Lo prometido es deuda.
Aquí os traigo la carta con la que participo en el reto número 2 que organizan los chicos del blog "Acompáñame" para celebrar San Valentín.
Es una carta bastante larga escrita por un personaje ficticio llamado Rose. Una historia llena de amor y de tristeza dirigida a un amado que ya no volverá. En la carta se hace mención a la Segunda Guerra Bóer.
Espero no aburriros con ella.
Es ésta:
La historia de la bonita y delicada Rose…
La historia
de un amor truncado por la fatalidad…Rose amaba a Alexander. Lo esperó durante
mucho tiempo.
Rose Doyle
vivió rodeada de un aura trágica. Hubo quién pensó que debió de haber muerto en
el momento de su nacimiento. Era su sino. Una muerte trágica y prematura…
Una joven que se enamoró a
finales del siglo XIX. Una joven que se entregó en cuerpo y alma al hombre de
su vida. Un hombre que tuvo que irse. Al que nunca dejó de esperar. Un hombre
que no regresaría nunca. Rose se aferró a su recuerdo como una tabla de
salvación. Incluso, cuando la desgracia la golpeó. Ésta es su carta contándonos
su vida.
1 DE FEBRERO
Mi querido
Alex:
En estos
momentos, me acuerdo más de ti.
Sabes quién
soy.
Soy Rose Doyle.
La misma Rose Doyle que lleva mucho tiempo esperándote. La misma Rose Doyle
cuyo mayor anhelo es volver a verte. Ya falta menos para que estemos otra vez
juntos, mi querido Alex.
-El jardín está bonito hoy-me dice mi tía Meredith.
-Gracias por sacarme a tomar el Sol-le digo.
-Lo que te hace falta es comer más.
Guardo
silencio mientras contemplo las rosas que han florecido. Mi tía Meredith trata
de hacerme tener esperanzas.
Mi tío
John, su marido, está con nosotras. Habla de llevarme de viaje por todo el
continente. Mis padres adoptivos están también con nosotros en el jardín.
Hablan con
fingido entusiasmo de ese viaje por el continente. Yo finjo que les escucho.
-Nunca tuve la oportunidad de salir de Inglaterra-se lamenta
mi madre adoptiva.
-Tú podrías visitar París-apunta mi padre adoptivo-Te
gustará la Torre Eiffel.
No lo creo.
No veré nunca esa torre. El médico ha sido muy claro conmigo. No viviré mucho
tiempo más.
-¿Por qué no dices nada, Rose?-me pregunta mi madre
adoptiva-Siempre estás callada. Nosotros te hablamos. Y no quieres hablar con
nosotros.
-No tengo ganas de hablar-respondo.
-¿Quieres que demos un paseo en barca?-me sugiere mi tío
John-Iremos tu tía Meredith, tú y yo. Podríamos pescar algo. La cocinera nos lo
prepararía.
-No quiero pasear-contesto.
-Entonces, nos quedaremos aquí-afirma mi padre adoptivo.
Hace tiempo
que ha descuidado sus asuntos en Londres. El trabajo se le acumula en su
oficina de Scotland Yard.
Sólo vive
pendiente de lo que me pase. Vive angustiado pensando que mi tiempo se está
acabando.
-¿Por qué no regresas a Londres?-le pregunto.
-Tu tío Robert es muy eficiente-responde-Sabe hacer bien el
trabajo. Se ocupa de que las cosas sigan funcionando. No soy imprescindible,
Rose.
No quiere
dejarme sola, mi querido Alex.
Te contaré
un poco la historia de mi vida, aunque ya la conoces.
Según mi
padre adoptivo, había unos criminales se dedicaban a secuestrar a mujeres
embarazadas. Las encerraban en cuartuchos en condiciones infrahumanas hasta que
daban a luz. Después, vendían a los bebés que nacían a matrimonios ricos. Los
compraban para hacerlos pasar por hijos suyos.
Ya sabes
que mi padre adoptivo, el inspector Doyle, es un alto cargo de Scotland Yard.
Ahora, ni siquiera acude al despacho a trabajar. Lo único que hace es
permanecer a mi lado, intentando darme ánimos. Sabedor de que me estoy
consumiendo poco a poco.
En la época
en la que vine al mundo, estaba investigando una serie de robos de bebés.
