¿Os acordáis de mi relato La viuda de la atalaya?
Lo empecé a subir a este blog hace unos meses. Sin embargo, decidí borrarlo porque quería participar en un concurso.
Al final, opté por no enviar este relato, de modo que envié otro.
Por ese motivo, tras hacerle algunos cambios, (el nombre de la protagonista y el haber añadido otro personaje más a la trama) quiero volver a subir La viuda de la atalaya.
Lo he dividido en varias partes para que no sea tan pesado y lo iré subiendo poco a poco.
Cuando termine de subir La viuda de la atalaya, veremos el final de No te vayas.
El relato empieza con el trozo que le he añadido.
Espero que este relato os guste.
ISLA DE SAINT PATRICK, 1850
Erin estaba enamorada de un hombre que estaba lejos de ella. Los días pasaban despacio. Pero ella sabía que su amado volvería antes o después. Era una esperanza que nunca la abandonaba. Subida en lo alto de la atalaya del castillo, Erin podía divisar el horizonte. Casi podía ver cómo un barco se acercaba poco a poco a la isla de Saint Patrick, frente a la isla de Man. Era Bastien, pensaba Erin. Volvía a casa.
Aquel pensamiento era lo único que la motivaba a levantarse. A comer. A respirar. A tener fe en el ser humano. Bastien era el hombre al que Erin le había entregado su corazón hacía mucho. Lo amaba con todo su ser. Antes o después, Bastien regresaría. Y se casaría con ella. Se lo había jurado.
Sin embargo, los días pasaban. Y Bastien no daba señales de vida. Tampoco le escribía una carta. No sabía nada de él desde que se despidió de ella. Y la familia de Bastien parecía guardar silencio con respecto a su paradero. En realidad, tampoco sabían nada de él.
Pero Bastien volvería para casarse con ella. Entonces, Erin descubriría cuán placenteras podrían ser las caricias que su amado le brindaría.
Con frecuencia, Erin visitaba la Iglesia de San Patricio, que se encontraba en la isla.
La acompañaba su prima Vanessa. De rodillas ante el último banco, Erin rezaba en silencio. Rezaba por la vuelta feliz a casa de Bastien. Vanessa estaba también arrodillada a su lado. En su fuero interno, la muchacha sabía que Bastien no volvería nunca a casa.
-Me cuesta trabajo creer que ese hombre vaya a volver-le decía Vanessa en el interior de la Iglesia-A lo mejor, nunca más vuelve. A lo mejor, ha rehecho su vida lejos de aquí.
-Bastien volverá-afirmaba Erin.
-Eso no lo sabes.
Erin era oriunda de Liverpool y siempre había destacado por su llamativa belleza, lo cual la hacía muy deseada entre los hombres. Sus ojos eran de color negro y de mirada brillante. Lo más llamativo en ella era su color de pelo. Poseía una larga melena rojiza, pero con matices de color dorado. Erin era una joven con mucho carácter y bastante impulsiva, lo que le había causado más de un problema desde que vivía con sus tíos.
Pero la marcha de Bastien había templado su carácter.
Una tarde, a petición de Vanessa, Erin accedió a dar un paseo con ella por la playa. Los ojos de la joven estaban llenos de lágrimas al posarlos sobre el mar.
-Confío en Bastien-le aseguró a su prima-Sé que volverá. Me lo ha jurado. No es ningún mentiroso.
-¿En serio piensas que va a volver?-inquirió Vanessa.
-Es mucho tiempo el que llevo sin tener noticias suyas. Pero pienso que volverá.
Se detuvieron. Se quedaron mirando al horizonte. No había nadie en la playa aquella tarde. Densos nubarrones cubrían el cielo. Es una mala señal, pensó Vanessa.
-Me gustaría ser tan optimista como lo eres tú-admitió la chica.
-Entonces, tienes que pensar que Bastien volverá por mí-insistió Erin.
Le cogió la mano a Vanessa. La muchacha se dio cuenta de que su prima estaba temblando.
-Será mejor que volvamos a casa-le sugirió-Hace frío. Y parece que va a llover.
