martes, 3 de julio de 2012

CRUEL DESTINO

               Se estaba comportando como un adolescente.
               Lo supo desde el momento en el que salió de la casa donde se hospedaba. Un matrimonio adinerado lo había alojado en su casa.
                Lo conocían de haber leído noticias suyas en los periódicos. Podían presumir ante sus amistades de tener hospedado en su casa a un conde. Sobre todo, a un conde como él. A pesar de haberse casado con una criada. A pesar de haber dado cobijo a su prima díscola. A pesar de todo...Lord Robert seguía siendo respetado en todas partes.
             Salió de aquella casa. Necesitaba estar solo. Respiró hondo.
             Tenía la sensación de que se iba a volver loco. Acababa de leer la carta que le había escrito Emma.
             Su prima le pedía que no renunciara al amor. En el fondo, tenía razón. Nadie debía vivir sin amor.
             Pero Robert ya había estado enamorado. Y Paula le había roto el corazón. Se lo habían advertido.
             Paula nunca estuvo enamorada de él. Lo único que quería era convertirse en la condesa de Maredudd. Nunca fue aceptada por la aristocracia.
              Le seguía doliendo la muerte de su mujer. Pero le dolía aún más su traición. El haberlo engañado.
              Lord Robert Caernafon estaba paseando ante la fachada de la casa de los Wynthrop.
-¿Qué estoy haciendo?-se preguntó.
               Podía sentir el perfume de las rosas del jardín de los Wynthrop. Se detuvo delante de la verja. Escrudiñó en su interior.
              Se odiaba así mismo por lo que estaba haciendo. Porque se había obsesionado con ella. ¿Por qué había tenido que posar sus ojos en aquella joven?
            Sarah, paladeó su nombre. Sarah...Sarah...
           La hermana de Mary...



           Robert se detuvo en aquel pensamiento. Sarah era la hermana de Mary. La joven a la que él estaba cortejando. La joven que quería convertir en su esposa. Su familia aprobaba a Mary. Pero jamás aprobaría a Sarah.
             Estaba portándose de una manera irresponsable. Otra vez.
            Pero no podía evitarlo. Necesitaba ver a Sarah. Era una locura. Apenas había hablado un par de veces con ella.
           Como la otra vez, pensó. Veo una cara bonita y me pierdo. Pero he de hacer bien las cosas. No puedo cometer otra locura. Ya no soy un chiquillo. Tengo un deber que cumplir. He de ser responsable.
            La puerta de la casa de los Wynthrop se abrió. Y salió ella. Sarah...
           Robert contuvo el aliento al verla. ¿Cuándo fue la última vez que sintió su corazón latir más deprisa que nunca? ¿Cuándo fue la última vez que notó cómo bullía la sangre en su interior? Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido a eso. Y aquel temblor que sentía en las piernas se lo provocaba ella. Sarah...
            Tuvo la sensación de que estaba viendo a un ángel. Porque Sarah era un ángel que había caído del Cielo. A pesar de que el día estaba nublado, a pesar de las nubes grises que cubrían el cielo, Robert pensó que había salido el Sol.
            Sarah estaba radiante. Su sonrisa iluminaba el jardín. Lo hacía más brillante y más lleno de vida.
             ¿Cómo podía tener aquella sonrisa tan deslumbrante? ¿Cómo podían brillar sus ojos como brillaban? Llevaba suelto su largo cabello negro. Algunos mechones de pelo se le venían a la cara y ella se los apartaba. Llevaba puesto un vestido de color gris, acorde con su condición de solterona.
             Robert se despertaba cada noche empapado en sudor. Sentía en sus labios el sabor de los besos que le daba Sarah en sueños. Sentía en su piel las caricias de los labios de Sarah. Las caricias de sus manos...
            Se odiaba así mismo por soñar con tener entre sus brazos a la hermana menor de Mary.
             No podía seguir así. No podía seguir cortejando a Mary y deseando a Sarah. Estaba siendo terriblemente injusto con Mary. No se lo merecía. Era demasiado buena. No podía seguir haciéndole daño.
           Era un cobarde. No se sentía capaz de ser sincero con Mary. Ni se sentía capaz de abrirle su corazón a Sarah.