Mujeres embarazadas que eran secuestradas y, más adelante, asesinadas una vez
que habían dado a luz.
Y, luego, el inspector Doyle llegó a
casa conmigo a casa en brazos. Hija de padre desconocido, había encontrado a mi
verdadera madre medio muerta en una casucha en el muelle. Mi verdadera madre,
Lorraine, había muerto. Y Julia, mi madre adoptiva, decidió que, desde ese día,
yo sería su hija.
Posiblemente,
mi madre verdadera tampoco tenía familia.
Nadie me
reclamó.
Mi
verdadera madre, como yo, estaba sola en el mundo. Desde que llegué a casa de
los Doyle, no volví a estar sola. No tuvieron hijos propios. Mi padre adoptivo
sabía lo que era estar solo desde muy pequeño.
Su madre
era una prostituta que le vendió a un deshollinador. Era apenas un niño en
aquella época. Después, se dedicó a robar carteras a los ricos que regresaban
borrachos de visitar los burdeles.
Pudo haber
terminado en la horca. Pero se decantó, al final, por hacer el bien.
Me enteré
de la verdad acerca de mis orígenes más adelante.
Tenía doce
años. Fue escuchando una conversación entre mi madre y mis tías.
En
realidad, no son mis tías. Son las mejores amigas de mi madre.
Siempre las
llamé tías. Supe, entonces, que yo no
era hija de Julia y del inspector Doyle. No hacía falta que buscara a mi
verdadera madre.
Estaba
muerta.
Mi madre
adoptiva se lamentaba de lo fea que era. Se sentía torpe muchas veces. Y
guardaba silencio cuando acudía alguien a quien casi no conocía a vernos. Yo la
admiraba porque era muy alta. Y, para mí, era la mujer más hermosa que jamás
había visto.
Siempre
seguí las normas porque era lo que se esperaba de mí. Incluso, mi madre
adoptiva también lo esperaba. Debía de ser hermosa. Debía de ser correcta.
Debía de ser educada.
-Tendrás tu presentación en sociedad-me decía mi padre
adoptivo cuando iba a mi habitación a desearme las buenas noches.
-Y estás pensando en darme una dote-bromeaba yo.
-Sería una buena idea. Gano mucho dinero, Rose.
-El dinero es algo superfluo, padre.
Ahora, le
veo llorar mientras observa cómo me voy consumiendo poco a poco.
Alex, tú me
decías que era delicada y perfecta.
Era una
belleza ante tus ojos.
Te recuerdo
como un chico alto. Tu cabello era de color negro. Y tus ojos eran enormes, de
color pardo y mirada risueña.
Tu nombre completo era Alexander
Carmichael. Eras el hijo menor de un aristócrata inglés. Tenías un hermano
mayor. Y tu hermana, también mayor que tú, acababa de casarse. Tu hermano no
tardaría mucho tiempo en contraer matrimonio. Acababas de ingresar en el
Ejército. Tenías una visión un tanto idealizada del frente. Querías pelear.
Mi madre adoptiva terminó odiando Londres. Yo
sabía que su matrimonio con mi padre adoptivo iba mal. Les oía discutir mucho.
Mi madre adoptiva quería tener un hijo, un hijo propio. Pero los niños no
llegaban. Me querían con devoción. Me quieren con devoción. Pero deseaban tener
un hijo de ellos.
Mi madre
adoptiva y yo nos fuimos a vivir a la isla de Sonning, situada en el río
Támesis a su paso por la isla del mismo nombre.
Su madre
tenía una casa allí.
Tu familia
pasaba allí los veranos.
Ahora
mismo, tengo diecinueve años. Me aferro a los recuerdos que tengo de aquellos
días. Cuando nos conocimos, mi querido Alex.
Me enamoré
de ti nada más verte. Y quiero pensar que a ti te pasó lo mismo. Te enamoraste
de mí nada más verme.
Pero no
podemos estar juntos.
Soy una
joven delgada. Mi cabello es de color rubio. Es curioso que yo sea rubia y que
mis ojos sean de color oscuro. Tú me decías que fueron mis ojos, que son
grandes, lo primero que le llamó la atención de mí. ¿Te acuerdas de ello, Alex?
Recuerdo cada una de las palabras que me dijiste. Recuerdo cada segundo que
pasé a tu lado.
Mi cara
tiene forma de óvalo. Y mis facciones son serenas.
