En su casa, habían aprendido a tomar el té cuando el reloj de cuco de pie del salón marcaba las cinco de la tarde.
En aquellos momentos, estaban tomando el té.
Eran momentos en los que se sentían más unidos que nunca.
Mary se sentaba en el sofá, junto con sus hermanas. Se sentía protegida de algún modo.
Hablaba con ellas. Hablaba con sus padres. No saben nada, pensaba Mary. De saberlo, la habrían repudiado todos ellos. Dirían de ella que era una malvada. No sólo por el simple hecho de ser una perdida. También por lo que había tenido que hacer.
-Os quiero mucho-le dijo a Sarah.
-Nosotros también te queremos, Mary-le corroboró su hermana.
La joven sonrió. Se sentía feliz en compañía de su querida familia.
-Deberíamos invitar a Su Excelencia-sugirió mistress Wynthrop-Podría venir a vernos. Podría tomar el té con nosotros. O merendar. O comer. Lo que necesita es estar con Mary. Conocerla mejor.
-Madre, yo creo que es un poco pronto-intervino la aludida.
-Y yo creo que es un poco tarde-replicó Sarah-Ya tienes veintiocho años.
-No hace falta que me lo recuerdes-masculló Mary.
-Tu hermana tiene razón-apuntó su madre-Ya no eres una niña, hija mía. Tendrías que haberte casado hace ocho años. Pero no ha sido así. Pero no es demasiado tarde, gracias a Dios.
-Si Mary se casa con el conde, ¿qué va a pasar con nosotras?-se inquietó Katherine.
-Nosotras nos quedaremos a vestir Santos-le aseguró Sarah-Tejeremos la ropita para los bebés de Mary. Tejeremos una ropita especial para su primer hijo. Será el futuro conde de Maredudd.
Mary le dio un pellizco a su hermana. Sarah se quejó. Mistress Wynthrop las mandó al orden.
-¡Niñas!-las regañó.
Tanto Mary como Sarah se quedaron quietas.
Katherine se llevó su taza de té a los labios para disimular una sonrisa.
Sus padres no sabían nada. Se preguntó si lo ocurrido la semana anterior había sido producto de su imaginación.
Stephen había acudido aquella semana a darle clases de piano, como siempre. Sin embargo, lo había notado más frío que de costumbre. Parecía estar arrepentido de lo ocurrido entre ellos. Stephen traía unas profundas ojeras. No había podido conciliar el sueño desde entonces.
Le atormentaban visiones de Katherine con su rubio pelo suelto. Katherine en su cama... Katherine vestida con una camisola transparente...Katherine en su vida...
-Lo siento mucho, miss Wynthrop-se excusó Stephen.
-¿Por qué me pide perdón?-inquirió Katherine.
-Lo ocurrido el otro día estuvo mal. No debió de haber pasado. Le ruego que me perdone.
Pero Stephen no lamentaba nada. No sabía si Katherine sentía lo mismo por él. Se había precipitado. A lo mejor, la había ofendido con su comportamiento. Ella le sonrió con dulzura. Stephen quería ponerse de rodillas ante ella y jurarle devoción eterna.
-No pasó nada-afirmó-No hemos hecho nada malo.
Katherine se obligó así misma a volver al presente. Con su familia...
-Ya os buscaremos marido a vosotras dos-decidió mistress Wynthrop. Miró a Sarah y a Katherine-Lo importante ahora es casar a vuestra hermana. El conde de Maredudd tiene contactos. Será fácil casaros a vosotras dos. Sois jóvenes todavía.
-Pero, a lo mejor, nosotras no queremos casarnos con los amigos del conde-replicó Sarah-A lo mejor, queremos casarnos con otras personas.
-¿Qué dices, Sarah?-se escandalizó Katherine.
La joven se vio así misma conviviendo con Darko. No le daría escrúpulos vivir en un burdel. Si él quería, sería también prostituta. O madame. No le importaba.
Lo único que quería era estar con aquel hombre que le había robado el corazón. Su sentido común había desaparecido.
-Os casaréis con quienes vuestro padre y yo digamos-sentenció su madre.
El tono de voz de la mujer era autoritario.
-Sarah...-la llamó Mary-No la contradigas. No quiero perder mi oportunidad.
Entiendo, pensó Sarah.
-A lo mejor, no me caso con milord-dijo Mary-A lo mejor, se desengaña de mí.
-¿Qué estás diciendo?-se escandalizó su madre-El conde de Maredudd está interesado en ti, jovencita. No digas lo contrario.
-Pero...
Sarah se puso de pie. Alegó que tenía dolor de cabeza. Abandonó el salón con paso lento. A decir verdad, necesitaba estar sola. Su madre ya había trazado sus planes. Casarla con uno de los amigos del pretendiente de Mary. ¡No lo haré!, pensó Sarah. Me casaré con Darko. Seré lo que él quiera que sea.
Ya había tomado ella también su decisión. Se casaría con Darko Raven. O no se casaría con nadie.
Moriría siendo una solterona. De hecho, ya vivía como una solterona.
A los pocos días, Sarah recibió buenas noticias. Le llegó una carta de Lilith. En ella, la invitaba a pasar unos días en Llangefni. Lilith sentía que su matrimonio con Alexander estaba llegando a su fin. Una dama como ella no se divorciaba. Había otros métodos para hacer vidas separadas en un matrimonio.
Lilith necesitaba el apoyo de Sarah. Necesitaba a su buena amiga.
Por supuesto, Sarah ignoraba todo esto.
Lo único que tenía en mente era que, si estaba en Llangefni, le sería más fácil volver a ver a Darko. Deseaba volver a verle.
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