Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de una antigua historia mía.
Se llama Silencios.
Cuenta la historia de Hermione, una joven de buena familia que vive en una isla escocesa en el siglo XIX con sus padres y con su hermana mayor, Calixta. Dos sucesos cambiarán para siempre la vida de Hermione: el suicidio de Calixta y la relación amorosa que inicia con Edmund, el hermano de su mejor amiga, lo cual cambiará la relación existente entre ambas.
Me gustaría poder publicar algún día esta historia. Es bastante corta.
De momento, sólo verá la luz en este blog este fragmento.
El título hace alusión a todo lo que nos guardamos dentro de nosotros. El suicidio de Calixta, motivado por sus propios demonios personales, incapaces de sacar fuera. La relación amorosa que inician Hermione y Edmund, de la que su familia no sabe nada. Los celos que experimenta la posesiva hermana de Edmund y mejor amiga de Hermione.
Espero que os guste el fragmento que voy a subir.
Me falta pulirlo mucho.
A pesar de los diez años que se llevaban de diferencia, las hermanas Calixta y Hermione Watkins compartían habitación.
-Casi prefiero que durmamos juntas-le decía
Hermione a Calixta todas las noches antes de acostarse-Así puedo hablar
contigo.
-Te gusta demasiado hablar-le sonreía
Calixta-Y no me dejas dormir. Luego, no hay quien te levante por las mañanas. A
mí me pasa lo mismo.
Hermione
se echaba a reír.
La
futura puesta de largo de Hermione era el tema de conversación principal de la
familia Watkins. El mayor deseo de sus padres era verla casada con un buen
partido. No habían conseguido casar a Calixta, la cual, a sus veintisiete años
recién cumplidos, se había convertido en toda una solterona.
Aquella
noche, Calixta entró en la habitación que compartía con Hermione y encontró a
su hermana dando cuenta de una caja de galletas.
-¡Están buenísimas!-afirmó Hermione.
-No tengo hambre-replicó Calixta-Te agradezco
el gesto.
-Lo que tú necesitas en estos momentos es un
pretendiente. Un hombre. Aún eres joven y bella. Si no te casas es porque no
quieres.
-Me han destrozado el corazón demasiadas
veces. No tengo ganas de volver a complicarme la vida por culpa de un hombre.
Gracias.
Las
mejillas de Calixta estaban encendidas. No le gustaba pensar en la posibilidad
de iniciar un romance con alguien.
A
escondidas de Hermione, había empezado a tomar laúdano para conseguir conciliar
el sueño por las noches. Desde la ruptura de su último compromiso, Calixta
sufría de insomnio y el laúdano la ayudaba a dormir.
Hermione
dejó a un lado la caja de galletas. Se acercó a su hermana tras ponerse de pie.
Por algún extraño motivo que Calixta no entendía, Hermione la adoraba. Creía
que todo en ella era perfecto. Según Hermione, Calixta era toda una belleza.
Pero la joven no se llamaba a engaños. Nunca había sido guapa. Nunca había
triunfado en su debut en Londres. Era un fracaso. Sus padres no se lo decían
con palabras. Pero se lo decían con los ojos. Que era mucho peor. Echaba de
menos los besos que había recibido. Estaba segura de que jamás volvería a besar
a nadie. Y ello le rompía el corazón.
Era Calixta, La solterona de La isla.
Solterona…
Odiaba
esa palabra. Sonaba cruel en sus oídos. Solterona…Solterona…
¿Acaso no volvería a sentirse abrazada por un apuesto caballero? La sensación de sentirse vulnerable…¿Jamás la volvería a experimentar? Dulcemente vulnerable… ¿Nunca más volvería a enamorarse?
¿Acaso no volvería a sentirse abrazada por un apuesto caballero? La sensación de sentirse vulnerable…¿Jamás la volvería a experimentar? Dulcemente vulnerable… ¿Nunca más volvería a enamorarse?
Ya
había visto a los caballeros acercarse a Hermione para besarle las manos y la
ignoraban a ella. A Calixta…
-Siéntate-le pidió Hermione-Voy a cepillarte
el pelo. Me gusta hacerlo. Tú me lo hacías a mí cuando era pequeña. ¿Te
acuerdas? Además, me gusta cepillarte el pelo. ¡Lo tienes tan bonito! Me
gustaría parecerme más a ti. Ser como tú…
-Hermey…-protestó Calixta-No quiero que te
parezcas en nada a mí. No soy guapa. No soy deseable.
-Has tenido mala suerte en el amor. Eso le
puede pasar a cualquiera. Pero no te menosprecies a ti misma, Callie. Tienes
muchas virtudes.
-¿Ah, sí? ¡Dime una de esas supuestas
virtudes, anda!
-Pues…¡Tienes el cabello más bonito que jamás
he visto! Cuando lo llevas suelto, parece auténticas llamaradas de fuego. ¡Me
gusta mucho!
