domingo, 8 de abril de 2012

CRUEL DESTINO

            Se celebraba una fiesta una casa situada unas calles más abajo de donde ellos vivían y los Wynthrop habían sido invitados. Sus hijas estaban ilusionadas. ¡Casi nunca habían ido a un baile!
-¡No tengo nada qué ponerme!-se quejó Sarah-Esto es una desgracia. ¿Por qué no me traje antes los vestidos que encargué a madame Chardonne?
-¡Tienes muchos vestidos!-le recordó Mary.
             Al final, entre Mary y Erika ayudaron a Sara a decantarse por un precioso vestido de color violeta de escote pronunciado. A Sarah le gustaba ir a la moda. Mary se quejó por lo ancha que era la falda de su vestido.
             Erika permanecía en silencio.
             En su fuero interno, sentía envidia de las hermanas Wynthrop.
              Tenían vestidos bonitos. Una casa grande...Unos padres que las querían. Estaban solteras. Pero Erika también estaba soltera. Y también tenía sus propios sueños.
             Erika cepilló el cabello de color miel de Katherine, que también estaba sin acabar de arreglarse, y lo recogió en un moño trenzado.
             La familia Wynthrop subió al carruaje. Mister Wynthrop le recordó a sus hijas que debían de comportarse como damas. Ninguna de las tres eran ya unas niñas. Con un poquito de suerte, a lo mejor lograba casarlas antes de finales de año. Lo cual dudaba mucho. En opinión de muchos caballeros, Mary, Sarah y Katherine ya eran viejas. Nunca se casarían.
-¿Irá el conde a la fiesta?-inquirió Mary tras cerrarse la puerta del carruaje.
-Me parece que sí-contestó mistress Wynthrop-Al menos, tengo esa esperanza.
-¿Es que te ha salido un pretendiente, Mary?-inquirió Sarah.
              Le sonrió a su hermana y ésta se ruborizó.
             A Sarah le gustaba hablar de política. Katherine, en cambio, prefería hablar de música. Y Mary disfrutaba hablando de libros.
-¿De quién se trata?-quiso saber Sarah.
-El conde de Maredudd no es mi pretendiente-afirmó Mary-Vino a la reunión que padre celebró antes de tu llegada. Estuvimos hablando. Nada más.
-Estuvistéis hablando durante mucho rato-le recordó Katherine-Madre os presentó. Desde entonces, no se separó de ti en toda la tarde.
-Vuestra hermana tiene razón-intervino mister Wynthrop-El conde sólo estuvo hablando con ella. Es todo un caballero. Incluso, bailó con ella en dos ocasiones.
-¡Y cómo bailaban!-aplaudió Katherine-¡En serio, hacen una hermosa pareja! ¡Es algo inaúdito!
-Aún no me lo puedo creer-admitió María-Es la primera vez que me saca un aristócrata a bailar en mucho tiempo.
-Porque tú quieres-le espetó Sarah.
-No me atrevo a bailar con nadie, Sarah. Pienso que voy a hacer el ridículo. ¡Pero él no se rió de mí! Dice que bailo muy bien. ¡Me lo ha dicho!
-Aristócrata...Caballero...-enumeró Sarah-Me gusta. Si le gustan los libros, será un buen marido para Mary. ¿No creéis?
-Si el conde decide cortejar a Mary, tendrá primero que hablar conmigo-aseguró mister Wynthrop.
                Mientras hablaba, recorrió con la vista a sus tres hijas. De las tres, Sarah era la más hermosa y estaba especialmente bella aquella noche. Pero Sarah era la más conflictiva de sus hijas; la que más problema le daba.
               Las miró de nuevo. Mary y Katherine tenían las manos cruzadas recatadamente en el regazo. En cambio, Sarah no paraba de hablar. La joven sería capaz de volver loco al hombre que se casara con ella.
Era ya de noche. Las farolas empezaron a encenderse en las calles. Llegaron ante una enorme casa que tenía a la entrada un precioso y cuidado jardín.
             Un carruaje estaba delante de ellos y Sarah juró ver a través de la ventanilla cómo descendía Darko Raven.
                 Iba a ser una fiesta importante. Había muchos carruajes detenidos a lo largo de la calle. Las tres hermanas volvieron a hacer la promesa de portarse bien. Mary intentaría no ser tan tímida.
               Descendieron del carruaje. Los anfitriones se apresuraron a saludar al matrimonio Wynthrop. La mujer última era una mujer de maduro atractivo. Sus hijas habían heredados sus rasgos aristocráticos. Ella y su marido hacían una buena pareja.
              Un criado se acercó a ellos a coger sus abrigos (hacia frío aquella noche). Los llevó hasta el enorme salón de la casa, que estaba a rebosar de gente que hablaba de forma animada.



