martes, 17 de julio de 2012

PLEAMAR/CRUEL DESTINO 37

Las noticias procedentes desde España llegaban con cierto retraso a Truro. Mariano José de Larra, uno de los escritores favoritos de María, se quitó la vida en febrero. Pero la noticia no llegó a Truro hasta abril.
Don Enrique devoraba los periódicos españoles a los que estaba suscrito.
Quería saber cómo iba avanzando la guerra en España. Se enteró de la batalla de Oriamendi antes de que el periódico llegara a su casa. La Legión Auxiliar Británica había ayudado en aquella ocasión a las tropas isabelinas en su batalla contra el Ejército Carlista.
Por lo visto, las tropas isabelinas iban avanzando poco a poco. Pero también se sabía que los carlistas resistían.
Se tuvo conocimiento del decreto de desamortización de Mendizábal, Presidente del Gobierno. Las propiedades de la Iglesia pasaron a manos de la Nación y fueron sacadas a subasta de forma pública.
La guerra duraba cuatro años. El país se estaba quedando poco a poco en la ruina. Había que recaudar dinero para evitar un desastre.
En el mes de junio, moría el Rey Guillermo IV.
La noticia corrió como la pólvora por Truro. La cocinera se lo contó a Queta. La joven estaba de rodillas, fregando el suelo.
-No es mi Rey-afirmó Queta.
-Deberías de preocuparte, niña-le reprochó la cocinera-Vives en este país. Deberías de mostrar un poco de compasión.
-Mi Rey murió hace cuatro años. Ni siquiera sé quién gobierna en mi país. Que es España.
-Subirá al trono su sobrina Victoria.
-¿Y a mí qué me cuentas?
-¡No hay quién hable contigo!
La vida de Queta no había cambiado desde que llegó a Londres. Se contentaba pensando que las hijas de sus señores se quedarían solteras. Pero la idea de que ocurriera un escándalo la angustiaba. Porque odiaba los escándalos. Y uno la podría salpicar. Y...
La vida de Queta consistía en fregar suelos. En coser los vestidos de las hijas de sus señores. En limpiar el polvo. En lavar la ropa.
El Rey Guillermo había fallecido en el Castillo de Windsor, en la ciudad del mismo nombre, en el condado de Berkshire. Fue enterrado en la Capilla de San Jorge, situada en el mismo Castillo.
Al enterarse, doña Hilda se puso a rezar el rosario.
-¡Qué Dios le guíe!-afirmó-¡Y que no vaya al Infierno!
-¿Por qué va a ir el Rey al Infierno, madre?-inquirió Sara.
-Ponte de rodillas y reza. Era protestante. No era como nosotros.
Sara se limitó a obedecer. Le hacía gracia el ver a su madre rezar por el alma de un Rey protestante. Doña Hilda cogió su rosario. Rezaba mientras sus dedos se movían por las cuentas de nácar. Sara movió los labios. Pensó que Londres estaría animado. La sobrina del recién fallecido monarca, Victoria, sería coronada Reina. Y Victoria era joven.
¡Oh, cómo deseaba estar en Londres! Podría ver a Darko con más facilidad. Debía de comentárselo a sus padres. Éstos no se opondrían.
Aquella noche, Sara se cepilló su largo cabello de color azabache ante el espejo. Sus ojos tenían un brillo travieso. ¡Estaba a punto de ver de nuevo a Darko!

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