martes, 28 de octubre de 2014

RETO: EL FANTASMA DEL TORO

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí os traigo el relato del reto del blog "Acompáñame".
Se trata de un relato que empecé hace once años y del que sólo escribí media página.
Pero aquí está. Terminado y listo para formar parte de la Antología.
Espero que os guste.

                                  Corría el año 1621.
                                  Y era un sábado más en Tordesillas.
                                  Los sábados eran días de ensayos en el coro de la Iglesia de Santa María. Todo el coro estaba compuesto por las monjas que mejor cantaban. Todas ellas procedían del Monasterio de Santa Clara, situado en las afueras de la ciudad. La hermana María Inocencia era una de las monjas más jóvenes. Había entrado en el convento de forma voluntaria y porque estaba segura de su vocación. Había ingresado en la orden cuando sólo tenía quince años y ya había cumplido veinte. No en vano, resultaba muy difícil no fijarse en alguien como la hermana María Inocencia.
            Se había cortado los rubios cabellos cuando tomó los hábitos, a la tierna edad de diecisiete años y medio, pero le habían vuelto a crecer y los tenía tan largos que le rozaban los muslos si llegaba a quitarse la toca, cosa que nunca ocurría en público. Los tenía muy abundantes y, pese a que frecuentemente tenía que cortárselos, ya no lo hacía porque le crecían de manera instantánea. Aún era una mujer joven, pensaban sus hermanas de orden. Mientras ensayaban, éstas no podían dejar de pensar en que la hermana María Inocencia, además de joven, era una mujer hermosa, muy hermosa. También tenía una voz muy dulce y delicada; era la que mejor cantaba del coro. La hermana María Inocencia tenía unos enormes y preciosos ojos de color azul cielo.
                               Isabel Duarte era la mejor amiga de la hermana María Inocencia. Con mucha frecuencia, acudía al convento a visitarla. Al terminar los ensayos con el coro, la hermana María Inocencia acudió al locutorio donde la estaba esperando Isabel. 
                              Unas celdillas separaban a las dos amigas. Isabel había notado aquel sábado más distraída que de costumbre a su amiga. 
-¿Te has enterado?-le preguntó María Inocencia con nerviosismo. 
                              Isabel había oído algunos rumores. Pero no se atrevía a repetirlos en voz alta entre los muros de aquel lugar tan sagrado. 
-Debe de ser obra del demonio-afirmó la hermana María Inocencia, santiguándose. 
-Son sólo rumores-replicó Isabel, con nerviosismo. 
-Los toros son como las personas. Una vez, oí que las personas que morían asesinadas regresaban de la tumba para vengarse de sus asesinos. 
-No me lo creo. He estado en las fiestas. Los toros no se levantan después de muertos para matar a cornadas a sus asesinos. 
-Rezo mucho desde que escuché ese rumor. 
                          Isabel abandonó el locutorio al cabo de un rato. Intentó no pensar en la conversación que había mantenido con la hermana María Inocencia. Se sentía rara al ir a visitar a su mejor amiga al locutorio. Después de todo, de las dos, su amiga Chencha había sido la más impulsiva. La más apasionada...
                           Hasta que decidió ingresar en un convento. Quería ser monja. 
                          Su vocación era auténtica. Nadie dudaba de ella. 
                          La doncella de Isabel la estaba esperando en el jardín del convento para irse. 
                           Horas después, Isabel salió de su casa sin ser vista. Empezó a caminar en dirección a la orilla del río Duero. Había aprendido a ser sigilosa cuando se trataba de escabullirse de casa. Era su mayor secreto. Ni siquiera se lo había confesado a la hermana María Inocencia. Lo cierto era que Isabel se había enamorado. Su familia no estaba al corriente de aquella historia de amor. Cuando Isabel llegó al lugar donde se encontraba con su amado, ya había anochecido. Oyó a lo lejos algo que le recordó al mugido de un toro. 
                           Hay toros y vacas pastando por aquí cerca, pensó Isabel. Pero aceleró el paso. 
                           Isabel era una joven muy hermosa. Poseía un largo cabello de color negro que llevaba recogido en un moño. Sus ojos eran de color gris oscuro. Y sus facciones eran delicadas. 
                           Ya estaban apareciendo en el cielo las primeras estrellas. Iba a ser una noche clara y despejada. Isabel llegó a la orilla del río Duero y esperó la llegada de su amado, Esteban.
                          El rumor que circulaba por la villa era que varias personas habían sido corneadas durante la noche por un misterioso toro que aparecía como de la nada.
                         Fue Esteban el que le habló de aquel rumor a Isabel. Se decía que en el pueblo había una bruja que había hecho traer del Más Allá al toro que había sido lanceado durante las fiestas, celebradas dos meses antes. Una vecina del pueblo había sido detenida unos días antes acusada de brujería. Por supuesto, Isabel no creía en la existencia de las brujas. Dos hombres y dos mujeres habían sido heridos por cornadas de toro durante un encuentro furtivo en el monte. Un hombre había muerto a consecuencia de las heridas provocadas por asta de toro cuando regresaba de Zamora a pie. Cuando la hermana María Inocencia se enteró de la muerte de aquel hombre, se desmayó en el corredor del convento. Se decía que la joven lo había amado en secreto antes de entrar en el convento.
                        El viento sopló y agitó los mechones de pelo que se le escapaban a Isabel de su moño. La idea de toros fantasmales que surgían de la nada para cornear a personas le pareció absurda.
                        Tanto sus padres comos sus hermanos le decían que había algo raro en ella. Isabel era la tercera de tres hermanos. Y sus dos hermanos mayores eran varones. Uno de ellos se había casado no hacía mucho. El otro estaba a punto de casarse con la sobrina del Corregidor de la villa. Isabel no creía para nada en la existencia de las brujas. Su madre opinaba que eso la convertía en alguien vulnerable a sus poderes malignos. 

