Hoy, me he decidido a intentar escribir un nuevo relato contemporáneo.
Lo cierto es que no soy muy de escribir novela contemporánea. Aunque viva en el año 2014, por algún motivo, me siento más cómoda escribiendo sobre otros periodos de tiempo.
Puedo escribir sobre los años noventa, ochenta y sesenta. Pero tengo muchos problemas cuando trato de escribir sobre algo que ha pasado a día de hoy.
El relato que os traigo no es romántico. Es más bien sobre unas amigas en su entorno de trabajo.
Es bastante cortito. Transcurre en el año 2007.
Espero que os guste.
HORAS DE OFICINA
2007
2007
-¡Estoy harta de trabajar aquí!-exclamó una
voz cabreada hacia las doce del mediodía de un lunes de finales de mayo-¡Nadie
valora mi talento! ¡No sé porqué estoy aquí trabajando y rodeada de la gente
más mediocre que jamás he conocido! ¡No sé porqué no me largo! ¿Y qué narices
estás haciendo aquí?
Las
quejas de Elisa Barahona no le pillaban por sorpresa a su amiga Alejandra
Murillo. Las dos eran naturales de Pamplona. Las dos eran amigas desde que eran
pequeñas. Se conocieron en la guardería, cuando Elisa le dejó a Alejandra sus Plastidecor para colorear porque a ella
se le habían olvidado. Desde ese día, se hicieron inseparables. Juntas habían
ido al colegio y habían compartido pupitre hasta acabar el Bachillerato.
Alejandra se decantó por estudiar el Grado Superior de Administración y
Finanzas porque se consideraba demasiado torpe como para intentar hacer el
examen de Selectividad. Elisa, pese a que había hecho el examen de Selectividad
y había aprobado con un 9, también se apuntó a hacer el Grado Superior porque
no quería separarse de su amiga.
-Ya sabes que nunca he tenido claro lo que
quería estudiar cuando acabase el instituto-respondió Alejandra con
serenidad-La Administración y Finanzas me ha permitido conseguir trabajo en una
buena compañía de seguros, aunque no tenga mucho que ver-Rió suavemente. Elisa
admiraba la serenidad de su amiga. Ella era más impulsiva, más apasionada.
Solía hacer las cosas sin pensar y era Alejandra la que la llamaba a la calma.
Sobre todo cuando Elisa cortaba con algún novio y pensaba en el suicidio; era
Alejandra la que le sacaba la idea de la cabeza. Deseaba ser como ella-Además,
he oído que una dieta rica en fruta y verdura amansa el carácter y ya sabes que
soy vegetariana.
Elisa
ocultó la cabeza en el teclado de su ordenador Windows XP (el último modelo de ordenador) y la alzó rápidamente,
lanzando un gruñido de rabia.
-Esta mañana, he llamado al señor González,
uno de los clientes de la competencia, con la intención de atraerlo hacia
nosotros.
-El señor González, ¿eh?-Alejandra alzó una de
sus cejas-He oído que tiene fama de difícil. Nadie de la oficina ha conseguido
atraerlo hacia nosotros. Y sospecho que tú tampoco has tenido éxito. ¿Me
equivoco? ¿A que no? Nunca me enfrentaría a él.
El
teléfono de la mesa de Elisa estaba descolgado, pese a que hacía rato que la
línea estaba muerta.
-Lo que pretendía era ganarme el respeto del
señor Arribas-se justificó Elisa. El señor Arribas era el jefe de las
jóvenes-Siempre me está criticando. Asegura que conseguí el puesto porque a
nuestro jefe anterior, el señor Estévez, le parecí atractiva. Quería
demostrarle que tengo valía y, por eso, llamé al señor González. Ahora, me
arrepiento de haberlo hecho. Me he pasado cerca de una hora hablando con él por
teléfono, tratando de convencerle de las ventajas de nuestra aseguradora con
respecto a la suya y no lo he conseguido. ¡Me ha chillado!-Elisa estaba al
borde de las lágrimas-¡Me ha insultado! ¡Y me ha colgado el teléfono! ¡Encima
eso! Se me ha clavado el bollo que me he tomado para desayunar en el estómago.
Creo que, después de lo de hoy, no pienso comer bollos nunca más porque los
vomitaré. ¡Ha sido horrible!
