Hoy, me gustaría compartir en este blog un cuento al que le tengo mucho cariño.
Se trata de Deseo concedido.
Dos de los personajes de mi novela Historia de dos hermanas aparecen en este cuento. Se trata de Seosam y de Brighid.
En este relato, veremos cómo Brighid y Seosam hacen realidad su sueño más anhelado. Tener un hijo en común.
Ocurrirán algunos sucesos hasta que veamos la culminación de su sueño.
Os invito a que lo leáis.
Y espero que os guste.
Aviso que es un poco largo. Espero no aburriros.
CALCUTA, 1830
Brighid Lucille Gelhtidhwood se secó
las lágrimas que corrían por sus mejillas. Miró sus calzones manchados tirados
en el suelo.
La noche anterior, ella y su marido
habían acudido a una burra kahna. Una
de esas aburridas fiestas a las que solían asistir.
Como siempre, no se separaron el uno
del otro.
Bailaron numerosas piezas. Su marido
le traía un vaso de limonada. Hablaron. Rieron.
La falta de hijos les había unido
mucho. Por lo menos, pensaba Brighid, tenía a su esposo. Y tenía también al
hijo de éste. Nacido de su primer matrimonio…Pero no era lo mismo, pensaba la
mujer. Ella también deseaba tener su propio hijo. Pero el ansiado retoño no
había llegado aún.
Es la historia de mi vida, pensó.
Aquello se repetía mes tras mes. Tendría que estar acostumbrada. Nunca tendría
un hijo. Después de tanto tiempo de matrimonio, los niños no llegaban.
Brighid se sentó en la cama. El
dolor que sentía en el bajo vientre la dejaba sin aliento. Se repetía una y
otra vez cada mes. Un recordatorio constante de la vida que no crecía en su
interior.
Aún así, Brighid se resistía a tirar
la toalla. Se había casado a una edad en la que todavía era muy joven. Pero
muchos daban por sentado que jamás se casaría. No es lo mismo, pensó.
Oyó los gritos de Víctor, su
hijastro, quien estaba jugando en el jardín.
Vivía en un bungalow situado en las
afueras de la ciudad. Un bungalow bastante grande que tenía dos pisos. Lo tenía
todo para ser feliz, pensó Brighid. Con frecuencia, era invitada ella y su
marido a las fiestas que celebraban los ciudadanos ingleses que vivían en la
ciudad. Había participado en varias cacerías del tigre. Incluso había visitado
en varias ocasiones el palacio de la maharani.
Al sentir el dolor en sus riñones,
supo lo que pasaba. Sentía la sangre fluir de su interior. La sentía correr por
sus piernas. Y el dolor se apoderó de ella. Un dolor que le hacía imposible
respirar. Porque deseaba morirse. Otra vez no, pensó.
El bungalow tenía forma rectangular.
Buscó un paño blanco en uno de los
cajones. Prefería hacer aquello sola.
Brighid sabía qué era eso. Era la
menstruación. Le venía todos los malditos meses. Nunca había faltado ni un solo
mes.
Se puso el paño en unos calzones
limpios que encontró. Se puso los calzones. Debía de dejar de llorar. Tenía que
estar acostumbrada. La regla se le presentaría todos los meses con una
impecable puntualidad. Si dejaba de venir sería porque le había llegado la
menopausia. Jamás se le retiraría porque fuese a tener un hijo. Brighid se dejó
caer en la cama. Un sollozo se le escapó de la garganta. Un hijo…Deseaba haber
sido madre. Haber quedado embarazada. Haber dado a luz a un hijo. Suyo…Y de Seosamh…
No llores más, Brighid, se dijo así
misma. Eres una dama. Las damas no lloran por lo que no puede ser.
Salió de la habitación. Una de sus
criadas hindúes se acercó a ella.
-Mensahib-la llamó-¿Se encuentra usted
bien?
-Sí-mintió
Brighid-Estoy bien. ¿Por qué lo preguntas?
-Ha salido corriendo
de la cocina. Se ha puesto pálida. Se ha llevado las manos al estómago.
La criada era joven. Pero parecía
saber lo que le había pasado a Brighid. Ésta esbozó una trémula sonrisa.
-Ya estoy bien-le
aseguró.
-¿Seguro que no
necesita mi ayuda?-quiso saber la criada.
Brighid sujetaba entre sus manos sus
calzones manchados de sangre.
-No necesito tu
ayuda-contestó-Llevaré yo misma los calzones a la pila. Si puedo, los lavaré yo
misma.
-Mensahib…-tartamudeó
la criada.
-No pasa nada.
-¿Quiere que le
prepare una infusión?
-No, gracias. No me
duele tanto.
Pero sí le dolía mucho el bajo
vientre. Sí le dolían mucho los riñones. Le temblaban las piernas cuando bajó
la escalera. Procuró bajarla con la misma majestuosidad de siempre. Pero no
podía. ¡Qué difícil era disimular! No era una buena actriz. Nunca había sido
una buena actriz.
Pensó en su hermana Sarah.
Quería pensar que, al menos, su
hermana era feliz en un matrimonio que era muy desgraciado.
Brighid se encontró con Víctor en el
pasillo. El niño había visto una mariposa de vivos colores. Seguro de que se
trataba de un buen augurio, fue a buscar a su madrastra para contárselo. Sin
embargo, optó por guardar silencio cuando vio Brighid salir de su habitación.
Tenía los ojos hinchados de haber estado llorando.
-¿Te encuentras
bien, madre?-le preguntó.
Brighid era la única madre que
Víctor había conocido. No guardaba ningún recuerdo de la mujer que lo había
traído al mundo. Su padre le hablaba con frecuencia de ella. Pero no era lo
mismo.
-Estoy bien,
cariño-respondió Brighid-¿Por qué me lo preguntas?
-Tienes los ojos
hinchados-contestó Víctor-Has estado llorando. ¿Por qué estabas llorando?
-Por nada, cariño.
No se atrevía a contarle a Víctor lo
que le pasaba. Después de todo, el niño acababa de cumplir trece años. No lo
entendería.
-¿Por qué no bajamos
tú y yo al salón?-le propuso Brighid a Víctor-Es la hora de tomar el té.
-Padre no ha llegado
todavía-le recordó el niño.
-Pasaremos la tarde
tú y yo solos. Creo que tienes algo que contarme. Lo he visto en tus ojos. ¿Qué
has visto en el jardín? Cuéntamelo.
-¡Una mariposa de
colores, madre!
Cuando Seosamh regresaba a casa,
Brighid lo estaba esperando. Salía al recibidor a saludarle. Víctor estaba
sentado en el sofá. O estaba sentado en la mesa del salón. Siempre estaba
leyendo un libro. O escribiendo una redacción como parte de un trabajo escolar.
O estudiando para su próximo examen.
Seosamh saludaba a Brighid dándole
un beso en los labios. Ella le hacía pasar. Le contaba cómo había transcurrido
el día. A veces, ayudaba a Víctor a hacer los deberes. Quería ser una buena
madre para él. Sobre todo, cuando recordaba que Víctor no era hijo suyo. Era el
hijo de su marido. Nacido de su primer matrimonio…Víctor le tenía mucho cariño
a Brighid. Era la única madre que conocía. Pero veneraba también el recuerdo de
su difunta madre. Aún la honraba y la rezaba. Decía que ella le protegía.
Seosamh veía un poso de tristeza en
los ojos de Brighid.
Habían pasado doce años desde que se
casaron. Y ella todavía no había conseguido quedarse embarazada.
Su sueño habría sido poder darle un
hijo a Seosamh. Pero eso no había pasado. Brighid maldecía sus entrañas. Porque
las tenía secas.
Ignoraba si la culpa de su
esterilidad la tenía Calcuta. O, a lo mejor, ella siempre había sido estéril.
Se sentó en el sofá, al lado de Víctor. El muchacho ya tenía catorce años.
Hablaba, incluso, de convertirse en médico dentro de unos años. Tenía muchos
planes en la cabeza. Algún día, pensó Brighid, sería un gran hombre.
-¡Mira esto,
madre!-le enseñó Víctor-No lo había visto nunca. ¡Es curioso!
-¿De qué se
trata?-inquirió Brighid.
-Es un dibujo de un
espermatozoide.
-¿De un qué?
-Los hombres tenemos
espermatozoides dentro de nosotros. Sirven para fecundar a las mujeres. Así,
éstas se quedan embarazadas. Y nacen bebés.
-Me temo que ni mil
espermatozoides de esos podrían fecundarme. Estoy seca, Víctor.
El muchacho le cogió la mano y se la
apretó con fuerza.
-Tú, antes o
después, tendrás un hijo, ya lo verás, madre-le aseguró-El maestro dice que no
existe mujer que esté seca. Sólo la diosa Kamala tiene el don de hacer de la
mujer fecunda. Yo le pediré a la diosa
que haga que te quedes embarazada. Me gustaría tener un hermano.
Víctor era católico. Estaba
bautizado. Dentro de muy poco, se confirmaría. Rezaba todas las noches antes de
acostarse. Iba a Misa. Comulgaba con frecuencia. Pero también rezaba a los
dioses hindúes. No quería despreciar las costumbres del pueblo de su madre, que
era hindú.
-Pues la diosa
Kamala no quiere que yo sea fecunda-trató de sonreír Brighid, pero Víctor
advirtió la tristeza que había dibujada en su rostro.
Le dio un beso en la mejilla.
-Yo le rezo mucho-le
confesó-Le hago ofrendas. Quiero tener un hermano o una hermana. Así, le podría
enseñar muchas cosas y podría protegerle, madre.
No quiso levantarse al día
siguiente. Le dolía horrores el vientre.
Seosamh no quiso obligarla a que se levantara.
-Descansa,
querida-le dijo.
A media mañana, Brighid estaba harta
de estar acostada.
