Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros un fragmento de mi relato Segundas oportunidades.
En el fragmento de hoy, veremos los recuerdos de Jonathan y cómo fue su matrimonio con Abby, su difunta esposa.
Aún recordaba la primera vez que besó a Abby. Abigail Sullivan y él habían crecido juntos. Al llegar a la adolescencia, descubrieron que algo había pasado entre ellos. Había cambiado su relación de un modo que jamás habrían imaginado.
Entonces, Jonathan era un adolescente que vivía en el cotagge de su familia. Era alto y desgarbado y Abby le miraba a hurtadillas. Por supuesto, Jonathan no lo sabía.
Me he enamorado de Abby casi sin darme cuenta, pensaba Jonathan.
Salieron aquella tarde a dar un paseo por la villa romana que hay en las afueras de Chedworth.
-¿Te imaginas a la gente que vivió aquí?-le dijo Abby-Y nosotros estamos pisando este lugar. Me siento rara.
Jonathan la contemplaba con fascinación. Deseaba ser capaz de cogerle una mano. Casi sin darse cuenta, así lo hizo. Cogió la mano de Abby. Se la llevó a los labios. Se la besó. Abby se le quedó mirando con gesto sorprendido.
-¿Qué estás haciendo?-le preguntó.
-Algo que quería hacer desde hace mucho tiempo-respondió Jonathan.
-¿Por qué querías hacer eso?
-Porque...
Se le trabó la voz. No sabía cómo confesarle a Abby todo lo que sentía por ella. Los ojos de color verde de la joven brillaron al posarse sobre Jonathan y éste escuchó los latidos de su corazón. Latía al mismo compás que el corazón de Abby. Los dos estaban solos entre los restos de la vieja villa romana. Jonathan tragó saliva. Se acercó con paso tambaleante hacia Abby.
Se inclinó sobre ella. Los dos se habían detenido cerca del ninfeo. Estaba seco y ya no manaba agua de su interior, como había hecho en siglos pasados. Abby sintió que no quería estar lejos de Jonathan nunca. Los dos se fundieron en un fuerte abrazo. Y aquel abrazo fue coronado por un beso. Un beso que estuvo cargado de dulzura.
-Te quiero, Abby-le confesó Jonathan.
Al separarse, los ojos de la chica estaban llenos de lágrimas. Entonces, se atrevió a confesarle a Jonathan que ella también le quería.
Se casaron algún tiempo después. Fue una boda por todo lo alto, porque así lo quisieron los padres de Jonathan. Abby estaba guapísima. Eliza le dejó su vestido de novia, el mismo que había lucido el día de su boda con Adam.
Entró en la Iglesia cogida del brazo de Duncan, el cual iba llorando. Un hombre con fama de duro lloraba al casar a su hija adoptiva, pensó Adam.
Jonathan recordaba el día de su boda como el más feliz de su vida. El sacerdote le declaró a Abby y a él marido y mujer. Pensaron que su felicidad sería eterna. Que estarían siempre juntos. Pero no fue así.
Luego, vino la noche de bodas. No fue algo espectacular. Pasaron la noche de bodas en una posada. Abby estaba muy nerviosa.
Los dos eran vírgenes. Eire le había explicado a su hija en un aparte en la cocina cómo sería su primera vez.
-No has de tener miedo-le aconsejó-Jonathan es ahora tu marido.
-¿Y qué tengo qué hacer, madre?-quiso saber Abby.
-No tienes que hacer nada. Te dejarás hacer. Habrá terminado antes de que te hayas dado cuenta.
-¿Y qué me puede pasar?
-La primera vez siempre duele. No puedo decir que sea algo agradable. Pero tienes que hacerlo si quieres ser madre.
Eire le regaló a su hija el camisón que llevaba puesto.
Jonathan no sabía a ciencia cierta qué era lo que debía de hacer. Sabía más o menos en qué consistía. Pero nunca lo había hecho con una mujer. Ni siquiera solía frecuentar a las prostitutas de la taberna.
-¿Tienes miedo?-le preguntó a Abby.
Su recién estrenada esposa asintió. Jonathan se dio cuenta de que estaba temblando.
Se sentó a su lado en la cama. Sólo llevaba puesta una camisa corta de dormir.
Intuía qué era lo que debía de hacer. Abby estaba muy tensa. La besó con pasión en los labios. La recostó sobre la cama.