Elisa
se echó a llorar. Alejandra se levantó de su silla, fue hacia su amiga, se
arrodilló a su lado y la abrazó, mientras le decía que no se preocupase, que
lograría captar a otro cliente mejor que el señor González. Acarició el cabello
rojo de su amiga y se maravilló de su suavidad al tacto. Elisa apartó el rostro
del hombro de su amiga y Alejandra le secó las lágrimas con las manos. Era
obvio que el rechazo del señor González había afectado, y mucho, a su amiga.
Elisa odiaba trabajar en la aseguradora, pero quería destacar a los ojos de
Alejandra.
-A mí también me han rechazado los
clientes-dijo con tranquilidad.
-A ti no te ha amenazado el señor Arribas con
despedirte-le espetó Elisa-¡Pero a mí sí! Me quiere poner de patitas en la
calle.
-Estoy segura de que el señor Arribas tiene un
alto concepto de ti y que te ve como la mejor de todos los que trabajamos aquí.
Por mucho que te quejes, él sabe que adoras tu trabajo y que le pones mucha
pasión.
-Lo que no quiero es separarme de ti. He
pasado toda mi vida contigo. No me consuela el hecho de que estemos viviendo
juntas desde que acabamos Bachillerato porque no puedo estar todo el día
encerrada en casa esperándote.
-A mí también me gusta vivir contigo, Eli.
Eres una grata compañía cuando no refunfuñas. Y me río mucho contigo. Las otras
chicas que trabajan aquí son insufribles. No las soporto.
La
aparición del señor Arribas en la oficina obligó a Alejandra a regresar a su
puesto y a Elisa a secarse las lágrimas. Alejandra enchufó el ordenador y se
puso a revisar las tarifas que la empresa ofrecía a sus clientes en caso de
incendio. Elisa colgó el teléfono y consultó un listado de posibles clientes,
aunque no tenía la cabeza puesta en ellos.
-En estos momentos, lo que más deseo es coger
el bolso y la chaqueta, largarme a casa, meterme debajo de la manta y no salir
hasta el año que viene-masculló la joven-¡Me van a echar!
Sus
ojos volvieron a llenarse de lágrimas ante la idea de perder su trabajo.
-No llores porque el señor Arribas se dará
cuenta de que algo pasa y, entonces, sí que se va a enfadar-le aconsejó
Alejandra con un susurro.
Desde
que le vino la regla por primera vez, Elisa había salido con muchos chicos y
más de uno le había destrozado el corazón. Sin embargo, lo que sentía por su
amiga era verdadera devoción.
-Nunca me ha gustado la idea de convertirme en
un ama de casa frustrada que se pasa todo el día con la fregona en la mano y un
Silik Bang en la otra y que se pasa
las mañanas viendo El Programa de Ana
Rosa-se lamentó Elisa-¡No soporto a Ana Rosa! ¡No soporto a la Estaban ! ¡Aborrezco al
Lecquio!-Volvió a sollozar- No hay
auténticos periodistas en ese programa. La mayoría están allí porque se han
acostado con algún famoso. O porque han salido en Gran Hermano. ¡Yo podría informar mil veces mejor que todos ellos! ¡Los
odio! Parecen gallinas alborotadas en un corral y sus risas… ¡Qué asco! Me
recuerdan a Loreto Valverde. Se dedican a comentar los reality shows de Telecinco y el culebrón-caracol de la tarde. Ya
sabes, Yo soy Bea.
-Ya no
se puede ir por el mundo derrochando el amor-canturreó Alejandra que había
estado enganchada en la susodicha telenovela hasta que vio que avanzaba a ritmo
lentísimo-En esta vida hay que saber
capear…
-¡No me cantes esa canción que te tiro por la
ventana! ¿Y llaman a eso información? ¿Hablar de un puto culebrón? Doña
Adelaida lo hacía mil veces mejor que la Esteban.
Lo de informar.
-No me hables de doña Adelaida. Mi madre creía
que era su gurú después de picarse en Cristal
y en La Dama de
Rosa.
-Cualquiera informa mejor que esa pandilla de frikis.
Alejandra
sabía que el gran sueño de Elisa era ser periodista. De hecho, sobrepasó la
puntuación necesaria para estudiar Periodismo en la Facultad cuando hizo el
examen de Selectividad. El porqué se había decantado por hacer un Grado
Superior era un misterio para su amiga.
