-¡Yo no quería!-le juró su hermana entre sollozos-¡Te juro por Dios que no quería! ¡Me defendí! ¡Pero era mucho más fuerte que yo! ¡Ni siquiera alcancé a verle el rostro! Me hizo daño. Le rogué. Le supliqué que parase. ¡Y no lo hizo! ¡Oh, Dios mío!
Mary sólo se había sentido capaz de contarle una parte de su secreto a Sarah. Sin embargo, no tuvo valor de contarle lo ocurrido después.
Tenía miedo de la reacción de su hermana.
Lo ocurrido aquella noche había dejado un recuerdo imborrable en ella.
Tocó su vientre sin darse cuenta.
Se preguntó si habría quedado estéril. El conde quería tener hijos. Y ella no sabía si podría darle un hijo.
Había estado a punto de morir. Mary había apalabrado con un matrimonio que le entregaría al bebé nada más nacer. Ella era amiga de la mujer.
Se marchó con la esposa a una casa que ésta tenía en las afueras de Cemaes. Pasaría todo el embarazo allí. Nadie lo sabría.
Todo ocurrió cuando Mary estaba en el sexto mes de gestación.
La futura madre adoptiva creía que había sido espontáneo. Una gran desgracia...Mary estuvo a punto de morir. Por suerte, se salvó. Por desgracia, pensaba ella. Una y otra vez, veía a aquel ser tirado en el suelo. Atado a ella mediante el cordón umbilical.
Nunca quiso tener aquel hijo. Le recordaba demasiado lo ocurrido aquella espantosa noche. Los días iban pasando lentamente. Mary tenía la sensación de que se iba a volver loca.
Aquella tarde, salió a pasear.
Podía salir a cualquier parte. Pero debía de ocultar su cada vez más abultado vientre. Le ensancharon la cintura de todos sus vestidos.
Cuando salía, se cubría con una capa de color oscuro. Sólo los criados del matrimonio sospechaban algo. Pero no decían nada. Mary no podía ver nacer al ser que estaba creciendo en su interior. Era el hijo de una alimaña sin entrañas. No podía seguir con aquel ser dentro de ella. ¡Se volvería loca! Ya estaba medio loca cuando salió aquella tarde.
¿La entenderían sus hermanas si se lo contaban?
Katherine quería tener un hijo con Stephen. Y Mary...No quería pensar en aquella cosa como su hijo. Los hijos, en su opinión, tenían que ser fruto del amor. No podía mirarle sin acordarse de lo que le habían hecho.
Ya lo odiaba. Y lo habría odiado aún más.
Sarah le había prometido a Mary que guardaría su secreto, pero entendía el porqué su pobre hermana le tenía tanto terror al matrimonio.
-¡Júrame que no se lo dirás a nadie!-le rogó Mary.
-Te lo juro-le aseguró Sarah-No se lo contaré a nadie. Tu secreto está a salvo conmigo. Quédate tranquila.
-Gracias...
Mary permaneció sentada en la silla con gesto cansado, pero, al mismo tiempo, aliviado. Parecía que se hubiese quitado un gran peso de encima. Y, en cierto modo, así era. Había guardado aquel espantoso secreto durante cinco años.
-De haberlo sabido nuestros padres, la habrían repudiado-pensó Sarah con horror-A pesar de que ella había sido la víctima.
Pero Mary se culpaba de lo ocurrido aquella terrible noche. Salió al jardín sola durante aquel baile. Lo único que pretendía era tomar un poco el fresco y, después, regresar. Pero aquel desconocido surgió de entre las sombras y se abalanzó sobre ella. La música amortiguó los gritos de Mary pidiendo ayuda. Nadie acudió a ayudarla.
¿Dónde estaba yo?, se preguntó Sarah con desesperación. ¿Dónde estaba yo mientras aquel miserable violaba a mi hermana? ¿Por qué no hice nada? ¿Por qué no la oí gritar? ¿Por qué no me contó nada? Los ojos de Sarah se llenaron de lágrimas de rabia contra sí misma. No fue capaz de ayudar a Mary. No entendió lo que le ocurrió a Mary. Su hermana había cambiado de la noche a la mañana. Se mostraba más huraña. Más retraída...
Durante sus primeros años de vida, las hermanas Wynthrop habían sido felices. Se llevaban pocos años de diferencia. Más que hermanas, siempre habían sido amigas y cómplices. Hasta hacía poco, Mary pensaba que no existía secretos entre ellas. Pero todo cambió cuando descubrió la relación que mantenía Katherine con su profesor de piano. Y tras enterarse del romance que estaba viviendo Sarah con el tal Darko Raven.