            Sarah no oyó a Robert alejarse. Ni siquiera le vio ante la fachada de su casa.
           Se sentó en el suelo del jardín. Le latía muy deprisa el corazón.
           Aquella mañana, sus hermanas le dijeron que tenían una sorpresa preparada para ella.
-¿Una sorpresa?-se asombró Sarah-¿Para mí?
          Mister Wynthrop había salido. Tardaría en regresar. Había ido a visitar a un amigo que se encontraba enfermo. Uno de los pocos amigos que tenía. Mistress Wynthrop también había salido. Había ido a visitar a una amiga suya. Una de las pocas amigas que tenía. No sabía cuándo regresaría. Esperaba llegar antes de la hora de la cena.
-No tardaré mucho en volver-le dijo a sus hijas-Vuestro padre tardará un poco más. No sé qué planes tendréis para esta tarde.
-Saldremos a dar un paseo, madre-le comentó Mary.
-No os entretengáis demasiado. Se hace de noche. Y no me gusta que salgáis solas. Me preocupo por vosotras.
-Nadie nos va a hacer daño, madre-le aseguró Katherine.
-Aún así, tengo miedo. Me alegra ver que habéis hecho las paces. Las hermanas deben de estar juntas. Y no deben de pelearse.
            Mistress Wynthrop salió de casa. Entonces, Mary y Katherine fueron corriendo a asomarse por la ventana del salón.
-¿Qué estáis haciendo?-les preguntó Sarah.
-Madre se ha subido al carruaje-respondió Mary.
             El carruaje era de alquiler. Se alejó de la casa de los Wynthrop.
-Ya se ha ido-dijo Katherine.
            Sarah vio que sus hermanas estaban muy raras. Se preguntó si estaban tramando algo. La miraban de un modo muy raro. Entonces, Mary y Katherine le dijeron que iban a salir. Que tenían que hacer unas cuantas cosas.
-Date un paseo por el jardín-la exhortó Katherine.
            No se le permitió a Sarah hacer preguntas. Mary y Katherine casi salieron corriendo de la casa. Erika estaba limpiando los muebles del salón. Una de las criadas la estaba ayudando.
             ¿Qué estarán tramando?, se preguntó. Pero ella tampoco podía preguntar. Sólo podía hacer tres cosas.
             Ver. Oír. Y callar.
             Sarah decidió salir a dar un paseo por el jardín. La curiosidad la estaba matando. Quería saber lo que sus hermanas estaban tramando. Hacía varios días que no veía a Darko.
            Está en Llangefni, pensó Sarah.
           ¿Siempre será así?, se preguntó. ¿Estarían días enteros sin verse porque él tenía que viajar constantemente a Londres?
            Al cabo de unos tres cuartos de hora, un carruaje se detuvo delante de la verja.
           Sarah pensó que era su madre y fue corriendo. Se preguntó si debía de decirle que Mary y Katherine habían salido. Entonces, vio descender del carruaje a tres personas. Dos mujeres y un hombre...
            Sarah, con el corazón latiéndole a gran velocidad, abrió la verja. Reconocía a las dos mujeres que habían descendido del carruaje. Eran Mary y Katherine, que le estaban sonriendo con picardía. Y también reconocía al hombre que había bajado del carruaje con ellas. ¡Era Darko!



-Estoy aquí de nuevo, mi querida Sarah-le sonrió él.
-¡Darko!-chilló Sarah, llena de alegría.
             Se abrazó a él y lo besó con fuerza en la boca.
-¡Estás aquí!-gritó.
            Sarah reía y lloraba a la vez. Se apartó unos centímetros de él y sus ojos bebieron de su figura. Miró con agradecimiento a sus hermanas. Habían sido ellas las que le habían traído a Darko. Se acercó a sus hermanas y las abrazó con fuerza.
-Tienes las hermanas más persuasivas del mundo-observó Darko risueño.
             Sarah asintió llena de emoción.
-Tengo algo más que eso-afirmó-Tengo las mejores hermanas del mundo.
           Se acercó de nuevo a Darko. Había regresado a Truro antes de lo previsto. Y todo era porque necesitaba ver de nuevo a Sarah. La besó en la frente.
-Apenas he podido hospedarme en la posada-le contó-Cuando aparecieron estas dos beldades. A la rubia la reconocí en el acto. Pero no supe quién era la pelirroja.
-¿Dos beldades?-se sorprendió Sarah.
-Creo que se refiere a Cathy y a mí-le explicó Mary.
-Os parecéis mucho en la cara-observó Darko.
            Sara tenía ganas de ponerse a dar saltos de alegría.
           Quería subirse a lo alto del campanario de la Iglesia de Saint Cygar y gritar a los cuatro vientos que estaba enamorada de aquel hombre. Darko la amaba. ¡Eso ya ni se dudaba!
             Darko se preguntó si era digno del amor de Sarah.
             No podía olvidar que ella era una dama. Y que él era el dueño de uno de los clubs más depravados de todo Llangefni. ¿Cómo podía pensar en introducir a la cándida Sarah en aquel mundo? Marchitaría su pureza. No se atrevía a hacerla suya. Había abandonado del todo la idea de poseerla. Sarah era como una rosa. Si la cortaba, se marchitaría. Y moriría. No quería eso para Sarah. No...Cuando...Se había enamorado de ella.
              Sarah, de momento, le decía que eso no le importaba. Pero acabará importándote a medida que vaya pasando el tiempo, pensó Darko lleno de pesar.
-Lo único que quiero es que estemos siempre juntos-afirmó Sarah-Y, ahora, estamos juntos de nuevo. ¡Mi amor...!

2 comentarios:

  1. Que conflito tiendo don Roberto ¿enamorado de sara? y bueno sara se empeña en seguir a Darko, bueno interesante. Espero para ver que pasará
    besos

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  2. De momento, todo está bien. Pero es sólo la calma que antecede a la tormenta. Lo más gordo está por llegar.
    Te invito a que la sigas leyendo. Y tus comentarios me animan a seguir con la historia de Sara.
    Un abrazo enorme, Anna.

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