                          Esteban e Isabel se conocían desde hacía poco tiempo. Fue durante el conocido como El Torneo del Toro de la Vega cuando se conocieron. Esteban era un joven de buena familia, natural de Simancas. Sin embargo, debido a su carácter inquieto, no quiso permanecer en la casa solariega, aprendiendo junto a su padre a administrar sus bienes. Se dedicaba a viajar sin rumbo fijo por toda la comarca. Vio por primera vez a Isabel Duarte asomada por la ventana del salón de su casa. El toro había sido soltado en la Plaza. Recorría las calles de la villa. Era un día 8 de septiembre. Se celebraba la festividad de la Virgen de la Peña, la patrona de la villa. Los hermanos y el padre de Isabel iban montados a lomos de sus respectivos caballos. Estaban esperando la llegada del toro en el Campo de Honor. Isabel y su familia vivían en la Calle del Empedrado, el lugar por donde pasó el toro. Atravesaron el puente que bajo el cual pasa el río Duero. Los vecinos de la villa siguieron a los lanceros y a los picadores. Esteban se percató de lo pálida que estaba Isabel al llegar a la zona del Cristo de las Batallas. 
-¿Vuestra Merced se encuentra bien?-le preguntó Esteban a Isabel, acercándose a ella. 
-No puedo soportar ver cómo le matan de una forma tan horrible-respondió la joven. 
-¿Sois de aquí?
-He vivido en Tordesillas toda mi vida. He nacido aquí. Y todavía me aterra ver cómo le matan al pobre animalillo. 
-No miréis. 
                          Esteban se llevó a Isabel a un aparte a escondidas de la madre de la chica. De aquel modo, Isabel no vio cómo los lanceros clavaban sus lanzas en el costado del toro. Esteban le contó que era oriundo de Simancas. Que tenía dos hermanas mayores de él que estaban casadas. Y que estaba recorriendo la comarca. Isabel, por algún extraño motivo, se sintió cómoda con él. 
                       La joven le dijo a su madre que regresaba a casa porque le dolía mucho la cabeza. La madre nunca supo que Esteban acompañó a Isabel a casa. Y fue en ese momento cuando empezó todo. 
                      Uno de los antiguos pretendientes de la hermana María Inocencia fue el ganador del torneo. Y fue aclamado por todos los vecinos de la villa. Sin embargo, Isabel no lo vio. 
                       No quería saber quién había ganado el torneo. Pero sus padres y sus hermanos se lo contaron. Fue cuando regresaron a casa, horas después. Isabel estaba acostada en el sofá. Se percató de que su cuñada estaba igual de pálida que estaba ella cuando se marchó con Esteban. 
                     El toro ya estaba muerto. Se lo llevaron dejando atrás un reguero de sangre. A los pocos días, empezaron a surgir los rumores. 
                      Isabel y Esteban empezaron a verse. Él estaba muy interesado en ella. Sentía que había algo en Isabel que la hacía diferente de todas las mujeres que había conocido. Su experiencia en aquel terreno era más bien escasa. Pero sentía que podía hablar con Isabel de cualquier tema. 
                       A los dos días, le robó a Isabel su primer beso de amor. Fue Esteban el que enseñó a Isabel a besar. 
                      Al tiempo que Isabel y Esteban se enamoraban, comenzaron los rumores. Al principio, Isabel no les dio demasiada importancia. Empezó una mujer diciendo que había estado con el ganado buscando un refugio en una cueva en una noche de tormenta que la sorprendió a la intemperie cuando vio salir de la nada un extraño toro. Parecía ser sólo un espíritu porque no se le veía cuerpo. Sus ojos eran de color rojo como la sangre. Y estaba sangrando de manera abundante por los costados. Corría por la vega mugiendo de un modo extraño. Relatos similares a los que dio aquella pastora se sucedieron con el paso de los días. Luego, apareció el primer herido, un rico comerciante que estaba de paso por Tordesillas. Lo encontraron malherido al día siguiente, con una cornada en el pecho. Deliraba y hablaba de un toro que parecía haber salido del Infierno. Y el terror se desató entre los vecinos. 
                              La misma noche en la que murió el hombre al que la hermana María Inocencia amaba en secreto, Isabel se entregó a Esteban por primera vez a la orilla del río Duero. 
                            Los dos yacieron desnudos sobre la hierba y la mano de Esteban se posó sobre un pecho de Isabel. La joven se atrevió a acariciar el cuerpo desnudo con sus manos de aquel joven que se convirtió en su amante. Los labios de ambos se encontraron y se fundieron en un beso cargado de pasión que era difícil de contener. No podían dejar de besarse. Se besaron muchas veces de manera larga y ardiente. Isabel lo tocó por todas partes. Y Esteban recorrió muchas veces con sus manos el cuerpo de Isabel. La besó en el cuello, sintiendo la suavidad de su piel. Llenó de besos su cara. Besó sus hombros. Esteban era un joven alto y esbelto. Pero estaba bien formado. 
                        Lamió los pechos de Isabel. Y se atrevió a chuparle un pezón. La estrechó con fuerza entre sus brazos. Al mismo tiempo que la besaba con fuerza en la boca, su cuerpo invadió el cuerpo de ella. Isabel apenas sintió dolor cuando Esteban la hizo suya, rompiendo su virginidad. Isabel rodeó con sus piernas la cintura del joven. Y los dos se movieron al mismo compás. Los gritos que ambos profirieron se oyeron en toda la vega, mezclados con los gritos de dolor que profirió un hombre que había sido embestido y corneado por un toro que no supo nunca de dónde salió. 
                         Al mismo tiempo, Esteban descargó en el interior del cuerpo de Isabel. Los dos permanecieron tumbados sobre la hierba. Sin dormir. Mirando al cielo. De vez en cuando, se besaban. Permanecieron abrazados. 
                         A partir de aquella noche, Isabel y Esteban se arrojaban el uno en brazos del otro siempre que se veían. 
                      Caían sobre la hierba. Se desnudaban el uno al otro mientras se besaban. Se besaban de manera larga y profunda en la boca. Se abrazaban. Se acariciaban el uno al otro con las manos. Se acariciaban el uno al otro con los labios. Esteban chupaba un pecho de Isabel. Y sus cuerpos eran los que hablaban por ellos.
Me ha quedado un relato romántico con tintes de misterio. 
¡Pero ya era hora de que lo terminara! 