Calixta
bufó. A través del cristal del espejo, pudo observar mejor a Hermione. La
muchacha comenzó a soltarle el moño a Calixta y a deshacer sus largas trenzas
pelirrojas que le cubrían la mitad de la espalda. Aún no podía entender el
porqué su hermana no se había casado. Calixta era una auténtica belleza. Pero
sólo había sabido atraer a su lado a lo peor de lo peor. Todos sus prometidos
eran abominables.
Hermione
era el vivo retrato de mistress Watkins, la madre de las jóvenes. En su
juventud, mistress Watkins había sido una belleza. Y, según opinaban los
vecinos, Hermione estaba destinada a superar la belleza de su madre. Su mejor
amiga, Lucy, sentía celos de ella. Pero no debía de sentirse de esa forma.
Después de todo, Lucy tenía novio e iba a casarse con él. En cambio, Hermione
sólo era pretendida por unos pocos caballeros de la isla. Nada más.
Hermione
tenía la piel suave tras la desaparición de los molestos granos típicos de la
adolescencia. Su cabello era de un suave tono rubio muy claro que recordaba a
los rayos de Sol en invierno. Sus ojos eran de un profundo tono verde
esmeralda. Era una jovencita encantadora. Pero no se veía así. De vez en
cuando, Hermione tenía que luchar contra el acné. Le salía un grano en la
frente. O le salía un grano en la barbilla. No era perfecta. Y no quería ser
tampoco perfecta.
Hermione
le pasaba con cuidado el cepillo a Calixta por el pelo, procurando no darle
tirones. Calixta era su modelo a seguir. La joven notó cómo su hermana pequeña
estaba temblando. Le dio unos pequeños tirones de pelo, pero no protestó.
-No hago otra cosa más que pensar en lo que me
espera en Londres en otoño-le confesó Hermione-Nunca he estado allí. Nunca he
salido de La isla. Tengo miedo de que la gente se ría de mí. ¡Seguro que hay
allí chicas que son mucho más guapas que yo! ¡Sé que acabaré haciendo el
ridículo!
A
sus diecisiete años, Hermione no sabía lo que le deparaba Londres. En unas
semanas, cumpliría dieciocho años. Sus padres pensaban celebrarlo con una
sencilla fiesta.
-Nuestro padre se encargará de protegerte de
los caza-fortunas durante el tiempo que estemos allí-la tranquilizó
Calixta-Harás una buena boda. Y no hay nada más que hablar. Es normal que estés
nerviosa. No he sido un buen ejemplo para ti. Soy una solterona. Pero a ti no
te pasará lo mismo, Hermey. Cuando estés en Londres, quiero que vayas a todos
los bailes que se celebren allí.
-Puede que no llame la atención de
nadie-comentó Hermione-Puede que nunca me case. Puede que no reciba ninguna
proposición. ¿Tan importante es que me case o que me quede a vestir Santos?
Calixta
apartó un mechón de pelo que le tapaba la frente. Su pelo era muy rebelde. Le
costaba llegar al final del día con el moño intocable. Hermione, en cambio,
nunca se despeinaba. Todavía llevaba el pelo suelto. Aún podía llevar el pelo
recogido en trenzas. Era todavía una niña. Calixta se la quedó mirando
fijamente. Se puso de pie. Le cogió las manos. A veces, tenía la sensación de
que Hermione dependía de ella más de lo que pensaba.
-Tú te casarás con un buen partido-le aseguró
a la muchacha-Eso seguro. Tú no eres como yo. Tú tienes belleza y talento. Vas
a tener a muchos hombres haciendo cola en Almacks para sacarte a bailar. Cuando
hallas terminado la temporada, seguro que habrás recibido una multitud de
ofertas de matrimonio. Y te decantarás por el hombre que más te convenga.
Habrás causado sensación, hermanita.
A
pesar de que faltaban meses para la presentación en sociedad de Hermione,
mistress Watkins había mandado llamar a la modista. El vestuario de Hermione
iba a ser remodelado, según ella. Su hija tenía que vestir a la última moda. La
muchacha aguantó con estoicismo que le tomaran medidas. Tuvo que ver numerosas
telas. Se decantó, al final, por varias. Le hicieron muchas pruebas. Nunca se
quejaba.
-Estése quieta, miss Watkins-le decía la
modista.
Calixta
oía a su hermana hablar con la modista desde la habitación.
-Podría ser una buena modelo-apostillaba la
modista.
Oía
a Hermione reírse. Calixta iba vestida con el camisón y la bata. No quería
vestirse. Tampoco quería salir de la habitación. Recordaba la ilusión con la
que afrontó la remodelación de su vestuario a raíz de su puesta de largo.
Oyó
llegar a la mejor amiga de Hermione, Lucy, a casa. La puerta se abrió. Se
cerró.
Creyó
ver a Lucy y a Hermione fundidas en un fuerte abrazo. Creía ver a Lucy besando
a Hermione en las mejillas.
Hermione
le enseñó a su amiga las telas con las que pensaba hacerse los vestidos nuevos.