Erin miraba fijamente al horizonte y Vanessa se preguntó si el amor que su prima sentía por Bastien era bueno. Erin parecía amar de un modo que se le antojaba obsesivo. Tenía una fe ciega en Bastien. Se había puesto así misma una venda en los ojos. No quería reconocer que Bastien no era perfecto. No la amaba tanto como le había jurado. Las correrías de Bruce eran sonadas. No sólo en la isla de Saint Patrick. No...También eran sonadas en la isla de Man.
Vanessa tiró suavemente de la mano de Erin para apartarla de la playa.
-Vas a coger frío-le dijo suavemente.
Erin se dejó hacer y siguió a Vanessa dócilmente hasta llegar al castillo.
Erin y Bastien se habían limitado a besarse. Pero Erin no se había entregado a él. Le había dicho que quería esperar hasta que estuvieran casados. Por lo menos, Bastien se había comportado de un modo honorable al respetar la virginidad de Erin.
La joven pasaba muchas horas sentada en el sillón del salón. Bordaba lo que iba a ser su ajuar de bodas.
-Tengo que bordar la sábana-le decía a su tía-Será la sábana que cubrirá el lecho nupcial. Quiero tenerla preparada para cuando Bastien regrese. ¡Y él volverá pronto! Lo presiento. ¡Vendrá! ¡Y nos casaremos!
Su tía Lucille sentía deseos de echarse a llorar. Ella pasaba muchas horas al lado de Erin. Le leía en voz alta. Su hija Vanessa se unía a ellas. Le contaba a Erin los últimos cotilleos que le habían contado sus amigas. Pero la joven parecía no reaccionar. Sólo sabía hablar de Bastien. Y de la boda que se celebraría. Su boda...
Había bordado innumerables pañuelos. Manteles...Sábanas...
Erin era toda una belleza. Su tía estaba muy preocupada por ella. La joven parecía querer vivir encerrada en el castillo. Guardaba como oro en paño cada uno de los besos que Bastien le había dado. Decía que quería esperarle.
-Él va a volver-afirmaba.
Sus tíos estaban muy preocupados por la salud de Erin. A menudo, creían que la joven acabaría volviéndose loca.
No sabían si debían de hablarle de las fechorías que había cometido Bastien.
Conocían demasiado bien a Erin. Sabían que no darían crédito a sus palabras. Sólo creía en lo que Bastien le decía. Le escribía largas cartas de amor. Cartas que no tendrían nunca una contestación.
Un día, cuando Lucille regresaba de hacer unas compras en la isla de Man, la abordó en el embarcadero la señora Williams, la madre de Bastien.
-¿Qué ocurre?-le preguntó Lucille.
-Tienes que saber una cosa-respondió la señora Williams-Se trata de Bastien. Ya tenemos noticias de él. Y...No son nada buenas.
La mujer se retorcía las manos con nerviosismo. Pensaba en Erin. Le habría gustado tenerla como nuera. Le parecía la mujer ideal para el disoluto Bastien. Erin era hermosa. Era inteligente. Era fuerte. Sin embargo, la señora Williams conocía demasiado bien a su hijo mayor y le parecía un milagro que no le hubiera arrebatado la virginidad a Erin. La joven quería llegar virgen al Altar. Al menos, Bastien se había comportado de un modo honorable con ella. En aquel sentido...
-¿Qué ha ocurrido?-se inquietó Lucille.
-Hemos recibido noticias de Bastien-atacó la señora Williams.
-¿Va a volver a Saint Patrick?
-No...
La señora Williams recordó el día en el que vio a Bastien besándose apasionadamente con Erin sentados en la arena de la playa. Le reprochó allí mismo su conducta.
-¿Te parece bonito lo que estás haciendo?-le increpó.
-Ya soy lo suficientemente mayorcito como para que tú vengas a darme órdenes-le espetó Bastien-Hago lo que quiero con mi vida, madre.
Bastien había tenido una vida demasiado fácil. Siempre lo había tenido todo. La señora Williams se preguntó así misma en qué habían fallado su marido y ella en la educación de su hijo mayor.
