miércoles, 5 de septiembre de 2012

CRUEL DESTINO

              Durante los días siguientes, parecía que todo seguía igual.
              Sarah no le contó a nadie la terrible confesión de Mary.
             Su hermana así se lo había rogado y ella no pensaba traicionarla. Sarah estaba preocupada por su hermana. Pero también estaba preocupada por Darko. Había pasado casi un mes desde la última vez que se vieron. Por supuesto, ignoraba que Darko se encontraba en Holyhead.
             Él la había visto aquella tarde en el jardín.
              Nunca antes había visto a Sarah tan destrozada. Incluso la vio llorar. Hizo mal en no saltar la verja. Quería ir a su encuentro y consolarla. Pero el miedo se apoderó de él.
             Mary permaneció encerrada en su habitación.
             Estuvo encerrada durante varios días. Alegó tener dolor de cabeza. Su padre habló de ir a buscar al médico.
-No hace falta-replicó Mary-Sólo necesito descansar. Nada más...
             En realidad, la joven estuvo escribiendo. Escribió numerosas cartas. Cartas que verían la luz algún día. Muchas ideas cruzaron por la mente de la joven. No podía vivir tranquila desde lo ocurrido aquella terrible noche.
             Era inocente de la atrocidad que habían cometido con ella. Nunca sería vengada.
             Pero era culpable de otro delito. Mary quería convencerse así misma de que había obrado de aquel modo movida por el terror. Pero no podía luchar contra su conciencia. Era una asesina.
              Derramó muchas lágrimas. Apenas probó bocado. Gastó mucha tinta. Había papeles arrugados esparcidos por todo el suelo. No sabía cómo expresar en palabras todo lo que sentía.
             Mary estaba destrozada. No podía casarse con lord Robert. Pero no se atrevía a confesarle la verdad.
              Estaba hecha un lío. Nunca antes se había sentido más confundida que en aquellos días. Tendría que estar contenta. Y, sin embargo, estaba más hundida que nunca.



             Mientras tanto, Katherine se mostró más animada, pero estaba triste porque sabía que no iba a tener un hijo de Stephen. A veces, volcaba la tristeza que sentía interpretando una  Sonata en el piano. Era de Beethoven. En Fa menor...Sarah y Mary se estremecían al escucharla. Pero pensaban que iba acorde con su estado de ánimo. Sarah estaba angustiada por el secreto de Mary. Secreto que debía de cargar ella también. Y, además, estaba la ausencia de Darko. ¿Por qué no había ido a verla? ¿Por qué no se había puesto en contacto con ella? ¿Acaso había estado jugando con su corazón? Algunas noches, Sarah se retiraba temprano a su habitación y lloraba aferrada a su almohada.
             Erika, mientras, intuía que algo raro estaba pasando. Lo veía flotar en el ambiente mientras limpiaba el polvo de los muebles.
            La tarde en que la señorita Katherine regresó tan enferma de su paseo, Erika estaba barriendo el pasillo de las habitaciones. Pegó su oído a la puerta de la habitación de la señorita Katherine y pudo escuchar una conversación entre la señorita Sara y la señorita María, pero no entendió bien lo que estaban diciendo. La señorita Katherine estaba durmiendo. Erika juraba haber oído llantos. Y también podía jugar haber escuchado la palabra violación. Pero ignoraba a quién se estaban refiriendo a las hijas de sus señores.
              Pensó que podían estar hablando de Mary. Erika recordaba que la joven había sufrido un brutal cambio cinco años antes. Una noche, regresó de una baile con Sarah con un ataque de nervios. Su hermana no había conseguido averiguar lo que le había pasado.
            Al cabo de algunas semanas, Mary partió rumbo a Cemaes. Una amiga suya y su marido la habían invitado a pasar unas semanas allí. Cuando regresó, pasados siete meses, Mary estaba más delgada que nunca. Sus ojos estaban vacíos de expresión.
             Parecía ser una muerta en vida.
              La cocinera no soltaba prenda. Tampoco ella sabía gran cosa. Ignoraba si habían violado a alguna joven de Holyhead y si las hijas de sus señores se habían enterado y se habían conmocionado al saberlo.
Por supuesto, lord Robert seguía cortejando a Mary.
              Con frecuencia, le escribía cartas a su prima Emma y a su hermana Margaret contándoles cómo iban los progresos.
              Un día, recibió una carta de Emma:

             Estoy al tanto de la noticia de tu compromiso, primo.
             Por un lado, me alegro por ti.
            Has sufrido mucho.
            Mereces ser feliz. No conozco personalmente a miss Wynthrop.
           Pero hablas mucho de ella en tus cartas. Lo cual significa que debes de quererla mucho. Hablas de las virtudes que posee. Espero que Margaret acabe cediendo. No se fía de ninguna mujer que se acerque a ti.
          Todavía se acuerda de todo lo que sufriste en tu anterior matrimonio. Tiene miedo de que puedan hacerte daño.
           Robert, me gustaría hacerte una pregunta. ¿De verdad estás enamorado de miss Wynthrop? A mí no me basta con que sea la mujer perfecta para convertirse en tu condesa. Me importa mucho más que la ames de verdad.
            Porque pienso que el amor es el pilar más importante en el que debe basarse el matrimonio. Lo demás es secundario.  
           No quiero que cometas un nuevo error. Asegúrate, antes de casarte, de que estás enamorado de miss Wynthrop. La decisión final la tienes tú, primo. 
            Y asegúrate también de que ella también te ama. Si os casáis sin amaros, seréis muy infelices. Y yo no quiero que os pase eso. Sabes que me preocupo por ti de lo mucho que te quiero, Robert. Y, por eso, te ruego que busques en tu corazón la respuesta a la pregunta que te hago. Sé sincero contigo mismo, mi querido primo. ¿Estás realmente enamorado de Mary Wynthrop?

            Robert le escribió una carta a Emma a modo de contestación:

            Emma, entiendo que estés preocupada por mí.
           Debes de pensar que puedo volver a equivocarme. Y te juro que no es así. Siento un gran cariño hacia Mary. Y me gustaría pensar que ese cariño es recíproco. No se trata de un amor apasionado, como el que sentía cuando me casé por primera vez. Se trata de un sentimiento mucho más tranquilo. Más sereno...
          Te prometo que voy a intentar ser feliz al lado de Mary.
          Con el paso de los años, llegará el amor. Emma, no se trata de que esté o no esté enamorado de Mary.
          Se trata de mi deber.
          Tengo que cumplir con mi deber. Mary lo sabe. Ella es la mujer más apropiada para convertirse en mi esposa y en la madre de mis hijos. Tengo treinta y siete años, Emma. Ya no soy ningún chiquillo. No puedo seguir aferrándome a las fantasías románticas que tuve en mi juventud. Todas han fracasado.
            Respetaré y querré mucho a Mary. La honraré con mi fidelidad eterna.

              A pesar de que estaban prometidos, Robert quería ganarse todavía más la confianza de Mary.
             Con mucha frecuencia, le enviaba poemas que él copiaba a otros autores, como lord Byron, cuyos libros de poemas se había traído consigo en la maleta cuando se marchó de viaje. También le enviaba todos los días un ramo de flores. Rosas...Claveles...Lirios...Erika se enfadaba porque el señor conde estaba llenando de flores el salón.
-¡A poco que siga, acabará llenando de flores toda la casa!-se quejaba la joven criada-¡Y, luego, me tocará a mí quitar todos los pétalos que caigan al suelo!
            Estaba en la cocina junto con la cocinera.
             Fuera, estaba cayendo una fuerte tormenta. La cocinera lió tabaco en un papel.
-¿Por qué siempre te estás quejando, niña?-le increpó a Erika-Desde que te conozco, lo único que has hecho has sido quejarte.
-Echo de menos mi casa-mintió Erika.
-Eso es mentira. He llegado a conocerte. Sé que le tienes cariño a las hijas de los señores. Pero también veo que no las soportas.
-¡Lo que acaba de decir usted es una mentira!
-Parece que quieres saber hasta el último de sus secretos. Y eso no está nada bien. Porque a los señores hay que respetarlos. Aunque te estés acordando todos los días de sus muertos.
-Jamás le haría daño a las señoritas. Siempre se han portado muy bien conmigo.
             Erika guardó silencio. Desde que le pasó aquéllo, su vida había cambiado. Sabía que no era la misma persona que una vez fue. A veces, estaba furiosa. Odiaba a las hijas de sus señores porque las tres se tenían las unas a las otras. Y también creía odiarlas porque parecían que habían encontrado el amor, algo que para Erika, en su opinión, le estaba vetado.