-Cada vez que el señor Arribas me llama a su
despacho es para decirme que no estoy haciendo ningún progreso, que no he
captado a ningún cliente en lo que llevamos de año y que sus informes sobre mí
son pésimos-se lamentó Elisa nuevamente-Me dan ganas de enviarlo todo a la
mierda e irme sin darle la ocasión a que me eche. Y aún no sé qué es lo que me
detiene.
-Porque quieres hacer las cosas bien-afirmó
Alejandra-Eso es lo que te detiene.
Sin
embargo, Elisa sabía que su amiga se equivocaba. La relación entre las dos
muchachas era tan estrecha que sus compañeros habían llegado a tildarla de
morbosa. El señor Arribas tenía fama de ser ultraconservador y no soportaba a
aquellas personas a las que consideraba inmorales.
Si Elisa, con su fuerte carácter, no había llegado a enfrentarse a él era por
miedo a perder su trabajo. No, no temía perder su trabajo porque lo aborrecía.
Lo que realmente no podría soportar era la perspectiva de dejar de ver a
Alejandra. Era una tontería porque vivían juntas. Sin embargo, las horas del
día se le harían eternas a Elisa sin Alejandra. Mil veces se había dicho que lo
que sentía por ella era algo que no se salía de lo normal. Eran amigas. Elisa
estaba convencida de su heterosexualidad porque había salido con muchos chicos,
había querido a varios y había llorado cuando la relación se rompió. Pero no
ponía la suficiente pasión en esas relaciones y sus ex novios se quejaban de
ello.
Alejandra
apartó la vista del ordenador para fijarse en su amiga. Elisa se merecía ser
feliz, pero, por alguna razón, su vida personal y laboral estaba vacía. Le dedicó
una sonrisa.
-Nunca he tenido novio-dijo.
-Porque tú no quieres-le espetó Elisa-Porque
eres muy guapa. ¡Ya quisiera más de una lagarta ser como tú! Lo que pasa es que
eres tímida con los chicos. Y ellos sólo buscan en una tía algo parecido a una
puta. Lo sé por experiencia. Hace tiempo que me desengañé de los tíos. No
pienso echarme novio nunca más.
-Pero no me importa. Estoy contenta con la
vida que llevo porque tengo un trabajo que me llena y que me mantiene ocupada.
Y tengo a la mejor de las amigas a mi lado, así que no puedo pedir más.
Elisa
se odió así misma porque se alegraba de que Alejandra no tuviera novio. Se
decía que tenía que presentarle a algún chico. Sin embargo, todos los tíos que
conocía no le parecían lo suficientemente buenos para Alejandra.
-¿Acaso hay algo en mí que no es normal?-se
preguntó por millonésima vez Elisa-No es normal que me alegre de que mi mejor
amiga no tenga novio. Pero es que no hay nadie que sea lo bastante bueno para
ella. Ningún tío se la merece. Ninguno. Y no lo entiendo. Puede que no sea una
mujer de verdad. Sí que lo soy cuando hago lo que hago con los tíos-Pero
dijo:-Lo dices sólo para animarme. Siempre consigues animarme con tus palabras.
-Se dice que el agua acaba con el fuego-sentenció
Alejandra.
-Me hubiera gustado tener esa vena poética que
tienes-Elisa esbozó una triste sonrisa-Y también tener un ápice de tu dulzura.
-Tú también tienes un carácter dulce,
Eli-afirmó Alejandra-Lo que pasa es que tienes ese puntito de rebeldía que
todos tenemos alguna vez.
La
muchacha empezó a teclear; las tarifas presentaban unos cuantos errores y el
señor Arribas le había ordenado que los buscara y que los corrigiera. El
puntito de rebeldía de Elisa, como había dicho, debía de ser el típico que
todos tenemos en algún momento de la adolescencia. Pero la joven era
inconformista por naturaleza y ello, unido a su carácter fuerte, había
agudizado su rebeldía con el paso de los años.
-El problema está en que, cuando me enojo,
llego a decir cosas realmente terribles y me arrepiento de haberlas dicho justo
al instante-dijo Elisa-En más de una ocasión, he llegado a pegar a alguien
porque estaba fuera de mí. Me asusta la idea de hacerte daño. Me aterra, Ali.