Se levantó de la cama. Buscó las
zapatillas a tientas y se las puso. Se echó un chal por encima de los hombros.
Se acercó a la ventana, que estaba cerrada. La abrió. El jardín de su casa era
enorme. Pero Brighid podía divisar un poco la vida que había más allá de la
verja del jardín. Sabía que la realidad de Calcuta era bien distinta. No tenía
nada que ver con los burra khanas. Ni
con las partidas de bridge.
-No es nuestro
país-pensó Brighid-Es su país. Nosotros…¿Qué estamos haciendo aquí? ¿Por qué
somos tan ladrones? ¿Por qué los ingleses no se conforman con lo que tienen?
Irlanda…Gales…Escocia…Yo no soy inglesa. Soy irlandesa. Y bien orgullosa que
estoy de ello.
Podía ver a los mendigos pedir
limosna. Una vez, vio a un mendigo cubierto de moscas. Y vio a un niño agonizar
en mitad de la calle medio roído por las ratas.
Los hindúes se estaban muriendo de
hambre. Los ingleses les estaban robando sus tierras. Los convertían en sus
criados a cambio de un sueldo que era una miseria. Brighid no estaba
acostumbrada a tanto boato. A tanta injusticia…Apretó con rabia los puños.
Sabía que no podía hacer nada para rebelarse contra aquella situación. Pero sí
podía expresar en voz alta lo que opinaba.
-Mensahib-la llamó una criada-Dispense.
He visto que la puerta estaba abierta. Y…
-No pasa
nada-Brighid le dedicó una sonrisa-Ya estoy levantada.
-¿Quiere que avise a
su doncella para que la vista?-le preguntó la criada.
Brighid asintió.
-Espera-le dijo-Ya
te aviso.
No era ninguna inútil. Podía
vestirse ella sola. Ya quisiste una vez ser independiente, pensó. Y acabaste
casada con Seosamh. Es muy curioso.
Echó agua en el aguamil. Se quitó el
camisón.
Mojó una esponja.
Se lavó todo el cuerpo. Se puso unos
calzones y una enagua limpios. Se puso las medias. Decidió prescindir del
corsé. ¿Por qué tenía que llevar corsé?, se preguntó mientras buscaba un
vestido en el armario. Se asfixiaba. Por culpa del maldito corsé, se había
desmayado unas cuantas veces. Se puso la falda. Se puso el corpiño. Se soltó su
cabello, que llevaba recogido en una trenza.
Se lo cepilló mientras se miraba en
el espejo.
Estás vieja, Brighid, se dijo así
misma.
Se hizo ella misma el moño. Estaba
harta de depender de los demás. ¡Una doncella para ella misma! Era un absurdo.
Durante años, ella y Sarah habían
compartido doncella. Ada era una mujer quejita. Siempre estaba quejándose de
algo.
Ahora, tenía una doncella propia.
Tenía criados. Pero no era feliz. Me falta algo, pensó Brighid. Tenía el amor
de Seosamh. Tenía el cariño de Víctor. El chiquillo era como un hijo para ella.
Un hijo…Me falta tener mi propio hijo, pensó Brighid.
UNA CARTA DE
BRIGHID GELHTIDHWOOD A SU HERMANA SARAH O’ HARA:
Es muy difícil acostumbrarse a este lugar. A mí me cuesta
todavía trabajo hacerlo. Pero soy feliz. Tengo a Seosamh y a Víctor a mi lado.
Muchas veces, creo escuchar cómo fluye el río Hugli. Aún
cuando vivo alejada de su orilla, lo puedo oír.
¿Te acuerdas, Sarah? Pasábamos muchas tardes tú y yo
sentadas a orillas del río Nore. Cuando éramos pequeñas, bromeabas. Me decías
que el río te hablaba. Jamás te creí. Pero quiero pensar que el río, de alguna
manera, se comunicaba contigo.
Paseo por delante del fuerte William. Odio ese lugar. Es
un monumento a un acto abominable. Como lo es robarle la tierra a sus legítimos
dueños.
¿Nunca has pensado, Sarah, que Sean le roba la tierra a
sus verdaderos dueños? Me hablas de una tribu comanche que vive en las afueras
del pueblo donde vives. Ellos son los verdaderos dueños de ese lugar.
Una vez, me atreví a beber agua del río Hugli.
Creo que los dioses hindúes me castigaron. Una palmera
que creía en el jardín de nuestra casa fue derribada por el viento. Aquí, el
viento puede llegar a soplar muy fuerte y trae consigo la muerte y la
destrucción.
No te gustaría vivir aquí en verano. Hace demasiado calor
y el sudor hace que se te pegue la ropa a la piel. ¿Te acuerdas de aquel año
que no hubo verano en ningún lugar de Irlanda, Sarah?
Soy feliz cuando llueve y, a menudo, llueve durante los
primeros días del verano. Eso alivia un poco el calor.
Y tengo la sensación de estar de nuevo en casa. En
Kilkenny…Contigo…
Echo de menos estar contigo. Quiero volver a Kilkenny.
Quiero que nos sentemos de nuevo a orillas del río Nore. Quiero que
intercambiemos confidencias. No tengo amigas en esta ciudad. Las damas inglesas
me miran por encima del hombro en cuanto abro la boca.
No olvides que los ingleses nos odian. ¿Por qué nos
odian?
No puedo relacionarme con las mujeres hindúes. Me miran
con desconfianza.
¿Acaso puedo culparlas? Les robamos y les esclavizamos,
Sarah.
Escribo esta carta sentada en la hierba del jardín. Una
flor de loto se ha abierto mientras escribo. Creo que es una buena señal. La
vida acabará sonriéndonos a las dos, mi querida Sarah.
Firmó la carta.
Tapó el tintero. Metió la carta en
un sobre. Pensó que Sarah siempre estaba justificando a Sean. ¿Por qué le
perdonó después de la canallada que le hizo? ¿Cómo se le ocurrió liarse con
otra mujer y dejarla embarazada? Brighid se puso en la piel de Sarah. Ella
habría echado a Seosamh a la calle.
Sarah solía repetir por activa y por
pasiva lo mismo. Que Sean era demasiado exaltado y fogoso en la cama. Y ella,
por el contrario, más tranquila. Le costaba trabajo complacerle.
El carruaje en el que viajaban
Brighid, Víctor y Seosamh pasó por delante del Kalighat. El templo erigido en
honor de la diosa Kali había sido construido veintiún años antes. Eran dos
pisos cubiertos de loza.
-Detén el
carruaje-le ordenó Brighid al cochero.
El hombre obedeció. En el tiempo que
llevaban viviendo en Calcuta ni Seosamh ni Brighid habían visitado nunca el
Kalighat.
-¿Vas a entrar
allí?-le preguntó Seosamh a su mujer.
-Sólo quiero mostrar
mi respeto por Kali-respondió Brighid.
Seosamh le ordenó a Víctor que se
quedara dentro del carruaje. El niño obedeció. Vio cómo Brighid y Seosamh
descendían del carruaje. Los dos se dirigieron al Kalighat.
Brighid sentía curiosidad por
conocer aquel lugar.
-A lo mejor, una de
las partes de la diosa se encuentra en este lugar-bromeó la joven.
-Hablas igual que
Chandra-observó Seosamh.
-¿Y cómo es eso? ¿Es
bueno? ¿Es malo?
Se encontraron de frente con una
imagen de la diosa Kali. Aquella divinidad representaba a la destructora de los
demonios. Igual que el Arcángel San Miguel, pensó Brighid. Se sintió
sobrecogida.
-Será mejor que nos
vayamos-le sugirió Seosamh.
Había unas pocas gotitas de sangre
esparcidas sobre el suelo. Muchos hindúes acudían a aquel templo a sacrificar
animales en honor de la diosa.
-Es como una
Iglesia-le dijo Brighid a su marido.
Brighid tenía muchas amistades entre las inglesas que residían en la
ciudad. Pero también había trabado amistad con mujeres hindúes. Eso
escandalizaba a sus amigas inglesas. Apenas se relacionaban con la población
hindú. Sólo aceptaban a los hindúes que estaban a su servicio.
Eran amistades superficiales.
Existía mucha desconfianza. De alguna manera, Brighid intentaba paliar su
soledad. Rara vez lo conseguía.
Brighid asistía a las partidas de bridge que celebraba la esposa del
Gobernador. Su esposo estaba demasiado ocupado con sus asuntos al frente de la Compañía Británica
de las Indias Orientales. De modo que pasaba el tiempo haciendo visitas. O
invitando a sus amigas a su casa. Parecía sentir una especial antipatía por
Brighid. No olvidaba que aquella mujer estaba criando a un mestizo como si
fuera su hijo.
Y, luego, estaba Seosamh. Aquel
hombre era un escándalo andante. Criaba a un hijo mestizo. En lugar de tomar
una amante hindú, como era lo normal, se había casado con ella. De no ser
porque estaba muerta, habría seguido casado con ella. En lugar de enviar a su
hijo mestizo a un internado, lo tenía viviendo consigo. Y con su esposa
blanca…¡Una irlandesa!
A la que siempre estaba besando en
la boca. ¡Incluso en público! Una vez, la matrona más chismosa de la ciudad
sorprendió a Seosamh entre las piernas de una mujer en el jardín de la casa del
Gobernador. Fue corriendo a contárselo a la esposa del Gobernador y ésta, a su
vez, fue corriendo a contárselo a Brighid. Quería darse el placer de humillarla
diciéndole que su esposo le estaba siendo infiel. No la encontró y pensó que
estaba en el jardín y se había enterado de todo. Para disgusto de la dama, la
mujer con la que estaba Seosamh era…La propia Brighid.
La cual se estaba abrochando su
desordenado corpiño cuando apareció la anfitriona. Su rubio cabello estaba en
desorden. Sonreía con picardía mientras Seosamh se abrochaba los pantalones.
