viernes, 27 de septiembre de 2013

LA VIUDA DE LA ATALAYA

Hola a todos.
Después de jugar un ratito con el doodle de hoy de Google (imposible resistirse a ellos), vamos a entrar en materia.
Seguro que esta parte la reconoceréis. Es el trozo que subí inicialmente hace unos meses de La viuda de la atalaya. Como os habréis fijado, le he introducido algunos cambios. Una prima que la protagonista no tenía. Los hermanos tienen nombre distintos, lo mismo que la protagonista. El año en el que transcurre es 1850. Pero el escenario sigue siendo el mismo: la isla de Saint Patrick, una pequeña isla situada cerca de la isla de Man, en Inglaterra. El trozo, como veréis, tiene numerosos cambios y le he hecho algunos añadidos.
Vamos a ver lo que ocurre entre nuestros protagonistas.

Vanessa Courtney Wood se sentía como una Princesa. Su familia había adquirido años antes el castillo de la isla de Saint Patrick. Desde la atalaya del castillo, Vanessa miraba el mar que se extendía ante sus ojos y dejaba que el viento agitara su rubio cabello, largo hasta la cintura. Era hija única. De modo que sus padres parecían complacerla en todo.
Su mirada se posó en su prima Erin. Permanecía a su lado. Miraba con tristeza todo lo que había a su alrededor. Sin embargo, un brillo de esperanza aparecía en sus ojos cuando se posaba en el mar. Vendrá, pensaba Erin. 
            Su recuerdo voló hacia Bastien Williams. Su amado había partido un año antes. Partía rumbo a Australia. Le prometió que regresaría rico. Sin embargo, no había recibido ni una sola carta de él.
            Desde la atalaya del castillo, Erin esperaba verle regresar. Pero el tiempo pasaba.
            Se preguntaba el porqué no volvía a la isla.
            Se preguntaba el porqué todavía no le había escrito ni una miserable carta.
           Bruce no era ningún mentiroso y ella lo sabía.
            Bruce le había robado su primer beso de amor a orillas del mar. Él tenía veintinueve años y ella tenía dieciséis en aquellos momentos. Sabía que Bastien tenía un hermano menor que tenía la misma edad que Erin. Sin embargo, eso no le importó. Bastien le pidió matrimonio en aquella playa. Estaba empezando a atardecer. Los barcos de los pescadores retornaban al embarcadero. Pero, en aquel momento, Erin y Bastien estaban solos en la playa. Caminaban descalzos por la arena. 
-Cásate conmigo-le dijo.
-Me casaré contigo cuando regreses-le aseguró Erin.
-No sé cuándo volveré.
-No importa. Yo estaré aquí esperándote.
-¿Lo dices en serio?
-Te lo digo en serio.
-Júramelo. Júrame que me esperarás. Yo quiero casarme contigo. Quiero que seas mi esposa. La madre de mis hijos...
-Juro que te esperaré siempre. Sólo puedo amarte a ti, Bastien. Tienes mi corazón.  
            Ni siquiera el hermano de Bastien, Stephen, sabía nada de él desde que partió a Australia. Stephen era un joven sensato. No se parecía en nada a su hermano mayor. 
            Entonces, llegó la terrible noticia a la isla. El barco en el que viajaba Bastien con destino a la isla de Tasmania había naufragado. El cuerpo sin vida de Bastien fue recuperado del mar a los pocos días del naufragio. Pero tardó algún tiempo en ser identificado. Un familiar suyo que se había instalado en la región fue el que lo identificó. La carta con la mala noticia tardó meses en llegar a la isla. 
              La noticia de la muerte de Bastien acabó llegando a oídos de Erin. La joven se arrojó en brazos de Vanessa sollozando.
-¡Me prometió que volvería!-afirmó una destrozada Erin-¡Confié en él! ¿Qué voy a hacer ahora?
-Tienes que seguir adelante-le dijo Vanessa, mientras la llevaba a su habitación-Tienes derecho a llorar y a maldecir. Pero no puedes rendirte. Erin, la vida sigue.
-¿Cómo puedes decir eso? ¡Bastien ha muerto! ¿Qué voy a hacer ahora?
-Créeme cuando te digo que lo siento muchísimo, prima. 
            Simone, la antigua amante de Bastien, le lloró como si fuera una viuda. Simone había estado casada en primeras nupcias con el sacristán de la Iglesia de Saint German.  
            Vanessa y Erin se enteraron de que Bastien había tenido relaciones íntimas con Simone la noche antes de su partida. Pero aquellas relaciones no habían tenido nada de placenteras. Según Simone, Bastien la había acariciado de manera muy torpe. Que había tardado poco tiempo en colarse dentro de ella. Simone decía que Bastien era un amante fogoso, pero muy torpe. También dijo que habían empezado su romance cuando el marido de Simone aún vivía.
            Erin lloró amargamente cuando lo escuchó.
            Le dolía saber que Connor había estado entre los brazos de Simone la noche antes de su partida.