Una noche, Erin se despertó en mitad de la noche dando gritos. Tenía la sensación de que se estaba ahogando. Su tía Lucille irrumpió en su habitación.
-¿Qué te pasa, Erin?-le preguntó-¿Qué tienes?
Erin rompió a llorar. Había soñado con Bastien.
-Bastien...-susurró la joven.
-No llores-le pidió Lucille-Intenta dormir un rato.
A la tarde siguiente, prácticamente a rastras, Vanessa logró sacar a Erin de su encierro. El hijo pequeño de sus vecinos, los Johnson, daba un concierto casero de piano. El niño tenía doce años. Pero iba camino de convertirse en todo un virtuoso del piano. Erin lo pasó mal durante el rato que Vanessa y ella estuvieron en casa de los Johnson. No disfrutó nada del concierto. En lo único en lo que podía pensar era en Bastien. En el sueño que había tenido relacionado con él.
-No estás prestando atención-observó Vanessa-A ti te gusta la música.
-Soy un desastre tocando el piano-le recordó Erin-No entiendo el porqué he venido.
-Para acompañarme. Porque tienes que salir. No puedes pasarte todo el día encerrada en tu habitación, prima.
En aquel momento, Stephen se acercó a ellas. Se alegró de ver a Erin. Pero se alegró aún más de ver a Vanessa.
-¡Erin!-exclamó-¡Qué agradable sorpresa! Veo que Vanessa te ha convencido de que debes de salir a la calle.
Stephen se sentó al lado de las dos jóvenes. Le dedicó una sonrisa cómplice a Vanessa.
-Vas vestida de negro-observó.
-Te confieso que me cansa vestir todo el día de blanco o de colores claros-le confió Vanessa-Además, el ambiente que se respira en casa es parecido al de un funeral. Erin se pasa todo el día llorando por Bastien.
La aludida pensó que Vanessa se estaba refiriendo a ella. Se puso tensa. Se había arrepentido hacía ya un buen rato de haber acompañado a su prima a la casa de los Johnson. Se puso de pie de un salto. Salió con paso apresurado del salón.
-Me voy-anunció-No puedo seguir aquí por más tiempo.
-¡Prima!-exclamó Vanessa, poniéndose también de pie de un salto-¡Espérame! ¡Voy contigo!
Aquel pensamiento era lo único que la motivaba a levantarse. A comer. A respirar. A tener fe en el ser humano. Bastien era el hombre al que Erin le había entregado su corazón hacía mucho. Lo amaba con todo su ser. Antes o después, Bastien regresaría. Y se casaría con ella. Se lo había jurado.
Sin embargo, los días pasaban. Y Bastien no daba señales de vida. Tampoco le escribía una carta. No sabía nada de él desde que se despidió de ella. Y la familia de Bastien parecía guardar silencio con respecto a su paradero. En realidad, tampoco sabían nada de él.
Pero Bastien volvería para casarse con ella. Entonces, Erin descubriría cuán placenteras podrían ser las caricias que su amado le brindaría.
Con frecuencia, Erin visitaba la Iglesia de San Patricio, que se encontraba en la isla.
La acompañaba su prima Vanessa. De rodillas ante el último banco, Erin rezaba en silencio. Rezaba por la vuelta feliz a casa de Bastien. Vanessa estaba también arrodillada a su lado. En su fuero interno, la muchacha sabía que Bastien no volvería nunca a casa.
-Me cuesta trabajo creer que ese hombre vaya a volver-le decía Vanessa en el interior de la Iglesia-A lo mejor, nunca más vuelve. A lo mejor, ha rehecho su vida lejos de aquí.
-Bastien volverá-afirmaba Erin.
-Eso no lo sabes.
Erin era oriunda de Liverpool y siempre había destacado por su llamativa belleza, lo cual la hacía muy deseada entre los hombres. Sus ojos eran de color negro y de mirada brillante. Lo más llamativo en ella era su color de pelo. Poseía una larga melena rojiza, pero con matices de color dorado. Erin era una joven con mucho carácter y bastante impulsiva, lo que le había causado más de un problema desde que vivía con sus tíos.