Tenía los labios hinchados.
La esposa del Gobernador miró con
rabia a Brighid. La detestaba. Todo en ella rezumaba elegancia.
Belleza…Perfección…Siempre iba vestida a la moda. Ni un solo mechón rubio se
escapaba de su moño.
Sabía que Brighid era estéril. Por
eso, sentía un especial placer en restregarle que ella sí tenía hijos. Uno de
sus hijos estaba estudiando en Oxford. El otro estaba planeando su boda con una
rica heredera inglesa. Por supuesto, ninguno de los dos vivía en Calcuta. Ni
había pensado en viajar a la ciudad para ver a sus padres.
-La boda se
celebrará el año que viene-se jactó la dama.
Ya había repartido las trece cartas
entre las tres mujeres que estaban sentadas con ella a la mesa.
-¿Y piensa asistir a
la boda?-inquirió una de las amigas de Brighid.
-¡Mujer, tiene que
asistir!-intervino la propia Brighid-Es la madre del novio. Tiene que ser la
madre de la boda.
-Es un viaje muy
largo-se quejó la esposa del Gobernador-Pero estoy dispuesta a hacerlo.
-No todos los días
se casa un hijo-sonrió la cuarta mujer que estaba sentada a la mesa-Lo siento
mucho, mi querida Brighid-le dijo a la mujer-Había olvidado que tú…
-Víctor no será mi
hijo de sangre, pero es mi hijo-le recordó la aludida-Te olvidas que lo estoy
criando. Y, además, me llama madre.
-Pero…-se ahogaba la
esposa del Gobernador-Él es…Y tú…
-Soy su madre-afirmó
Brighid.
Y dijo la cantidad de bazas que
pensaba ganar para el equipo que formaba ella y una de las damas que estaban
allí. La esposa del Gobernador la fulminó con la mirada.
Brighid podía ser estéril, pero su
esposo la adoraba. De ser hindú, la habría repudiado. Y habría tomado otra
mujer. Incluso sabía de caballeros ingleses que embarazaban a criadas porque
sus mujeres no podían quedarse embarazadas y darles un herederos. Cuando las
criadas daban a luz, las despedían. Y hacían pasar al niño nacido por hijo de
su esposa. Seosamh pudo haber hecho eso, pero no quería hacerlo. Le parecía una
salvajada y una abominación.
-¿Dónde está mi
mujer?-le preguntó Seosamh al criado cuando llegó y no encontró a Brighid en
casa.
-Está fuera en el
jardín, sahib-respondió el criado.
Víctor tampoco estaba. Había ido a
casa de un amigo a hacer los deberes. Le dijo a su padre durante el trayecto
hacia la escuela que pensaba quedarse a dormir allí. Era un chiquillo muy
activo. Y muy independiente…A Seosamh le recordó a Chandra.
Honraba y respetaba su recuerdo. La
había amado. Y una parte de él seguía amándola. Había sido su esposa. Era la
madre de Víctor. Es raro amar a dos mujeres a la vez, pensó Seosamh.
Chandra había sido su primer amor.
Brighid le recordaba a ella. Todo en ambas era dulzura y delicadeza.
Y también todo en ellas era energía
y determinación.
Casi podía ver a Chandra en el lugar
de Brighid. A su primera esposa le gustaban las flores. Decía que los nenúfares
podían percibir el estado de ánimo de las personas que los cuidaban.
¡Ay, Chandra!, pensó Seosamh. ¡Ojala
estés viendo a nuestro hijo desde el Cielo! Te habrías sentido orgullosa de él.
Salió al jardín y vio a su esposa de
rodillas y con una pala. Supo que había sembrado alguna planta porque estaba
amontonando y aplastando la tierra encima de la semilla. ¿Por qué su simiente
no era capaz de engendrar vida en el vientre de su mujer como ella sembraba
semillas en la tierra?, se preguntó Seosamh. Se acercó poco a poco a ella.
-Hola-la saludó.
Ella dio un respingo. Se puso de pie
rápidamente. Se limpió las manos manchadas de tierra en el delantal.
-Me has asustado-le
regañó señalándole con la pala.
-No ha sido mi
intención asustarte, cariño-sonrió Seosamh.
La besó con dulzura.
Brighid llevaba puesto un vestido
sencillo. Su delantal estaba manchado de tierra. Algunos mechones de pelo se le
escapaban del moño. Seosamh volvió a besarla. Le pareció que estaba más guapa
que nunca.
-Debo de estar
horrible-se lamentó ella-Me he pasado toda la tarde en el jardín.
-¿No has bordado
hoy?-le preguntó Seosamh.
-¿Y qué es lo que
voy a bordar? He bordado manteles. Sábanas…Toallas…
-Siempre queda algo
por bordar.
-Todo formará parte
del ajuar de bodas de Olivia. No conozco a mi sobrina. Pero seguro que es tan
bella como lo es Sarah. Se casará antes o después. Quiero que tenga un ajuar de
novia en condiciones. Como lo tuve yo.
-Y lo tendrá. Ya verás
como sí. Tiene una tía muy precavida.
Brighid lo besó en la mejilla.
-¡Oh, Dios!-se
lamentó la mujer-Te voy a poner perdido de tierra-Le limpió la mejilla.
-No pasa nada-la
detuvo Seosamh-En serio…Me alegro de que estés siempre ocupada. Y quiero que
estés ocupada en tus cosas. Que tengas algo por hacer.
Los ojos de Brighid se tornaron
tristes.
-Me habría
gustado…-empezó a decir.
Seosamh le tapó la boca con la mano.
-No quiero que te
atormentes pensando en eso, amor mío-le pidió.
Pero sabía que le estaba pidiendo un
imposible. El saber que jamás sería madre era algo que atormentaba a Brighid.
-No pasa nada-mintió
ella.
Seosamh pedía todas la noches un
milagro. Deseaba ver a su mujer embarazada. Pero también tenía miedo de que eso
pasara. Recordaba lo ocurrido con Víctor. Chandra había gozado de buena salud
hasta que se quedó embarazada.
Quería pensar que había sido sólo
una casualidad. Que la mala suerte se había cebado sobre ellos.
Brighid no quería saber nada de la
adopción. Seosamh tampoco quería adoptar un niño. Podían parecer egoístas. Pero
era así como pensaban y como sentían.
-Nunca te echaría en
cara que acabaras repudiándome-dijo Brighid-O que tomaras una amante. O…
-¡Basta,
Brighid!-estalló Seosamh-¡No hables así! ¡Te lo prohíbo! ¿Tan poca cosa crees
que soy para que pienses eso de mí?
-Lo hacen muchos
caballeros.
-¡Los demás
caballeros se pueden ir a la mierda!
-¡Seosamh!
-Perdona que te
hable así. Pero es la verdad. Jamás te humillaría de semejante forma. Me
mataría antes de hacerte daño. Creía que lo sabías.
La tarde se cernía sobre Calcuta.
Dentro de nueve meses, el monzón
haría acto de presencia. La casa, como de costumbre, se inundaba con la llegada
de las lluvias.
Vivían cerca de la Casa del Gobierno. En lo que
muchos conocían como el sector europeo. El
río Hugli se desbordaba por culpa del monzón. Algún día, moriremos todos
ahogados, había pensado en los primeros años que pasó allí.
Ahora, estaba acostumbrada.
Se había acostumbrado a los viajes
de negocios de su marido. Viajes que él intentaba no hacer solo porque se
llevaba consigo a las dos personas más importantes para él. Ella y Víctor…
Vivían en la capital del Raj
Británico.
En uno de los bungalows
residenciales más bonitos…
A veces, ella se encerraba en el
invernadero.
Miraba las plantas. Quería hablar
con ellas. Cultivaba loto. Sobre todo, loto. Le decían que el loto era el
símbolo de la fertilidad. Pero no había funcionado con ella.
Brighid
Lucille Gelhtidhwood se miró en el espejo. Se dio así misma el visto bueno. La
cena aún no estaba preparada. Ella saldría a dar un paseo. Su marido todavía no
había llegado. Y, además, esperaban invitados a cenar. No le importó.
Miró
la fecha en el calendario.
Un
buen día, pensó.
Brighid
poseía un cabello precioso, largo y de color rubio muy claro. Era esbelta, de
pechos firmes. Sus ojos eran de color azul cielo. Era más alta que la media de
las mujeres. Llevaba casada nueve años. Y aún no había tenido hijos. Lo cual la
entristecía.
En
el salón, estaba sentado en el sofá el hijo de su marido, Víctor.
Seosamh
había estado casado anteriormente con una joven hindú de alta casta, Chandra.
Fruto
de aquel matrimonio había nacido Víctor.
Pero
Chandra cayó gravemente enferma. No llegó a ver a su hijo cumplir su primer año
de vida. Cuando se casó con Seosamh, Brighid se convirtió en una segunda madre
para Víctor. Quería con locura a aquel niño.
Pero
deseaba tener un hijo con su marido.
-¡Madre!-la llamó Víctor.
Brighid
se acercó a él.
-¿Ha venido ya padre?-quiso saber el niño.
-Todavía no-contestó Brighid.
-¿Podré cenar con vosotros?
-Ya sabes que sí.
-Es que me gustaría hablar con padre acerca de
este libro.
Víctor
tenía un libro en sus manos. Se llamaba Robinson
Crusoe. Le gustaba hablar de los libros que caían en sus manos con su
padre.
-Estoy segura de que responderá a todas las
preguntas que le hagas con mucho gusto-aseguró Brighid.
-¿Te imaginas lo que es vivir solo en una isla
desierta durante años?-inquirió Víctor.
-La idea resulta horrible. No poder hablar con
nadie. Tener que usar tu ingenio para salir adelante. Sin saber si alguien
vendrá a buscarte. No puedo imaginármelo.
Brighid
acarició con cariño el cabello oscuro de su hijastro. Víctor se centró en la
lectura del libro.