          Stephen era el hermano menor de Bastien. Lo había admirado desde siempre. Y siempre había sentido un especial cariño por la bonita Vanessa. Le gustaba contemplarla con su rubio cabello suelto.
            Había dado por sentado que Erin se casaría con Bastien. Hablaba de aquel tema con Vanessa. Sin embargo, la muchacha no terminaba de ver con buenos ojos aquella boda. 
            Empezó a ir a visitarla al castillo. Eran pocas las personas que vivían en la isla. Vanessa tenía varias amigas. Se refugió en ellas tras aquel doloroso desengaño. Por prudencia, sus amigas no hacían el menor comentario acerca de Bastien delante de Erin. Desde que se enteró de su muerte, la joven no había vuelto a salir del castillo.



            Desde la atalaya del castillo, Erin pensaba en Bastien. Quería saber si su amor por ella había sido sincero. Los recuerdos la atormentaban. Le hacían demasiado daño. No sabía qué hacer con ellos. Le dolían demasiado. 
            Pensaba en sus encuentros a orillas de la playa. No había pasado nada entre ellos. Bastien, en ese aspecto, había sido un caballero. Pero Erin pensaba que sólo se estaba divirtiendo con ella. Coqueteaba con ella.
            Pensaba en todos los besos que habían compartido. Fue el primer hombre que la había besado. Pero la besaba casi siempre en la frente. Pocas eran las veces que se atrevía a besarla en los labios.
-No puedo hacerte nada-le decía Bastien-Aún no estamos casados. Pero nos casaremos en cuanto regrese de Australia. Volveré rico. Y nos casaremos. ¡Te lo juro!
            Le repetía que era muy guapa. Y que quería casarse con ella. La besaba en las mejillas. Sin embargo, Erin se preguntaba una y otra vez hasta qué punto la había mentido.
            De pronto, empezó a caer en la cuenta de que Bastien, en verdad, nunca la había querido.
            Aunque aquella certeza la dolió, sirvió para que su corazón empezara a curarse.
            Sabía cómo era conocida en la isla. Decían que era la viuda de la atalaya.
            ¿La viuda de la atalaya?
            El saberlo le hizo daño a Erin.
            Pero tuvo que admitir que era cierto. Durante mucho tiempo, había estado enamorada de Connor. Al menos, había creído que lo amaba. Y lo había esperado. Lo habría esperado pacientemente durante el resto de su vida. Pensó en su prima Vanessa. La muchacha la apoyaba en todo. Era su mayor consuelo. Pero Erin sabía que Vanessa tenía derecho a hacer su vida. 
           