Alejandra
le dedicó una sonrisa cariñosa. Le tendió una caja de klínnex a Elisa para que se secara los ojos. La joven cogió varios,
se secó los ojos y se sonó los mocos; mientras, por debajo de la mesa, se
quitaba los zapatos de tacón alto (¡unos auténticos Manolo Blanhik, como los
que lucía Carrie en Sexo en Nueva York!)
que le hacían daño en los pies y los oprimían. Se preguntó como Carrie tenía
tanto dinero para ir a los clubs de moda de la ciudad y para comprarse buena
ropa y zapatos caros y, en cambio, su apartamento se parecía a una pensión de
mala muerte.
-Me consta de que tú jamás le harías daño a
alguien porque eres la persona más buena que conozco-dijo Alejandra.
-Menos a Jaime Cantizano y sus
colaboradores-la corrigió Elisa-Me parece que sólo traen a su programa a los
famosillos salidos a raíz de la Operación Malaya. ¿Y quién
narices es el Tío Luís? ¡Ya han conseguido esos hijos de puta que hable de
ellos!
Elisa
golpeó con rabia la mesa. Una de sus adicciones inconfesables era ver programas
de corazón. Estaba enganchada a ellos desde que empezó a ir a clase sólo media
jornada a raíz de que empezara en Bachillerato. Veía Aquí hay Tomate cuando podía y, luego, despotricaba contra Jorge
Javier Vázquez. Le parecía que el creído presentador quería asemejarse al
psicópata de El guardaespaldas. Jorge
Javier hablaba mal de Isabel Pantoja y de su familia en prácticamente todos los
programas. Y lo hacía con un entusiasmo que resultaba repugnante y enfermizo.
Dicho esto, a Elisa no le gustaba para nada Isabel Pantoja. Sin embargo,
empezaba a creer que Jorge Javier se había vuelto loco o que era un
esquizofrénico que había dejado de tomar su medicación. Esto lo pensó después
de que se emitiera un reportaje en el que se hablaba del menáge a trois entre Picasso, Dalí y la mujer de éste último, Gala.
¿Acaso creía que era interesante hablar de un triángulo (supuesto triángulo)
amoroso que hubo hace cincuenta años? Elisa había llegado a creer que Jorge
Javier se iba por las noches al cementerio de la M 30 a desenterrar a los muertos acompañado por
Aramís Fuster. Ella invocaba al espíritu del difunto si éste era famoso. Jorge
Javier lo grababa todo por el móvil y lo presentaba de forma histérica al día
siguiente en su programa.
-A mí me cae simpático Antonio David Flores-se
sinceró Alejandra-Cometió algunos errores en su día, pero todos somos humanos y
nos podemos equivocar. En el fondo, todos somos como Antonio David. Cometemos
errores, pero terminamos corrigiéndonos a tiempo, antes de que cometamos algo
espantoso.
Elisa
supo que lo decía por ella. Su ocasional agresividad la había asustado porque
temía emplearla contra Alejandra. Antes de hacerle daño, se suicidaría porque
pegar a Alejandra significaría el fin de su amistad. Poco le importaba si la
denunciaba o no. La perdería para siempre y no podría soportarlo. La pasión que
sentía por ella (una pasión amistosa y sana, se recordaba) era comparable a la
forma la pasión que Jorge Javier ponía a la hora de despellejar a Isabel
Pantoja. ¿Debía tomarlo como algo bueno o como algo malo?, se preguntaba. Nunca
había pensado que pudiese haber algo malo en su amistad con Alejandra. Para
ella era Ali, su Ali, su mejor amiga, su hermana de espíritu. Le había puesto
el diminutivo de Ali porque se parecía mucho a Eli, que era como Alejandra la
llamaba. ¿Había algo raro en querer hacer una broma con sus nombres? Elisa se
dijo que se estaba volviendo paranoica.
-Ahora me arrepiento de no haber leído Mujercitas cuando estábamos en la E.S .O y la señora Ramos nos la
recomendó. Me parece que hay un episodio dedicado al malhumor y a la
agresividad de Jo-Elisa suspiró con tristeza.
-Sí-contestó Alejandra. Había momentos en los
que parecía más la madre de su amiga-Uno en el que se niega a perdonar a Amy
por haber quemado un libro de cuentos que pensaba regalar a su padre que estaba
en el frente. Al final, tras haber hablado con su madre y después de que Amy se
cayera a un estanque helado, Jo perdona a su hermana. Y promete poner remedio a
su mala leche. En Hombrecitos,
aparece como que es más dócil porque es ya mayor.
