Sarah deseaba ver de nuevo a Darko. Por eso, no vaciló en aceptar la oferta de Lilith. En Llangefni le sería más fácil verle. Llena de resolución, Sarah planteó la cuestión a sus padres. Estaban todos reunidos en el salón.
Era una escena demasiado doméstica, en opinión de Sarah.
Se comparó así misma con la protagonista de El pirata del amor. De casarse con Darko, su vida estaría llena de emociones.
Sus hermanas estaban sentadas en el sofá. Estaban bordando manteles.
Su padre estaba leyendo el periódico. Su madre estaba enrollando un ovillo de lana.
Mi vida no será como ésta, pensó Sarah. Será una vida emocionante.
Carraspeó. Por fin, logró atraer la atención de su familia.
-Padre...-dijo.
Intentaría encontrarse con Darko. Estaba convencida de que el amor que le profesaba era también correspondido. El problema era que Darko era demasiado arrogante. Le iba a costar mucho trabajo convencerle de que los dos estaban hechos para estar juntos. Aún así, estaba dispuesta a intentarlo.
Sarah le enseñó a su padre la carta que había recibido de Lilith.
-No hace nada que regresaste de Llangefni-observó mister Wynthrop-No me creo nada que tengas que irte otra vez.
-Lilith me necesita, padre-afirmó Sarah-Ella y Alec no son felices. Lilith se teme lo peor.
-Los problemas de un matrimonio los soluciona el matrimonio-opinó su madre-¿Qué pintas tú en esa casa? Lo único que harías sería molestar. Un matrimonio en crisis tiene que estar solo. Y solucionar sus problemas. La gente de bien no puede organizar un escándalo. Sería bochornoso. Si se sientan, podrían hablar. Podrían solucionar sus problemas. Conozco a mistress Lawless. Muchos contactos influyentes...Pero una pésima reputación...
-Podría hacer de intermediaria-sugirió Sarah.
-Son sus problemas-le recordó mister Wynthrop.
-Podría ser una buena idea-intervino Mary. Sarah la miró con sorpresa-Sarah es imparcial. Puede hablar con ellos. A lo mejor, hace que reaccionen. Y se pongan a hablar.
Sarah le sonrió con cariño a su hermana. Me entiende, pensó. Parece que ella también siente algo especial por el señor conde. Y me quiere ayudar.
-Veré lo que puedo hacer-dijo su padre.
Sarah abrazó con cariño a Mary.
-Gracias...-le susurró.
Mary sabía que a Sarah le gustaba ir a Llangefni. Ni ella ni Katherine sentían el menor afecto hacia aquella ciudad. Pero Sarah tenía amigos allí. Se merecía estar con ellos.
Una semana después, Sarah partió con destino a Llangefni. Hizo gran parte del viaje en barca. Un carruaje enviado por Lilith la estaba esperando en el embarcadero. Estaba una criada enviada por su amiga. De aquel modo, no sería motivo de escándalo. Aún así, Sarah hizo el viaje en barca sola. Alegó que ya la atendería al llegar a casa de Lilith la doncella de ésta. No quería sufrir la intromisión de Erika en sus asuntos. La joven la fulminó con la mirada cuando Sarah anunció su decisión. No obstante, la ayudó a preparar la maleta. En su fuero interno, a Erika le inquietaba la caída en desgracia de Sarah.
Le recordaba demasiado a su propia caída en desgracia cuando vivía en aquel pueblecito de la campiña inglesa.
El escándalo estaba servido.
Cuando llegó a la ciudad, la gente no paraba de hablar de lo mismo. Y Sarah se inquietó.
Lilith Lawless era un escándalo andante. Ni siquiera el matrimonio la había hecho cambiar. El no tener hijos la había convertido en el blanco de todas las críticas. Decían que era estéril. Lilith sabía que eso no era verdad. En el pasado, fruto de sus escarceos con un canalla, Lilith quedó embarazada. Estaba dispuesta a escandalizar al mundo y sacar a su hijo adelante.