                Katherine deseó con todas sus fuerzas irse de allí, pero se contuvo. Mientras, María buscó con la mirada a Robert.
-No lo veo-se quejó la joven.
-Aún no habrá llegado-la tranquilizó Katherine.
-¡Caray!-exclamó Sarah-Ese conde debe ser muy guapo. ¡Y te gusta!
-¡Por favor!-se ruborizó Mary-¡No digas eso!
              De pronto, María y Catalina se vieron rodeadas de hombres. Éstos empezaron a hablarles de dinero y de títulos. Y de las fiestas a las que iban. Perdieron de vista a Sarah.
             La joven se vio rodeada por un grupo de jovencitas en edad de debutar en sociedad. No dejaban de alabarla.
-Está realmente espléndida esta noche-la felicitó una chica-¿Dónde se ha comprado ese vestido? ¡Oh, yo quiero uno igual!
             Sarah no supo qué decir. Se sintió incómoda. La conversación giró entorno a temas tales como lazos, cintas y vestidos. Eran temas que la joven aborrecía por su frivolidad. Disimuló un bostezo tras otro.
-Me gustaría comprarme un sombrero-afirmó otra chica-¡El sombrero que tengo es tan viejo! ¿Cómo voy a viajar a Cardiff? ¡Se reirían de mí! ¿Y si tengo que ir a Londres?
             Sarah buscó la manera de apartarse de aquel grupo. Lo consiguió. Pero su suerte duró poco.
-¡Miss Wynthrop!-la llamó alguien.
-Está muy hermosa-la piropeó un caballero.
-Es usted la mujer más bella de todo este salón-afirmó otro caballero.
              Sarah no supo qué decir. De pronto, se vio rodeada por un grupo de jóvenes de modales un tanto amanerados. De buena gana los habría mandado a todos al Infierno y se habría ido a tomar el fresco al jardín. Nunca supo cómo permaneció escuchando los cursis piropos que le dedicaban aquellos jóvenes.
Se pasó toda la noche esbozando sonrisas falsas a diestro y siniestro. A Sarah le dolía el rostro de tanto fingir sonrisas, pero no quería parecer grosera con nadie.



             En aquel momento, Darko Raven apareció ante ella. Llevaba dos copas de vino en la mano. Sarah vio el rostro de Mary iluminarse. El conde de Maredudd había hecho acto de presencia en la fiesta. De manera nada sutil, Darko logró separar a Sarah de sus aspirantes a pretendientes y se quedó a solas con ella.
              Sarah no pudo evitar quedarse mirando a Darko boquiabierta. En mi vida he conocido a un hombre más apuesto que él. Se sentaron en una silla.
-Celebro mucho volver a verla, miss Wynthrop-dijo Darko.
              Le tendió a Sarah una de las copas de vino. La muchacha bebió hasta dejar la copa hasta la mitad. Le temblaba la mano. Oyó las risas de Katherine. Vio a Robert acercarse a Mary y besar su mano. Su hermana sonrió. Se están divirtiendo, pensó Sarah. Y Darko Raven...¡Está delante de mí!
              Darko tiene el poder de ponerme nerviosa, pensó Sarah.
              Darko bebió un sorbo de su copa de vino.
-Pensé que iba a tener que aguantar a esos pesados toda la noche-le aseguró Sarah.
-La he visto agobiada-observó Darko.
-Y yo creí que no iba a volver a verle.
-Viajo mucho por toda Gales.
-Pienso que usted tiene pinta de viajante.
-¿En serio lo cree, miss Wynthrop?
             La mano de Darko rozó la mano de Sarah. La joven tembló. Cálmate, se dijo así misma.
             La orquesta empezó a tocar un vals.
-¿Me concede este baile?-la invitó Darko.
            Sarah accedió. La pieza transcurrió como en un sueño para ella. Había otras parejas en la pista de baile. Incluso estaban bailando Mary y Robert. Pero Sarah pensó que ella y Darko estaban allí solos. Aquel hombre sabía bailar. Sabía cómo conducirla por la pista de baile.
-¿Le gusta el vals, miss Wynthrop?-le preguntó.
           Sarah tenía los ojos cerrados. Se apoyó ligeramente en el hombro de Darko.
-Sí...-respondió-Me gusta. Pero no suelo bailarlo tan a menudo. Y es una pena.
-Baila muy bien-aprobó Darko.
              Sarah creyó que estaba flotando en el aire. Darko la hacía levitar. La llevaba a otros lugares. A sitios en los que ella nunca había estado.
             Lo amo, pensó Sarah. Lo amo. Lo amo.
            Era una locura.
             Pero, aquella noche, Sarah se enamoró absurdamente de aquel hombre. Un hombre al que apenas conocía.
             Un hombre del que no debía de esperar nada bueno. Pero se enamoró de él.

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