En el día de ayer, me animé a terminar este relato que empecé a escribir hace algún tiempo (no mucho, siendo sinceros).
Es un relato algo largo, pero espero que os guste.
Para que no resulte pesado, lo he dividido en dos partes. La primera, verá la luz hoy. La segunda parte, verá la luz, ¡eso espero!, el domingo. Si no, será la semana que viene.
Aunque, en esencia, transcurre en una isla donde no existe ningún tipo de construcción, aunque sí se tienen noticias de que hubo allí una ermita, no me he atrevido a cambiar la ambientación de la historia.
Espero que os guste.
ISLA DE GARRAITZ, VIZCAYA, 1720
-¡Cómo odio los funerales!-exclamó doña Elisa Izaguirre, viuda de Larreta-Aún recuerdo cuando enterramos a tu pobre padre.
Su hija Penélope caminaba a su lado. Se cogía de su brazo mientras se dirigían a la casa de su desconsolada prima.
-El pobre pequeño no ha vivido demasiado-se lamentó doña Elisa-¡Mi pobre Liliana! Ha perdido a sus padres. Y, ahora, también pierde a su hijo.
-No está sola-le recordó Penélope-Nos tiene a nosotros. Y también tiene a su marido.
-Acuérdate de lo que le comentó el médico. No puede tener más hijos.
-No hablemos de eso ahora, madre. Pensemos en mi prima. Nos necesita. Callémonos.
Penélope miró a Liliana. La noche anterior, había dormido con ella. Liliana llevaba todo el día en el salón de la casa, velando a su difunto hijo. El niño había vivido apenas un mes desde su nacimiento. A pesar de que el parto había ido bien. A pesar de que, en apariencia, era un niño sano y fuerte. Penélope recordaba el momento en el que su prima lo encontró sin vida en su cuna.
La noche antes, Liliana y ella se acostaron en la misma cama. Liliana no paraba de llorar. Y Penélope la abrazó con cariño intentando consolarla. Pero fue inútil porque su prima estaba destrozada.
Penélope vio, por el rabillo del ojo, cómo una barca se acercaba poco a poco a la isla. Pensó que el marido de Penélope, el conde de Garay, era un hombre muy conocido en todo el país. Alguien más iría al entierro de su único hijo para darle el pésame. No hacía ni un año que se había casado con Liliana Elizalde, la prima de Penélope.
La joven tenía los ojos llenos de lágrimas. A duras penas conseguía aguantar el llanto. Era un día de mucho Sol. Le parecía casi un insulto. Se secó las lágrimas. De pronto, el cortejo fúnebre se detuvo. Penélope se envaró. Vio cómo su prima se ponía mortalmente pálida cuando un hombre se acercó a ella.
-¡Cielo Santo!-exclamó doña Elisa.
Se trataba de un hombre algo mayor que Jorge, el actual conde de Garay. Penélope no entendía nada de lo que estaba pasando.
Para horror de la joven, el recién llegado intercambió unas palabras con Liliana y con Jorge.
-¡Tú estabas muerto!-exclamó Jorge, horrorizado-¡Madre me dijo que habías muerto!
Penélope fue corriendo hacia donde estaba Liliana cuando la joven cayó al suelo desmayada. Doña Elisa estaba paralizada.
El recién llegado fijó su atención en Penélope, de la que tenía apenas un vago recuerdo. La joven le miró, intentando adivinar de quién se trataba. Tanto ella como Liliana y como doña Elisa habían conocido al difunto conde de Garay, Mikel, el hermano mayor de Jorge.
-¿No te acuerdas de mí?-le preguntó el recién llegado.
-¿Quién sois vos?-quiso saber Penélope.
Le pareció que había envejecido veinte años. Lo achacó a la barba que lucía. Pero él pensaba en afeitarse. En recuperar el tiempo perdido.
-Soy Mikel de Goicoechea-se presentó-El conde de Garay...
-No puede ser el conde-replicó Penélope-El marido de mi prima Liliana es el actual conde. Su hermano murió hace seis años. Antes de que acabara la guerra.
-Me dieron por muerto. No es lo mismo.
Mikel cogió las manos de Penélope y se las besó.
-¡No puede estar pasando esto!-exclamó Jorge.
Al caer la noche, Penélope entró en la habitación de Liliana.
La encontró vestida con su camisón y acostada en su cama. Su doncella la estaba arropando.
-Mi cuñado está vivo-le contó Liliana a su prima-¿Qué será de nosotros? ¡Me echará de aquí!
-No te echará nadie de aquí-le aseguró Penélope.
Se sentó a su lado en la cama. Liliana tenía los ojos hinchados de tanto llorar. Penélope vio la desesperación reflejada en el rostro cansado de su prima. Tú lo tenías todo, pensó con espanto. Y lo has perdido todo.
