Hola a todos.
Hoy es lunes. Dice el tiempo que las temperaturas van a bajar un poquito a partir de hoy.
No sé si eso también pasará en La Unión. Vivo en un lugar muy cálido. Apenas llueve aquí.
Hoy, toca un nuevo trozo de mi cuento veraniego No te vayas.
Vamos a ver lo que pasa entre Amanda y Paul.
El baile se celebró el día 1 de septiembre.
Era el primer baile al que asistían las chicas y todas estaban muy nerviosas. Christine todavía tenía que guardar reposo. Recostada sobre su cama, la joven miraba con diversión las idas y venidas de sus amigas al armario. Sacaban un vestido. Pero lo descartaban al instante. Las doncellas que tenían que ayudarlas a vestirse y a arreglarse estaban a punto de perder la paciencia. Sólo Sophie permanecía tranquila.
-¡Me estás volviendo loca con tu indecisión, Mandy!-se hartó Mary-Es sólo un baile informal. Tampoco vamos a ir hoy a un baile en Almacks. Ni creo que vayamos nunca a ese sitio. ¡Cálmate! Vas a terminar mareando a la pobre Christy. Y eso no le conviene.
-Lo único que quiero es causar una buena impresión-se justificó Amanda-Sólo eso...Nada más...
-Ya...-ironizó Sophie.
-Me gustaría poder bajar con vosotras al salón-se lamentó Christine.
-El mejor baile es el que se celebrará en otoño, en Cardiff-le aseguró Eunice-A ese baile acudiremos todas nosotras. ¡Y nuestras libretas de baile estarán llenas!
Sophie guardó silencio. Ella no pensaba viajar a Cardiff en otoño. Su lugar estaba en el convento. Ya lo tenía decidido.
-Sé bien a quién quieres causar una buena impresión-habló al cabo de un rato Sophie, mirando a Amanda-Se trata de mi hermano Paul.
-Es sólo un buen amigo-le aseguró Amanda.
Pero se había puesto roja como la grana.
-Vamos a prepararnos-intervino Eunice.
Finalmente, Amanda se decantó por uno de los vestidos que se había comprado al acabar las clases en el internado.
La doncella la ayudó a ponerse la falda de color blanco. Le puso, además, el corpiño, que era del mismo color que la falda.
-Está muy guapa, señorita-la alabó.
-Gracias...-contestó Amanda.
Se puso los pendientes que le había regalado su padre por su décimo octavo cumpleaños. Se calzó unos zapatos de color negro. Los había comprado el año antes y todavía estaban nuevos. La doncella le cepilló el pelo. Se lo recogió en un moño dejando que sus rizos cayeran sobre su frente. Retorció el pelo de Amanda para elaborar un moño con forma de nudo, un peinado que se estaba poniendo muy de moda.
-¡Oh, Mandy!-exclamó Eunice al verla.
Las cuatro se despidieron de Christine. La joven las vio abandonar la habitación con gesto serio.
-Brillarán como brillan las estrellas-pensó Christine.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Qué va a ser de mí?, se preguntó Christine.
Se sentaron a la mesa. De primer plato, se sirvió cordero asado con salsa de laver.
-Tiene un fuerte sabor a menta-comentó William.
-La salsa laver se elabora con menta, hermanito-le explicó Mary-Pensé que ya lo sabías.
Eunice esbozó una sonrisa.
Ella se había sentado al lado de William. Mientras, Amanda se había sentado al lado de Paul.
-¿Piensas quedarte al baile?-le preguntó el joven.
-Es el primer baile al que acudo-respondió Amanda-Se me da mal bailar. ¡Parezco un pato mareado!
-¡Mentira!-intervino Eunice-Mandy baila igual que los ángeles.
-Me gustaría bailar con usted-le dijo William a Eunice-Si quiere.
La muchacha estaba preciosa aquella noche. Se había puesto un vestido de color rosa pastel. Unas cuantas rosas pequeñas adornaban su moño. Los rizos negros bailoteaban sobre su frente.
Eunice asintió. ¡Iba a bailar con William! Se preguntó si acabaría haciendo el ridículo delante de él.
Por cómo la miraba, Eunice pensó que debía de encontrarla adorable. ¡Le había besado la mano cuando la saludó al entrar al salón!
Varios criados entraron en el salón.
Recogieron los platos con los restos del cordero asado. Sirvieron el segundo plato.
Éste consistió en rape bañado con salsa laver. Amanda parecía estar disfrutando como nunca de la cena. Hablaba animadamente con todo el mundo. De haberla visto así, la señorita Alexandra la habría llevado a algún rincón y la habría reprendido por su comportamiento. Pero su institutriz estaba en su habitación. Amanda también habló animadamente con Paul. Su alegría era contagiosa. Se reía al escuchar las ocurrencias que tenían algunos de los invitados. Comía con auténticas ganas. Algo que sorprendió a Eunice.
-Las damas comen igual que los pajarillos-le recordó su hermana-Lo dice la señorita Alexandra.
