Querida Ana:
Nunca me gustó el sobrenombre que te dieron. "La Regenta"...Si te digo la verdad, semejante apodo impone.
Sin embargo, tú nunca impusiste.
Al contrario...Se impusieron los demás a ti. Esa gente de tu querida ciudad de Vetusta...Parecían buitres a tu alrededor. Esperaban ver cómo caías en desgracia.
No te diste cuenta hasta que fue muy tarde de cómo eran esas personas. Gente que decían que eran tus amigos. Esa tal Visitación Olías de Cuervo...¡Por Dios! ¡Su nombre invita a desconfiar de ella! Una mujer que va de aventura en aventura y que descuida a su marido y a sus hijos. ¡Y osaba criticarte porque tú caíste!
¡Hipócritas!
¡Qué sola te quedaste, querida Ana! Sola y humillada...En aquella inmensa catedral...
La vida se ensañó contigo desde el día en el que viniste al mundo. Tu madre murió cuando tú naciste. Tampoco ella tuvo suerte en la vida. Era una modista italiana. Y tu padre era Carlos Ozores, miembro de una ilustre familia. Los buitres carroñeros se cebaron con ellos. Tu madre murió no por el parto. Lo intuyo. Murió porque estaba harta de tanta crítica. De tantos comentarios maliciosos...La bailarina italiana, como decían algunos. Te dejó sola de recién nacida.
Tu padre era un buen hombre. Con unas ideas un tanto particulares, pero un buen hombre. Su mayor error fue dejarte al cuidado de aquella institutriz llamada Camila. ¿Te acuerdas de ella? Es mejor no acordarse de ella. Era una mentirosa, lo sé.
Dijo con maldad que tú y aquel niño, Jesús, con el que pasaste una noche a bordo de una barca de madera, habíais hecho otras cosas. ¡Zorra que era!
Buscabas el calor de una familia. Por eso, te casaste con Víctor Quintanar. Era el Regente de la Audiencia de Vetusta. De ahí, el apodo que te impusieron de "La Regenta".
Siempre fuiste una criatura débil y enfermiza. Víctor podía ser, cuando quería, un padre contigo.
Pero él no llegó a entenderte ni a comprenderte. Buscabas ser amada. Buscabas ser feliz. Y sólo encontraste en tu camino escorpiones. Gente que jamás te quiso y que sólo buscaba destruirte.
Fermín de Pas se presentó ante ti como una especie de ángel guardián. Pero aquel hombre tenía mente de demonio.
También él buscaba algo de ti. No te veía como una feligresa desesperada.
Él no supo aliviar tu dolor. Siempre te pedía más. Un sacrificio tuyo que hiciste fue salir vestida de nazarena en la Procesión de Viernes Santo. ¡Oh, pobre Ana! Para Fermín de Pas fue su mayor triunfo. Para ti fue la peor de las humillaciones.
Quisiste ser madre. Querías tener un hijo para aliviar esa soledad que siempre te acompañó. Una depresión que se manifestaba en crisis nerviosas. Pero Víctor no fue capaz de darte aquéllo que tanto deseabas. Y, luego, apareció Álvaro Mesía. Y él fue tu perdición.
Era un ser vulgar, "El Tenorio de Vetusta". Muy poca cosa para un espíritu elevado como el tuyo...
Pero pensaste que era tu Príncipe Azul. Te resististe porque eras una mujer casada. Todos te decían, de manera sutil, que no pasaba nada. Era algo que hacía todo el mundo. Obdulia y Tarsilia...Visitación...El barón de la Barcaza...Ese hombre te perseguía y coleccionaba hijos ilegítimos en los pueblos.
Al final, cediste y te convertiste en la amante del Tenorio de Vetusta. Pensaste que él también te amaba. Pero no fue así. Víctor se enteró y se desafió a un duelo. No por amor, lo sé. Sino por limpiar su honor. Víctor fue herido de gravedad y Mesía se fue. Te abandonó a los buitres de Vetusta mientras él se daba la gran vida en Madrid.
¡Pobre Ana! ¡Qué cruel fue la vida contigo! Todo el mundo te dio la espalda. Se cebaron contigo. Dieron cuenta de tu cadáver. Ahí fue cuando te diste cuenta de cómo eran ésos que decían ser tus amigos.
Pero tuviste la gran suerte de contar con la amistad inquebrantable de un buen hombre. Frígilis...¿Te acuerdas de él?
Era el mejor amigo de tu esposo y a ti te quería muchísimo.
No le hizo caso a los chismes maliciosos que corrían sobre ti. Te cuidó cuando estuviste tan enferma tras la muerte de Víctor y tras verte abandonada por el canalla de Mesía. Se esforzó en sacarte de la depresión en la que caíste al ver lo que había pasado. Después de la última humillación que sufriste en la catedral, primero por De Pas y, luego, por Celedonio, te habrá seguido cuidando. Como un hermano cuida de su hermana.
Termino esta carta que quería escribirte hace algún tiempo, mi querida Ana. Me habría gustado conocerte. Me habría gustado pasear contigo por los jardines de "El Vivero". Te habría consolado.
Habría sido mejor doncella para ti de lo que fue esa víbora de Petra. Será mejor que no te haga pensar en quien sólo merece tu desprecio.
Piensa que tenías razón.
Tú vales mucho más que todos ésos.
Tienes a Frígilis a tu lado.
Prefiero quedarme con esa imagen. Él contándote cómo logró hacer crecer un eucalipto en un sitio tan frío y lluvioso como lo es Vetusta. No necesitas a nadie más a tu lado. Esa gentuza que te rodeaba no merece ni un mísero pensamiento tuyo. Ya serán juzgados cuando llegue el momento, querida Ana.
Cuentas con todo mi respeto y con toda mi admiración.
Algún día, lo espero, serás feliz. Porque te lo mereces.
"La Regenta" es una novela de Leopoldo Alas. Su seudónimo era "Clarín". Fue un conocido escritor de finales del siglo XIX. Además, es autor de otras novelas como "Su único hijo", "El abrazo de Pelayo" y "Cuesta abajo". "La Regenta" es su novela más conocida. Hace una dura crítica social a la alta sociedad de su época. Vetusta es el trasunto de su ciudad natal. Oviedo.
He leído varias veces esta novela. Vi la adaptación televisiva que hizo Televisión Española hace unos años. Quería hacerle mi particular homenaje a la protagonista, Ana Ozores. "La Regenta"...
Sé poco de esta historia, pero tu carta me ha despertado las ganas de informarme un poco más. Has hecho un hermoso homenaje.
ResponderEliminarBesos.
Gracias por tus palabras, Aglaia.
EliminarAunque sé que es un clásico español, nunca lo leí. Me has despertado el bicho de la curiosidad.
ResponderEliminarOs invito a Aglaia y a ti a que leáis "La Regenta".
EliminarEs una novela que tiene muchas páginas, pero que también tiene muchos personajes, cada uno cumpliendo un papel y no siendo mero adorno. Ninguno tiene desperdicio, os lo aseguro.