-¡No sé lo que será ahora de mi marido y de mí!-sollozó Liliana-Tengo mucho miedo, Penélope. No quiero irme de aquí.
Mikel había regresado a recuperar lo que era suyo. En el salón, recostada en el sofá, Liliana parecía temblar de frío, pese a que estaba la chimenea encendida. A Penélope le costaba trabajo reconocer en aquella mujer pálida y vestida de negro a su inteligente y enérgica prima.
-Deberías comer algo, querida-le sugirió doña Elisa a su sobrina-Llevas días sin querer probar bocado.
Mikel y Jorge estaban encerrados en el despacho.
-¡Sólo Dios sabe si nos vamos a tener que ir hoy Jorge y yo de aquí!-se lamentó Liliana.
Penélope se paseó de un lado a otro del salón. Su prima nunca se habría rendido. Pero, tapada con una manta de lana, Liliana no tenía fuerzas para nada.
-¿Y cómo sabes tú que ese hombre es el conde y no un impostor?-le preguntó.
-Le ha visto el mayordomo, el ama de llaves, su antigua niñera y hasta un médico-respondió Liliana-Tiene en su cuerpo señales que coinciden con las señales que tenía Mikel antes de partir para el frente. Cicatrices que coinciden con las que mi cuñado tenía cuando lo vimos por última vez. Una cicatriz en la rodilla, producto de una caída de niño. Un lunar en su torso, bajo el pezón izquierdo. Jorge me lo contó. Él también lo vio. Le han afeitado. Y es él. Es mi cuñado.
Penélope se acercó a su prima y se sentó a su lado en el sofá. Le acarició el cabello rojizo que llevaba suelto. Liliana temblaba con violencia.
-No te echará de aquí-le aseguró.
Liliana no tenía ni fuerzas para llorar. Había derramado muchas lágrimas cuando tuvo que velar el cadáver de su pequeño hijito. Lo último que quería era enfrentarse a su cuñado.
-No te preocupes, hija-intervino doña Elisa-Tu marido es un hombre muy rico. Tiene muchas posesiones. Puede ir a cualquier parte.
-No son suyas-le recordó Liliana-Todo es de su hermano. No sé si querrá prestarle alguna casa. Un caserío...Yo...No sé nada.
-Liliana...-dijo una voz masculina entrando en el salón-Me gustaría comentarte una cosa.
Era Jorge. Liliana alzó la cabeza y miró a su marido.
-He estado hablando con Mikel-prosiguió Jorge-Es verdad que es mi hermano. Sólo quería decirte que no quiero que te sigas preocupando por este tema. Mi hermano dice que podemos quedarnos aquí todo el tiempo que queramos.
-¿Lo dices en serio?-inquirió Liliana.
-También es nuestra casa. Eso es lo que me ha dicho.
Doña Elisa respiró aliviada. Penélope sonrió sintiéndose más tranquila. Pero Liliana estaba demasiado cansada como para opinar.
-¿No dices nada?-inquirió Penélope.
Los siguientes días pasaron con auténtica tranquilidad. A petición de Liliana, doña Elisa y Penélope se quedaron en la casa.
Una tarde, Liliana y Penélope salieron a dar un paseo. Caminaron entre los matorrales.
-Me gustaría visitar la tumba de mi hijo-comentó Liliana-No quiero que se quede solo.
-Iremos dentro de unos días-le prometió Penélope.
Liliana luchó por ser fuerte. El Sol se colaba entre las ramas de los pinos.
De pronto, Penélope vio pasar a Mikel. Estaba dando él también un paseo por la isla. Sabía más o menos lo que le había pasado. No se lo había contado él directamente. Pero los criados sabían algunas cosas por la conversación que había mantenido con Jorge. Se sabía que había caído herido en una de las últimas batallas de la guerra. Lo había encontrado más muerto que vivo un monje, en una playa de Cadaqués.
Había estado viviendo en el monasterio. Había llegado seriamente a pensar en tomar los hábitos.
-¡Pero ha tenido que volver!-se lamentó Liliana-¿Por qué ha vuelto?
-Porque no es bueno hacer creer a la familia de uno que ha muerto-contestó Penélope.
Penélope y Mikel se veían todos los días. El joven no pasaba mucho tiempo metido dentro del caserío. Siempre estaba dando paseos muy largos por la isla. Intentando adivinar en ella las huellas que los seis años transcurridos desde su marcha le habían dejado. Penélope pasaba todo el día con doña Elisa y con Liliana. El tiempo fue pasando lentamente. Pasaron algunos días.
Jorge intentó poner al día a su hermano. Pero le llevó mucho trabajo hacerlo. Y parecía que le odiaba. Jorge había sentido demasiado pesada la carga de ser el conde de Garay.