-Lo recuerdo a todas horas-le aseguró Amanda.
-La cena está deliciosa-intervino Paul-El cordero...El rape...¡La menta!
-¡Umm!-exclamó Amanda-¡Me gusta mucho la menta!
-Ahora, vendrá el postre-dijo Paul.
Sirvieron de postre torta galesa.
Amanda atacó con entusiasmo la porción de torta galesa que le sirvieron. Gozaba de un gran apetito. Pero nunca engordaba. La señorita Alexandra decía que era porque Amanda era puro nervio. Nunca paraba quieta.
Paul sintió un pinchazo dentro de su pecho. Ya faltaba menos para abandonar aquel maravilloso lugar. Todos ellos tendrían que regresar a su rutina habitual.
Él volvería a la Universidad. Continuaría con su carrera de Derecho. Y, mientras, Amanda sería presentada en sociedad. Todavía no se le había declarado a Amanda. No quería perderla. No concebía su vida sin aquella alegre joven.
Pero tenía muchas dudas. ¿Sentiría Amanda lo mismo que él? Había correspondido a los besos que le había dado. Eso no significaba nada. ¿O podría significar algo?
-Te has quedado callado, hermanito-observó Sophie.
-Estaba pensando en el otoño-mintió Paul.
-Cuando lleguemos a casa, hablaré con padre y con madre-le prometió Sophie-Les contaré cuáles son mis intenciones. Espero que lo entiendan. Y que no se enfaden conmigo.
-No se van a creer que quieras ser monja. ¡Con lo alegre que tú eres!
-Es mi decisión. Y deseo que la respeten.
A las once de la noche, dio comienzo el baile. Amanda bailó el primer baile con Paul. Era un sueño hecho realidad. La orquesta contratada estaba interpretando un vals. Y ella estaba bailando con Paul en mitad del salón. ¡No se lo podía creer!
-Bailas muy bien-observó Amanda.
-No tengo mucha práctica-le confesó Paul.
El joven se había quedado sin habla al verla descender por la escalera.
Había llegado a conocer bien a Amanda a lo largo de aquellas semanas. Le había parecido la mujer más fascinante que jamás había conocido. Aquella noche, Amanda parecía una auténtica diosa griega descendida a La Tierra.
-Estás deslumbrante-la aduló.
-Gracias...-contestó Amanda.
El vals terminó y Amanda se apartó del lado de Paul. Se había sentido realmente cómoda bailando con él. Fue a sentarse al lado de Eunice. La muchacha la interrogó acerca del baile.
-¿Sabe bailar bien?-quiso saber-¿No te ha pisado?
-Ha sido como bailar con un ángel-contestó Amanda.
Sophie se echó a reír.
-Es mi hermano, Mandy-se rió-Parece que baila con los dos pies izquierdos.
Ella negó con la cabeza. No era cierto.
Le habría gustado bailar el vals toda la vida con Paul.
Durante un rato, estuvo hablando con Eunice y con sus amigas. Sophie, para sorpresa de todas, rechazó todas las invitaciones. Alegaba que le dolían los pies.
-¡Eso es mentira!-la regañó Mary.
-No me apetece bailar con ellos-afirmó Sophie-¿Te has fijado en ellos? No tienen conversación. Son aburridos.
-Estás muy rara últimamente-observó Amanda.
En aquel momento, William se acercó a ellas. Invitó a Eunice a bailar el vals que iba a interpretar la orquesta. La chica aceptó.
-Es la primera vez que bailo un vals-le confesó Eunice-Espero hacerlo bien.
Durante las semanas que habían pasado en aquella casa, William se había
dado cuenta de que Eunice era algo tímida. No solía hablar mucho. Pero había algo en su mirada que la hacía atrayente. En una ocasión, durante la cena, la había sorprendido mirándole con cierto descaro. Se había sentido incómodo. Pero, al mismo tiempo, se había sentido muy halagado.
-Baila usted bien-observó William.
-Muchas gracias...-contestó Eunice.
-Es la primera vez que bailo un vals.
-¡Nadie lo diría! Quiero decir que parece que baila muy a menudo. ¡Seguro que ha cortejado a muchas jóvenes!
-No lo crea.
-¡Exagera!
Eunice sonrió con timidez.
La chica no vio cómo Amanda le decía a Mary y a Sophie que iba a retirarse a su habitación a descansar.
En lugar de hacer eso, Amanda salió discretamente por la puerta de la cocina.
Sus pasos la llevaron hasta la playa.
Lejos del ruido de la fiesta, Amanda respiró el aire que venía del mar. Alzó la vista y contempló la Luna. Estaba en lo alto del cielo. Lo iluminaba todo. Podía ver la Luna reflejada sobre las aguas cristalinas del mar. Era como estar dentro de un sueño. En un mundo aparte...
Amanda se sentó sobre la arena.
Recordó lo vivido a lo largo de aquel verano. Se estaba acabando. Y eso le dolía. Lo último que quería era volver a su vida normal. A la preparación para su puesta de largo...
No hay comentarios:
Publicar un comentario