Lucy hizo grandes aspavientos. Había en la habitación de Hermione telas de toda
clase de colores. Azules…Blancas…Verdes…Rosas…Hermione iba a estar preciosa con
sus vestidos nuevos. Así se lo dijo. Pero la muchacha no estaba del todo
convencida. Se sentía mal porque aún tenía que combatir el acné. Porque no
sabía bailar bien…
-Voy a fracasar, Lucy-le dijo a su amiga-Voy a
Londres a ponerme en evidencia.
Lucy
le aseguró que eso jamás pasaría porque todos los caballeros de la ciudad
acabarían rendidos ante sus numerosos encantos.
Calixta
se encerró en su habitación, decidida a no ver a nadie. Necesitaba estar sola
para volver a leer sus viejas cartas. Su primer amor, Trev, se las había
escrito cuando ella creía que él era el hombre de sus sueños. En aquella época,
Trev le había jurado amor eterno. Y Calixta le había creído. No se daba cuenta
de que las ardientes palabras de amor que le escribía Trev no salían de lo más
profundo de su corazón. Las copiaba de libros de poesía.
-Estoy preocupada por Callie-le comentó
mistress Watkins a Hermione.
Las
dos estaban tomando el té en el comedor. Hermione se echó en su taza de té un
par de terrones de azúcar y lo removió.
-Yo la veo bien-replicó la muchacha.
Mistress
Watkins bebió un sorbo de su taza de té.
-Tu hermana vive encerrada en sí misma-apuntó
la mujer-No quiere salir.
-Callie ha sufrido mucho por culpa del amor,
mamá-le recordó Hermione-Es normal que se haya vuelto desconfiada. No quiere
volver a sufrir.
-A veces, tengo la sensación de que algo malo
va a pasar. Callie siempre ha sido una joven apasionada y melancólica. Eso no
es bueno. Me preocupa.
-Estás exagerando.
Hermione
bebió un sorbo de su taza de té.
-No ha salido en todo el día de su
habitación-dijo mistress Watkins.
-Estará ocupada bordando su ajuar-apuntó
Hermione.
Calixta
recordaba la época en la que Trev le enviaba un ramo de rosas casi a diario.
Con cada ramo de rosas que recibía de él, recibía, además, una nueva carta de
amor. Las rosas se secaron. Se tiraron. Pero Calixta todavía conservaba
aquellas cartas. Las tenía ordenadas por orden de fecha.
-Algún día, tu hermana se casará-le comentó
mistress Watkins a Hermione.
Las
dos se hallaban en el salón de su casa. Estaban sentadas en el sofá. Se
hallaban bordando. Hermione estaba bordando un mantel. Mistress Watkins estaba
bordando una sábana.
-Espero que a Callie le guste-comentó
Hermione-No se me da bien bordar.
Tanto
la sábana que estaba bordando mistress Watkins como el mantel que estaba
bordando Hermione formaban parte del ajuar de bodas de Calixta.
-Tu hermana irá bien preparada para el
matrimonio-le aseguró mistress Watkins a su hija menor-No le faltará de nada en
su ajuar. De eso, nos encargaremos nosotras. Todo es poco para Callie.
-¡Qué razón tienes!-sonrió Hermione.
Las
dos estaban seguras de Calixta acabaría casándose.
-Encontraremos un buen partido en Londres para
ella-afirmó Hermione.
Cualquier
viudo estaría encantado de casarse con Callie, pensó mistress Watkins.
-Lo único que espero es que la pueda hacer
feliz-dijo la mujer-Tu hermana merece ser feliz. Lo ha pasado muy mal.
Hermione
asintió. Pensó que se le daba muy mal bordar. Estaba intentando bordar un
dibujo con punto de cruz. No sabía a ciencia cierta que estaba bordando.
-A Callie no le va a gustar nada este
mantel-se lamentó la muchacha-¡Es horrible! ¡Mira! ¡No he bordado bien la C !
-A tu hermana le gustará viniendo de ti-le
aseguró mistress Watkins-Recuerda, Hermey. Lo que cuenta es la intención. No
otra cosa.
Hermione
se centró en el bordado. Lo único que quería era darle una alegría a Calixta.
Notaba que su hermana estaba muy rara últimamente.
Cuando
Calixta entró en la habitación, encontró a Hermione sentada en el alfeizar de
la ventana. Tal y como tenía por costumbre, la muchacha estaba leyendo un
libro. Calixta pudo leer cómo se llamaba. Frankenstein
o el moderno Prometeo. Calixta sólo leía las cartas de amor que Trev le
enviaba. Era una de esas novelas góticas que tanto le gustaban a Hermione, pero
que asustaban a Calixta. Su hermana pequeña tenía un gusto muy raro en lo
referente a la Literatura. Estaba
enfrascada con su lectura. Observó la cara de Hermione reflejada en el cristal
de la ventana de la habitación. Parecía estar sobrecogida. Estaba leyendo algo
que le había encogido el corazón.
Calixta
se dejó caer en la cama. Hermione estaba dando cuenta de una caja de galletas.
No oyó a su hermana entrar en la habitación. Tampoco se fijó en el rostro de
expresión vacía de Calixta. La joven se hallaba ausente del mundo.
