Hoy, me gustaría compartir con vosotros este pequeño relato que escribí en el día de ayer.
Es una historia bastante romántica.
Espero que os guste.
ISLA DE HECETA, ARCHIPIÉLAGO DE ALEXANDER, EN EL OCÉANO PACÍFICO, ALASKA, 1859
-Ha llegado un forastero-le comentó Hebe Collins a su prima Cressida.
La muchacha apartó la vista del bordado que estaba haciendo en punto de cruz de un mantel. Hebe miraba por el ventanal del salón.
-¿Cómo lo sabes?-inquirió.
-Porque lo he visto llegar-contestó Hebe.
-No me interesa.
-¡Es un hombre muy apuesto, Cressy! Sospecho que se va a fijar en ti.
-No lo creo.
Cressida se echó a reír. Hebe tenía veintidós años mientras que ella tenía diecinueve años. Quien debía de casarse era Hebe, quien iba camino de convertirse en una solterona.
Hebe era soltera y se había encariñado con su prima.
Le daba consejo y bromeaba con ella. Hacía ya dos años que vivía en casa de sus tíos. Era feliz viviendo allí. No tenía hermanos. Cressida también era hija única. Se tenían la una a la otra.
Dormían en habitaciones separadas. Pero, a veces, Hebe iba a la habitación de Cressida. Se sentaba en su cama. Pasaban las horas muertas hablando, sumidas en la penumbra de la habitación.
Era Hebe quien solía acompañar a Cressida a su habitación después de cenar. Le daba dos besos en cada mejilla. Cressida y ella compartían la misma doncella.
Unas semanas después, Daniel Emory se había enamorado. Conoció a Cressida cuando la vio dando un paseo por la playa en compañía de su prima Hebe. Alguien le dijo que las dos primas rara vez se separaban. Se lo comentó un pescador. Hebe y Cressida Collins pertenecían a la única familia adinerada de la isla. La madre de Cressida y tía de Hebe, Abigail Collins, soñaba con ver a su sobrina casada antes de buscarle un marido a su hija. El marido de Abigail creía que estaba cometiendo un error. Primero, debían de casar a su hija.
Poco a poco, Daniel fue consciente del poder que estaba ejerciendo casi sin darse cuenta sobre Cressida. A la joven le atraían sus manos. Eran unas manos fuertes. Sus dedos eran largos.
El cabello de Daniel era más largo de lo que dictaba la moda de la época. Sus ojos eran de color gris como el acero. Su boca era de trazado sensual. Era alto y musculoso. Practicaba boxeo con frecuencia. Pero, en aquellos momentos, Daniel sólo quería aislarse del mundo.
-¡Necesito saber más cosas de ese hombre!-se impacientó Cressida.
Su madre le tendió una taza de chocolate. Era la hora del desayuno. Su padre la miró con cierta preocupación.
-No está en tu naturaleza el ser impulsiva-observó Hebe-Espero que no cometas una locura. Ese hombre casi no ha hablado contigo.
-Podría venir a cortejarme-se ilusionó Cressida.
-Ten cuidado, hija mía-le exhortó su padre-No sabemos nada de él. Podría ser tu desgracia.
-¡O podría ser mi felicidad, papá! Nadie lo sabe.
-Tu padre tiene razón-intervino Abigail-Ten cuidado con él, Cressy.
Daniel poseía numerosas casas en distintos puntos de Estados Unidos.
Cressida y Hebe salían a dar paseos por la playa. Las dos jóvenes albergaban la esperanza de encontrarse con Daniel.
Se le veía pescar junto con los demás pescadores de la isla.
-Es feliz aquí, siendo un pescador más-observó en una ocasión Cressida-¡Me gustaría tanto poder hablar con él!
-He oído que es un hombre muy rico-le contó Hebe.
-Debo de darte las gracias porque le he conocido gracias a ti.
-Ya sabes lo curiosa que soy.
Cressida se echó a reír. Hebe la miró con preocupación. Su prima estaba viviendo el sueño de su primer amor. Y eso podía llegar a ser algo nocivo.