Hasta la propia Mary tenía sus propios secretos.
-Debiste de habérmelo contado-le había dicho Sarah después de escuchar la confesión de su hermana.
-¿Y de qué hubiera servido?-le increpó Mary. Cogió las manos de Sarah y se las oprimió hasta hacerle daño-El daño estaba ya hecho. Tú no podías hacer nada para remediarlo.
-Debí de haber salido contigo al jardín aquella noche.
-¿Hubiera servido de algo? A lo mejor, nos habría atacado a las dos. Era muy fuerte.
-En una pelea de uno contra dos, habríamos salido ganando. ¡Oh, Mary!
Sarah abrazó a su hermana con fuerza. El relato de lo sucedido aquella aciaga noche le había roto el corazón.
Recordó que, cuando Katherine se hizo mujer, Mary la abrazó con afecto y, por primera vez, le habló de matrimonio.
Ocurrió en el jardín. Parecía que habían pasado siglos desde aquella tarde.
-Yo no me voy a casar nunca-le dijo entonces la muchacha a su hermana mayor-Yo me quedaré a vivir aquí siempre con vosotras.
-Aunque vivas en el rincón más remoto del planeta, antes o después, acabarás conociendo al hombre de tu vida, cariño-le había contestado entonces Mary.
-¿Y qué pasará si nunca lo encuentro?
-Te quedarás soltera, pero eso no tiene que preocuparte. Aunque pienso que lo mejor que puedes hacer es casarte.
Sarah contempló con aire triste las rosas que había plantado María en el jardín al poco tiempo de llegar de su estancia en la casa de Cemaes. Se detuvo a la sombra de un árbol que se había secado.
Alzó la vista al cielo. Buscaba una respuesta para todo. ¿Por qué se había ensañado así la vida con Mary? Su hermana siempre se había portado bien con todo el mundo.
Luego, pensó en lord Robert. El conde creía que María era virgen, pero ella no lo era. ¿Y si ella le contaba lo que le había pasado?
Era mejor que decírselo en su noche de bodas. La pobre Mary estaba muerta de miedo.
Lord Robert parecía ser un buen hombre.
Pero también podía romper el compromiso si se enteraba de lo ocurrido. Los hombres eran así de cerrados e intolerantes con las mujeres. Lo peor de todo sería si se enteraba en su noche de bodas. La humillación sería terrible para Mary. Porque podía repudiarla. Su hermana no lo soportaría.
¡Oh, Mary!, se lamentó Sarah. Las lágrimas rodaron sin control por sus mejillas. Por eso, tuviste la otra noche aquella pesadilla. No fue una pesadilla. Son los recuerdos de aquella terrible noche que no paran de atormentarte. Mary...¿Por qué no me lo contaste? Yo misma habría tomado venganza. ¿Quién te hizo aquéllo? Algún hijo de perra...Nadie con entrañas le hace semejante cosa a otra persona.
Has guardado tu secreto durante muchos años. Sin querer compartirlo con nadie.
¿Qué vas a hacer ahora? ¿Quieres romper con el conde? Te ahorrarías una humillación, hermana mía. Los hombres son exigentes con las mujeres. En cambio, les piden que ellas, a su vez, no sean tan exigentes con ellos. Mary...
¡Que conmovedor!
ResponderEliminarsin duda la historia de Maria tiene mucho juego ¿que hará con Don Roberto?
Besines
Hola preciosa, ya estoy de vuelta y dispuesta a ponerme al día con tus preciosas historias.
ResponderEliminarYa hablamos!!!!
Un beso grande!!
Ah, se me ha olvidado decirte que me chifla el cambio de imagen en tu blog!!!!
ResponderEliminarEnhorabuena!!!
Hola, Anna.
ResponderEliminarMaría lo ha pasado realmente mal y ha cargado ella sola con su sufrimiento. Merece ser feliz y encontrar un buen hombre que la ame. ¿Será capaz Roberto de dejarse de sueños imposibles y hacer feliz a María?
¡Vamos a verlo!
Un abrazo muy fuerte.
¡Bienvenida, Rae!
ResponderEliminarEspero que te hayas divertido durante tus vacaciones, que hayas descansado lo suficiente y que estés de vueltas con las pilas bien cargadas.
¡Ay, muchas gracias! Creo que el blog está mucho más bonito ahora.
Un abrazo enorme, Rae.