-Gregory no me escribe-le contó Lucy a
Hermione-Hace semanas que no sé nada de él. Creo que se ha olvidado de mí.
-¡No digas eso!-la quiso tranquilizar su
amiga-Gregory te quiere. Quiere casarse contigo.
-Se fue a Londres hace mucho y no quiere
volver. No quiere saber nada de mí. ¡Oh, Hermey!
Se
detuvieron de golpe y Hermione la abrazó con fuerza.
-No pienses ni siquiera en eso-le dijo-Gregory
Bridge está locamente enamorado de ti.
Se
separaron y Hermione vio los ojos de Lucy llenos de lágrimas.
-Le quiero muchísimo, Hermey-se sinceró Lucy.
Las
dos jóvenes estaban dando un paseo por Cowes.
Hermione
recordó las veces que había hecho de carabina para Lucy y Gregory. Les había
visto pasear por Cowes muchas veces. Se quedaban mirando las pasadas regatas
anuales que se celebraban en la isla todos los años. Lucy se sentía orgullosa
de haber despertado el interés del apuesto Gregory Bridge. Estaba considerado
como el soltero de oro de todo el país.
Lucy
paseaba por todas partes cogida del brazo de Gregory. Se sentía una prometida
trofeo-florero. Pero no le importaba. Iba a casarse con el hombre más rico,
apuesto y deseado de todo el país. Era todo un logro para alguien que se
consideraba así misma como poca cosa. Lucy tenía muy poca fe en sí misma.
-Gregory volverá-dijo Hermione.
Regresó
al presente.
-Gregory tiene que volver-prosiguió-Si de
verdad te quiere, volverá. Y tú estás enamorada de él.
Ella
y Lucy continuaron paseando con aire triste y cansado.
En
la mente de Hermione estaba el recuerdo de alguien querido para ella. Se
trataba de Edmund. Era el hermano de Lucy. Se estaba preparando para
convertirse en vicario. Era un joven de aspecto solemne y serio que sentía
mucho cariño por Hermione. El corazón de la muchacha le latía muy deprisa
cuando se encontraba con Edmund. El muchacho sonreía cuando estaba con
Hermione. Según Lucy, la única persona en el mundo capaz de hacer reír al
siempre serio y triste de Edmund era Hermione.
-Te quiere más que a mí-solía decir Lucy.
Hermione
y Edmund solían besarse en las mejillas y Edmund solía besar, además, las manos
a Hermione.
Lucy
pensaba que Edmund había nacido para ser vicario.
Mistress
Watkins empezó a bordar, a escondidas, el ajuar de bodas de Hermione. Sabía que
su hija no quería participar en aquel proyecto.
-Quiero esperar a que Callie esté
casada-decía-No quiero hacerla de menos. Estoy preocupada por ella.
-Esto le gustará a Hermey-pensaba mistress
Watkins.
Sólo
había bordado unos cuantos pañuelos.
-Son de color blanco-pensaba mistress Watkins.
Llevaban
las iniciales de Hermione bordadas. H. W. De momento, bordaría poca cosa.
Estaba pendiente terminar el ajuar de bodas de Calixta. Mistress Watkins era
optimista por naturaleza. Se veía rodeada de muchos nietos. Los hijos que le
darían sus dos hijas.
-El blanco es el color apropiado para las
debutantes-pensaba mistress Watkins-Los pañuelos que tiene que llevar Hermey a
Londres tienen que ser blancos. No pueden ser de otro color.
Sonreía
para sí y seguía bordando. Bordaba sentada en el balancín que tenía en su
habitación. Tenía la ventana abierta. Entraba una suave brisa procedente del
mar. Podía verse desde la ventana la formación rocosa de las Needles.
-Parece un Ejército de rocas-pensaba mistress
Watkins-Son altas y parecen que están afiladas. Van las unas detrás de las
otras. Sobrecoge mirarlas cuando la marea está alta. Las olas se estrellan
violentamente contra ellas.
Apartó
la vista de la ventana.
Se
centró en el pañuelo. Lo estaba bordando. Formaría parte del ajuar de bodas de
Hermione.
-Lo que usted tiene que hacer, señorita, es
levantarse de la cama-le ordenó Anne, la doncella de las hermanas Watkins, a
Calixta-Se pasa todo el día sin salir de la habitación. Eso no es sano ni para
usted ni para nadie. ¡Y levántese ahora mismo! ¡No quiero tener que avisar a su
madre o a su padre para que vengan a levantarla!
Calixta
estaba muy pálida y tenía el cabello rojizo revuelto cuando Anne la sacó a
rastras de la cama. Había pasado mala noche. Sólo quería seguir durmiendo un
rato más y, quizás, no despertarse nunca.
Tras
los cristales de la ventana de la habitación, el cielo comenzó a cubrirse de
nubes negras. Iba a llover a la caída del Sol, opinó Anne. Pero Calixta no la
escuchó.
-A veces, se pasa los días sin probar
bocado-dijo Hermione.
-¡Sí que como!-protestó Calixta.
-Sé que vomitas después de comer. Comes poco.
