Hola a todos.
Ya sé que me había hecho el firme propósito de no publicar nada en ninguno de mis blogs hasta enero.
Sin embargo, no puedo estarme quieta.
Aquí os dejo un nuevo fragmento de Segundas oportunidades.
Seguimos viendo cómo va avanzando la relación entre Jonathan y Margaret. ¿Rehará su vida Jonathan al lado de Margaret? ¿U ocurrirá algo imprevisto?
¡Todo os puede pasar!
Deseo de corazón que esteis disfrutando de unos días llenos de paz y de alegría al lado de vuestros seres queridos.
Ya sé que me había hecho el firme propósito de no publicar nada en ninguno de mis blogs hasta enero.
Sin embargo, no puedo estarme quieta.
Aquí os dejo un nuevo fragmento de Segundas oportunidades.
Seguimos viendo cómo va avanzando la relación entre Jonathan y Margaret. ¿Rehará su vida Jonathan al lado de Margaret? ¿U ocurrirá algo imprevisto?
¡Todo os puede pasar!
Deseo de corazón que esteis disfrutando de unos días llenos de paz y de alegría al lado de vuestros seres queridos.
-¿No tiene una carta buena?-le preguntó Margaret a Jonathan.
-Me temo que voy a tener que pasar-respondió el joven.
-Sospecho que no está acostumbrado a jugar a las cartas. Pero yo le puedo enseñar.
Jonathan había accedido a jugar una partida de naipes con Margaret. La compañía de aquella joven le era muy grata. De hecho, se estaba acostumbrando a estar con ella. Habían pasado toda la mañana hablando. El saber que Margaret era apenas dos años menor que él le hacía pensar a Jonathan que poseía una madurez que no encontraría entre ninguna debutante. Había averiguado, gracias a Margaret, que su familia era más bien modesta, ya que el padre de Margaret era un sencillo vicario que había pasado toda su vida trabajando.
-¿Ha jugado a los naipes?-quiso saber Jonathan.
-Antes, jugaba con mi hermana Lucy-contestó Margaret-Una amiga suya le enseñó. Nuestro padre decía que eso era vicio. Pero nos dejaba jugar.
-Usted tuvo suerte. Tuvo una hermana. Yo soy hijo único.
El origen de Margaret no le importaba mucho. Siendo sincero, Jonathan creía que la joven le rechazaría si le contaba la verdad. Había ensayado mentalmente aquel momento con Abby en numerosas ocasiones.
Jonathan se fijó mucho en Margaret. Por la mañana, cuando habían salido a pasear, se había percatado de que caminaba muy deprisa. Igual que Abby...No encajaba con la imagen de solterona que él había elaborado en su mente con otras mujeres. Con conocidas de su madre...Y volvió a pensar en su verdadera madre. ¿Se habría casado? ¿Dónde estaría? Apartó aquellos pensamientos de su mente. Miró las cartas que sujetaba.
Margaret era muy buena jugando a los naipes. Estaba encantada de poder enseñarle a jugar. Jonathan lo agradecía. Los juegos de mesa nunca habían sido su fuerte.
Margaret era muy buena jugando a los naipes. Estaba encantada de poder enseñarle a jugar. Jonathan lo agradecía. Los juegos de mesa nunca habían sido su fuerte.
Comparaba mentalmente a Abby con Margaret y también comparaba a Margaret con Edith. No se parecían en nada. Edith era una joven que debía de medir un metro y cincuenta y cinco centímetros. En cambio, Margaret era mucho más alta que su prima. Vestía de manera muy severa. El vestido que llevaba puesto de color oscuro no le sentaba nada bien.
-Ya he conseguido ganar otra baza-sonrió Margaret.
-Y yo me temo que he vuelto a perder-se lamentó Jonathan.
-¿Su padre no jugaba nunca a las cartas, señor Lennon?
-Mi padre no creo que jugara a las cartas en casa. Sí recuerdo que viajaba mucho a Londres. Supongo que iría a Clubs de caballeros. Nunca he ido a un club de caballeros. Puede reírse lo que quiera de mí.
-¡Es usted digno de ser estudiado, señor Lennon!
-No se lo imagina.
-¿Y por qué nunca asiste a un club? Mi hermana me cuenta que mi cuñado se pasa el día en el club. Viéndolo así. Quizás, sea lo mejor. Pero no quiero aburrirle con mis cosas.
-No me aburre en absoluto. Hableme de su hermana. Se nota que la quiere mucho.
-Lucy y yo siempre hemos estado muy unidas. Desde que se casó, no hay ni un solo día en el que no la eche de menos. Compartíamos habitación. Nuestra casa en Manchester no es muy grande. Pero es muy acogedora. ¡Tiene que venir a vernos algún día! Manchester tiene muchos defectos, como el humo de sus fábricas. Pero la gente...¡Es encantadora! Mi madre tenía de su familia una casita en el campo. Lucy y yo íbamos mucho allí cuando éramos pequeñas. ¡Cómo disfrutábamos subiéndonos a los árboles! Leíamos libros subida en las ramas más altas de los árboles. Nos escondíamos entre las hojas para leer. Nuestra madre decía que parecíamos monos. Fue la época más feliz de mi vida mi niñez. Se lo puedo asegurar.
-No me cabe la menor duda.
-No me aburre en absoluto. Hableme de su hermana. Se nota que la quiere mucho.