            Sarah regresaba a casa acompañada por Erika. Estaban haciendo el trayecto a pie. Sarah había decidido ir a ver a la modista. Quería hacerse unos vestidos nuevos. Estuvo mirando telas, pero ninguna le gustó. Todas las telas que le enseñó la modista le parecieron feísimas.
-¿Por qué no ha encargado los vestidos, señorita?-le preguntó Erika.
-¿Has visto las telas que me ha mostrado esa mujer?-respondió Sarah-¡Eran horribles! Todas eran oscuras.
-Bueno...-El susurro de Erika quedó ahogado por el ruido del carruaje que pasó por su lado.
-¿Qué has dicho?-le increpó Sarah, deteniéndose y girándose hacia la joven criada.
-¡Yo no he dicho nada, señorita!-se asustó Erika.
                Sarah arqueó una ceja.
-Debes de estar pensando que soy una solterona, ¿verdad?-la presionó-Una mujer de veintiséis años...Sin hijos...Sin marido...¿Qué es?
             Erika no dijo nada más. Pensó que era mejor guardar silencio. Ella y Sarah reanudaron la marcha. De pronto, Erika sintió unos pasos que venían detrás de ella. Se le erizaron los pelos de la nuca. Se acercó mucho a Sarah.
-¡Señorita!-la llamó-¡Creo que nos están siguiendo!
-¿Qué dices?-se extrañó Sarah-¿Cómo es que nos están siguiendo? ¡No digas tonterías!
-¡Es la verdad!
              Volvieron a detenerse.
             Sarah miró por encima de la cabeza de Erika. De pronto, vio cómo un hombre vestido de negro se acercaba a grandes zancadas a ellas. El corazón de Sarah dio un vuelco cuando reconoció a aquel hombre. Sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción.
-Darko...-susurró.
             Apartó a Erika y fue corriendo hacia él mientras gritaba su nombre como una plegaria. Darko...Lo abrazó con fuerza.
-¡Señorita, vayámonos!-le imploró Erika-Ha vuelto. ¡Aléjese de él, miss Sarah!
-¿Por qué no has venido a verme en todo este tiempo?-le preguntó Sarah a Darko-¡Te he echado muchísimo de menos! ¡Pensaba que me habías olvidado! ¡Pensé que nunca más volvería a verte!
              Darko llenó de besos el rostro de Sarah.
-¡Señorita, déjelo!-insistió Erika.



-No podemos hablar aquí-respondió Darko.
-¿Cuándo nos veremos?-quiso saber Sarah.
-Espera noticias mías en breve.
-¡Señorita!-Erika gritaba.
-Tengo que irme-dijo Darko.
           Besó a Sarah con fuerza en la boca. Pero ella le retuvo cogiéndole del brazo.
-Estoy harta de estar siempre despidiéndome de ti-le espetó-Quiero estar siempre contigo.
-Eso no va a poder ser por ahora-se lamentó Darko.
-¿Y cuándo va a poder ser?
-Pronto...Muy pronto...Te lo juro.
           Volvió a besar a Sarah con fuerza en la boca y cruzó la calle, estando a punto de chocar con un caballero bien vestido que venía de la otra acera. Sarah lo vio alejarse con el corazón encogido y con las lágrimas surcando sus mejillas. ¡Cruel Darko!, pensó. No notó cómo una nerviosa Erika la tiraba con fuerza del brazo. Vienes a llenarme la cabeza y el corazón de ilusiones, pensó Sarah con rabia. Pero acabas marchándote.
             ¿Sería así su vida una vez casados? Sarah se dijo así misma que debía de tener fe en Darko.
-¡Señorita!-la llamó Erika-¡Vámonos de aquí! ¡Volvamos a casa! ¿Qué quería ese criminal? Era el mismo que vimos en el puerto. El que se puso a hablar con usted. ¿Qué pasa? ¿Qué quiere de usted, señorita?
              Sarah se encaró con la criada.
-Erika, júrame que no le dirás nada de lo que has visto a mis padres-le ordenó.
-¡La estaba besando en la boca, señorita!-se escandalizó la joven criada.
-¡No importa! Tienes que jurarme que no le vas a decir nada a mis padres. Yo, a cambio, te daré lo que quieras. Uno de mis vestidos más bonitos...Mis pendientes...Una de mis pulseras...Lo que tú quieras. Pero, antes, tienes que jurarme no le vas a decir ni una palabra de lo que has visto a mis padres. ¿He sido clara?
-Sí, señorita.
-Ahora, júramelo. ¡Júramelo y te daré todo lo que quieras!
-Le juro no le diré a sus padres nada de lo que he visto.
-Eso me gusta. Espero poder confiar en ti. Cuando lleguemos a casa, vendrás conmigo a mi habitación. Me dirás lo que quieres y yo te lo daré. ¿Te parece bien?

2 comentarios:

  1. vaya, sorprendente a medida que lo leía.
    Me quedo a la espera del siguente
    Besines

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  2. ¡Guay! Me alegra saber que te he sorprendido. Y espero poder seguir sorprendiéndote con lo que queda de historia. Que aún queda bastante.
    Un abrazo enorme, Anna.

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