Y, luego, te encierras en la habitación. Lo vomitas y yo te oigo vomitar y te pido
que no lo hagas, pero tú no me haces caso y sigues a lo tuyo. Estás cada día
que pasa más delgada.
-Hacerme mujer es lo peor que me ha pasado.
Sufro mucho desde que fui presentada en sociedad. Lo mejor que puedes hacer es
meterte a monja. Te ahorrarás mucho sufrimiento futuro, Hermey.
Anne
sentó a Calixta frente al tocador. Hermione se puso a colocarle una pluma tras
otra en el pelo. Calixta se dejó hacer.
Hermione
llevaba puesto aquella tarde un vestido de color verde claro. El corpiño iba a
juego con la falda. Era un vestido lleno de lazos y de encajes. Llevaba puesto
como único adorno un collar de conchas marinas.
-Tienes que estar muy guapa-le dijo Hermione.
Calixta
no tenía ganas de discutir con ella. Anne sacó del armario uno de los vestidos
nuevos que mistress Watkins había ordenado hace para Calixta.
-¿Le gusta éste, señorita?-le preguntó a la
joven.
-Sí-No respondió Calixta. La que respondió fue
Hermione-Le sienta bien a Callie. Déjalo encima de la cama. Aunque no haya
ningún evento importante, Callie tiene que estar bien guapa.
-Entendido,
miss Watkins-asintió Anne.
-Está bien.
Callie…
Anne bajó a la
cocina. Volvió con una jarra llena de agua caliente al cabo de un buen rato.
Vertió el agua caliente en el aguamil. Cogió, a continuación, un paño. Lo mojó.
Hermione le quitó el camisón a Calixta. Anne la lavó. Le frotó bien el cuerpo.
Incluso le lavó la cara.
-El pelo está limpio-le comentó a Hermione-No
es necesario que se lo lave.
-No importa-dijo la muchacha-Quiero que mi
hermana esté hoy guapísima. ¿De acuerdo?
-Sí.
-Bien…¿Qué vamos a hacer ahora? ¡Vestirla!
Búscame la ropa interior.
Calixta
apenas se movió.
No
se había dado cuenta de que la habían desnudado y que la habían lavado. Tenía
la mente puesta en otra parte.
Una
y otra vez, su mente volvía al momento en el que su vida se paralizó. Cuando
supo que Trev no era el hombre que ella creía que era.
Le
habían roto el corazón en varias ocasiones. Pero el desengaño que sufrió con
Trev la había marcado profundamente. Había amado con pasión a aquel hombre. A
un sinvergüenza que nunca la quiso. Trev le era infiel con otras mujeres. Trev
no estaba enamorado de ella. Estaba enamorado de su cuantiosa dote. Los besos
que le había dado eran mentira. Nunca la había amado.
Los
ojos de Calixta se llenaron de lágrimas. No conseguía olvidar a Trev a pesar de
los años que habían pasado.
-¡Oh, Trev!-pensó Calixta.
Lo
había conocido durante su primera temporada en Londres. Era un auténtico
caradura que se dedicaba a seducir mujeres sin ton ni son. Callie era una joven
y rica debutante. No era aristócrata. Pero tenía una dote bastante apetecible.
Oía
a su hermana hablar con su doncella. Pero no podía entender nada de lo que
estaban hablando. Tenía la sensación de que ellas no podían entenderla. Ningún
miembro de su familia podía entenderla. Ni siquiera su buena amiga mistress
Addison. Calixta estaba sola. Sola con su desengaño…Sola con su dolor…
-Lo único que quiero hacer ahora es acostarme
y no despertarme nunca-afirmó Calixta.
-No puede acostarse ahora, miss
Calixta-replicó Anne-Son las diez de la mañana.
-Aún así…-insistió la aludida.
-No puedes pasarte la vida aquí encerrada
durmiendo, Callie-replicó Hermione-Eres joven. Y eres bonita. Apuesto a que
este año no has ido a ver las regatas. ¿Verdad que no? Lo suponía. Yo estuve
este año en las regatas y ha sido horrible. Tuve que ver cómo mi amiga Lucy
intentaba hacerle carantoñas al idiota que tiene por novio. ¡Y el muy imbécil
se resistía! A veces, pienso que es mejor no tener novio. Apuesto a que Gregory
Bridge le está poniendo los cuernos a Lucy con toda mujer que encuentre en
Londres. Lo único que espero es que, una vez casados, él no le contagie la
gonorrea.
Algunas
pequeñas gotas de lluvia empezaron a caer. La llovizna se había adelantado a lo
que había predicho Anne.
-No me apetece salir a la calle-dijo
Calixta-Lo único que quiero es estar todo el día en mi habitación sin hacer
nada. No estoy pidiendo mucho.
Notó
cómo alguien le ponía los calzones. Le pusieron el corsé y estuvo a punto de
quedarse sin aire. ¿Por qué he de llevar corsé?, se preguntó Calixta. No puedo
respirar. Le pusieron las enaguas. Calixta ya no se movía. Simplemente, se
dejaba hacer. Igual que una muñeca autómata. Soy una autómata, pensó Calixta.
