a verte, hija-le dijo a su primogénita-Sobre todo, ahora, que lord Kirkcaldy está tan interesado en ti.
-Es buen amigo de Meredith y mío-le recordó Phoebe-Es más amigo mío que de mi hermana. Ha vuelto a casa como el héroe que es.
-No es ningún héroe-intervino sir Henry-No ha sido condecorado. Y, encima, los gabachos le hirieron en el brazo.
-Pero no fue culpa de Gabriel-intervino Meredith.
                  Sus padres la ignoraron.
-Todos sabemos cuál es su origen-recordó lady Honora-Su madre era una loca. Lo que hizo fue una estupidez. Aún así, tuvo suerte. No es ningún muerto de hambre.
-Pero Phoebe va a casarse con lord Kirkcaldy, tía-dijo Lily.
-Es decisión de Phoebe-replicó Meredith-Decida lo que decida, tendremos que apoyarla. Nuestra prioridad es que sea feliz. Lo demás...Es secundario. No importa.
-Yo...-balbuceó la aludida-Gabriel no me corteja. Es la verdad. Viene a verme. Seguimos siendo muy buenos amigos. Pero...No me ha hablado nunca de amor. No se me ha declarado. Y lord Kirkcaldy... Bueno...Él viene a verme. Me dice cosas bonitas. ¡Y me gusta escucharle!
-Será mejor que venga a visitarte menos porque no queremos que lord Kirkcaldy empiece a pensar cosas raras-sugirió lady Honora.
                Meredith se envaró.
                ¿Acaso Gabriel no podía pisar su casa?
-¡No puedes hacer eso, mamá!-exclamó-¡Gabriel es casi como de nuestra familia! ¡Y Phoebe quiere verle! ¡Son amigos!
                Su hermana le tocó la mano. Hacía mucho que Phoebe no se hacía ilusiones con respecto a su relación con Gabriel.
-Querida, tu hermana podría contraer un matrimonio muy ventajoso con uno de los mejores partidos del país-le recordó lady Honora a su hija menor-Lo último que quiero es que la gente empiece a murmurar de ella antes, incluso, de la boda. ¿No te das cuenta de que sólo pienso en el bienestar de Phoebe? No tengo nada en contra de Gabriel. Lo conozco desde hace mucho tiempo y sé que es un joven extraordinario. Pero hay que ser realistas. No es la clase de hombre que le convenga a Phoebe.
-Tía Honora tiene razón-intervino Lily-Tenemos que dejar que ella actúe conforme a lo que piensa. Apenas conozco a ese joven. Sólo sé lo que me habéis contado de él. Pero no es bueno que venga a visitar a la prima Phoebe. Ni me parece decoroso que sigan siendo tan amigos.
-Es cierto-suspiró sir Henry-Gabriel siempre será bienvenido a esta casa. Pero hay que tomar precauciones.
                    Meredith bufó de rabia. El silencio de Phoebe le parecía demasiado extraño.
-Se lo diremos a lord Kirkcaldy-decidió sir Henry-Se opondrá. Pero no creo que eso le impida seguir cortejando a nuestra Phoebe.
                      La joven seguía guardando silencio.
-Lord Kirkcaldy está en la ruina-dijo Meredith-Sólo quiere a Phoebe por su dote. Y mi hermana no está enamorada de él. ¿Por qué no se lo preguntáis a ella?
                     Phoebe mantenía la vista baja. No se atrevía a alzar la cabeza. Sentía todo el peso del mundo sobre sus hombros. No quería seguir luchando contra la sociedad. Estaba cansada de pelear.
-Es cierto lo que dice Meredith, pero eso no significa nada-se sinceró-Estoy cansada de esperar a que aparezca mi Príncipe Azul subido a lomos de un caballo blanco. No soy una niña. Y tengo que pensar en mi porvenir.
-Los Príncipes Azules no existen-afirmó con pesar Lily-Sólo existen los sapos.
-Te hará una desgraciada-insistió Meredith.
-Intentaremos ser felices por nuestro bien-la tranquilizó Phoebe.
-Me alegra saber que, por fin, después de todos estos años cometiendo toda clase de locuras, hayas entrado en razón, hija mía-suspiró lady Honora-Siempre pensé que acabarías cometiendo alguna locura. Celebro ver que no es así.
                      Por primera vez en todo el desayuno, Phoebe se atrevió a alzar la vista. Meredith observó, alarmada, que sus ojos ya no tenían el brillo desafiante de antaño.
-Mamá, Phoebe no ha entrado en razón-replicó la joven-¡Lo que va a cometer es la mayor locura de su vida!
                   La aludida tomó un sorbo de su taza de café. Le temblaba visiblemente la mano.
-Casarse con un lord no es ninguna locura, hija mía-le aseguró lady Honora a su hija menor.
-Es cierto, tía-corroboró Lily.