Elisa
observó como las manos de su amiga se movían a gran velocidad mientras pulsaba
los teclados y aparecían las palabras en la pantalla plana del ordenador Windows XP.
-De todas maneras, no necesito a la señora
March para cambiar mi carácter-afirmó la joven-Te tengo a ti. Tú me sabes
escuchar y me sabes animar cuando tengo un problema y eso es bueno. Sobre todo
a la hora de controlar mi carácter. He tenido problemas, muchos problemas con
el resto de compañeros porque, a veces, he perdido la calma con ellos.
-El señor Arribas no te ha despedido porque siempre
pides perdón-dijo Alejandra-Eso habla muy a tu favor porque sabes reflexionar y
llegar a la conclusión exacta cuando apenas han pasado unos instantes.
Elisa
trataba de llegar a la conclusión exacta de su vida. ¿Qué le estaba pasando?
Tenía 24 años, era joven, atractiva y sensual. Los tíos se morían por sus
huesos y a ella le gustaba provocarles. El problema era que, pasada la emoción
de los primeros días, quería deshacerse de ellos. Se enfadaba muchísimo cada
vez que veía a uno de sus ligues enrollado con otra chica, pero nunca se había
encerrado en su habitación a llorar desconsoladamente como cuando veía a
Alejandra hablando con una chica o un chico de manera animada. Esto no era
normal, se decía. Si tuviera tiempo, le diría al Jefe de Personal que
necesitaba hablar con la psicóloga de la empresa. Si tuviera tiempo, no, se
corrigió en el acto. No hablaría con la psicóloga porque estaría una hora sin
ver a Alejandra, lo cual no podía soportar. Por eso mismo, tampoco hablaría con
el Jefe de Personal. Pero, ¿es que no veía que su actitud era enfermiza? ¿Acaso
el mundo se acabaría si dejaba de ver durante unos segundos el dulce rostro de
Alejandra?
-Tienes demasiada fe en mí-dijo Elisa con
tristeza-Lástima que mis padres no sean de tu misma opinión. Ellos siempre me
han considerado como una especie de cabra loca y piensan que no voy a llegar
lejos en esta vida. Después de hablar contigo, me siento mejor. No sé qué magia
tienes que haces que la gente a tu alrededor sea feliz. Esta mañana, cuando el
señor González me ha colgado el teléfono, mi único deseo era morirme. Sin
embargo, tú estabas ahí con la intención de que no desanimara y que siguiera
luchando. ¡Y eso es lo que voy a hacer!
¡Ahí
estaba la respuesta! Necesitaba a Alejandra porque era su guía en el complicado
mundo de la vida. La necesitaba porque quería escuchar sus palabras de aliento
por las mañanas. Era su forma de recordarse el porqué estaba en aquella
compañía de seguros. Estaba allí porque no podía alejarse ni un milímetro de su
mejor amiga.
-¡Así me gusta que seas, Eli!-exclamó-Valiente
y luchadora.
-No lo soy-dijo-Pero lo intento ser.
Alejandra
asintió, encantada al ver la determinación de Elisa.
-Ser terca puede ser algo bueno en algún
momento-dijo. Descolgó el teléfono, miró la lista y buscó lo que encontraba-Lo
he oído decir porque no soy terca.
Elisa
marcó el número de teléfono que había encontrado en la lista y esperó a que
dieran la señal.
-Hola, buenos días…-saludó con voz educada y
fría a la vez. La voz de un profesional.
La
mañana no terminó mal.
Elisa se sintió mejor cuando acabó la jornada laboral. Alejandra y ella se subieron en el coche.
-Te llevo a casa-se ofreció Alejandra.
Se abrocharon los cinturones de seguridad. Elisa se recostó contra el asiento del copiloto. Alejandra arrancó el coche. Elisa pensó que, por lo menos, no estaba tan sola. Podía apoyarse en su amiga Alejandra.
Hacía unos meses que había decidido poner punto y final a la relación que mantenía con su novio.
Llevaba con él desde que estaba en el instituto.
Sólo le había besado a él.
Pero su ex novio nunca la había valorado como persona. Y Elisa deseaba demostrarle al mundo su valía. Ella tenía mucho que ofrecer. Y, siendo sincera, no le disgustaba nada estar sola. Mejor sola que mal acompañada, pensó.
FIN
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