Pero la marcha de Bastien había templado su carácter.
Una tarde, a petición de Vanessa, Erin accedió a dar un paseo con ella por la playa. Los ojos de la joven estaban llenos de lágrimas al posarlos sobre el mar.
-Confío en Bastien-le aseguró a su prima-Sé que volverá. Me lo ha jurado. No es ningún mentiroso.
-¿En serio piensas que va a volver?-inquirió Vanessa.
-Es mucho tiempo el que llevo sin tener noticias suyas. Pero pienso que volverá.
Se detuvieron. Se quedaron mirando al horizonte. No había nadie en la playa aquella tarde. Densos nubarrones cubrían el cielo. Es una mala señal, pensó Vanessa.
-Me gustaría ser tan optimista como lo eres tú-admitió la chica.
-Entonces, tienes que pensar que Bastien volverá por mí-insistió Erin.
Le cogió la mano a Vanessa. La muchacha se dio cuenta de que su prima estaba temblando.
-Será mejor que volvamos a casa-le sugirió-Hace frío. Y parece que va a llover.
Erin miraba fijamente al horizonte y Vanessa se preguntó si el amor que su prima sentía por Bastien era bueno. Erin parecía amar de un modo que se le antojaba obsesivo. Tenía una fe ciega en Bastien. Se había puesto así misma una venda en los ojos. No quería reconocer que Bastien no era perfecto. No la amaba tanto como le había jurado. Las correrías de Bruce eran sonadas. No sólo en la isla de Saint Patrick. No...También eran sonadas en la isla de Man.
Vanessa tiró suavemente de la mano de Erin para apartarla de la playa.
-Vas a coger frío-le dijo suavemente.
Erin se dejó hacer y siguió a Vanessa dócilmente hasta llegar al castillo.
Erin y Bastien se habían limitado a besarse. Pero Erin no se había entregado a él. Le había dicho que quería esperar hasta que estuvieran casados. Por lo menos, Bastien se había comportado de un modo honorable al respetar la virginidad de Erin.
La joven pasaba muchas horas sentada en el sillón del salón. Bordaba lo que iba a ser su ajuar de bodas.
-Tengo que bordar la sábana-le decía a su tía-Será la sábana que cubrirá el lecho nupcial. Quiero tenerla preparada para cuando Bastien regrese. ¡Y él volverá pronto! Lo presiento. ¡Vendrá! ¡Y nos casaremos!
Su tía Lucille sentía deseos de echarse a llorar. Ella pasaba muchas horas al lado de Erin. Le leía en voz alta. Su hija Vanessa se unía a ellas. Le contaba a Erin los últimos cotilleos que le habían contado sus amigas. Pero la joven parecía no reaccionar. Sólo sabía hablar de Bastien. Y de la boda que se celebraría. Su boda...
Había bordado innumerables pañuelos. Manteles...Sábanas...
Erin era toda una belleza. Su tía estaba muy preocupada por ella. La joven parecía querer vivir encerrada en el castillo. Guardaba como oro en paño cada uno de los besos que Bastien le había dado. Decía que quería esperarle.
-Él va a volver-afirmaba.
Sus tíos estaban muy preocupados por la salud de Erin. A menudo, creían que la joven acabaría volviéndose loca.
No sabían si debían de hablarle de las fechorías que había cometido Bastien.
Conocían demasiado bien a Erin. Sabían que no darían crédito a sus palabras. Sólo creía en lo que Bastien le decía. Le escribía largas cartas de amor. Cartas que no tendrían nunca una contestación.
Un día, cuando Lucille regresaba de hacer unas compras en la isla de Man, la abordó en el embarcadero la señora Williams, la madre de Bastien.
-¿Qué ocurre?-le preguntó Lucille.
-Tienes que saber una cosa-respondió la señora Williams-Se trata de Bastien. Ya tenemos noticias de él. Y...No son nada buenas.