Estoy muerta. Soy una autómata.
Fue
entonces cuando Calixta deseó estar muerta de verdad. Quería morirse. Vivir la
hacía sufrir mucho. La vida le era dolorosa. No podía soportar por más tiempo
aquel dolor.
Mistress
Watkins había sido considera en su juventud como una de las principales
bellezas de Londres. Pero lo dejó todo cuando se casó con un joven que vivía en
la isla. Mister Watkins era dueño de una empresa de exportación e importación.
Viajaba mucho por cuestiones de trabajo. Mientras, su esposa y su hija mayor se
iban marchitando lentamente.
Mistress
Watkins quería pensar que aún podía casar a Calixta porque se negaba a admitir
que su hija mayor estaba envejeciendo a pasos agigantados.
El
Sol se coló en el comedor e iluminó el cabello de color rubio muy claro que
Hermione llevaba recogido en una sencilla diadema.
La
criada les estaba sirviendo el desayuno, que consistía en tostadas y una taza
de café para cada uno. Calixta estaba removiendo con desgana su taza de café.
Le echó unas gotitas de leche. Hermione le dio un entusiasta mordisco a su
tostada, a la que había untado previamente con mermelada de mora. Mister
Watkins estaba leyendo el periódico. Solía leer The Times.
Mistress
Watkins bebió un sorbo de su taza de café. Le gustaba el café amargo.
-Ya faltan pocos días para que celebremos tu
cumpleaños, Hermey-le comentó a su hija pequeña.
-¡Estoy muy nerviosa!-aseguró Hermione-Espero
que salga todo bien.
-Los preparativos van bien-comentó mister
Watkins-No me importa gastarme el dinero en algo que sé que te hará feliz.
-¡Y yo te lo agradezco mucho!-le dijo
Hermione.
Calixta
no tenía ganas de comer y se obligó así misma a darle un mordisco a su tostada
untada con mermelada de mora. No quería estar en el comedor. Lo único que
quería era encerrarse en su habitación y no salir nunca de allí. El cumpleaños
de Hermione le recordaba que se estaba haciendo vieja. La idea de que jamás se
enamoraría ni sería amada por nadie rondaba con más frecuencia su mente. Quería
olvidar a Trev de una vez por todas y ser feliz.
Mister
Watkins bebió un sorbo de su taza de café. Como a él no le gustaba el café
amargo, le echó un terroncito de azúcar. Lo removió. Bebió otro sorbo.
-Estoy seguro de que uno de los invitados
saldrá prendado de la fiesta de una de mis hijas-afirmó el hombre-De mi
pelirroja Callie. ¿No pensáis vosotras lo mismo?
A
Calixta, que estaba bebiendo un sorbo de su taza de café, estuvo a punto de
atragantarse. Tosió un poco. Por lo visto, su familia parecía empeñada en
casarla a toda costa, aún cuando sabía que era imposible. Depositó la taza en
el platito y vio cómo Hermione volvía a morder con entusiasmo su tostada. Su
hermana pequeña gozaba de un gran apetito. Incluso en los peores momentos.
Ignoraba el porqué.
-No creo que me vaya a casar nunca,
padre-afirmó Calixta-Los caballeros que vengan a la fiesta se fijarán en
Hermey. No se van a fijar en mí. Olvida esa tontería de que me voy a casar. Me
quedaré a vestir Santos.
-Deberías de ser más optimista, Callie-le
aconsejó Hermione-Tienes una visión de ti misma muy pobre. Piensas que no vales
nada. Al contrario. Tú vales mucho.
-Esos hombres…-Mistress Watkins estaba muy
enfadada-¡No te llegaban ni a la suela de los zapatos! ¡No te merecían! ¡Tú
mereces a alguien mucho mejor! Y ese alguien está a punto de aparecer.
-¡Jamás me casaré!-insistió Calixta.
Cada
vez que veía a Hermione salir con Lucy, pensaba en lo triste que se sentiría
Lucy al darse cuenta de que todas las miradas masculinas se posaban en Hermione
y no se posaban en ella.
Hermione
se había convertido en una jovencita adorable y Calixta, por el contrario, se
estaba convirtiendo en una vieja resentida.
La
mayor parte del desayuno transcurrió entre los comentarios acerca de las veces
que tendría que venir la modista a casa para probarle los nuevos vestidos a
Hermione. Incluso tendrían que comprarle sombreros nuevos. Tal y como hicieron
en su día a raíz de la puesta de largo de Calixta.
-¡Todo es poco para nuestra Hermey!-afirmó
mister Watkins, lleno de amor de padre.
Hacía
frío aquel domingo cuando la familia Watkins se dirigía a la Iglesia a pie para
escuchar la Misa
de las diez.
-Hermione-la llamó una voz conocida.
Era
Lucy.
La
aludida se detuvo al tiempo que se frotaba las manos cubiertas por los guantes
en un esfuerzo por protegerse del frío.
-¡Hola, Lucy!-saludó a su amiga.