7 comentarios:

  1. Hola Laura.
    Muy buen relato, eres una maga de las letras, amiga.
    Te lo recojo y pongo junto a los otros para la recopilación.
    Cuídate mucho.

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  2. Me ha encantado Laura, te ha quedado precioso. Espero que las musas me permitan escribir algo!!!

    Besos!!!!

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  3. ¡Hola Laura!

    Te ha quedado muy bien, te felicito, me encanta ese aire sobrenatural de la misteriosa historia de ese toro entrelazada con una historia de amor tan apasionada; me alegra mucho que lograras terminar este relato, gracias por compartirlo.

    Besos.

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  4. Qué maravilla! A mi se me da fatal esto de escribir, tengo poca imaginación. Seguro que ver tu obra terminada te ha dado un subidón.

    Un abrazo!

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  5. Te quedo genial, es un relato muy bello Me encanto el amor de Isabel y Esteban te mando un abrazo y te me cuidas mucho

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  6. Vaya con lo que nos acostado a algunos meter el toro en nuestros relatos jaajajaj aqui viene Laura y nos hace esto, :´¨( pues vaya nos deja muy mallll jajajaj sera porque no somos escritores ¿no? aunque Laura ha echo trampa o es bruja y penso mira que alguna vez va a ver un grupo de loc@s que hacen un blog y vamos a tener que hacer un relato lo voy a dejar para ese momento, como se nota Halloween jajajaja muackkkk.

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  7. Bueno siempre es posible que nazca el amor de entre la barbarie y ademas parece un amor muy bonito segun lo has contado.
    Es diferente y esta muy bien
    Besotesssssssssssssssssssssssss

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