A ti te
gustaba llenarme de besos la cara cuando nos veíamos.
Ahora, mi
piel se ha tornado pálida.
Antes de
caer del todo enferma, mi madre adoptiva insistía en sacarme a pasear. Yo me
dejaba guiar por ella. Paseábamos por la orilla del río. Tía Meredith nos
acompañaba siempre en aquellos paseos. Hablaba de la idea de llevarme una
temporada a Bath. Sin embargo, no quería alejarme de allí.
-Alexander podría regresar-les recordé una tarde.
Me
sujetaron entre las dos. Yo ya no podía ni siquiera caminar.
-Rose, cariño, sabes que eso nunca va a pasar-se lamentó mi
madre adoptiva-Alexander ya no está entre nosotros. Ha muerto.
-¡Por favor, madre, no me digas eso!-le imploré.
-Es la verdad.
-Rose, tienes que asumirlo-intervino tía Meredith-La familia
de Alex lo ha asumido. Te toca a ti hacerlo. Lo has pasado muy mal. Pero eres
una joven fuerte. Y…
-He perdido demasiadas cosas en la vida-repliqué.
He perdido
a nuestro niño, Alex. Y te he perdido a ti también.
Nos
convertimos en amantes. Sé que mi madre adoptiva se muere de pena cuando lo
recuerda.
Pero tú y
yo fuimos amantes, Alexander.
¿Acaso lo
has olvidado? Nos encontrábamos con mucha frecuencia en el mismo lugar. A la
orilla del río…
Nos veíamos
siempre de noche. Tú estabas de permiso. Pero sabías que no tardarías mucho
tiempo en volver a estar en activo. Pensaba que no tardaríamos mucho tiempo en
anunciar nuestra boda. ¡No veía la hora de estar casada contigo!
Deseaba
envejecer a tu lado. Darte un montón hijos. Mil sueños que, por desgracia,
nunca se cumplirán.
Porque tú
ya no estás.
Te has ido
para siempre, Alex.
Tuve una
infancia feliz. Hay una fotografía mía junto a mis padres adoptivos en la que
aparezco yo con dos añitos riendo feliz.
No me puedo
quejar en ese aspecto.
Fui una
niña feliz que vivía ajena a lo que era el sufrimiento. Mi padre adoptivo no
quería mencionar delante de mí los casos a los que se enfrentaba.
-Cuanto menos sepas de la vida, mejor para ti, Rose-solía
decirme.
Mis días
estaban llenos de risas. Mis padres adoptivos decían que yo les alegraba la
vida con mis travesuras.
-Aunque me rompas un jarrón-se reía mi madre adoptiva.
Por eso,
sufría al oírles discutir.
Fui a la
escuela. Acudía a un internado, pero me estaba permitido regresar a mi casa a
la hora de la merienda para cenar allí y pasar la noche. No estaba de interina.
Creo que la
idea de no verme durante meses no les gustaba nada a mis padres adoptivos.
Ellos querían tenerme a su lado.
Recibí la
educación más esmerada.
-Tienes que convertirte en toda una dama-me decían a coro
mis tías-Ser la más hermosa. Ser la más elegante.
Y eso traté
de hacer.
Me ha
subido la fiebre. Tengo mucho frío, Alex. No puedo parar de tiritar. Te llamo a
gritos, pero no vienes.
-Debes tener cuidado con los hombres-me exhortó una tarde mi
madre adoptiva mientras estábamos en el salón.
-Padre es un buen hombre, madre-le recordé.
-Antes, era demasiado apasionado, pero eso ya ha pasado a
mejor vida.
-¿Crees que yo podría encontrar un hombre que me ame a pesar
de todo, madre?
-Tu padre siempre ha dicho que eres muy afortunada. La buena
suerte que te salvó la vida cuando naciste te ha acompañado siempre, mi pequeña
Rose.
-Tía Meredith y tío John se adoran.
-Y es probable que encuentre un hombre en tu vida que sea
como tu tío o como tu padre. Yo espero que las cosas vayan a mejor entre
nosotros.
-Padre te ama, madre.
-La pasión no lo es todo en una relación, cariño.
Pero no le
hice mucho caso a mi madre adoptiva. Yo deseaba ser amada de manera
incondicional.