-Pero soy el actual conde-le recordó a su hermano una tarde, encerrados en el despacho.
-Ya no lo eres-afirmó Mikel-He vuelto y he recuperado lo que es mío.
-Me alegro de que hayas vuelto. ¡De verdad! Estoy muy contento.
-Nadie lo diría.
-Pero...Piensa en que han sido demasiados golpes seguidos.
Mikel ya lo sabía. El mismo día en el que él regresó a Garraitz, habían enterrado a su sobrino. Sabía que Jorge y Liliana habían concebido un hijo al poco tiempo de casarse.
Pero el pequeño no había vivido más de un mes. No estaba enfermo. Tan sólo, había aparecido muerto en su cuna. La muerte del niño había dejado destrozada a Liliana. Mikel se percató del gran apoyo que su tía doña Elisa y que su prima Penélope le brindaban. Por ello, les permitía quedarse en el caserío con ella.
Siempre supo que Liliana sentía verdadera adoración por Penélope. Para ella, su prima era como una hermana menor. Penélope debía de ser fuerte por el bien de Liliana.
En una ocasión, aceptó dar un paseo con Liliana, con Jorge y con Penélope por los alrededores del Monasterio Franciscano.
-Deberíamos de entrar en él-comentó Jorge.
-¿Piensas que debería de tomar los hábitos?-inquirió Mikel.
-Durante seis años, estuviste viviendo con los monjes.
-Sólo sentía un profundo agradecimiento por ellos. Pensé en hacerme monje porque me sentía en deuda con ellos por haberme salvado la vida. Sin embargo, hablé con el Padre Prior.
Liliana guardaba silencio.
-¿Y qué os dijo?-quiso saber Penélope.
-Yo había pensado seriamente en tomar los hábitos, pero el Padre Prior me recordó que yo tenía una obligación que cumplir-contestó Mikel-Los Monasterios no están hechos para esconderse del mundo, señorita Larreta, sino para servir a Dios. Por eso, decidí regresar.
-¿Os lo aconsejó el Padre Prior?
-Me lo dijo. Fue muy claro conmigo en aquel aspecto. Lo estuve pensando detenidamente. Me di cuenta de que no sentía verdadera vocación. Y que él se había portado muy bien al hablarme como lo hizo. Me hizo ver que debía de regresar. Me despedí de los monjes, pero me sentí muy triste. Pasé unos años muy tranquilo viviendo en el convento. Sin guerras...Sin combates...Sin nada...
Le estaba costando trabajo volver a ser quién era. El conde de Garay...
Pero debía de hacer aquel sacrificio. Se lo había prometido al Padre Prior.
Miró a Penélope. La joven parecía estar interesada en escuchar aquella historia. Un conde convertido en monje franciscano...Lo había pensado seriamente.
Pero pensó que el Padre Prior tenía razón. No podía vivir escondido del mundo eternamente. Tenía que cumplir con su obligación. Cuidar de sus posesiones.
Pero tenía otra obligación que cumplir. Debía de contraer matrimonio.
Jorge se lo comentó una vez. El parto había estado a punto de costarle la vida a Liliana. Sólo Dios sabía si podrían tener otro hijo.
Mikel empezó a fijarse en Penélope.
Se sentaba a su lado, cuando acudía toda la familia a la Ermita de San Nicolás, los domingos al mediodía, a escuchar Misa.
Había algo en aquella joven que llamaba mucho su atención. Pero no sabía decir bien de qué se trataba. La veía leer su misal. Le recogía el rosario a Liliana cuando se le caía.
Se ponía detrás de ella a la hora de comulgar. Penélope se daba cuenta de ello. Se ponía un poco nerviosa. Ya tenía diecinueve años. Se suponía que debería de haberse casado. Liliana tenía veinticinco años. Se había casado un año antes, cuando todo el mundo daba por hecho que se quedaría soltera.
Sospechaba que el cuñado de su prima parecía estar interesado en ella.
Debería de estar contenta, pensaba Penélope. Pero Mikel poseía el don de ponerla nerviosa.
Una vez, en Misa, se atrevió a darle la paz, depositando en su mejilla un beso.
-La paz sea con vos-le dijo Mikel.
Otro domingo, Penélope le dio un beso en la mejilla a la hora de darle la paz. No supo el porqué obró de aquel modo, algo impulsivo.
Ya había pasado un mes. Liliana intentaba no sentir envidia de Mikel. Pero sentía que ni siquiera los cuadros del caserío eran suyos. Ni siquiera los libros que le leía Penélope en voz alta con el fin de distraerla.
Una tarde, Liliana y Penélope dieron cuenta en el comedor de una taza de leche caliente. Penélope bebió un sorbo de su taza de leche.
-Me he fijado en que mi cuñado no para de mirarte-le comentó Liliana.