Daniel había estado prometido con una viuda elegante y sofisticada, miembro de una familia muy rica.
Pero el compromiso se había roto. De pronto, su prometida le había confesado que no lo amaba. Que lo único que quería era pagar sus deudas. Al parecer, su esposo la había dejado en la ruina. Por suerte, no habían tenido hijos.
Pero el compromiso se había roto. De pronto, su prometida le había confesado que no lo amaba. Que lo único que quería era pagar sus deudas. Al parecer, su esposo la había dejado en la ruina. Por suerte, no habían tenido hijos.
Daniel se dio cuenta de que Cressida se había metido en su corazón cuando la vio en el jardín de su casa. Paseaba delante de la verja de aquel jardín con la esperanza de verla. No se atrevía a dirigirle la palabra.
Fue cuando la vio corretear por el jardín persiguiendo a su prima Hebe. Se le metió el sonido de su risa sonora en el corazón. Cressida le vio y supo que Daniel estaba interesado en ella. En una chica que nunca había salido de su casa.
-Tiene que venir a pedir tu mano en matrimonio-le dijo su padre cuando Cressida entró en su despacho para contarle lo ocurrido el día antes en el jardín.
-Puede ser que esté realmente enamorado de mí.
Daniel decidió cortejarla. No paró hasta que consiguió una cita con Cressida. Ella acudió a su encuentro visiblemente nerviosa. Pero sus ojos brillaban como dos perlas preciosas. Se vieron en la playa. Sólo le habló de aquella cita a Hebe.
Y fue en la playa también donde Daniel y Cressida se besaron por primera vez. Era el primer beso de Cressida. Nunca lo olvidaría.
A aquel beso le siguieron otros besos.
Se enamoraron. Desde aquel momento, Daniel era otro. Miraba a Cressida como si fuera su más valioso tesoro. La trataba con una ternura que era infinita. No sólo Cressida era suya, sino que él era de Cressida. Fue un cortejo que se prolongó durante varios meses. Se vieron en la playa y, en ocasiones, Hebe hacía las veces de carabina.
-No se propase con mi prima, señor Emory-le advertía la joven-Recuerde que es una muchacha decente.
-Amo a su prima, señorita Collins-replicaba Daniel con firmeza.
Poco a poco, Daniel empezó a jugar con los mechones de pelo de Cressida. Ella se soltaba el pelo cuando estaba a solas con Daniel. Le señalaba el mar. Las rocas...Las gaviotas...La arena...El horizonte...
-Está empezando a nacer algo entre nosotros-comentó Daniel en uno de aquellos encuentros.
-¿Qué quieres decir?-inquirió Cressida.
-¿No lo sientes? Deseo verte a todas horas. Cressy, me he enamorado de ti.
-Daniel...
El joven no dijo nada. Se limitó a besarla con pasión. Acarició el cabello suelto de la muchacha. La estrechó contra su cuerpo.
-Quiero que nos casemos, Cressy-le confesó Daniel-Y te juro que vas a ser la mujer más feliz del mundo a mi lado.
Decidieron prometerse en matrimonio. Finalmente, se casaron.
-Está empezando a nacer algo entre nosotros-comentó Daniel en uno de aquellos encuentros.
-¿Qué quieres decir?-inquirió Cressida.
-¿No lo sientes? Deseo verte a todas horas. Cressy, me he enamorado de ti.
-Daniel...
El joven no dijo nada. Se limitó a besarla con pasión. Acarició el cabello suelto de la muchacha. La estrechó contra su cuerpo.
-Quiero que nos casemos, Cressy-le confesó Daniel-Y te juro que vas a ser la mujer más feliz del mundo a mi lado.
Decidieron prometerse en matrimonio. Finalmente, se casaron.
La boda se celebró en la pequeña Iglesia del pueblo.