Pero sufrió un aborto espontáneo cuando estaba embarazada de tres meses. Sólo lo supo su doncella, que fue la que la atendió.
Todavía ardía la piel de Lilith cuando Alexander la tocaba.
Sin embargo, Lilith no conseguía engañar a nadie. Ni siquiera se engañaba así misma. Su matrimonio era un fracaso. Ni ella era feliz. Ni tampoco lo era Alexander. Apenas veía a su marido. Al menos, pensaba, no la había enviado al campo. Pero no tardaría en hacerlo. Y ése era su mayor temor. Verse sola. Alejada de la capital...De sus amistades...
Alexander pasaba más tiempo en las tabernas bebiendo hasta perder el sentido. Regresaba a casa oliendo a mujerzuela. Un olor que repugnaba a Lilith.
Tres años antes, Lilith y Alexander se habían casado.
Lilith era material usado. Eso lo sabía todo el mundo. Pero era joven y bella.
Sin embargo, lo que Alexander no le perdonaba a Lilith era su falta de virginidad cuando se casaron. A pesar de que Alexander había superado antes de la boda unas cándidas. Se las contagió su última amante. La esposa de un diplomático francés.
Alexander seguía frecuentando a sus amantes. Y Lilith aguantó. Hasta que Alexander le contagió una infección. A él se la había contagiado su última amante. La esposa de un Ministro del Gobierno en Londres...Lilith pasó varios días postrada en la cama. Tenía una fiebre muy alta.
Alexander le contó la verdad cuando se recuperó. Lilith pasó dos días llorando. No quería comer. No quería ver a nadie. Sentía una ciega ira hacia su marido. La había traicionado de la peor manera posible. Entonces, Lilith empezó a frecuentar a otros hombres.
Cuando Alexander se enteró, empezó a decir que Lilith era poco menos que una prostituta. La estancia de Sarah en Llangefni fue una pesadilla. Siempre estaba mediando entre su amiga y el esposo de ésta. Lilith disfrutaba riendo y coqueteando. Porque le gustaba bailar. Porque era invitada a todas las fiestas. Porque quería ser libre.
Lilith sufría. Lloraba en silencio. No entendía la actitud de Alexander. No entendía la actitud del mundo en general. Los devaneos de Alexander eran fácilmente perdonados. Pero los suyos no. La criticaban por tener amantes. Pero no criticaban a Alexander por hacer lo mismo. Era algo que Lilith no entendía.
Sarah no tuvo la estancia que esperaba. No vio a Darko en los días que siguieron a su llegada. Fue a visitar a madame Chardonne para recoger los vestidos que había dejado encomendados antes de su partida. Ella y Lilith apenas hacían vida social. Parecía que nadie quería relacionarse con Lilith.
Una tarde, salieron a dar un paseo a pie. Lilith iba con el gesto serio. Sus pasos las llevaron hasta la Torre del Reloj. Se encontraba en la Plaza Central de Llangefni. Sarah buscaba con la mirada a Darko.
-Deberías de regresar a Holyhead-le sugirió Lilith.
-¡Pero yo no quiero irme de aquí!-protestó Sarah.
-Nadie me invita a sus fiestas. Ya no voy a reuniones. Me he convertido en una auténtica paria.
-¡Olvídate de eso! Me tienes a mí, Lilly.
Lilith esbozó una sonrisa irónica.
Agradeció el tener la amistad de Sarah. De no ser por ella, se habría vuelto loca. Lo último que quería era terminar en la casa solariega de su marido. Sabiendo que él estaba haciendo lo que le daba la gana en cualquier ciudad galesa.
-No te enamores nunca, Sarah-le aconsejó a su amiga-Vas a sufrir demasiado si te enamoras del hombre menos apropiado.
-¿Cuándo vas a solucionar tus problemas con Alec?-inquirió la joven.