Brighid
había descubierto la pasión en brazos de su marido. Disfrutaba de los besos que
él le daba acostados en la cama. Cuando la besaba con suavidad en el cuello. Y
él, a su vez, se desvivía por ella. Salió al jardín. Brighid contuvo las
lágrimas. Quería ser madre. Quería engendrar un hijo, fruto del amor que ella y
su marido se profesaban. Pero los años habían pasado.
Y
ese hijo no había llegado. Es la voluntad de Dios, pensó Brighid. Es la
voluntad de Dios. Era católica y ferviente creyente. Debía de asumir que su
sino era ser la madre del hijo de otra mujer. No le parecía mala la idea porque
quería muchísimo a Víctor y el niño, a su vez, también la quería. Pero Brighid
quería quedarse embarazada. Quería dar a luz a su propio hijo.
El
cielo estaba todavía claro.
Pero
no tardaría mucho en empezar a tornarse de color oscuro. Faltaban nueve meses
para la llegada del monzón. Brighid odiaba los monzones.
Pensaba
que se iba a inundar la casa con la llegada de las lluvias.
Todos
corrían a ocultarse en el desván en la creencia de que las lluvias inundarían
la casa. Víctor intentaba disimular el terror que sentía ante aquellas lluvias
torrenciales. Brighid lo veía temblar, aunque el niño lo negara. Y lo
consolaba.
Al
día siguiente, Brighid fue a visitar a una de las modistas más conocidas de la
ciudad. Madame Curie. Ésta le enseñó las nuevas telas que había traído.
-¡Fíjese en el color, madame!-le indicó-Es idóneo para usted. Con su cabello rubio…
Brighid
era una de las mujeres más elegantes de la ciudad.
Más
tarde, en su habitación, se miró en el espejo. Se había puesto un vestido de
color fucsia. Diseño de madame Curie, por supuesto. Al ser primavera, era de
manga corta. Tenía un dibujo bordado con piedrecillas en el corpiño y era
bastante recatado. Brighid se sintió vieja al recordar que estaba rondando los
cuarenta. Estaba dotada de una belleza serena y madura y su elegancia era
innata.
-¿Cuándo piensa tener hijos?-le preguntó a
bocajarro madame Curie-Sé que quiere mucho al pequeño Víctor.
-Es como un hijo para mí-respondió Brighid.
-Pero no es su hijo, madame. Usted debería tener hijos propios.
Brighid
guardó silencio.
Llevaba
muchos años casada con Seosamh.
Se
casó con él cuando todos daban por hecho que se convertiría en una solterona.
Años
después, no había logrado hacer realidad su sueño. Ser madre.
A
pesar de lo mucho que quería a Víctor, no era suficiente. Brighid quería tener
su propio hijo. Un hijo nacido de ella…Pero el tiempo pasaba. Y no conseguía
quedarse en estado. Creía que era estéril. Algo que Seosamh nunca le había
echado en cara. Se conformaba con ejercer de madre con Víctor. Es la Voluntad de Dios, pensó.
No hay nada que podamos hacer. Víctor no tenía ningún recuerdo de su madre. Así
que Brighid era como una madre para él.
Su
doncella terminó de hacerle el moño. Brighid poseía el cabello largo, de color
rubio muy claro y solía llevarlo recogido en un elegante y complicado moño. Un
moño que a Seosamh le gustaba deshacer. Es curioso, pensó Brighid. Había
hallado placer al lado de Seosamh. Entre sus brazos…No era normal en una dama.
Ni siquiera en una dama casada, como era su caso.
-La veo pensativa-observó la doncella.
-Esta noche hay una cena-mintió Brighid-Y
quiero que todo salga perfecto. Eso es lo que me preocupa.
Se
puso de pie.
Recordó
la conversación que había mantenido con madame Curie en su tienda.
-A lo mejor, nunca tendré un hijo-Se encogió
de hombros. Pero se sentía destrozada por dentro-Hay mujeres que no dan a luz a
sus propios hijos. Los adoptan. Y yo he adoptado a Víctor.
-Hará bien-afirmó madame Curie-Ese joven tiene
motivos para quererla. ¡Pobrecito! Su madre vivió poco tiempo. Es normal que no
la recuerde. Usted será una buena madre para cualquier criatura. Sea o no sea
de su sangre.
-Pero…
-Pero usted no quiere al hijo de otra mujer. Y
ése es el problema. Usted quiere tener sus propios hijos. Y éstos no vienen.
-Así es.
Las
dos guardaron silencio. Madame Curie no tenía hijos. Pero le habría gustado
tenerlos. Su matrimonio había sido breve. Llegó a quedarse embarazada. Dio a
luz en una celda de la prisión de Newgate, donde ella y su marido fueron a
parar por impago de unas deudas que tenían. Dio a luz sola. El niño no vivió
más de unas horas. Su marido se suicidó en la cárcel. Entonces, ella pudo salir
de Newgate. Optó por abandonar Inglaterra. Se hizo pasar por francesa. Hablaba
con un acento francés bastante aceptable. Empezó a ganarse la vida como
modista.
La
doncella abrochó el bonito collar de perlas de Brighid alrededor de su cuello.
Era uno de los últimos regalos que Seosamh le había hecho. Las joyas no pueden
compensarme el no haber cumplido mi sueño, pensó Brighid. Sus ojos se llenaron
de lágrimas que ella rechazó con orgullo.
-Gracias-dijo.
-El señor estará a punto de llegar.
Seosamh
Gelhtidhwood era un próspero comerciante. Había heredado el negocio de
importación y exportación de su padre. Numerosos barcos transportaban sus
mercancías a un lado y a otro lado del mundo. En la actualidad, vivía en
Calcuta. Brighid se había acostumbrado a vivir allí. Se acostumbró al calor. A
la estación de los monzones, que dejaba su casa inundada año tras año. Se
acostumbró a los sabores picantes. Pero no se acostumbraba a las cacerías del
tigre. Ni a ver la pobreza en la calle.
Brighid
salió de la habitación. Una criada hindú se acercó y le tendió un vaso lleno de
coñac. Brighid lo bebió de un trago.
-Gracias-dijo.
-Los invitados están a punto de llegar-le
comunicó la criada.
Brighid
ahogó una maldición. Tenía fama de ser la perfecta anfitriona. Pero llevaba algún
tiempo que no quería saber nada de fiestas ni de bailes ni de celebraciones de
ningún tipo.
-¿Cómo van los preparativos?-inquirió.
Había
curry suficiente para todos. Las patatas ya estaban peladas. Sabía a quiénes
les gustaban las comidas muy picantes. Había vino suficiente también para
todos. Su vestido era precioso. Se veía realmente hermosa aquella noche. Debía
de estar tranquila. Pero Brighid tenía la mente puesta en otra parte. Se veía
así misma embarazada. Acunando a un niño recién nacido.
La
criada la tranquilizó. Brighid bebió otro sorbo de su vaso de coñac. Le
temblaba la mano. Le parecía que estaba demasiado amargo el coñac.
-Shiva nos pone muchas pruebas-afirmó-O quizás
es Dios es el que nos pone las pruebas. No lo sé. El calor me confunde.
-Será una fiesta sencilla, mensahib-le aseguró la criada-Pero será
inolvidable. Como todas las que se han celebrado aquí.
Mensahib…A Brighid le costaba mucho
trabajo todavía entender algunas palabras en hindú.
-No se preocupe-prosiguió la criada.
-¿Me ves preocupada?-indagó Brighid.
-La veo algo tensa. La verdad es que la veo
muy tensa, mensahib.
No
me conoces, pensó Brighid. No sabes que no estoy pensando en esa maldita
fiesta.
-Voy a salir al jardín-dijo la mujer-Con un
poco de aire fresco se me pasarán los nervios.
-No tarde mucho, mensahib. Los invitados no deben de tardar mucho en empezar a
venir. No debe de retrasarse.
-Sí…Lo sé.
-¿Y sahib?
¿Sabe si va a venir a cenar?
-Sí…Sí…Eso es lo que me ha dicho. Gracias por
el coñac. Me ha venido bien.
Brighid
apuró el vaso. Se lo dio a la criada. Salió al jardín. Se le había olvidado
ponerse el chal. Pero no volvió por él. El aire la golpeó de lleno en la cara.
Alzó la vista al cielo. Empezaba a caer el Sol.
Le
habían dicho que era la perfecta aristócrata. Muchos se maravillaban al ver lo
bien que se había acostumbrado a vivir en Calcuta. A pesar de los mosquitos,
como le decían algunas de sus amigas. Pese a que no había nacido aristócrata.
Pero sí poseía cierta clase. Sabía cómo ganarse a la gente. Y cómo comportarse
en el momento adecuado.
Se
sentó a la sombra de un árbol. Poco le importaba si se manchaba o no el
vestido. Apoyó la espalda en el tronco. Suspiró con pena. Notó cómo una suave
brisa jugaba con un mechón que se le había escapado del moño. No soy perfecta,
pensó.
Le
gustaba salir al jardín a pasear cuando hacía buen día. Le gustaba también
pensar que tenía el bungalow más bonito de la ciudad. Su jardín también era
hermoso. Jazmines…Buganvillas…Todo crecía allí. Ella misma se encargaba de
cuidarlo siempre que podía. Regaba las plantas. Arrancaba las malas hierbas.
Sembraba las semillas.
Estaba
sentada a la sombra de un eucalipto. Fue ella la que lo plantó al poco de
llegar. Necesitaba estar activa y moverse. Y se entregó a la jardinería. Había
otros eucaliptos más en el jardín. Y también árboles de mangos…Vio pasar un
carruaje por delante de la verja de su casa. Pero no era Seosamh. La escuela a
la que asistía Víctor se encontraba en el centro de la ciudad. Solía irse con Seosamh.