-¿Vas a la Iglesia ?-le preguntó Lucy.
-Sí. Vamos a Misa.
-Voy con vosotros. Mi hermano será el nuevo
vicario cuando se retire el que tenemos ahora. Lo he oído decir.
El
corazón de Hermione comenzó a latir muy deprisa cuando imaginó que Edmund
estaría dentro de poco tiempo de nuevo allí.
-¿Cuándo vuelve Edmund?-quiso saber.
-Aún no ha terminado su formación-contestó
Lucy-Pero su mentor dice que nunca ha visto a un joven tan religioso como él.
-Edmund no es como los demás chicos de su
edad. Siempre ha sido especial. Diferente…
-No lo querría tanto si fuese de otra manera.
Me gusta saber que está haciendo algo útil en Londres. Cuando regrese a la
isla, hará algo útil por los vecinos. Les guiará. Igual que el Buen Pastor guía
a sus ovejas.
Hermione
y Lucy comenzaron a caminar mientras Lucy le daba a su amiga las noticias que
había recibido de Edmund.
Hermione
parecía una delicada Princesita sacada de un cuento de hadas. Era bonita, pero
no era consciente de ello. Estaba a punto de alcanzar la edad casadera y sentía
emoción y, al mismo tiempo, temor al pensar en su futuro viaje a Londres.
Poseía unos preciosos ojos de color verde esmeralda. Tenía una mirada tímida y,
al mismo tiempo, directa. Su rostro era redondeado. Lucy tenía la impresión de
que los Watkins habían mimado en exceso a Hermione.
-Me temo que mi hermano nunca se
casará-comentó Lucy-Ninguna mujer querrá casarse con un vicario.
-Es una profesión decente-dijo Hermione-Quizás
sea la profesión más decente que existe. Edmund…Tendrá muchas admiradoras.
Suspiró
con pesar, un gesto que no se le escapó a Lucy. A pesar del abrigo que llevaba
puesto, se notaban los delgados hombros de Hermione. Lucy sabía que Calixta
estaba atravesando por una especie de depresión. La había visto caminar con
paso lento y pesado de camino a la
Iglesia , detrás de sus padres, con la expresión vacía y la
mirada gacha. Se santiguó, pues creía que había visto un muerto en vida.
Calixta parecía estar más muerta que viva.
Además,
los Watkins estaban tan ocupados con los preparativos para la puesta de largo
de Hermione que casi no se percataban de la depresión que estaba atravesando
Calixta.
Y
Hermione, en su inocencia, tampoco se daba cuenta de que su hermana mayor
estaba mal.
-¿Cómo está tu hermana?-quiso saber Lucy.
-La noto un poco rara-contestó Hermione-Pero
mamá está segura de que Callie se casará. Se lo ha dicho a todo el mundo. Aún
le estamos bordando el ajuar.
Calixta
iba completamente vestida de negro.
-Puede que esté atravesando una mala
época-sugirió Lucy.
-¿Por qué dices eso?-inquirió Hermione.
-Calixta no se ha casado. Y ya tiene una edad
en la que…Bueno…
-¿Qué es lo que quieres decir? ¿Acaso piensas
que Callie nunca se casará?
-Yo…
-Creo que sí se casará. Callie es muy guapa. Tiene
una buena dote. Es inteligente y agradable. Cualquier hombre estaría encantado
de hacerla su esposa.
-¡Os estoy oyendo hablar de mí!-intervino
Calixta.
La
mirada que le dedicó la joven a su hermana y a la mejor amiga de ésta era
dolorida.
-Mamá sigue bordando tu ajuar-le recordó
Hermione.
Calixta
se cogió la falda y se dio la vuelta. Tenía los ojos llenos de lágrimas porque
no quería pensar en sí misma como una triste solterona.
Lucy
era joven y estaba prometida a Gregory, por lo que tenía muchas oportunidades
de casarse con él y de vivir feliz el resto de su vida a su lado, por lo que
Calixta la envidiaba. ¡Hasta Lucy tenía novio! ¡La insulsa Lucy!
Calixta
vivía acomplejada porque se veía así misma como una joven poco agraciada
físicamente. Le costaba trabajo relacionarse con la gente. Era tímida. Quizás
era demasiado tímida. Su pelo rojo era para ella como una especie de maldición.
-Felicidades, Hermione-le decían los invitados
a la fiesta-¡Que cumplas muchos más! ¡Que goces de una larga vida!
El
pequeño salón de los Watkins estaba adornado para la ocasión. Iba a celebrarse
la fiesta de cumpleaños de su hija menor. Los invitados iban llegando por
cuentagotas. Iban a reunirse sólo los amigos y los vecinos. Sin embargo, el
ambiente que se respiraba en la casa no podía ser más festivo.
-¡Callie!-trinó Hermione.
-¿Qué quieres?-inquirió la aludida.
-Ya han llegado mis amigas. ¡Ven a saludarlas!
-Sabes que la única de tus amigas que me cae
bien es Lucy.
