Hoy, os traigo un fragmento de Segundas oportunidades.
Hoy, vamos a conocer un poquito a la familia Hollins. Esta familia va a ayudar mucho a Jonathan a recuperar la pasión por la vida y, por supuesto, una de sus integrantes le ayudará a recobrar la fe en el amor.
Nos vamos a Escocia para conocerlos.
ISLA DE SANDA, FIORDO DE CLYDE, ESCOCIA, 1845
El señor Edwin Hollins miró con preocupación a su sobrina Margaret Shields. Desde que ésta llegó a su casa, se había propuesto así mismo que la casaría. Sin embargo, todos sus intentos habían chocado de lleno con la obstinación de Margaret. ¿Acaso no comprendía que una mujer de su edad debía de estar ya casada y con hijos? Varios hijos...
-Ya tienes veinticinco años-le recordó.
Sentada al lado de Margaret en el sofá se encontraba la hija de Edwin, Edith, quien estaba bordando un mantel con punto de cruz.
-No tengo interés en el matrimonio-le confesó Margaret a su tío.
Estaba enrollando un hilo de lana. Lo último que quería era discutir con su tío acerca de su soltería. Su tía Phoebe, quien estaba cosiendo el dobladillo de una de sus faldas, suspiró. Su marido y Margaret hablaban mucho de matrimonio en los últimos tiempos. Edith disimuló una sonrisa. Margaret estaba dispuesta a morir soltera, si era preciso. El problema era que Edwin no lo veía del mismo modo.
-Tu tío quiere decir que ya tendrías que haberte casado, querida-intervino Phoebe.
Margaret se estaba arrepintiendo de haber accedido a pasar una temporada en casa de sus tíos escoceses.
Margaret era natural de Manchester. Su padre había sido un modesto clérigo, pero, por desgracia, una fulminante enfermedad acabó con su vida cuando Margaret tenía trece años.
Hasta hacía poco, Margaret había vivido con su madre y con su hermana mayor, Lucy. Las dos no poseían dote alguna. Habían dado por sentado que jamás se casarían. Sin embargo, Lucy, a los veintinueve años, se había casado con un oficial arruinado. Después de eso, la madre de ambas le sugirió a Margaret que se fuera a pasar una temporada a la casa de sus tíos, en la isla escocesa de Sanda.
La joven llevaba ya tres meses viviendo en casa de sus tíos. Pero estaba cansada de oírles decirle que tenía que casarse. Su hermana Lucy se había casado cuando ya todo el mundo decía que se quedaría a vestir Santos, como se suele decir. ¿Por qué no iba a casarse ella también?
-Eres joven y hermosa-le recordó Edwin a su sobrina.
Margaret terminó de enrollar el ovillo de lana. Se encogió de hombros. Los intentos casamenteros de sus tíos, en el fondo, le hacían gracia.
Edith paseó su mirada de su padre a su madre. Se preguntó si estaban pensando en emparejar a Margaret con algún conocido de ellos. A Edith le faltaban algunas semanas para cumplir dieciocho años. Y, en el fondo, tampoco ella estaba interesada en el matrimonio. De hecho, todavía recibía clases de su institutriz. Para sus padres y para su prima, era poco menos que una niña. Y se la trataba como tal. El problema era que Edith se sentía ya una mujer adulta. Y como tal quería ser tratada.
-He tenido muy pocos pretendientes, tío Edwin-le recordó Margaret-Y ninguno de ellos me ha llamado la atención. Además, soy muy feliz en mi soltería. No tengo nada de qué preocuparme.
-¿Te has vuelto loca?-se escandalizó Phoebe-¿Has pensado que vas a quedarte sola? Una mujer tiene que casarse. Su principal deber es fundar una familia.
Edith y Margaret intercambiaron una mirada cargada de significado. En su adolescencia, Margaret había sido un auténtico torbellino. Le gustaba subirse a los árboles. Le gustaba corretear de un lado a otro. Los años habían templado su carácter. Sus tíos creían que, al haber pasado más tiempo en el campo que en Manchester, Margaret era poco menos que una salvaje. Por suerte, la joven contaba con el apoyo y con la admiración de Edith.