            Stephen soñaba con ser escritor. Pasaba muchas horas encerrado en su habitación. Escribía numerosas hojas de papel. Sin embargo, pensaba que ninguna de aquellas hojas tenía algún sentido.
            Le había dolido enterarse de la muerte de su hermano. Sus padres sólo habían tenido dos hijos. Bastien y Stephen nunca habían estado muy unidos que digamos. Pero se consolaban al pensar que, al menos, se tenían el uno al otro. En el fondo, Stephen admiraba a su hermano mayor. Pero no compartía su estilo de vida. 
            Hasta que Bastien decidió marcharse a Australia.
            Hablaba de hacer fortuna allí. Hablaba de regresar rico. También pensaba en los placeres que le esperaban en aquella tierra tan lejana. 
            Por desgracia, Bastien no llegó a su destino. Todos sus sueños se habían truncado. Stephen lamentaba la muerte de su hermano. Bastien tenía muchos defectos.
            Aún así, quería pensar que era un buen hombre. Sin embargo, nunca estuvo enamorado de Erin.
           Vanessa…Stephen levantaba la vista del papel al pensar en ella. La veía subida en la atalaya del castillo. Miraba el mar. ¿En qué estaba pensando?, se preguntaba.
          Vanessa tenía dieciséis años. Era, además, la prima de la joven a la que todo el mundo en la isla la llamaba La viuda de la atalaya. Un mote que le hacía daño a Erin. 
            Porque decían que esperaba en vano el regreso de su amado. Sin embargo, Erin deseaba otra clase de vida para Vanessa. 
           La muchacha merecía lo mejor. Merecía enamorarse. Merecía amar a un buen muchacho. Y merecía ser amada por aquel muchacho. Erin, en el fondo, se había acostumbrado a aquel odioso sobrenombre. De algún modo, entendía que su amor por Bastien nunca había tenido futuro. No sabía si volvería a enamorarse algún día. Pero quería pensar que sí. Miraba al futuro con optimismo.
            Con fe…

           Stephen siempre se había mostrado muy reservado con la gente. A sus diecisiete años, su vida era muy sencilla. Le costaba trabajo admitir que se había enamorado de Vanessa. No tenía muchos amigos, pero los pocos amigos que tenían eran buenos y leales. Disfrutaba con las pequeñas cosas que le brindaba la vida. Disfrutaba de la casa en la que vivía con sus padres a orillas de la playa. Se dormía escuchando el susurro de las olas. O disfrutaba jugando con su perro.
            Aquella mañana, saboreó una taza de leche caliente durante el desayuno.
-Deberíamos de ir a ver a Erin-sugirió su madre-La pobre lo ha pasado muy mal desde que supo que Bastien había muerto.
-Mi hermano le dijo que iba a casarse con ella-le recordó Stephen.
-Bastien no era malo. Era muy mujeriego.
-No habría sido un buen marido para esa joven-intervino el padre-Me pesa decirlo. Es mi hijo.
-Tienes razón, querido-suspiró su mujer.
-Erin es fuerte-afirmó Stephen-Lo está superando poco a poco. No se vendrá abajo.
            Oyó a la cocinera susurrar algo en voz baja desde la cocina, donde estaba desgranando guisantes. La ausencia de Bastien había dejado un gran vacío en la casa.