-¿Estás preparada?-le preguntó Jonathan.
Abby cerró con fuerza los ojos. Jonathan la abrazó. La besó con pasión. Llenó de besos su rostro. Pero, aún así, le hizo daño al invadir su cuerpo. No fue una noche agradable para ninguno de los dos.
Jonathan recordaba sus cinco años de matrimonio con Abby como la época más feliz de su vida. Abby era la hija adoptiva de Eire, la doncella, y de su esposo Duncan. Jonathan y Abby habían crecido juntos. Habían jugado juntos cuando eran pequeños. Y, al llegar a la vida adulta, habían creído que envejecerían juntos.
Habían dormido juntos durante cinco años. Sus cuerpos habían buscado calor en invierno bajo las mantas. Por las noches, se sentaban cerca de la chimenea. Dormían juntos la siesta acurrucados en el sofá.
Ponían juntos el Árbol de Navidad. Tomaban juntos el té mientras hablaban de sus cosas.
-Me gustaría mucho tener un hijo-le confesó Abby durante uno de aquellos tés-Pero tengo miedo. Los hijos no vienen. Creo que soy estéril.
-Los niños vendrán cuando tengan que venir-la tranquilizó Jonathan.
-Nunca supe quién fue mi verdadera madre ni el porqué me abandonó. Por eso, quiero tener un hijo. Quiero darle a mi hijo todo el amor que mi verdadera madre no pudo o no quiso darme.
-Te entiendo, cariño.
Les gustaba salir a pasear por el campo. Por las noches, salían al jardín. Se tumbaban sobre la hierba del jardín. Y contemplaban la Luna. Hacían dibujos con las estrellas que veían reflejadas en el cielo. Se sentían libres. Eran felices.
-Me gustaría poder llegar al cielo-le confesó en una de aquellas noches Jonathan a Abby-Cogería la estrella más hermosa. Y te la regalaría.
-¿De verdad harías eso por mí?-se alegraba Abby.
-Haría cualquier cosa por ti, amor mío. Sólo quiero que seas feliz.
Acostados sobre la hierba del jardín, se fundían en un fuerte abrazo. Jonathan le daba gracias a Dios porque estaba vivo. Porque tenía a Abby con él.
Cuando llegó a la adolescencia, supo que él y Abby habían nacido para estar juntos.
Su matrimonio fue la experiencia más maravillosa de su vida. Cierto era que no era un matrimonio apasionado. Pero eso no importaba.
Jonathan y Abby eran felices correteando por el jardín. Sentían el Sol dándoles de lleno en los rostros mientras se sentían más vivos que nunca. Jonathan disfrutaba viendo cómo su mujer se agachaba para coger flores. Era una estampa preciosa.
-Estaremos así siempre-le decía Abby-Tú y yo...Y los niños, cuando vengan.
Cuando se iban a la cama, Jonathan pensaba que se dormiría viendo el rostro relajado de Abby. Era su cara lo primero que veía cuando se despertaba. Jonathan sentía que no necesitaba más para ser feliz. Era feliz, incluso, cuando veía a Abby tejiendo una manta para cubrir su cama en invierno. El trabajo en el despacho y recorriendo sus tierras se le hacía corto porque pensaba que Abby estaba en casa
esperándole. Y así era.
Eran felices cuando salían a pasear. Bajaban mucho al pueblo. Abby iba a ver a sus amigas. Jonathan iba a ver a sus amigos. Pero siempre volvían el uno al lado del otro. Eran una pareja feliz. Irradiaban felicidad a cada paso que daban.
No tenían miedo en abrazarse en mitad de la calle. Jonathan la besaba en los labios con dulzura. Hundía su cara en el cabello de color rojizo de Abby. Aspiraba su perfume. Abby le inspiraba un sentimiento poderoso de protección. No tenía nada que ver con el deseo. Pero eso poco le importaba porque era amor. Acunaba entre sus manos el rostro de su mujer. Le acariciaba el pelo con la mano.
-Nos están mirando-le susurraba Abby.
-¿Y qué importa?-replicaba Jonathan.
-Me da vergüenza.
-No deberías de sentir vergüenza. Estamos casados.
-Sí...