La mujer se retorcía las manos con nerviosismo. Pensaba en Erin. Le habría gustado tenerla como nuera. Le parecía la mujer ideal para el disoluto Bastien. Erin era hermosa. Era inteligente. Era fuerte. Sin embargo, la señora Williams conocía demasiado bien a su hijo mayor y le parecía un milagro que no le hubiera arrebatado la virginidad a Erin. La joven quería llegar virgen al Altar. Al menos, Bastien se había comportado de un modo honorable con ella. En aquel sentido...
-¿Qué ha ocurrido?-se inquietó Lucille.
-Hemos recibido noticias de Bastien-atacó la señora Williams.
-¿Va a volver a Saint Patrick?
-No...
La señora Williams recordó el día en el que vio a Bastien besándose apasionadamente con Erin sentados en la arena de la playa. Le reprochó allí mismo su conducta.
-¿Te parece bonito lo que estás haciendo?-le increpó.
-Ya soy lo suficientemente mayorcito como para que tú vengas a darme órdenes-le espetó Bastien-Hago lo que quiero con mi vida, madre.
Bastien había tenido una vida demasiado fácil. Siempre lo había tenido todo. La señora Williams se preguntó así misma en qué habían fallado su marido y ella en la educación de su hijo mayor.
Una noche, Erin se despertó en mitad de la noche dando gritos. Tenía la sensación de que se estaba ahogando. Su tía Lucille irrumpió en su habitación.
-¿Qué te pasa, Erin?-le preguntó-¿Qué tienes?
Erin rompió a llorar. Había soñado con Bastien.
-Bastien...-susurró la joven.
-No llores-le pidió Lucille-Intenta dormir un rato.
A la tarde siguiente, prácticamente a rastras, Vanessa logró sacar a Erin de su encierro. El hijo pequeño de sus vecinos, los Johnson, daba un concierto casero de piano. El niño tenía doce años. Pero iba camino de convertirse en todo un virtuoso del piano. Erin lo pasó mal durante el rato que Vanessa y ella estuvieron en casa de los Johnson. No disfrutó nada del concierto. En lo único en lo que podía pensar era en Bastien. En el sueño que había tenido relacionado con él.
-No estás prestando atención-observó Vanessa-A ti te gusta la música.
-Soy un desastre tocando el piano-le recordó Erin-No entiendo el porqué he venido.
-Para acompañarme. Porque tienes que salir. No puedes pasarte todo el día encerrada en tu habitación, prima.
En aquel momento, Stephen se acercó a ellas. Se alegró de ver a Erin. Pero se alegró aún más de ver a Vanessa.
-¡Erin!-exclamó-¡Qué agradable sorpresa! Veo que Vanessa te ha convencido de que debes de salir a la calle.
Stephen se sentó al lado de las dos jóvenes. Le dedicó una sonrisa cómplice a Vanessa.
-Vas vestida de negro-observó.
-Te confieso que me cansa vestir todo el día de blanco o de colores claros-le confió Vanessa-Además, el ambiente que se respira en casa es parecido al de un funeral. Erin se pasa todo el día llorando por Bastien.
La aludida pensó que Vanessa se estaba refiriendo a ella. Se puso tensa. Se había arrepentido hacía ya un buen rato de haber acompañado a su prima a la casa de los Johnson. Se puso de pie de un salto. Salió con paso apresurado del salón.
-Me voy-anunció-No puedo seguir aquí por más tiempo.
-¡Prima!-exclamó Vanessa, poniéndose también de pie de un salto-¡Espérame! ¡Voy contigo!
Es imposible mi niña.
ResponderEliminarCon tantos relatos a la vez no puedo seguir tu ritmo.
¿No seria mejor terminar primero de subir uno para empezar con otro? Ir terminando historias para empezar nuevas? Creo que seria lo mejor para ti y bueno... quizas para tus seguidores. A lo mejor no se sentirían tan perdidos como yo.
Solo es mi consejo
Besines
Hola Laura, buenas tardes,
ResponderEliminaruna trama muy romántica,
con una sola lectura se puede apreciar que los valores que se tratan en ésta historia, no son los de hoy en día, todo se ha perdido =(
Le has dado un buen comienzo,
volveré pronto.
Te deseo una gran tarde
un cálido abrazo