            Era la hora del desayuno en el castillo.
-¿Piensas salir?-le preguntó Joseph Wood, el padre de Vanessa, a su hija.
            Erin había decidido quedarse en su habitación durante todo el día. Pero, finalmente, su tía Lucille la obligó a salir. 
            La chica bebió un sorbo de su vaso de zumo de naranja. Se encogió de hombros.
-No me apetece salir a ningún sitio-respondió-No tengo ganas de salir.
-Haces bien-intervino Lucille-Tu doncella se queja últimamente de su reumatismo. Creo que no le gusta vivir a orillas del mar.
-La entiendo. El mar puede ser un enemigo feroz.
-¡No hables así!-le pidió Joseph.
-Papá, es verdad-insistió Vanessa.
                  Una lágrima rodó por la mejilla de Erin.
-De no haber sido por el mar, Bastien estaría en Australia-se lamentó la joven-Estaría ganando dinero. Habría regresado por mí.
-Eso no lo sabes-le recordó Vanessa.
-Es verdad. No lo sé. Me mintió.
            La criada regresó en aquel momento del mercado. Se celebraba en Douglas, una ciudad situada en la enorme y vecina isla de Man. Entró en el comedor anunciando que había una carta para la señorita Vanessa Courtney Wood. La chica se extrañó al oír eso.
-¿Una carta?-se asombró-¿Para mí?
-Lleva tu nombre-observó Erin.
-Es muy raro.
-Puede ser que tengas un admirador-observó Joseph-Eres joven. Eres bonita. No me extrañaría nada. 
           Vanessa se levantó de la mesa. Le arrebató la carta a la criada. Y subió corriendo a su habitación. 
Prácticamente, rasgó el sobre. Sacó la carta del interior. Le temblaban visiblemente las manos. ¿Quién sería?, se preguntó. ¿Quién podía enviarle una carta? Erin la siguió de cerca. Se le ocurrió, durante unos segundos, la idea de que podía ser Connor. A lo mejor, me ha escrito, pensó la joven. Ha debido de equivocarse a la hora de poner el nombre de la destinataria. Pero descartó la idea de inmediato. Le pareció demasiado disparatada. Vanessa entró en su habitación seguida por Erin. Se sentaron en la cama.

            Mi querida Vanessa:

            No me atrevo a decir quién soy.
            Pero soy alguien que te ama desde hace mucho tiempo. Alguien que te espera pacientemente. Alguien que nunca te hará daño. Porque para mí tu felicidad está por encima de todo. Porque jamás te traicionaría. Jamás te abandonaría. Nunca te haría falsas promesas, amada mía. Nunca te mentiría.
            Todo lo que pueda plasmar en el papel suena vacío y falso.
            No me atrevo a confesarte nada a la cara.
            Tengo miedo de que me rechaces.
            Perdóname, amor mío, por ser un cobarde. Deseo hacer realidad cada uno de tus sueños.
            Te amo.

             ¿Quién eres?, se preguntó Vanessa.  
              ¿Por qué me escribes esta carta? Permaneció un rato sentada en la cama, mirando sin ver aquella carta. Lo último que quería era volver a ilusionarse con un imposible. 
-¿Quién te escribe la carta?-la interrogó Erin. 
-No viene firmada-contestó Vanessa. 



-A lo mejor, es un admirador secreto. Un joven caballero que está interesado en ti. Ya va siendo hora de que te enamores. Prima, lo que me ha pasado a mí no tiene porqué pasarte a ti.
-Una carta sin firmar. ¡Es todo tan extraño!
-¿Qué te parece?
-No lo sé. ¡Nunca antes me había pasado esto!
                  Vanessa releía una y otra vez aquella carta. 