Era una
jovencita ingenua. Estaba llena de sueños. Cuando te conocí, sentí cómo mi
corazón iba muy deprisa. Jamás me había pasado.
Sentía que
podía pasarme las horas muertas mirándote.
Y,
entonces, ocurrió. Te habías fijado en mí. Querías verme.
Cada vez
que nos encontrábamos, al venir a hacerme una visita a casa, me besabas la mano
al saludarme.
Y me
besabas la mano a modo de despedida.
Me citaste
una tarde a la orilla del río. Acudí llena de nerviosismo a la cita.
-Hacía mucho tiempo que quería verte a solas-me confesaste
cuando llegué a tu altura.
Las piernas
me temblaban con violencia.
-Aquí estoy-te dije.
-No he dejado de pensar en ti desde hace mucho tiempo-me
confiaste-Desde que nos conocimos.
-A mí me pasa lo mismo.
-Me he enamorado de ti, Rose. ¿Existen esperanzas para
nosotros?
-Sí…Hay todas las esperanzas del mundo, Alexander. Te
quiero.
Susurraste
mi nombre con voz llena de amor.
Sentí tu
mano tocando con suavidad mi mejilla.
Y fue en
ese mismo instante en el que me diste mi primer beso de amor.
Empecé a
caer enferma un día en el que contemplaba cómo la lluvia golpeaba los cristales
de la ventana de mi habitación. Creía que vería una barca quedar varada en la
orilla. Y te vería saltar de ella a tierra. Estaba esperándote. Llevaba más de
un año esperándote, Alex. De pronto, la habitación empezó a darme vueltas. Casi
no me había dado cuenta de que un nuevo siglo había empezado meses antes.
-Debería de acostarse, señorita Rose-me dijo mi doncella.
Mis tías y
mis tíos estaban allí. Yo no podía olvidar que un año antes te habías ido a
África. Sabía que estabas peleando en la Colonia del Cabo. Tus cartas habían
dejado de llegarme de manera abrupta.
En ese
momento, en el salón de mi casa, mis padres adoptivos, mis tíos y mis tías
debatían el modo de darme la noticia de tu muerte. Tenían que haberme dado la
noticia cuando se supo lo ocurrido en Colenso. Tuvieron miedo. Callaron por mi
estado.
Ahora, no
me acabo de recuperar del todo. Mi cuerpo se sentía cada día que pasaba más y
más débil.
-¿Dónde está Alex?-le pregunté a mi doncella-¿Por qué no
regresa?
Yo no
entiendo nada de guerras, Alex. Sólo sé que tuviste que partir con tu
regimiento a África. Eran los últimos días del mes de octubre.
Había
llegado la noticia de la toma por parte de los bóers de la Colonia del Cabo y
de la Colonia de Natal. Tú estaba entusiasmado. Parecía que deseabas partir al
frente con ganas de matar a otra persona.
Estabas
realmente apuesto con tu uniforme del Ejército Británico. Me sentía orgullosa
de ti. Me prometiste regresar cargado de galones y de condecoraciones.
Me
enseñaste a besar. ¿Lo recuerdas? Yo guardo cada uno de los besos que me diste
en mi corazón. A veces, pienso que tú también te acuerdas. Que piensas a menudo
en mí. Estabas pensando en mí en el momento en el que te hirieron de muerte de
un disparo en el corazón. No querías morir. Sabías que yo te estaba esperando.
Pero te arrebataron de mi lado. La Muerte…El Ejército…Ambas cosas…
Al
principio, mi madre adoptiva me hablaba acerca de la guerra.
-Es mejor que no sepas nada-me dijo un día-Tienes que
cuidarte, Rose.
Se portó
muy bien conmigo. Ni ella ni mis tías me han dejado sola en este aciago año. He
pasado de la esperanza a la desolación. He perdido las ganas de vivir. Se
fueron cuando supe que habías muerto. ¿Qué es lo que me queda, Alex? Ya no me
queda nada por lo que vivir.
-¡Rose!-exclamó mi padre adoptivo cuando me encontró tirada
en el suelo de mi habitación-¿Qué ha pasado?
-No lo sé, inspector-contestó mi doncella, nerviosa-La
señorita Rose se ha desmayado. No vuelve en sí.
Una noche
llena de pasión me entregué a ti, Alex. Una noche feliz para mí…
Me sentí
que me había casado contigo.