-Son imaginaciones tuyas-replicó Penélope, poniéndose roja como la grana.
-Mi cuñado quiere casarse y sospecho que ya ha encontrado a la mujer ideal en ti.
Liliana llevaba puesto un vestido de color negro de luto. Antes de casarse con el conde, la familia Elizalde estaba en la más absoluta ruina. El contable de Liliana le había notificado que sólo le quedaban 200 reales. Cuando se casó con Jorge, Liliana había poseído unos pocos vestidos. Y las escasas joyas que había lucido eran de escaso valor. Casarse con Jorge fue para Liliana una forma rápida de prosperar en la vida. Así se lo contó aquella tarde a Penélope.
-¡Por Dios, prima!-se escandalizó la chica-¡No puedes estar hablando en serio!
-Mi familia no es tan rica como la tuya-le recordó Liliana.
-Aún así, me resisto a creer que te hayas casado con Jorge sin amarle. Sólo por su título y por su dinero...
-Ya todo eso ha pasado.
Algunas tardes, para entretener a la familia, Penélope interpretaba una pieza con su clavecín. Mikel le regaló en una ocasión partituras nuevas. El clavecín de Penélope había pertenecido a su padre, quien había decidido regalárselo. A su hija se le daba mejor la música que a él. Una de aquellas tardes, Penélope acabó de interpretar una pieza.
-Posee un talento indiscutible-oyó cómo Mikel le decía a doña Elisa-Yo podría regalarle un clavecín nuevo, señora de Larreta.
-¡Oh, no!-exclamó doña Elisa-Excelencia...Os aseguro que no es necesario. El clavecín perteneció a mi difunto marido.
-El señor conde es demasiado bueno-afirmó Penélope.
-Son mis invitadas y quiero complacerlas-le aseguró Mikel.
-Odio los días de lluvia-le comentó Penélope a Mikel.
Los dos se encontraban solos en el salón.
-Veo cómo las olas se elevan y pienso que van a tragarse la isla-prosiguió Penélope.
Mikel se encontraba junto al aparador.
-Eso no va a pasar-le aseguró.
Veía el cabello rubio de Penélope suelto. Sus ojos de color violeta reflejaban una honda preocupación.
-Eso no lo sabéis, Excelencia-le replicó la joven.
La chimenea estaba encendida y un agradable calor inundaba todo el salón.
Liliana se había retirado a su habitación, alegando que le dolía la cabeza. Jorge estaba en el despacho escribiendo unas cartas.
Era la hora de hacer público que Mikel estaba vivo. Doña Elisa subió a la habitación de Liliana para interesarse con ella. Por eso, Mikel y Penélope estaban solos en el salón. Mikel deseaba acercarse más a aquella joven. Y Penélope no sabía cómo comportarse.
-Mi prima me ha dicho que estáis buscando esposa-atacó la chica.
A Mikel le llamó la atención lo directa que había sido Penélope. La joven estaba asombrada con su audacia.
Por lo general, no era así. Pero quería conocer cuáles eran las intenciones de Mikel hacia ella.
-Mi cuñada ha sido sincera con vos, señorita Larreta-admitió el conde-No le voy a ocultar que tengo que cumplir con mi deber como conde.
-Y dejará de lado los sentimientos-le acusó Penélope-¿No es así?
Mikel agradeció su sinceridad.
No quería casarse sin amor con una mujer. Sería una especie de blasfemia ante los ojos de Dios. Él quería casarse por amor con una mujer. Y Penélope era distinta a cuantas otras mujeres hubiera conocido.
Penélope es dulce, pensó.
Pero también era directa. Podía ver destellos de inteligencia en sus ojos de color violeta. Admiró su rostro en forma de corazón.
Pero admiró también su sinceridad. El gran cariño que sentía por su prima. La guerra le había enseñado lo que era el valor de la lealtad. Lo que significaba la entregaba abnegada y desmedida. No por una causa...Sino por una persona...Como los monjes le habían ayudado a él, a un soldado malherido y desconocido para ellos.
-No creo que pueda casarme con una mujer sin amarla-admitió Mikel-Y he empezado a amaros.
-¡Eso no es posible!-se escandalizó Penélope-¡Casi no me conocéis!
-He empezado a conoceros. Y esta casa no volvería a ser la misma sin vos. Sois un ángel que ha llegado aquí.
Mikel se acercó a ella, pero Penélope no era capaz de moverse. Y fue entonces cuando el conde posó sus labios sobre los labios de Penélope y la besó con ternura. Fue un beso dulce y, al mismo tiempo, apasionado.
Uy que romántico espero pronto la continuación , te mando un abrazo
ResponderEliminarLa verdad es que el relato emana romance por todos lados, seguiremos leyendo la historia.
ResponderEliminarunos besotes