             Vanessa salió aquella tarde ella sola, a pesar de las protestas de sus padres, a dar un paseo por la playa. 
                   Vio por casualidad a Stephen sentado en la arena de la playa. Hacía algún tiempo que no veía al hermano del hombre al que su prima tanto había amado. Se preguntó si debía de acercarse a él para saludarle. Pero le invadía una cierta timidez. Desde luego, Stephen no se parecía en nada a Bastien. Pero Erin le había dicho antes de salir quería borrar de su mente todos los recuerdos de él. 
-Vanessa...-la saludó Stephen. 
                   Se había percatado de su presencia. Se puso rápidamente de pie. 
-Hola...-le devolvió el saludo. 
-¿Cómo estás?-le preguntó Stephen. 
                  Cogió la mano de Vanessa y se la besó suavemente. Lo hizo a modo de saludo. 
-Estoy bien-respondió la muchacha. 
-Me alegra saberlo. 
                  Oyeron el graznido de una gaviota. Vieron al ave lanzarse de cabeza al mar. Luego, la vieron levantar el vuelo con algo parecido a un pez en el pico. 
-¿Cómo estás tú?-preguntó Vanessa. 
-No me puedo quejar-respondió Stephen. 
-Me alegro. Necesitaba dar un paseo. Me asfixio dentro del castillo. 
                 Bruce se perdió en las inmensidades de los ojos de Vanessa. Tenía unos bonitos ojos de color azul claro. Pero poseían cierto tono de color castaño oscuro que hacían de sus ojos algo peculiar. Contrastaban de manera brutal con su cabello rubio. 
-A mí también me pasa algo parecido-admitió el muchacho-Necesitaba salir de casa. Me agobiaba. 
-He oído que Simone se marcha de la isla-le contó Vanessa. 
-No creo que vaya muy lejos. Esa mujer no es mala. Pero no tiene un carácter agradable. Aún así, quiso mucho a mi hermano. Le lloró sinceramente cuando se enteró de la noticia de su muerte. 
-Lo malo es que los dos le hicieron mucho daño a mi prima. 
-Lo sé. Y lo siento mucho. ¿Cómo está Erin?
-Es una joven fuerte. Lucha por sobreponerse al dolor.
-Sé que se pondrá bien. Erin merece ser amada por un buen hombre.
-Lo mismo pienso yo. 
                Unas pocas pecas salpicaban la nariz de Vanessa. Llevaba su rubio cabello recogido en una trenza. De pronto, Stephen alzó la mano y le acarició suavemente el rostro. 
-¡No hagas eso!-le pidió Vanessa. 
                 Su voz sonó ahogada. 
-Lo siento-se excusó Stephen. 
                 Los dos se ruborizaron. 
                Vanessa sintió cómo su corazón empezaba a latir muy deprisa. Le dijo a Stephen que tenía que irse. Sentía todavía el roce de sus dedos sobre su rostro. 
-Nos volveremos a ver-auguró el chico. 
                Le cogió la mano a Vanessa y se la volvió a besar. 
-No lo sé-se sinceró ella.
-Te estaré esperando-le prometió Stephen. 
                Vanessa dio media vuelta y se alejó del lado de Stephen. Lo último que quería era coquetear con el hermano menor de Bastien. Pero, a pesar de todo, su corazón estaba latiendo muy deprisa. No quiero sufrir como está sufriendo mi prima, pensó.
                Aceleró el paso. Necesitaba poner cierta distancia entre ella y Stephen. Pensó que sus padres la estarían esperando. Y también la estaría esperando Erin. Su prima adivinaría que le había pasado algo. No se lo contaré, decidió Vanessa. Podría enfadarse conmigo. No es el momento.
                 Entró en el castillo.
                 Erin estaba sentada en el sofá.
-¿De dónde vienes?-le preguntó.
                  Una manta tapaba sus piernas. Vanessa tuvo la sensación de que estaba viendo un fantasma. Optó por no responder a su pregunta.

8 comentarios:

  1. Puedo hacerte una pregunta jejeje ¿publicas tus libros? Un besazo.

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    1. Hola Tamara.
      Bueno, aún no he publicado nada. Las veces que he intentado publicar o autopublicar han terminado mal.
      Un fuerte abrazo.

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  2. prueba a publicar con amazon, es bueno, de momento a mi me gusta. Un besazo.

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    1. No lo sé. Me gustaría intentarlo, la verdad.
      Un fuerte abrazo.

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  3. Uy esta genial pobrecita escribes muy adoro las novelas de epoca y me enganchaste. Un beso y te me cuidas.

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    1. Hola Citu.
      ¡Qué ganas tengo de leer "Melodías Prohibidas"!
      Cuídate mucho. Sé fuerte. Sonríe.
      Un fuerte abrazo, Citu.
      Cuídate.

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  4. Bueno creo que esta bastante bien, aunqueno me gustaba mucho este tipo de novela gracias a mi amiga Elizabeth bowman le cogi el gustillo.
    unos besotessssssssssssss

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    1. Muchas gracias por tus palabras.
      Elizabeth es una gran escritora. "Bésame a medianoche" es una de las mejores historias que jamás he leído.
      Un fuerte abrazo.

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