-Lucy y yo siempre hemos estado muy unidas. Desde que se casó, no hay ni un solo día en el que no la eche de menos. Compartíamos habitación. Nuestra casa en Manchester no es muy grande. Pero es muy acogedora. ¡Tiene que venir a vernos algún día! Manchester tiene muchos defectos, como el humo de sus fábricas. Pero la gente...¡Es encantadora! Mi madre tenía de su familia una casita en el campo. Lucy y yo íbamos mucho allí cuando éramos pequeñas. ¡Cómo disfrutábamos subiéndonos a los árboles! Leíamos libros subida en las ramas más altas de los árboles. Nos escondíamos entre las hojas para leer. Nuestra madre decía que parecíamos monos. Fue la época más feliz de mi vida mi niñez. Se lo puedo asegurar.
-No me cabe la menor duda.
Margaret le dedicó una sonrisa abierta a Jonathan. No estaban solos en el salón. Tía Phoebe estaba sentada en la mesa escribiéndole una carta a una amiga.
-La clase de hombre que andas buscando existe, querida-intervino la mujer.
Margaret sintió cómo una ola de calor la atravesaba.
-¿Y qué clase de hombre anda buscando, señorita?-quiso saber Jonathan.
Margaret empezó a barajar las cartas.
-Busco un hombre que sea serio-contestó-Que no sea un libertino.
Jonathan pensó que él no era ningún libertino. Le parecía ridículo el haber estado sólo con una mujer en su vida.
-No soy la clase de hombre que va por el mundo seduciendo mujeres-se sinceró Jonathan-O forzando mujeres.
-Por desgracia, existen hombres así-admitió Margaret. Empezó a repartir cartas-No admiten que una mujer les rechace. O que no quieran que las seduzcan. Prefieren ser decentes. Yo respeto a esas mujeres. Pero ellos...Deciden que las van a tomar. Aunque sea por la fuerza. No les importa que, después, las dejen con una vida destrozada. ¿Sabe qué es lo peor? En ocasiones, esas mujeres quedan embarazadas de sus violadores. Esos niños no los quieren sus madres porque son el fruto de algo horrible. Sabe Dios lo que puede hacer una mujer en esos momentos. No quiero verme en esa situación.
-Entiendo lo que quiere decir. El hombre que fuerza a una mujer deja de ser hombre. Y se convierte en un hijo de puta.
-Tiene razón.
-No hablemos de eso-intervino tía Phoebe-Me pone enferma. Cambiad de tema. Hablad de cosas bonitas. Edith está a punto de llegar.
Margaret decidió hacerle caso a su tía. No se fijó en Jonathan.
El joven se había puesto blanco. Le temblaban las manos al coger las cartas.
Edith había ido a visitar a una amiga suya. Vivía en la vecina isla de Sheep.
Había salido hacía dos horas acompañada por su dama de compañía. El reloj de la sala de estar de pie dio las cuatro y media. En aquel momento, alguien golpeó la puerta. El mayordomo acudió a ver quién era. Abrió la puerta. Entraron Edith y su dama de compañía. Edith venía contenta de visitar a su amiga.
Jonathan estaba mirando fijamente a Margaret. Le gustaba mucho su espeso cabello de color castaño con algunos matices claros. Sus ojos de color azul le miraban fijamente. Sus mejillas eran sonrosadas. Sus labios eran de trazado carnoso. Y emanaba una seguridad en sí misma que le recordaba demasiado a Abby. No es Abby, pensó Jonathan.
La voz de Edith le sacó de su ensoñación. Entró en el salón.
-Hola, mamá-saludó contenta.
-Has llegado a la hora que has dicho que ibas a llegar-observó tía Phoebe.
-Ya sabes que no me gusta preocuparte. Me he divertido mucho. Hemos estado en casa de Penélope Wingfield. ¡Esa mujer es fascinante! Ha estado en Edimburgo.
Tía Phoebe frunció el ceño. Penélope Wingfield era la mujer del primo de un duque. Los dos se habían ido a vivir a la isla de Sheep nada más casarse. En realidad, Penélope tendría que haberse casado con el duque. Pero lo abandonó para escaparse con su primo a Gretna Green.
-Está muy enamorada de su marido-afirmó Edith-¡Yo también quiero vivir un amor como el que está viviendo ella!
Margaret le dedicó una sonrisa a su prima. Le gustaba verla de buen humor. Edith era romántica, como lo podía ser cualquier chica de diecisiete años.
El rostro de Edith reflejaba la alegría de haber visitado a su amiga y de haber disfrutado de la compañía de una mujer tan interesante como Penélope Wingfield.
-¿Conoces al señor Wingfield?-quiso saber Margaret.
-Aún no me lo ha presentado-contestó Edith.
Se percató de que su prima estaba con Jonathan. Se acercó a saludarle dándole un beso en la mejilla. Contempló con alegría que los dos estaban entretenidos jugando a las cartas. Habían pasado todo el día juntos. Les había acompañado en su paseo aquella misma mañana. Para sus adentros, Jonathan y Margaret hacían una hermosa pareja. Jonathan era un poco más alto que Margaret.
-Yo conocía a un joven apellidado Wingfield cuyo primo era el hijo de un duque-recordó Jonathan-Se llamaba Frederick.
-¡Frederick!-se asombró Edith-¡Así se llama el marido de Penélope Wingfield! ¿Cómo lo sabes?
-Frederick y yo éramos amigos en la niñez. Sus padres estuvieron viviendo en Chedworth.
-Espera que haga memoria. Conozco a gente allí, de cuando iba a visitarte.
Edith buscó una silla y se sentó junto a Jonathan mientras intentaba hacer memoria.
-Nunca he estado en Chedworth-se lamentó Margaret.
-Puede venirse conmigo cuando regrese-le ofreció Jonathan-Yo, con mucho gusto, le enseñaría mi pueblo.
Uy adoro esta historia, me alegro que te gustara mi regalo y te deseo un genial año te me cuidas mucho
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