Estaba el terreno íntimo. Jonathan prefería no pensar en eso. Era como una especie de mancha en su perfecto matrimonio. Una vez a la semana, tenían relaciones íntimas. Abby soñaba con ser madre. En su fuero interno, Jonathan creía que él era el estéril. Que no podía darle a su mujer el hijo con el que ella tanto soñaba. Abby y él tenían un origen bien parecido. Los dos habían sido rechazados por sus verdaderas madres. En el caso de Jonathan, su madre había intentado matarlo cuando aún estaba en su seno. Era el fruto del más atroz de los actos. El fruto de una violación...
Por eso, soy estéril, pensaba Jonathan.
Cuando besaba a su mujer mientras tenían relaciones, Abby se ponía tensa. Era incapaz de disfrutar de aquel acto con su marido. Nunca sintió placer. Y Jonathan lo sabía. Por eso, se resistía a pensar en las relaciones sexuales con su mujer. Le avergonzaba demasiado.
Cuando murió Abby, Jonathan sintió que su corazón moría con ella. No podía volver a amar.
Jonathan estaba en el despacho. Revisaba el libro de contabilidad.
Pero no podía concentrarse. Le preocupaba el viaje que su padre le había propuesto. Alejarse de Chedworth significaba también alejarse de Abby. Ya no podría visitar su tumba con la frecuencia con la que lo hacía. Cuando lo hacía, Jonathan hablaba con ella. Le contaba lo mucho que la echaba de menos. Todavía recordaba a aquel maldito perro que Abby había encontrado. Por su culpa, su mujer estaba muerta.
Unos golpes en la puerta hicieron reaccionar a Jonathan.
-Adelante...-dijo.
Eire, la madre adoptiva de Abby, entró en el despacho. La mujer había envejecido veinte años desde la muerte de su hija adoptiva.
La mujer portaba una bandeja con una taza de té. Le dedicó una sonrisa triste a Jonathan. Le quería desde el mismo instante en el que le vio tirado en el suelo, envuelto en un charco de sangre. Una masa sonrosada...No era un bebé, había pensado Eire más tarde. Pero no lo pensó en aquel momento. Cogió a Jonathan entre sus brazos. Lo estrechó contra su cuerpo dándole calor. Nunca entendió el porqué Mary había cometido aquella locura. Y, con el paso del tiempo, seguía sin entenderlo.
-¿Todavía sigues trabajando?-le preguntó-No has salido del despacho en todo el día. Y me temo que no has comido nada.
-Lo siento-respondió Jonathan-Pero no tengo hambre.
Eire depositó la bandeja sobre la mesa repleta de papeles. Acarició con la mano el pelo de Jonathan.
-Me hago cargo de que no has superado aún la pérdida de mi Abby-observó Eire.
-Y me temo que nunca lo haré-se lamentó Jonathan.
-A mi Abby no le habría gustado verte tan triste. Ella siempre estaba alegre y de buen humor.
-Me falta la vida. Me falta ella. Si no tengo a Abby, ¿qué es lo que me queda? ¡Nada!
-Puede volver a aparecer el amor en tu vida. Sé que no será lo mismo. Pero me gustaría verte de nuevo sonreír, Jonathan. Y me gustaría verte feliz.
Eire le dio un beso en la frente.
Se retiró de manera discreta. Su corazón sufría por la pérdida de su querida hija. Pero también sufría al ver el dolor en el que estaba sumido Jonathan. Los recuerdos de la doncella volaron hasta el día en el que vino al mundo. Las horas que pasó acunando a aquel ser que ni siquiera era un bebé. Temiendo que se le muriera en cualquier momento. Gracias a Dios, eso no había pasado. Lo había visto crecer hasta convertirse en aquel joven tan inteligente del que sus padres adoptivos se sentían tan orgullosos. Lo mismo que Eire...
Jonathan se recostó sobre la silla. ¿Cómo iba a volver a ser feliz si había perdido a Abby? No existe la mujer que pueda reemplazarla en mi corazón, pensó.
La cocina, un bonito sitio para confidencias y enseñanzas, aunque sea para como ser madre, ejem,
ResponderEliminarUn bonito capitulo sin duda que me ha gustado
unos besotes
Uy pobre Jonathan , me enamore de su personaje y me dio mucha pena que el perdiera a su esposa
ResponderEliminarQue lastima que se murió Abby. Y pobre Jonathan, quedarse solo después de encontrar la mujer de sus sueños. Me encanto, está lleno de romanticismo, ternura.
ResponderEliminarUn beso