Él lo acompañaba a la escuela. Luego, seguía su camino hasta las oficinas.
Brighid
se quedaba sola. Intentaba ocupar su mente haciendo otras cosas. Visitaba a sus
amigas. Salía al jardín a ver qué podía hacer. Y bordaba mucho.
Recordó
un evento al que había asistido días antes.
Se
decía que las modelos que trabajaban para Madame Curie eran las mujeres más
hermosas de la ciudad. Trabajaban para ella tanto inglesas que habían viajado a
La India
escapando de algo o de alguien como jóvenes hindúes.
Se
celebraba un pase de modelos aquella tarde en la trastienda.
Brighid
asistió sola. El pase sería privado. Estaban invitadas pocas personas. Damas de
la colonia británica…Sólo mujeres…Seosamh estaba trabajando. Y Víctor no podía
permitirse el lujo de acompañarla. Además, estaba ocupado con sus estudios.
Brighid se sentó en una de las primeras sillas. La criada hindú de madame Curie
sirvió vasos de zumo. Brighid aceptó uno de aquellos vasos. Bebió un sorbo. Era
zumo de naranja. Es curioso, pensó. Éste no es nuestro país. Es su país. Algún día, terminarán
hartándose y reclamando nuestras cabezas con razón.
Se
decía que las telas que usaba madame Curie eran las más hermosas de la ciudad.
La modista contrató tiempo atrás a dieciséis costureras oriundas de distintos
puntos de Francia. Ellas eran las que elaboraban vestidos que madame Curie
diseñaba. Porque no sólo cosía. También diseñaba. ¿Y de qué le servía a Brighid
un vestido? Vestidos, pensó la mujer. ¡Ella no quería un vestido! ¡Tenía
demasiados!
No
quería ponerse triste.
Necesitaba
distraerse. Y un pase de modelos la ayudaría.
Saludó
a sus conocidas. Todas ellas tenían hijos. Y ella…Ella…Aún no…
-¡Mi querida Brighid!-exclamó una voz conocida
a su lado.
Era
mistress Clerval.
Se
levantó. Se besaron en las mejillas. Brighid volvió a sentarse. Mistress
Clerval se sentó a su lado.
Era
una mujer de complexión rolliza, pero sin estar gorda. Tenía la piel muy blanca
para llevar muchos años viviendo en Calcuta. Era tan alta como Brighid. Llevaba
el moño a medio deshacer porque su cabello siempre había sido muy rebelde.
Su
esposo estaba destinado en Calcuta. Brighid la conocía porque venían del mismo
círculo social. Mistress Clerval tenía dos hijos. Incluso bromeaba diciendo que
quería tener un tercero.
-¿Cómo estás?-le preguntó Brighid por
cortesía.
Mistress
Clerval era una mujer de voz chillona. Vestía de manera hortera y aparatosa.
Los niños estaban al cuidado de una niñera euro asiática. Mistress Clerval
siempre se estaba quejando de ella. Como también se estaba quejando de su
marido. Y de sus hijos. ¿Por qué te casaste entonces?, se preguntó Brighid.
¿Por qué has tenido hijos? Es obvio que no los quieres a ninguno.
-¡Qué sorpresa más agradable!-exclamó mistress
Clerval-¡Estás bellísima! Como siempre…¡Oh, Brighid! ¡Cómo se nota que nunca
has tenido hijos! Y haces bien en no tenerlos.
¡Te equivocas!, quería gritarle ella.
¡Yo sí quiero tener hijos! Y los querría más que tú quieres a los tuyos.
-Me alegro mucho de verte-mintió Brighid.
-Me sentaré contigo-decidió mistress
Clerval-Así nos hacemos compañía. ¿Y tu apuesto marido? ¿Dónde se ha metido?
-En la compañía…Trabajando. Firmando
documentos.
-Y el mío no para de reunirse con sus
superiores. Quiere ascender a teniente.
-Creía que ya era teniente.
-¡Oh, no! Sólo es sargento.
-Eso está bien.
Madame
Curie tenía a ocho modelos. Las había contratado de forma permanente. Ellas
pasaban sus modelos. Aquel pase no era el primero al que Brighid asistía. Bebió
un trago de su zumo de naranja. Colocó su bolso encima de sus rodillas. Y
escuchó las estúpidas quejas de mistress Clerval. Su marido debía de tener la
paciencia de un Santo por aguantarla.
Los
vestidos que pasaban las modelos eran de otoño y de invierno. Pese a que esas
estaciones se caracterizaban por su tristeza y sus colores apagados, madame
Curie sorprendía a sus clientas. Hubo murmuraciones. Aplausos…Comentarios…Y
mistress Clerval hablaba demasiado alto en opinión de Brighid.
-¡Son demasiado cortos!-se escandalizó
mistress Clerval.
-La moda es enseñar un poco el pie-le recordó
Brighid.
Los
vestidos eran de colores vivos y alegres, al más puro estilo europeo. La propia
madame Curie diseñaba también las joyas que lucían sus modelos. Para ella, cada
desfile constituía un triunfo. Las ventas de sus vestidos se duplicaban.
Vendía, incluso, las joyas. No había tenido éxito en Europa. Había probado
suerte en su París natal. Había intentado probar suerte en Inglaterra. No tuvo
éxito en ningún sitio. Entonces, decidió probar suerte en otra parte del mundo.
Y dio tumbos. Hasta que acabó en Calcuta.
-¡Oh, querida!-se lamentó mistress Clerval-Yo
no podría lucir ninguno de esos vestidos. Estoy demasiado gorda.
-No veo que estés tan gorda-observó Brighid.
-No logro adelgazar desde que di a luz. ¿Por
qué? No como. Intento no comer dulces. Pero…Me pongo nerviosa. Los niños me
sacan de quicio. Y mi marido…
Todas
prestaron atención.
El
rostro de madame Curie reflejaba el orgullo que sentía por sus creaciones.
-¿Cómo ha podido usar colores como el rojo y
el naranja en su colección de otoño e invierno?-preguntó Brighid.
-¿Qué haces?-inquirió mistress Clerval.
Brighid
la ignoró.
Madame
Curie esbozó la más radiante de sus sonrisas. Sabía qué hacer para atraer a la
clientela.
-La llegada del otoño no es excusa para usar
todos los días vestidos negros y grises-respondió-Me gusta que mis clientas
sean la viva imagen del ánimo. Que se sientan bien por dentro. Y también que se
sientan bien por fuera. Colores como el naranja o el rojo reflejaban la vivacidad
en las mujeres que los lucen. Hablan de alegría y de pasión por la vida. El
rojo…El color de la pasión…¿Lo han oído?-Algunas mujeres que estaban allí
esbozaron tímidas sonrisas-Son los colores apropiados para levantar el ánimo de
una cuando se siente mal. Se ve triste.
Después,
fue a ver a sus modelos. Las felicitó por el pase. A continuación, se dirigió a
sus clientas que le encomendaron la confección de los vestidos que había
pasado. Se dirigió a ellas con su habitual sonrisa amable y su exquisita cortesía,
sus dos sellos. Mistress Clerval fue a hablar con ella. Pero no lo hizo
Brighid. Se quedó sentada en una silla, sumida en sus pensamientos.
Alguien
besó a Brighid en la cabeza.
Ésta
se sobresaltó. Se puso rápidamente de pie. Se sacudió la hierba que se le había
pegado a la falda. Comprendió que no estaba sola.
Seosamh
pensó que estaba casado con la mujer más maravillosa del mundo. Sólo le apenaba
el no haber tenido hijos con ella. Brighid adoraba a Víctor. Un presentimiento
pasó por la cabeza de Seosamh. Podían engendrar un hijo esa misma noche y en
aquel lugar. Un hijo suyo y de Brighid…
Seosamh
amaba a Brighid más que a su propia vida. Y la amaría hasta la muerte. Se había
casado con ella por amor. Y era feliz.
Gracias
a Brighid, Seosamh había vuelto a amar. La muerte de Chandra le había
destrozado. Chandra era su primera esposa. La madre de Víctor…Su muerte le dejó
destrozado. Pensó que no volvería a enamorarse. Que jamás volvería a ser feliz.
Se volcó en su hijo. Y abandonó Calcuta para regresar a Inglaterra. Pensó que
nunca regresaría a la ciudad donde tan feliz había sido al lado de Chandra.
Pero estaba de vuelta allí.
Entonces,
su carruaje estuvo a punto de arrollar a una joven.
Iba
por la calle. Quizás iba distraída. Quizás el que iba distraído era el cochero.
Fue
amor a primera vista. Había algo especial en Brighid. Algo que despertó en Seosamh
un sentimiento que creía que estaba muerto. Sólo estaba dormido. Su corazón
volvía a latir a gran velocidad. Volvía a amar.
Seosamh quería ser
un hombre mejor por Brighid y por su hijo. Deseaba ser un ejemplo para Víctor.
Y se esforzaba en ser el marido perfecto para ella.
Como
había hecho en vida de Chandra. Amar le hacía ser mejor persona.
Se
sentía débil. Se sentía vulnerable. Pero se sentía amado. Amado por encima de
todo. Y de todos. En aquella tierra tan extraña para él…Y era la mejor
sensación que jamás había experimentado.
-Un penique por tus pensamientos-le dijo a
Brighid.
-Te estaba esperando-dijo ella.
En
una hora, la casa se llenaría de invitados. Brighid se olvidó que tenía que ir
a la cocina a supervisar la preparación de la cena. Lo hacía todas las noches
antes de ir al comedor. Pero aquella noche no lo hizo. Le dio un beso en la
mejilla a su marido. Estaba muy contenta de verle.
El
carruaje había pasado a recogerle cuando salió de las oficinas de la compañía.
Miró por la ventanilla. Casi podía ver a su esposa. Deseaba llegar a casa lo
antes posible. Estar con su familia. Podía ver a Brighid caminando en dirección
a él. No veía la hora de estar con ella.