-Sé sensata, Meredith-intervino sir Henry-Phoebe tiene veintitrés años. No está en edad de escoger por sí misma. Lord Kirkcaldy le ha hecho un gran favor al cortejarla. Estoy siendo duro y cruel, lo comprendo. Pero...Phoebe ha dejado pasar toda su juventud esperando un imposible. Yo quiero ser abuelo. Mi pensamiento es egoísta, pero tienes que darte cuenta de que es importante que Phoebe haga un buen matrimonio.
                    Los ojos de la joven se llenaron de lágrimas.
-Somos perfectamente conscientes de que lord Kirkcaldy tiene numerosos problemas económicos-admitió lady Honora-Pero también somos conscientes de que la dote de Phoebe ayudará a solucionar todos esos problemas. Es un hombre muy importante. Por lo que nos ha contado, es íntimo amigo del Príncipe Regente, que hace poco que lo es, y también conoció al pobre Rey Jorge, por lo que se trata de un hombre muy poderoso. Phoebe será respetada en toda Inglaterra. Es lo que debe de importarnos.
                Meredith fulminó a sus padres con la mirada.
-¿Y qué pasa con la felicidad de mi hermana?-preguntó.
-¡Será vizcondesa!-exclamó Lily.
-Será una lady-aplaudió lady Honora-Tendrá más poder que yo. Sus hijos serán respetados. Será la madre del próximo lord Kirkcaldy. ¿Qué más puede pedir? ¿Amor?
                  Meredith masticó con potencia lo que le quedaba de su tostada. ¿Por qué Phoebe no se rebelaba?, se preguntó. ¿Dónde estaba su rebelde hermana mayor, dispuesta a enfrentarse al mundo?
                   Sus padres, de pronto, le parecían dos auténticos desconocidos.
-Papá, no sé si estás dispuesto a aceptar que mi hermana se case con un hombre que nunca la hará feliz-le dijo Meredith a su padre-Pero quiero que seas razonable. No importa el título. Lo que importa es lo que uno de verdad siente.
                  Lady Honora frunció el ceño.
-Tu padre se va a comportar como el hombre razonable que es-auguró-Lord Kirkcaldy le pedirá la mano de tu hermana antes o después. Sólo es cuestión de tiempo que eso pase y estoy plenamente convencida de que va a pasar. El romanticismo es bonito cuando uno se es joven y Phoebe ya no es ninguna niña.
-¡Qué suerte tienes!-exclamó Lily, dirigiéndose a su prima-Has llamado la atención del mejor partido del país. ¡Serás vizcondesa!
-Espero ser una buena esposa-dijo Phoebe-Quiero que nuestro matrimonio, de producirse, empiece bien.
                    Meredith se sirvió más leche en su taza. Bebió un sorbo.
-Me gusta verte de esa forma-sonrió lady Honora. Miraba a su hija mayor-Ya eres una mujer madura. La pena es que has tenido que ver que te vas a quedar soltera para que entres en razón.
                  Soltera, pensó Phoebe. Antes, la soltería no la había asustado ni un ápice.
                  Miró a su hermana y se preguntó si Meredith entendería sus motivos. Su hermana se estaba mostrando irrazonable.
-¡Por el amor de Dios!-exclamó Meredith-¡Antes, solías rebelarte cuando intentaban imponerte algo! ¿Por qué te quedas callada como una muerta?
-¡Meredith!-la regañó sir Henry.
-Tengo la suerte de ser cortejada por un aristócrata-afirmó Phoebe-Lord Kirkcaldy tiene muchos defectos. Pero confío en poder corregírselos.
-No hagas eso-le sugirió Lily-No se puede corregir a un hombre.
-Ese hombre viene a verte y yo me he dado cuenta de que te aburres en cuanto empieza a contarte sus cosas-observó Meredith. Miraba a Phoebe-Sus intenciones serán todo lo honorables que quieras. Pero no estás enamorada de él.
-Puede que no tengamos nada en común lord Kirkcaldy y yo, pero eso no significa que no pueda llegar a quererle-¿A quién tratas de engañar, Phoebe? ¿A tu hermana? ¿O a ti misma?-Le estoy cogiendo mucho cariño. Es frío. Pero creo que podría llegar a ser cariñoso. No tiene muchos vicios. Bueno...Le gusta jugar a los naipes. ¡Me ha prometido que no volverá a jugar! Será un buen padre cuando tengamos hijos. ¡Es un buen hombre!
                    Una lágrima rodó por la mejilla de Phoebe.
-Lo único que quiero es que seas feliz, hermana-afirmó Meredith-Y no quiero que cometas la locura de casarte con un hombre al que no amas. Se trata de tu felicidad y se trata también de tu futuro y de lo que va a ser tu vida una vez casada. No quiero que te equivoques casándote con el hombre menos adecuado.
-¡Tonterías!-exclamó sir Henry.
-Nuestro padre tiene razón al hablar así-dijo Phoebe.
                  Su voz sonaba cargada de tristeza.

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