Lilith suspiró sintiéndose cansada. Ella y Sarah tomaron asiento en un banco de la Plaza. Lilith miró con melancolía a una niñera que sacaba de paseo a los dos hijos de sus señores. Deseó haber tenido sus propios hijos. Pero los niños no llegaron. El aborto había estado a punto de matarla. En lugar de eso, la había dejado estéril. ¿Habría servido de algo el haber tenido hijos con Alec?
-En el fondo, eres una chica lista-afirmó Lilith.
-¿Qué quieres decirme con eso?-inquirió Sarah.
-Sabrás lo que quiero decir más adelante. Te he estado observando. Darko Raven te ha dejado impresionada. ¡No me extraña! Es un león. Va al acecho de su presa. La encuentra. La ataca. Y la devora sin piedad. Eso mismo hizo conmigo hace ya unos años.
-Creo que me quiere.
Lilith lanzó una carcajada irónica. Darko Raven no quería a nadie. Darko sólo se quería así mismo. Sarah acabaría dándose cuenta de ello antes o después.
Sarah recibió una carta de su hermana Katherine. Se encerró en su habitación a leerla. Habían pasado unos días desde su llegada a Llangefni. Katherine tenía mucho que contar. Desde que la echaba de menos.
Sarah pensó que tanto ella como Katherine iban camino de convertirse en unas solteronas.
Esto era algo que ningún miembro de su familia podía permitirse.
Madre sueña con vernos casadas, pero bien. Piensa que nos casaremos con buenos partidos. Mary tiene mucha suerte, en opinión de madre.
No me llamo a engaño. En el fondo, sé que madre tiene razón, Sarah. No podemos luchar contra nuestro Destino. Por mucho que nos duela. La sociedad es así. No podemos elegir nosotras.
Nos buscan marido. Nos dicen con quién tenemos que casarnos. Y hemos de aguantar. Y de callar.
Es muy sencillo. Me acuerdo de nuestra institutriz. Nos daba tantos consejos que se forman un revoltijo en mi mente. Nos hablaba del recato. De la resignación...Me pregunto si seré capaz de resginarme. Sé que tú jamás te resignarás. Lucharás. Pelearás. No te rendirás.
Eres la más fuerte de las tres, hermana.
Me temo que soy débil.
Sarah pensó que tenía veintiséis años. No podía quedarse soltera. Y estaba segura de que acabaría casándose con Darko.
Leyó con avidez la carta de Katherine. Tuvo la sensación de que su hermana se estaba confiando a ella. Y aprovechaba la distancia para hacerle sus confidencias.
No creas que no quiero contarte mis cosas, hermana. No tengo muchas amigas. Tú y Mary sois mis confidentes. Confío ciegamente en vosotras. Jamás me delataríais. Pero no me fío de Erika. Nos mira como un cuervo. ¿Has visto los cuervos? Pues nos mira de ese modo. Me da miedo. Te lo diego en serio. Yo pienso que tiene algo de cuervo.
¿Te acuerdas de lo que estuviste a punto de ver el otro día en el salón? No te lo imaginaste. Pasó de verdad. Debes de pensar que soy una hipócrita. Te hablo de la resignación. Y no me quiero resignar. Yo también tengo sueños, Sarah. Y tengo mis sentimientos. No puedo reprimirlos. Aunque luche contra ellos.
Nos viste a mi profesor de piano, mister Winter, y a mí besándonos. ¿Qué estarás pensando?
¿Creerás que soy una perdida?
La vida ha seguido su curso.
Las clases de piano avanzan bien.
Stephen me pidió perdón. Me dijo que había sido un error. Yo soy su alumna. Estoy muy por encima de él.
No quiere hablar del tema. Le da miedo que lo rechace. Lo veo en sus ojos. Está enamorado de mí. Pero piensa que no debería de amarme. Hay un gran abismo que nos separa. No creo que padre y madre lo entiendan.
Te escribo para desahogarme, Sarah.
Por primera vez en mi vida, me he enamorado. Tengo la sensación de estar flotando en una nube. Puedo caminar sin tocar el suelo con los pies. Pero vivo con desasosiego.