-Me gustaría ir a ver a Sarah-dijo Brighid.
-No sé si eso va a poder ser, mi amor-se
lamentó Seosamh-Está muy lejos. Y no sé porqué, pero presiento que no vamos a
poder viajar. No en mucho tiempo…No me mires así, querida. Ya te he dicho que
es sólo un presentimiento.
-No quieres que me meta entre Sarah y Sean.
¡Oh, desearía poder tenerlo delante! ¿Cómo ha podido? ¿Qué es lo que quiere ese
hombre? Se llevó a Sarah consigo a ese horrible lugar. Me extraña que mi hermana
no haya muerto porque sé que lo está pasando mal. Y él…¡Hijo de perra!
-¡Brighid!
Hacía poco que Brighid había recibido
una carta de su hermana.
El
tono de la carta de Sarah revelaba la desesperación que sentía.
Sean
ha vuelto a las andadas con esa zorra de Dawn Beckham. No puedes imaginarte lo
humillada que me siento. Quiero coger a mis hijos e irme a Calcuta contigo.
Pero no me atrevo a dar ese paso.
Esa
víbora está de nuevo embarazada de Sean. ¡Y me juró que no volvería a engañarme
después de lo que pasó hace unos años!
Fui
lo bastante idiota como para creerle. Quise confiar en sus palabras. Quise
creer en todo lo que me dijo. Y lo hice por mi pequeño Dillon. Porque pensé que
no podía separarlo de su padre. Porque tuve miedo de regresar a Irlanda. Porque
tuve miedo de ir a buscarte. Tenía miedo a que nos rechazaras. No me atreví a
dar ese paso. Y, ahora, mi querida Brighid, estoy muy arrepentida.
Bastante
vergüenza pasé cuando supe que Sean había dejado embarazada a esa ramera. A
pesar de que yo he procurado ser una buena esposa. Le obedezco siempre, aunque
arda en deseos de arrojarle un cuchillo y ver cómo se clava en su cabeza. Le he
dado un hijo fuerte y sano. Debería de estar contento con eso. Pero no ha sido
así, Brighid. Sean me humilló acostándose con aquella furcia. Y preñándola. Tengo
que verla todos los días a ella y al hijo que tuvo con mi marido. ¿Por qué no
lo abandoné en aquel momento? Pero decidí seguir a su lado, incluso cumpliendo
con mis obligaciones como esposa. Le he dado un hijo sano y fuerte. Le he dado
una hija sana y fuerte. Después de todo lo que ha pasado, aún no sé cómo he
podido seguir a su lado. Y darle dos hijos más.
Pensé
que las cosas iban bien. Pensé que lo peor ya había pasado. Pero me equivoqué,
Brighid. ¡Me equivoqué!
Sean
ha vuelto a caer en los brazos de esa ramera de Dawn.
Ha
tenido un hijo con ella. ¡Ha tenido otro hijo con ella! ¿Te lo puedes creer? No
sé qué hacer, hermana. Me gustaría estar muerta. Me gustaría matarle. Desearía
coger a mis hijos y huir de aquí. ¡Pero no puedo! ¡Cómo odio a Sean! ¡Le odio
tanto que deseo verle muerto! ¡Yo le amaba, Brighid! ¿Cómo pudo traicionarme?
¿Cómo pudo hacerme esto a mí? ¿Cómo pudo hacerle esto a nuestros hijos?
Sean
dice que sólo fue una vez. Me jura una y otra vez que está enamorado de mí.
Pero
yo ya no le creo. Nunca más podré confiar en él. ¿Cómo puedo confiar en un
hombre que me está engañando con otra? ¿Cómo puedo confiar en un hombre que va
a tener un hijo con otra?
Cuando
acabó de leer la carta, Brighid rompió a llorar. ¡Maldito Sean!, pensó con
rabia. ¿Cómo había podido herir a Sarah de aquel modo?
Brighid
miró al horizonte. Sarah se había con Sean a aquel sitio, un pueblo perdido en
medio de la nada en el Oeste de Estados Unidos, sólo para convertirse en su
esclava. Al lado de Sean, Sarah había tenido que arar la tierra para cultivar
su propia comida y confiar en que los cultivos no se estropearan por culpa de
la lluvia. Mientras, Sean trabajaba en lo que podía. Había logrado adquirir un
pequeño rancho hacía poco. La Isaura …Vivía allí con Sarah. Y con los tres
hijos que ésta le había dado.
El
sacrificio que había hecho Sarah por amor no había dado resultado. Su marido le
había sido infiel. Quizás Dawn Beckham era sólo una más en su larga lista de
amantes. O quizás sólo era su única amante. Había tenido un hijo con ella. Y,
no contento con eso, la había vuelto a dejar embarazada.
Hasta
las hienas pueden concebir, pensó Brighid con rabia.
Pero
yo no podré albergar vida en mi interior.
-Podríamos hacer un viaje algún día-propuso
Brighid-Podríamos irnos a cualquier parte Víctor, tú y yo. A África, por
ejemplo.
-¿A África, amor mío?-se extrañó Seosamh.
Brighid
le habló.
-La idea la ha tenido Víctor-le contó.
Había
leído aquella mañana un libro con el joven.
Víctor
se había mostrado encantado con el continente africano. En aquel libro, se
exponían las maravillas que albergaba África. Brighid estaba entusiasmada.
Podían ir a buscar a Sarah e irse los siete, porque Sarah se llevaría consigo a
sus tres hijos y abandonaría definitivamente a Sean.
Había
visto el dibujo de una jirafa. El dibujo de un león…El dibujo de un
hipopótamo…Casi se había visto así misma en mitad de la sabana. Y le había
parecido inmensa. Toda verde…
-¿De verdad quieres que vayamos a
África?-inquirió Seosamh.
-Está lejísimos-contestó Brighid.
-Y está llena de leones.
-Pero es un lugar fascinante. ¿Has visto
alguna vez una jirafa? Tiene el cuello larguísimo. ¡Tienes que pedirle a Víctor
que te deje el libro! Y los elefantes…
La
noche empezaba a caer. Se oía a lo lejos a la cocinera trastear en la cocina.
Canturreaba.
Seosamh
besó a Brighid en la mejilla.
-¿No te interesa?-le preguntó ella.
Seosamh
la miró con arrobo. Jamás se cansaría de mirarla. Brighid estaba entusiasmada.
-Por supuesto que me interesa-respondió-Pero
lo que a mí más me interesa es que te quedes siempre a mi lado. Te echo de
menos cuando estoy lejos de ti. A veces, cuando me voy de viaje, no veo la hora
de regresar. Quiero estar contigo. Suena raro, después de todo este tiempo que
llevamos casados.
Brighid
le dedicó una sonrisa seductora.
-¿En serio me echas de menos cuando te vas de
viaje?-ronroneó-Porque a mí me pasa lo mismo. Pienso en ti a todas horas.
-No me tientes-le pidió Seosamh-O montaremos
un escándalo. Cuidado. No me hagas rugir. Pienso en ti y en Víctor. Sois lo
mejor que me ha pasado en la vida. Os quiero muchísimo. Víctor es mi hijo. Y tú
eres el amor de mi vida.
-Te creo cuando dices eso. Me gustaría hacerte
rugir. Pero no podemos. Se está haciendo tarde. Los invitados no tardarán en
venir. Son pocos. Pero muy allegados. Anda. Vamos dentro.
Seosamh
rodeó los hombros de Brighid con los brazos. La atrajo hacia sí y la abrazó.
-Mi amor…-dijo-A mí no me importa que nos
vean. Te cuento un secreto.
Brighid
lo miró animada.
-¿De qué se trata?-le preguntó.
Seosamh
titubeó. Podía parecer una locura. Había tenido un pálpito. Podían engendrar un
hijo en aquel momento y allí mismo.
Podían
hacerlo esa noche.
A
la sombra de aquel árbol…
Una
hija…Porque sería una niña. Le habría gustado tener una hija con Chandra.
Lo
sabía.
Miró
a su esposa con picardía.
-No quiero que el doctor Humphrey te siga
diciendo que no puedes tener hijos-le dijo-Sé que podemos tener un hijo y, si
queremos, podemos engendrarlo ya mismo. Aquí. Hoy mismo. No perdemos nada si lo
intentamos-Brighid lo miró extrañada-Parece una locura. Lo sé. Tengo esa
sensación. Es como un presentimiento. Sé que deseas tener un hijo tuyo y mío. Y
yo quiero ver tus ojos en el rostro de mi hijo. Te amo, Brighid. Y te doy las
gracias por haberme ayudado a creer de nuevo en el amor.
Los
ojos de Brighid se llenaron de lágrimas.
-A mí no me importa no poder tener
hijos-mintió.
Pero
a Seosamh no le engañaba. Conocía demasiado bien a su mujer. Sus ojos estaban
cargados de amor cuando la miró. Brighid se estremeció. Lo hizo de una forma
muy placentera. Se suponía que no debía de sentir placer. No era propio de una
dama.
-Eres la mujer más maravillosa del
mundo-afirmó Seosamh-Te amo. Nunca me cansaré de repetirlo. Eres tan hermosa
por dentro como lo eres por fuera. Brighid, quiero que seas feliz. Y veo que no
eres feliz. Quiero disfrutar de cada minuto que paso contigo. Considera esto
como un encuentro clandestino. ¿Acaso no quieres hacer el amor aquí mismo? Al
aire libre…En el jardín…
Brighid
lo besó con ternura en la comisura de los labios. Lo besó también en la
mejilla. Seosamh la conocía demasiado bien. Y ella, a su vez, lo conocía
demasiado bien.
-Ganas es lo que me sobran-admitió-Pero la
casa se va a llenar. Los invitados no tardarán en llegar. Y tengo que
supervisar la cena. Y…¡Oh, Seosamh, tú eres el único hombre al que podría amar!