-Te hace falta conocer a jóvenes de buena familia-afirmó Edwin-Seguro que alguno de ellos logra despertar tu interés.
-Aún así, no cambiaría mi opinión, tío Edwin-insistió Margaret.
La joven se puso de pie.
-No soy lo que se dice una belleza-añadió con sinceridad-Carezco de dote por completo. Ningún caballero querría acercarse a mí. Y, aunque reconozco que mi reputación no tiene mancha alguna, todo lo demás lo anula. Resignemos a mi situación. Yo ya lo he hecho.
Salió del salón con paso ligero. Dejó a sus tíos atónitos en el salón. Edwin se paseó de un lado a otro del mismo. Phoebe se dijo así misma que su sobrina se había vuelto loca. ¡Tenía que estar loca cuando hablaba de aquel modo!
-¿Qué piensas hacer, papá?-inquirió Edith-Maggie dice que no quiere casarse.
-¡Por supuesto que se va casar!-contestó Phoebe en lugar de Edwin-Pero, antes, tiene que conocer al hombre con el que lo hará. Tu padre le buscará el marido adecuado. ¿No es así, querido?
Edwin se detuvo delante de su mujer y de su hija. Miró al techo con gesto pensativo. De pronto, una idea cruzó su mente. Aquella misma mañana, le había llegado una carta procedente de su primo segundo, Adam Lennon, que vivía en Chedworth. El único hijo de Adam, Jonathan, tenía veintisiete años. Era viudo. Adam estaba pensando en emparejar de nuevo a su hijo. ¿Por qué no iba a hacerlo con Margaret?
Era la clase de mujer que mejor le convenía. Tenía su carácter. Pero también era una joven leal y extraordinaria. Estaba convencido de que harían una excelente pareja.
-Voy a escribirle a mi primo Adam-decidió Edwin-Le diré que estaremos encantados de que su hijo pase una temporada con nosotros.
-¡Eso sería maravilloso!-exclamó Phoebe, aplaudiendo.
-¿El qué sería maravilloso, mamá?-inquirió Edith.
-Tu prima Maggie...Jonathan, el hijo del primo Adam, es viudo. Es todavía joven y podría hacer una magnífica pareja con Maggie.
-¿Tú lo crees, mamá?
-¡Por supuesto que lo creo! Tu prima sabrá cómo llamar su atención. Es una buena idea que pase algún tiempo con nosotros y que se enamore de Maggie.
Margaret recordó el motivo por el cual Lucy se había casado con aquel oficial. Habían sido sorprendidos en mitad de un apasionado beso en mitad de la calle. Había quien decía que habían hecho algo más que besarse. A Margaret nadie la había besado.
La joven era bastante más alta que cualquier otra chica que conociera. Su cabello castaño era demasiado rebelde. Apenas le costaba trabajo mantenerlo apresado en aquel moño que amenazaba con soltársele. Desde luego, no se parecía en nada a su prima Edith. Su prima era rubia. Poseía un carácter tranquilo. Era delicada, igual que un hada. Y, además, poseía una dote bastante elevada.
En el recibidor, Margaret se encontró con el ama de llaves.
-¿Acaso piensa salir a dar un paseo usted sola, señorita?-le preguntó casi escandalizada.
-Sólo quiero tomar un poco el fresco-respondió Margaret-No pienso salir más allá del jardín.
Margaret salió fuera. Agradeció poder sentir el aire fresco dándole de lleno en la cara. Casi estaba segura de que sus tíos estaban conspirando para buscarle un marido. Aquel pensamiento le hizo sonreír.
Casarme, pensó con sorna. Eso nunca pasará.
Uy me parece una historia genial, esperare a ver que pasa.
ResponderEliminarPronto, subiré nuevos trozos.
EliminarTengo que encajar numerosas piezas. ¡Espero sorprenderte!
Un fuerte abrazo, Citu.
¡Gracias!
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