-Lucy vendrá más tarde. Está leyendo una carta
que ha recibido. No es de Gregory. Es de Edmund. Es una pena que Edmund no haya
podido venir por mi cumpleaños. ¡Lo echo de menos, Callie!
La
aludida se preguntó si su hermana estaba enamorada del hermano de Lucy. No veía
a Hermione casada con un vicario.
Aún
así, Hermione estaba encantada con la fiesta. Era como una especie de anticipo
a lo que iba a ser su fiesta de presentación en sociedad. Tendría lugar en el
mes de octubre. Con el inicio de la temporada social en Londres.
-Estás preciosa, querida-le decían sus
amigas-Ese vestido te queda muy bien. Me gusta mucho.
-Muchas gracias-contestaba Hermione.
Y
se ruborizaba.
¡Por
el amor de Dios!, quería bufar Calixta. Hermione era un poco inocentona. Y hubo
un tiempo en el que Calixta era igual de inocentona que ella. Vio a gente
comiendo canapés. Vio a gente bebiendo champán en copas de cristal aflautadas.
Van a emborracharse, pensó Calixta. Pero…No diré nada. Dejaré que estalle el
mundo en mil pedazos.
La
gente también se acercaba a ella.
-¡Mi querida Calixta!-le decían-¡Qué guapa
estás esta noche!
Calixta
era una experta en el arte de disimular que estaba encantada con los cumplidos
que le dedicaban.
Me
están adulando, pensaba.
Son
todos unos hipócritas. No han venido aquí para verme. Todos han venido aquí
para ver a Hermione. Pero no voy a destrozarle la fiesta a mi hermana. No
quiero que llore. Porque…Si abro la boca…Quizás Hermey acabe llorando…¡Lo
destrozo todo!
Era
un desastre. Trev se lo había dicho muchas veces.
Calixta
Watkins tenía la piel blanca. Era tersa y suave al tacto. Tenía el cabello muy
rebelde y algunos mechones se le escapaban siempre de su moño que amenazaba con
soltársele con mucha frecuencia. Tenía el cabello de color rojo fuego que ella
aborrecía porque era un color que estaba pasado de moda. Se lamentaba el no
haber nacido rubia, como lo era su hermana pequeña, Hermione.
Esta flor me recuerda a ti. Me recuerda a tu
color de pelo.
Eran
frases que Calixta había escuchado en el pasado. Frases que ella creía que eran
de amor.
Tienes un pelo precioso, Callie.
Mientras
tanto, en la cocina, mistress Watkins estaban empeñada en enseñar a cocinar a
su hija Hermione. La joven no tenía mucho interés en saber cómo se preparaba
una tarta. Sin embargo, tenía que admitir que le gustaba pasar tiempo con su
madre. Oyó a Calixta bajar las escaleras.
-¡Hermey!-le llamó la atención mistress
Watkins.
La
mujer le enseñó a su hija la cantidad de harina que debía de echarle a los
huevos una vez que estaban batidos. Hermione cogió su libreta de notas y apuntó
la receta.
-Presta atención-le pidió mistress
Watkins-Ahora, tenemos que echarle el azúcar.
Hermione
vio cómo su madre pesaba el azúcar antes de echarlo a la mezcla.
-Pon a calentar el horno, por favor-le pidió
mistress Watkins-¿Dónde habré metido el chocolate?
-Lo tienes ahí-le indicó Hermione.
-Bien…Ahora, tú te encargarás de rallar el
chocolate. ¿De acuerdo?
Hermione
se puso a rallar el chocolate. Pero tenía la mente puesta en otra parte. Se
preguntó adónde se dirigía Calixta.
Mientras
tanto, la joven caminaba con aire pensativo. Los recuerdos la acosaban.
Recuerdos de una época en la que ella era una jovencita ingenua y soñadora.
Ahora, aquellos tiempos habían pasado.
Sus
pasos la llevaban hasta la playa. Haría lo que siempre había hecho. Dejarse
caer en la arena y contemplar el horizonte. Pero Calixta tenía hoy ganas de
caminar. Los recuerdos no la dejaban tranquila. Y ella se sentía demasiado
vieja, sola y cansada como para hacerles frente. Su vida era un completo
fracaso.
Eres una auténtica rosa inglesa. ¿Te lo ha
dicho alguien alguna vez? Me gusta ver cómo te ruborizas. Eres la única
pelirroja que conozco a la que le sienta bien el rubor.
Calixta
tenía ganas de llorar. Sus ojos estaban llenos de lágrimas cuando se encontró
frente a frente con el mar. Se subió un poco la falda y siguió caminando en
dirección al agua. Jamás acallaría aquellas voces masculinas que tanto la
atormentaban.
El agua…La sintió en su cuerpo.
Estaba helada. Calixta siguió caminando. Cada vez se metía más y más en el
agua. Oyó unas voces que le decían algo a sus espaldas. Calixta no quería
oírlas. Lo único que quería era desaparecer bajo la superficie marina. No salir
nunca más a tierra. Cerró los ojos. El agua le llegaba ya a la altura de la
barbilla.
Se ve interesante te mando un abrazo
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