-No pasa nada porque estemos en el jardín-le
hizo ver Seosamh-¡Mira! Este jardín es lo bastante grande como para perderse.
Vemos la puesta de Sol desde aquí. Estamos solos. Nadie nos ve. Es un buen
sitio. Será aquí donde quiero que concibamos a nuestra hija.
-¿Una hija?
-Sí…Una hija…Y vamos a pensar qué nombre le
vamos a poner a nuestra pequeña.
Brighid
miró a su alrededor. Un pájaro se posó en la rama de un árbol para pasar allí
la noche.
-Si quieres, podemos ponerle Hierba-bromeó-Es
un nombre muy bonito. ¿No te parece? O podemos también llamarla Hormiga. O Rama
de Árbol…
Seosamh
la besó. Brighid apoyó la espalda contra el tronco del árbol.
-Mira al cielo-le pidió su marido.
-¿Eh?
Brighid
no entendía nada. Miró al cielo. Seosamh desabrochó su corpiño. El cielo se
estaba tornando de color azul oscuro. Una estrella brillaba encima de ellos.
Seosamh
le quitó el corpiño a su mujer. Lo tiró al suelo.
-Estelle…-susurró Brighid.
-Nuestra Estelle, amor mío-corroboró Seosamh-Nuestra
estrella…Es un nombre precioso. Como lo será ella. ¿No crees?
Brighid
sonrió. Deseaba creer en todo lo que su marido le estaba diciendo.
-Pero podría ser un niño-le recordó-¿No te has
parado a pensarlo?
-No será un niño-insistió Seosamh-Va a ser una
niña. Deseo que sea una niña. Y quiero que sea tan hermosa como lo eres tú.
Una
lágrima resbaló por la mejilla de Brighid. Seosamh atrapó la lágrima con los
labios. Besó la otra mejilla de su esposa. Se despojó de la chaqueta. Quería
borrar aquella expresión de dolor del rostro de Brighid. Acunó las mejillas de
ésta con las manos. Y le dio gracias a Dios por haber puesto a Brighid en su
camino.
Aquella
mañana, una anciana harapienta abordó el carruaje en el que iba subido. Se
dirigía a las oficinas.
La
anciana se ofreció a leerle la buenaventura. El cochero se negó. Pero Seosamh
pensó que no estaría de más conocer el futuro. Sacó la mano por la ventanilla
del carruaje. No le importaba darle unas cuantas monedas a aquella anciana.
Estaba famélica. Necesitaba dinero para comprar comida. Si no comía, moriría.
La
anciana cogió la mano de Seosamh. El hombre se puso tenso cuando un dedo
huesudo recorrió la palma de su mano.
-La diosa Kamala escuchado la plegaria que
haces sin darte cuenta, sahib-dijo la
anciana.
-Tengo todo lo que un hombre puede
desear-sonrió Seosamh.
-Te falta una cosa. Un hijo de la mujer que
amas.
Seosamh
la miró casi con miedo.
-Kamala contigo-prosiguió la anciana-Dentro de
nueve meses, tu amada dará a luz a niña.
Seosamh
negó con la cabeza. Brighid había llegado a la conclusión de que era estéril. Y
él lo había asimilado. No quería perderla.
-Será esta noche-avisó la anciana-Concebiréis
una niña. Más bonita que la más hermosa de las estrellas…Su nombre lo dice
todo.
-Mi mujer no puede tener hijos-replicó Seosamh-Y
Kamala es una diosa cruel. Me arrebató a mi primera esposa. No se recuperó
nunca de su alumbramiento. Me dejó solo con nuestro hijo. Kamala no cambia. Ha
dejado estéril a mi segunda esposa.
-Ella tiene sus motivos para obrar así. No
eres quién para criticarla.
-Dice que mi esposa concebirá una niña esta
noche. Y que dará a luz dentro de nueve meses.
-Así es. Puedes creerme o no creerme, sahib. Pero su destino está trazado.
Igual que el destino de esa criatura.
-¿Mi hija?
-Sí…Apariencia frágil y delicada…Espíritu
feroz…El amor llegará a su vida. Y tendrá que pelear duro por él. Kamadeva hará
que se enamore de un hombre que está prohibido para ella. Un joven venido de
lejos…De piel blanca…Y con el espíritu hecho añicos… Se enamorará él también de
ella.
La
anciana soltó la mano de Seosamh.
-Ese joven aún no ha nacido, pero no tardará mucho
en nacer-avisó.
Seosamh
trató de apartar aquel recuerdo de su mente mientras su boca buscaba la boca de
Brighid.
Se
besaron de manera apasionada. Brighid se dejó llevar por la pasión que sentía
por su marido. Eran libres. Podían amarse libremente. Nada les importaba.
Brighid desabrochó el chaleco y la camisa de su marido. A Seosamh le gustaba
vestir a la moda. Pero la moda le importaba bien poco en aquellos momentos. Quería
hundir su cara en el pecho de él.
Seosamh la tocó y
Brighid ardió bajo el contacto de los dedos de su marido. Se entregó a él con
ardor. Y él le respondió de la misma manera.
La
apretó contra su cuerpo.
Brighid
lo abrazó. Seosamh llenó su rostro de besos. La besó en el cuello. La besó en
los hombros. Sus labios se unieron en un apasionado beso. Brighid llenó de
besos el rostro de Seosamh. Le mordisqueó el lóbulo de la oreja. Le mordió los
labios. Lo besó en el cuello. Lo besó en la punta de la nariz. Lo besó en la
barbilla. Lo besó en la boca.
Se
acariciaron mutuamente. Se abrazaron. Se prodigaron en besos. En abrazos… En
caricias…Más besos…Más caricias con las manos y con los labios…Se mostraron
todo el amor que sentían el uno por el otro. El mundo desapareció. Sólo estaban
ellos.
Seosamh
y Brighid…
Él
pensó en Kamala. Acarició la espalda de Brighid por debajo de la camisola.
Pensó también en la niña. ¿Tendría razón la anciana? Vio la imagen de Brighid
embarazada. Con un hijo suyo creciendo en su interior…Acunando a su hijo entre
sus brazos…Fue una imagen preciosa. Una niña que sería el vivo retrato de su
amada esposa.
Él
llegó a chupar los pezones de Brighid. Asomaban por el escote de la camisola
que llevaba puesta.
Ella
succionó una de las tetillas de su marido. Él casi gritó porque ella succionó
con fuerza.
-Te amo-susurró Seosamh.
Estaba
sumido en el placer más absoluto. Oyó a Brighid gemir mientras rodeaba sus
caderas con las piernas. Las medias y los calzones estaban bajados.
-Yo también te amo-corroboró Brighid.
Respiraba
de manera entrecortada. Seosamh derramó su semilla en el interior de ella.
Brighid
apoyó la cabeza sobre el hombro de su marido. Seosamh era el hombre de su vida.
Lo supo cuando lo vio en la casa de su madre. Cuando entró a trabajar allí como
su dama de compañía. A pesar de que ya le conocía de haber sufrido un percance.
El carruaje en el que viajaba Seosamh había estado a punto de atropellarla. Él
se portó muy amablemente con ella.
Deseaba
confiar en él.
¿Y
si se había quedado embarazada?
NUEVE MESES DESPUÉS…
Víctor
consultó un libro de Medicina. El gran momento estaba a punto de llegar y se
sentía impotente. No era capaz de ayudar a la mujer a la que él quería como una
madre.
Ya
faltaba menos. Brighid estaba radiante.
La
noticia del embarazo de la mujer meses antes causó una enorme conmoción en
Calcuta.
Se
daba por sentado que Brighid era estéril. ¿Cómo podía engendrar vida? ¿Cómo
había logrado quedarse embarazada?
Le
escribió a su hermana para contarle la buena noticia. Para cuando la carta
llegó a Streetman, Sarah estaba destrozada. El nuevo hijo que su marido había
tenido con Dawn Beckham ya había nacido. Se quedó sorprendida al enterarse de
que su hermana iba a ser madre.
La
noticia del embarazo de Brighid corrió como la pólvora por toda Calcuta.
Nadie
se lo esperaba. ¿Cómo había conseguido Brighid quedarse embarazada? Las damas
que antes se congratulaban de su esterilidad estaban verdes de envidia. Después
de todo, Brighid era todavía joven. Estaba sana.
Podía
concebir perfectamente un hijo.
Brighid
no se lo creyó cuando supo que iba a ser madre. Pensó que lo que le estaba
pasando era a consecuencia de una enfermedad. ¿Cómo podía estar ella
embarazada?
-Enhorabuena, señora-le dijo el doctor
Humphrey.
Brighid
no entendía nada de lo que quería decirle.
Cierto
era que llevaba algún tiempo sintiéndose mal. Hacía cosa de dos meses que la
regla no le había bajado.
Era
cierto que vomitaba por las mañanas. Que le daba asco la comida.
Lo
había achacado al calor. Lo había achacado a que debía de estar nerviosa por su
esterilidad.
Lo
había achacado a mil cosas. Pero jamás había pensado que podría estar
embarazada. Le parecía absurdo.
Hasta
que el doctor Humphrey la examinó. Y le anunció que estaba esperando un hijo.
Cuando se quedó sola, Brighid rompió a llorar. Iba a ser madre.
Se
tocó el vientre. Casi podía sentir la presencia de su futuro hijo allí dentro.
Era todo demasiado bonito como para ser real.
Iba
a tener un hijo. Brighid…La estéril Brighid…Cerró los ojos. Estoy soñando,
pensó la mujer. Cuando me despierte, estaré en mi habitación. Me habrá bajado
la regla. Pero…El doctor Humphrey dice que voy a tener un hijo. ¡Bendito sea
Dios que me ha permitido engendrar un bebé!