Cressida llegó al matrimonio virgen. Daniel había tenido poco trato con las mujeres. Se veía así mismo como un joven hosco. Creía que las mujeres huían de él. Era extrovertido, pero no sabía cómo comportarse con una mujer. Hasta que conoció a Cressida.
Le escribía cartas de amor durante su cortejo. Se las enviaba a través de Hebe.
Y, a través de Hebe, Cressida le escribía cartas de amor a Daniel. Él le regalaba ramos de flores. Se entregó por completo a aquel amor puro que Cressida le inspiraba.
En su noche de bodas, la muchacha perdió al virginidad. Sabía lo que se esperaba de ella porque su madre se lo había contado días antes, mientras tomaban el té.
-Tú tienes que dejarte hacer y no pensar en nada-le exhortó.
-Pero me dolerá-se asustó Cressida-¡Me da mucho miedo!
-Reza para que dure poco y para que te quedes embarazada.
En el día de su boda, al caer la noche, empezó a llover. Alguien habría dicho que una novia mojada era una novia afortunada. Cressida no supo qué pensar.
Daniel la llevó a su casa. Los dos se desnudaron y pasaron a la habitación. Él le susurró palabras de amor. Se besaron muchas veces. Se acariciaron mutuamente.
Cressida tenía miedo. Recordaba lo que le había contado su madre.
Pero Daniel la deleitó con las más excitantes de las caricias. Con sus apasionados besos... Con sus abrazos...
Llenó de besos los pechos de Cressida. La besó en el vientre. Se impregnó del aroma que exudaba el sexo de la joven. Acalló el grito de dolor que emitió la joven al ser desvirgada con un beso.
Cressida pensó que lo vivido aquella noche no tenía nada que ver con la desgracia para la que su madre la había preparado. Abigail había exagerado mucho lo ocurrido.
A los pocos días, Hebe fue a visitarla. La echaba mucho de menos. Dieron un paseo por la playa, sabedoras de que su relación no volvería a ser como había sido antes.
-Te echo mucho de menos-se sinceró Hebe.
-Puedes venir a verme todas las veces que quieras-le recordó Cressida.
-Pero ya no vives ni con los tíos ni conmigo. No es lo mismo.
-Lo sé. Ahora, mis padres pensarán en buscarte un buen marido. Alguien que te quiera mucho.
Hebe esbozó una sonrisa trémula. No se veía así misma siendo una mujer casada. Abrazó con cariño a Cressida.
Podían ir a cualquier parte.
Pero, cuando se casaron, se fueron a vivir a la casa que Daniel había comprado en la isla. Sabía que no podía arrancar a Cressida de aquel lugar porque allí estaba su familia, a la que tanto quería. En aquella isla, al lado de su marido, Cressida vivió la etapa más feliz de su vida. Estar al lado de Daniel le bastaba a Cressida. Su esposo había logrado, gracias a su tesón, convertirse en uno de los hombres más ricos del país.
A veces, Daniel se tumbaba desnudo en la arena. Veía cómo Cressida iba corriendo hacia él. El Sol se ocultaba en el horizonte. Cressida se acostaba junto a Daniel. Solía llevar puesta una camisola mojada que se le pegaba al cuerpo. Apenas se hubo acostado junto a Daniel, éste se la quitó. Cressida se echó a reír. Su risa era sensual. Su marido la había abierto las puertas a un mundo desconocido para ella.
Cressida había descubierto que hacer el amor con su marido no era ninguna obligación. Para ella era todo placer.
En la arena, Cressida disfrutaba al sentir a Daniel encima de ella. La besaba una y otra vez con pasión. Llenaba de besos su piel. Centímetro a centímetro...La acariciaba. La abrazaba. Lo sentía dentro de ella.
Eran un solo ser.
Se habían encontrado para no separarse nunca.
FIN
Estupendo relato, Laura. Me encantaron estos personajes.
ResponderEliminarSaludos
Uy una tierna historia, aunque se hizo corta
ResponderEliminarHermosa historia de amor de una unión de almas. Gracias por compartir este
ResponderEliminarEn amor y luz