-Pronto, seremos marido y mujer-me prometiste cuando acudí a
tu encuentro.
-¿Lo dices en serio?-te pregunté dichosa.
Nos
encontramos en nuestro lugar favorito para vernos. A la orilla del río
Támesis…Era una noche de Luna Llena y yo podía contemplar su brillo iluminando
tu silueta.
Te abracé
con fuerza.
-Te quiero tanto, Rose-me confesaste-Y tú también me
quieres. ¡Soy muy feliz!
En ese instante,
al separarnos, vi deseo en tus ojos.
Nos
habíamos besado muchas veces. Nos dábamos besos dulces. Pero también nos
dábamos besos cargados de pasión.
El deseo
apareció en ti aquella noche.
Me envaré
al imaginar lo que querías hacer. Te acercaste cada vez más y más a mí. Me
acunaste el rostro entre tus manos. Yo estaba temblando.
Sentí tus
manos, a continuación, posadas sobre mis hombros. Nos miramos a los ojos. Me
puse de puntillas y me acerqué a tus labios para darte un beso de amor. Tú
correspondiste a mi beso poniendo todo tu corazón en él.
Cuando nos
volvimos a besar, nos dimos un beso largo y apasionado. Sin darme apenas
cuenta, las ropas que llevábamos puestas fue desapareciendo. Las vimos en el
suelo. Mi falda…Tus pantalones…
Fuimos cayendo
al suelo hasta quedarnos de rodillas. Oíamos el susurro del río Támesis a su
paso por la isla.
Me
recostaste en el suelo con suma delicadeza. Yo sabía en qué consistía la unión
entre un hombre y una mujer. Mi tía Meredith me la explicó no hacía mucho. A mi
madre adoptiva le daba vergüenza hablarme de estas cosas.
No podíamos
dejar de acariciarnos ni de besarnos. Noté que estabas excitado. No podías
esperar. Yo estaba algo asustada. Pero te confieso que también estaba excitada.
Y me entregué a ti sin reservas.
Me besaste.
Me besaste
muchas veces.
Y llegó el
día de la despedida.
Intentamos
ser fuertes el uno delante del otro. Estábamos convencidos de que regresarías.
El Ejército
Británico obtendría una rápida victoria. Ahora, me conformo con que esta
espantosa guerra termine y los soldados regresen a casa. La victoria o la
derrota han dejado de tener importancia.
La noche
antes de tu partida, llenaste de besos cada centímetro de mi piel. Me besaste
muchas veces con ardor en la boca. En todas partes…
Yo te
abrazaba. No quería dejar de acariciarte. Mis labios también recorrieron tu
cuerpo.
No sabía
cuándo volvería a verte. Pero sí sabía que volvería a verte, mi adorado Alex.
Durante los
meses siguiente, permanecí a la espera de recibir una de tus cartas. Yo te
escribía todos los días.
No podía
dormir. Casi no comía. Pensar en ti era lo único que me daba ánimos para seguir
adelante. Me dije a mí misma que tú ibas a regresar. Te veía esquivando las
balas del Ejército enemigo. Te veía pensando en mí por las noches. Y te veía
regresar.
Me
abrazarías con fuerzas.
Me besarías
con pasión.
Dos meses
después, ocurrió algo.
Me enteré
de que estaba esperando un hijo tuyo. Fue el médico de Sonning el que me lo
confirmó.
Mi padre
adoptivo fue a buscarle, alarmado como estaba al ver que yo estaba cada vez
peor.
-Estáis furiosos conmigo-me lamenté cuando mi madre adoptiva
se quedó a solas en mi cuarto-Os he defraudado a los dos, madre.
-Lo primero que hemos de hacer es preocuparnos por tu
hijo-me tranquilizó ella-¿Puedo saber quién es el padre? ¿O debo de adivinarlo?
-Madre…Es Alex.
-Entiendo. Con la ayuda de Dios, el Ejército Británico
regresará a casa. Poco importa si gana o si pierde. Pero que regrese a casa.
Me eché a
llorar.
-Hasta que Alexander regrese, cuidaremos de los
dos-intervino mi padre adoptivo, entrando en mi habitación-Entonces, te casarás
con él y vuestro hijo tendrá un padre y un apellido.
Durante los siguientes meses, todo el
mundo cuidó de mí. Yo intentaba cuidarme por el bien de mi niño. Imaginaba que,
al menos, tendría un recuerdo tuyo. Fui feliz a medida que veía crecer mi
vientre.
Sin
embargo, desgraciadamente, el niño murió nada más nacer. Di a luz al niño dos
meses antes de lo previsto. No pudo respirar bien. Falleció al cabo de unas
horas. Decían que era un niño hermoso. Muy parecido a ti…
Yo
lo sostuve en mis brazos hasta que dejó de respirar. Derramé lágrimas de sangre
al ver cómo su vida se escapaba. Intentaba retenerle a mi lado. Pero fue
inútil. Mi niño murió sin haber tenido la posibilidad de conocer a su padre.
Sin conocerte a ti, Alex.
A
pesar de que no podía ponerme de pie, quise estar presente en su velatorio. Mi
madre adoptiva se empeñó en bautizarle. Decía que los niños debían de estar
bautizados antes de convertirse en ángeles. Mi hijo sería un ángel. Y debía de
velar por su padre.
Lo
llamé Stephen, que es un nombre que siempre me ha gustado.
Siento
cómo la vida se me va escapando poco a poco. Oigo los gritos desesperados de
mis padres adoptivos. Pero yo casi no les escucho.
Lloran
con desesperación.
-¡Sé fuerte!-me implora mi madre
adoptiva-¡Quédate con nosotros!
-¡No te la lleves todavía, Dios
mío!-reza mi padre adoptivo-¡Deja que se quede con nosotros!
-¡Rose!-grita una de mis tías.
Desde
que murió Stephen, no he vuelto a probar bocado, Alex. He perdido el único
recuerdo que me quedaba de ti. No quiero vivir sabiendo que ni Stephen ni tú
estáis a mi lado. Pero estáis ahí arriba. Esperándome.
Miro
hacia atrás y es tu recuerdo lo único que me hace sonreír.
-Mi amado Alexander…-pienso-Sólo
vivo por ti. En el momento de tu muerte, estabas pensando en mí.
Por
quién más lo siento es por mi madre adoptiva.
Desde
que mi padre adoptivo me envolvió en su gabardina para darme calor y me llevó a
su casa, siempre ha estado ahí. Ha sido mi principal apoyo.
Fue
ella quién me consoló cuando yo deseé morirme al morir nuestro bebé.
-Sé fuerte-me decía-Podrás tener
más hijos. No estás sola, Rose. Tu padre y yo estamos contigo. Tienes que comer,
cariño. No llores. A tu bebé no le gustaría verte así.
Yo
ya sabía que tú no ibas a regresar. Que habías muerto.
Mi
madre adoptiva siempre luchó por mí. Respiró aliviada cuando supo que nadie
vendría a reclamarme.
Yo
ya era una Doyle. Para ella, había llegado como una especie de regalo que le
había enviado Dios. Necesitaba amar a alguien.
¡Había
recibido tan poco amor por parte de su familia! De no ser por mi padre
adoptivo, jamás habría descubierto lo que era ser amada.
-Me enamoré de él nada más verle-me
ha contado muchas veces.
Por
eso, puede entender el dolor que yo siento. Pero quiere que viva. Me he
convertido en un esqueleto. El médico dice que mi vida se está acabando. Y yo
sólo pienso en Stephen y en ti, amor mío.
Sólo
lloro desde que me contaron que estabas muerto. Tuvieron que sincerarse
conmigo.
Tus
cartas habían dejado de llegarme. ¿Dónde estabas, Alexander?
Tu
familia no ha venido a verme. Nunca aceptaron nuestra relación. Tú eras un
miembro de la aristocracia.
¿Y
quién era yo?
-Es sólo la bastarda de alguna
furcia que ha recogido un bastardo y su esposa advenediza-solía decir tu padre
refiriéndose a mí.
Querías
casarte conmigo. A tu regreso, vendrías a pedirle mi mano de manera formal a mi
padre adoptivo.
Entonces,
anunciaríamos nuestro compromiso. Nos casaríamos.
Llegué
a escribirte contándote que estaba encinta. Te escribí hablándote de cómo
avanzaba mi embarazo. Te escribí contándote la peor de las noticias. La muerte
de nuestro hijito…
¿Llegaste
a leer esas cartas? ¿Has llegado a saber que tenemos un hijo que no vivió lo
suficiente? ¿Has llorado porque no has podido conocer a nuestro pequeño? ¿Sabes
que se llama Stephen? Te habría gustado ese nombre.
Tengo
veinte años.
Todavía
soy joven.
En
realidad, con veinte años, después de todo lo que he pasado, no se es joven.
Debí de haber muerto con mi verdadera madre. El Destino, finalmente, me ha
alcanzado.
Recuerdo
cada uno de nuestros encuentros.
Puedo
sentir todavía en mis labios el sabor de tu piel.
¿Tú
todavía sientes en tu lengua el sabor de mi piel, Alex?
Recuerdo
lo feliz que era cuando nos encontrábamos a la orilla del río. Recuerdo cada
uno de los besos que nos dimos. Lo nerviosa que me puse la primera vez que
introdujiste tu lengua en el interior de mi boca.
Querías
que te diera mi lengua.
Fue
un beso largo y apasionado. Jamás imaginé que un beso fuera así.
No
fue la primera vez que nos besamos así, amor mío. Soy feliz recordando aquellos
besos. Besos prolongados y ardientes en los que tú y yo nos fundíamos.
Era
una noche de julio. El año era 1899.
Nos
dimos toda clase de besos aquella noche. ¿Lo recuerdas?
Nos
dimos besos largos. Nos dimos besos ardientes. Nos dimos besos llenos de
ternura. Pero pusimos todo el amor que nos profesábamos en cada uno de aquellos
besos. Tú querías que yo disfrutara tanto como lo estabas haciendo. Siempre
pensaste en mí.
Llenaste
de besos cada centímetro de mi cuerpo.
Fue
mi primera vez con alguien. Te entregué mi virginidad. Y tú me entregaste tu
corazón.
Nunca
olvidaré aquella noche.
Tampoco
olvidaré las noches que siguieron en el mismo lugar. A la noche siguiente,
acudí de nuevo a la orilla del río para encontrarme contigo.
Nos
desnudamos nada más vernos.
No
podíamos dejar de besarnos mientras rodábamos por el suelo. Sentí tu boca
recorriendo mi cuello. Me besaste en los pechos muchas veces. Sentí tu lengua
en la base de mi estómago. Incluso, te vi hundir tu cara entre mis piernas.
La
pasión…
La
pasión me dejaba pensar con claridad. Sentí cómo te introducías en mi interior.
Cómo nos fundíamos en un solo ser.
Lloré
mucho cuando las noticias de la guerra llegaron hasta aquí. Tu regimiento había
sido movilizado. Viniste a verme una tarde y me lo dijiste en el salón de mi
casa. Me besaste con dulzura al tiempo que yo lloraba porque temía por ti.
-No me pasará nada, mi querida
Rose-me prometiste.
-Ten mucho cuidado, Alex-te
rogué-Vuelve.
He
empeorado.
-¿Cómo que no se puede hacer
nada?-estalla mi padre adoptivo contra el médico-¡Usted es médico! ¡Haga
algo!¡Pero no deje que mi pequeña se muera!
-He hecho todo lo que ha estado en
mi mano-contesta-Por desgracia, es ella quién no pone de su parte. No quiere
comer.
-Entonces, le daremos de comer a la
fuerza-decide mi madre adoptiva-No dejaremos que le pase nada. ¡Tiene que
vivir!
-Hay algo más.
Desde
la ventana de mi habitación, puedo contemplar cómo las hojas secas se rompen
del árbol. Caen al suelo. Están muertas.
-¡No!-grita mi madre adoptiva con
desesperación-¡Eso no es cierto!
He
sido muy feliz viviendo en esta isla pequeña y larga. Por eso, me siento muy
feliz.
-Mi madre me está esperando-le digo
a mi tía Meredith.
-Tu madre está fuera discutiendo
con el médico-me recuerda ella.
-Hablo de mi verdadera madre.
Aunque
no llegué a conocerla, siempre he sentido su presencia. Al igual que nuestro
hijito, ha sido como un ángel para mí. La he sentido a medida que iba
creciendo. Ha estado a mi lado protegiéndome con su espíritu.
No
se trata sólo de que no quiero comer. Hay algo más que me está matando por
dentro. Desde que di a luz, no he parado de sangrar. Me cortan las hemorragias
con paños blancos empapados en agua fría. Pero es una solución temporal.
Las
hemorragias reaparecen. Y son cada vez más frecuentes y más abundantes. Oigo al
médico hablar de operar. Mi madre adoptiva llora. Mi padre adoptivo se niega.
La
habitación se ha llenado de luz, Alex. ¡Es una luz tan brillante! Desprende
destellos de todos los colores. ¡Tienes que estar aquí para verla, amor mío!
Quiero decirle a todo el mundo que estoy contemplando un espectáculo
maravilloso.
Pero
la voz no me sale de la garganta. Mi madre adoptiva no para de llorar a mi
lado. Tía Meredith no quiere estar presente en el momento en el que yo me vaya.
Todos están reunidos en el salón esperando.
Y
yo sólo deseo estar contigo. Entonces, la veo. Es un ser angelical que lleva
puesta una túnica de color blanco y lleva suelto su cabello. La reconozco,
aunque no la haya visto nunca.
Es
mi verdadera madre.
-Llevamos mucho tiempo esperándote,
Rose-me dice-Alexander, vuestro hijo y yo. Ha llegado el momento.
-¿Dónde están ellos?-le pregunto.
-Están en el Paraíso.
Mi
madre adoptiva nota que pasa algo raro y me llama a gritos.
-¡No te mueras, Rose!-me
implora-¡Tienes que vivir! ¡Por favor, cariño! ¡Quédate con nosotros!
-Me están esperando-pienso.
-¡Tienes mucho por lo que vivir!-me
ruega mi padre adoptivo-Eres todavía muy joven.
-Es ya tarde-pienso.
No
escucho nada más.
Desde
donde está mi espíritu, puedo contemplar mi cuerpo, que yace sobre mi cama. Me
fijo en que una sonrisa ilumina mi cara.
Pero
el dolor me invade al contemplar a mi madre adoptiva abrazando con
desesperación mi cadáver.
-Madre…-le susurra mi espíritu al
inclinarse sobre ella-No estés triste, por favor. Voy a un sitio mucho mejor
que éste.
Donde
yo estoy ahora, siempre hace Sol. Incluso, puedo escuchar el susurro del río
Támesis a su paso por Sonning. Me siento en el suelo, en un lugar donde crece
la hierba. ¡Es como estar otra vez en casa, escuchando el susurro del río! Pero
estoy en un lugar maravilloso.
Nunca
lloverá en este Paraíso.
No
me atrevo a arrancar las flores que crecen aquí. Hay muchos querubines jugando,
flotando en el aire. Agitando sus alas.
Me
inclino sobre una florecilla silvestre. ¡Hay tantas flores y de tantos tipos
aquí! Oigo las risas de los angelitos.
¡He
podido sujetar entre mis brazos a nuestro Stephen, mi querido Alex! En ese
momento, alguien se acerca a mí por detrás. Me tapa los ojos.
Escucho
la risita de mi pequeño mientras aparto esas manos de mí y me giro. Entonces,
te veo. ¡Estás de nuevo a mi lado, amor mío! ¡Eres tú, mi amado Alexander! ¡Tú!
Tú…
Esbozas
la sonrisa más radiante que jamás he visto.
-Hacía mucho tiempo que te
esperaba, mi adorada Rose-me dijiste-Seremos una familia. Stephen…Tú…Yo…¡Nadie
nos separará!
Tengo
ganas de reír. No puedo llorar. Nadie llora aquí.
La
dicha en el Paraíso es eterna. Me lo han dicho. Nadie está triste en El
Paraíso.
Pero
sigo sin creerme que esté de nuevo a tu lado, Alex. Tengo la sensación de que
se trata de uno de mis delirios. Aunque mi cuerpo y mi espíritu se hayan
separado. Aunque mi cuerpo esté en un ataúd bajo la tierra y mi espíritu esté
en este lugar. Es real lo que estoy viviendo.
Lleno
de besos tu cara. Y nos fundimos en un largo y apasionado beso.
Tú
y yo…
Nos
hemos vuelto a encontrar. Aunque sea en esta vida. La que se conoce como La
Otra Vida.
Estaremos
juntos toda La Eternidad.
Junto
con Stephen…Siempre juntos los tres…
FIN
Hola Laura.
ResponderEliminarPedazo carta te has marcado.
Ole, ole y ole :)
Gracias por tu participación en el reto.
Abrazos.
Uy que linda. carta te quedo genial te mando un beso
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