Seosamh se volcó en
cuidar de su esposa. La mimó y la protegió en exceso. No quería perderla ni a
ella ni al bebé. El doctor Humphrey había sido el que había diagnosticado el
embarazo de Brighid.
Lo
hizo una soleada mañana. Brighid se desmayó en plena calle cuando regresaba
junto con una criada del mercado.
Lo
achacó al calor, que era sofocante, incluso en febrero. Lo achacó a que casi no
había probado bocado aquella mañana porque llevaba varias semanas que vomitaba
el desayuno. Algo malo debía de tener cuando su menstruación se le estaba
retrasando. Jamás imaginó la realidad. Que iba a ser madre. Su sueño iba camino
de hacerse realidad.
El
doctor Humphrey visitaba con frecuencia a Brighid y la examinaba. Les decía a
ella y a Seosamh que todo iba bien.
-¿Y mi madre, doctor?-le abordaba Víctor-¿Cómo
están ella y mi hermano?
-Están bien, muchacho-le aseguraba el doctor
Humphrey.
-¿Me está diciendo la verdad?
-Sí, no te preocupes. Los dos están bien.
Brighid
paseó su embarazo por toda la ciudad. Su vientre empezó a crecer. Y sentía a su
hijo moviéndose dentro de ella. Le daba patadas. Y Seosamh era un hombre feliz.
Afirmaba que el bebé sería una niña. A todos les extrañó aquella afirmación.
Creían que sería un niño. Todos los hombres querían tener un hijo. Menos Seosamh…
-Nuestra hijita…-le decía a Brighid.
Su
esposa lo miró.
Había
amor en sus ojos.
-¿Todavía crees que va a ser una niña?-le
preguntaba.
-Sí-respondía Seosamh-Te lo he dicho. Será una
niña.
Y
le sonreía.
Víctor,
de tanto oír que su futuro hermano sería una niña, también lo decía.
Ponía
el oído sobre el abultado vientre de Brighid. Y oía a su hermanito moverse.
-¡Da patadas!-se asombraba.
Brighid
recibió muchas visitas.
Los
últimos días de su embarazo fueron casi frenéticos.
Muchas
de sus amigas fueron a verla. Mistress Clerval le regaló un par de patucos.
-Son de mi hija-le explicó-Ya no los usa. Los
tira.
-¡Son preciosos!-se maravilló Brighid.
-Los hice traer de Inglaterra. ¡Jamás
compraría aquí ropa para bebés!
-Hay cunas preciosas. Y sábanas…
Mistress
Humphrey, la esposa del doctor Humphrey, también fue a verla. Le regaló un
camisón de dormir.
Brighid
le pareció muy grande.
-¿No te gusta?-se angustió mistress Humphrey.
-No, no es eso-la tranquilizó Brighid-Es sólo
que es un poco grande.
-¡Ya crecerá! Los bebés crecen mucho en sus
primeros seis meses de vida.
-Muchas gracias…
-Le sentará de maravilla a tu bebé. Seosamh
dice que será una niña. ¿Sabes lo que va a parecer con este camisón? ¡Un hada!
Aquel
día amaneció soleado. Por la mañana ni una nube cubría el cielo. Pero, al
mediodía, Víctor regresó de la escuela empapado.
-Está lloviendo con fuerza-anunció.
Brighid
suspiró al pensar en lo cerca que estaba el monzón.
-Seguro que es una simple tormenta de
verano-le dijo a Víctor.
-O puede que el monzón se esté acercando,
madre-se asustó Víctor.
-No lo creo.
Brighid
intentó tranquilizarse mientras tejía unos patucos para su retoño. Habían
pasado nueve meses desde la tarde en el jardín. Estaba segura de que su bebé
había sido concebido allí mismo. En el jardín…Detrás de un árbol…Bajo la más brillante
de las estrellas…
Entonces,
sintió cómo corría un líquido por sus piernas. Su mirada se cruzó con la mirada
de Víctor.
-Madre…-dijo el chico-No se asuste. Es el
bebé. El maestro dice que los bebés nacen así.
-Lo sé-dijo Brighid.
Sonó
un trueno. Brighid sonrió a su hijastro para tranquilizarle.
Estoy
de parto, pensó la mujer.
El
ama de llaves se enteró porque Víctor se lo contó. Con mucha tranquilidad se
puso a dar órdenes. Una criada puso agua a hervir. Otra criada trajo sábanas
limpias. Dos criados llevaron a Brighid hasta la habitación que compartía con Seosamh.
Un
criado fue a avisar al doctor Humphrey.
-Alguien tiene que decírselo a sahib-dijo el criado.
-Iré yo a buscar a mi padre-decidió Víctor.
-Llévese el paraguas. No para de llover. Es el
monzón.
El
doctor Humphrey tardó media hora en llegar acompañado por el criado. Entró
sacudiéndose el agua de encima. Subió a la habitación donde estaba Brighid.
-Has escogido un buen día para ponerte de
parto, irlandesa-le dijo.
Al
llegar la tarde, la lluvia era cada vez más fuerte. El viento soplaba con
fuerza. En el piso de abajo, los criados estaba quitando el agua que empezaba a
colarse por las puertas y por las ventanas. Seosamh ya había llegado a casa.
Brighid
sentía cómo las contracciones iban y venían.
Empezó
a gritar de dolor. Le cogía la mano a su esposo cuando sentía una contracción. Seosamh
no quería separarse de su lado.
-La casa se está inundando, Seosamh-se lamentó
Brighid-Y yo estoy aquí.
-No pasa nada, cariño-la tranquilizó su
marido-Todo está bien.
Se
preguntaba cuándo acabaría todo. Y miraba al doctor Humphrey con desesperación.
Fuera,
Víctor ayudaba a los criados a quitar el agua. Subía a la habitación de sus
padres. Pero no le dejaban pasar. El doctor Humphrey salía para tranquilizarle.
-¿Cómo está mi madre y mi hermano, doctor?-le
preguntaba Víctor-¿Están bien?
-Sí, muchacho-respondía el doctor Humphrey-Los
dos están bien.
-¡Pero mi madre sigue metida ahí dentro! ¡Y mi
hermano no ha nacido todavía!
-Los bebés tardan algún tiempo en nacer. Trata
de ser paciente.
Dentro
de la habitación, Seosamh secaba el sudor que cubría la cara de Brighid con un
pañuelo empapado en agua.
-¡Esto es horrible!-se quejó la
parturienta-¡Me duele! He oído hablar a Víctor. ¡Pobrecito mío! Estará
sufriendo pensado lo peor. ¡Oh, Dios!
Se
retorcía de dolor.
-Aguanta-le aconsejaba Seosamh.
-Su marido tiene razón-intervenía el doctor
Humphrey-Guarde sus fuerzas para más tarde. Las va a necesitar.
La
paciencia de Víctor estaba llegando a su límite. Los truenos se mezclaban con
los gritos de dolor de Brighid y con las voces de los criados.
Brighid
luchó como una leona para traer al mundo a su primer hijo al mundo. Echó en
falta la presencia de su hermana. Sarah había dado a luz hasta en tres
ocasiones. Ella sabría mejor que nadie cómo era la experiencia de ser madre.
Debía de estar allí, con ella, apoyándola.
Pero
su hermana no estaba. Y Brighid tenía que traer a su hijo al mundo. Mientras,
fuera, caía con rabia la lluvia monzónica. Los truenos iluminaban toda la
ciudad. Brighid sentía cómo las contracciones eran cada vez más seguidas.
Luchaba por no gritar. Pero tenía mucho miedo. ¡Qué mi bebé viva!, pensó.
Dios…Santa Brígida… San Patrick…¡Haced entre todos el milagro de que nazca vivo
mi bebé! ¡No importa lo que pase conmigo!
La
llegada al mundo del bebé de Brighid se hizo esperar porque el parto se
prolongó durante casi un día entero. Hacía el amanecer del que iba a ser el
segundo día, un llanto se oyó en toda la casa. Para entonces, Seosamh había
estado a punto de volverse loco al no saber la suerte que había corrido su
mujer y su hijo. Cuando oyó el llanto del bebé, supo que Estelle Gelhtidhwood
había venido al mundo. El doctor Humphrey abandonó la habitación de Brighid con
una sonrisa en la cara.
-Puede pasar, señor-le indicó a Seosamh.
-¿Cómo está mi mujer, doctor?-inquirió el
hombre-¿Cómo está mi bebé? ¿Están bien los dos?
-Tanto su mujer como su hija están
perfectamente, señor Gelhtidhwood.
-¿Mi hija?
-Así es. La señora Gelhtidhwood ha tenido una
preciosa niña.
Seosamh
no quiso seguir escuchándole. Entró en la habitación de Brighid y la vio con un
bulto tapado con una manta. El bulto tenía un adorable y rosado rostro.
-Seosamh…-susurró Brighid-Mira. Tenías razón.
Nuestra Estelle…
Seosamh
llenó de besos el rostro de su mujer.
-¡Te lo dije!-exclamó.
-Kali me ha dado esta hija-afirmó Brighid-Dios
me ha dado esta hija.
-¡Tengo que decírselo a Víctor!
Brighid
colocó en brazos de su marido a la recién nacida.
-Se llamará Estelle-anunció la recién
estrenada madre.
En
aquel momento, entró Víctor en tromba en la habitación. Contempló el bulto
tapado que su padre tenía en brazos y vio el rostro radiante de éste y de su
madrastra.
-Tienes una hermanita, hijo-le comunicó
Seosamh.
La sonrisa de Víctor lo
decía todo. Seosamh sintió cómo se le formaba un nudo en la garganta. Miró a su
mujer y a sus dos hijos. Y supo que no le podía pedir más a la vida. Era un
hombre feliz. Lo tenía todo para ser feliz.
FIN
ohhh Ha sido un cuento muy encantador, me ha gustado gratamente y sobre el final feliz de la pareja.... me encanta.
ResponderEliminarAbrazos