Es verdad. Lo amo. ¡Estoy locamente enamorada de mi profesor de piano! Y él también me ama. Corresponde a este cariño que siento por él. Un cariño inmenso porque sé que podríamos ser felices los dos juntos. Queremos estar juntos.
No me atrevía a contárselo a nadie.
Ni siquiera me he atrevido a contárselo a Mary. Te lo he contado porque estás lejos. Y no me echarás un sermón. Conozco bien a Mary. De ella he aprendido a dar sermones. Intuyo que te echarás a reír al leer esta frase. Mary siempre ha sido la más sensata de las tres. No quiero que se preocupe por mí, Sarah. La conozco bien. Debe de pensar que mister Winter es un arribista. No tiene dinero. Su renta es el sueldo que gana con su esfuerzo. Yo valoro mucho eso. Vive de su trabajo como profesor de piano. Pero quiere ser algo más en la vida aparte de eso, Sarah.
Te ruego que me entiendas.
La joven sonrió.
Pero su sonrisa se le borró al pensar en su madre. Mistress Wynthrop deseaba ver casadas a sus tres hijas con aristócratas. De momento, ya había un aristócrata en el horizonte.
Lord Robert de Caernafon, el conde de Maredudd. Un hombre con una renta elevada...
El pretendiente de Mary...
Aquel hombre, el conde de Maredudd, podía convertirse en su yerno a corto plazo. Estaba cortejando a María. Era viudo. No tenía hijos. Pero sí tenía una hermana de veintidós años y una prima paralítica en la isla de Church. La prima se llamaba Emma. La hermana se llamaba Margaret. Y una madre. De su primer matrimonio corrían muchos rumores.
Estuvo casado con una humilde criada, lo que originó un gran escándalo.
De la esposa de lord Robert corrían muchos rumores. El más comentado fue el que le era infiel con otro hombre. lord Robert decía que eso era mentira. Que era algo que sus hermanas se habían inventado para hacerle daño. Pero nadie lo creía.
Sarah dejó la carta encima de la cama. Se sentó en la mesa. Decidió que le contestaría a Mary más tarde.
Era casi la hora de cenar. Se miró en el espejo. Se dio así misma el visto bueno. Llevaba puesto un vestido que a ella le gustaba. O le gustaría más de no ser por el color. Era de color gris.
¿Por qué tengo que usar estos colores tan tristes?, se preguntó Sarah. Pero eso pronto iba a cambiar. Una vez casada con Darko, se vestiría como ella quisiera. Se pondría un vestido de color rojo escotado. ¡Seguro que volvía loco a Darko! Sarah sonrió al visualizar la escena.
En aquel momento, la doncella que le había asignado Lilith entró en su habitación.
-Perdone que la moleste, señorita-dijo-He venido a prepararla para la cena.
Sarah arqueó una ceja.
-El vestido que llevo puesto está limpio-le aseguró.
La doncella se limitó a cerrar la puerta.
-A milady no le gusta que se retrase-le informó-Además, van a cenar solas. Milord no estará.
Sarah bufó de un modo poco adecuado para una dama.
-Entiendo-masculló.
-Voy a buscarle un bonito vesitdo-le aseguró la doncella.
Sarah permaneció de pie frente al tocador.
Desde luego, Lilith había tenido mala suerte en lo relacionado con el amor. Creía que su matrimonio con Alexander era feliz. ¿Por qué se estaban distanciando? No era sólo una sensación que Sarah tenía.
En los días que llevaba en la casa de Valle Profundo, había visto cosas que la habían desagradado.
Alexander nunca estaba en casa. Cuando regresaba, lo hacía tarde. Y venía apestando a alcohol. Lilith se ponía a gritarle furiosa.
-¡Hueles a puta barata!-le escupía-¡No te acerques a mí! ¡No me toques! ¡Me das asco! ¡Te odio!
Sarah sabía lo que venía después.
Lilith se encerraba en su habitación con un ataque de nervios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario