Me gustaría compartir con vosotros este relato que terminé ayer mismo. Buscando entre mis archivos lo encontré, lo revisé y me di cuenta de que tan sólo faltaba añadirle el final.
Es bastante largo. Espero que no os aburra.
He preferido subirlo aquí íntegro.
Es un relato más bien sentimental.
Tiene varios errores, pero espero que eso no afecte a la historia. Empecé a escribirla ni me acuerdo de cuándo y estoy muy contenta de haberla terminado. ¡Se lo merecía!
Espero de corazón que os guste.
EL MISTERIO DE LA VIDA
ISLA DE SÁLVORA, EN LA DESEMBOCADURA DE LA RÍA DE AROSA, EN GALICIA, 1857
Tomás y su esposa
María habían pasado media vida viajando de un lado a otro en calidad de
miembros de una compañía de teatro.
Veinticinco
años antes, habían adoptado a Elsa. Era una niña a la que habían encontrado en
la calle.
Era
una recién nacida. La habían abandonado en una cesta de mimbre.
Ni
siquiera dejaron una nota explicando nada. Tan sólo la habían dejado ahí
abandonada a su suerte.
Sintieron
pena por ella.
Deseaban
tener un hijo con todas sus fuerzas. Y aquella niña parecía ser un regalo que
les había enviado Dios.
Por
ese motivo, decidieron adoptarla. La convirtieron en su hija.
Diecisiete
años antes, ocho años después de adoptar a Elsa, tuvieron su propia hija. Fe.
Nunca habían hecho distinciones entre ellas.
También
tuvieron un hijo. Le llamaron Brian. Le pusieron un nombre inglés porque el
niño nació en Edimburgo. No era un nombre escocés. Pero les gustó. Le daba un
aire exótico. Brian tenía diez años. Toda su vida la había pasado yendo de un
sitio a otro. Echaba de menos ir a la escuela. Y quería tener amigos. En la
compañía de teatro no había niños de su edad.
Allí habían llegado tres años antes Tomás, María y sus
hijas.
Elsa era viuda. A la edad de dieciocho años, contrajo
matrimonio con un actor que acababa de entrar en la misma compañía en la que
estaban ella y sus padres. Se casaron rápidamente. Fue una boda un trato
precipitada. Y el matrimonio acabó mal.
No tuvieron hijos. Además, el marido de Elsa pertenecía a
la nobleza y era varios años mayor que ella. Se había unido a la compañía
intentando huir de un matrimonio que le habían concertado con una dama de alta
alcurnia. Se encaprichó de Elsa y no paró hasta hacerla suya.
Ella abandonó la compañía y se fue a vivir con su marido.
Éste vivía en una enorme mansión.
Elsa quería establecerse en un lugar fijo. Una mansión
situada en Santa Eugenia de Ribeira era la culminación de sus sueños. Pero,
pronto, se dio cuenta de lo que estaba pasando realmente. Su matrimonio estaba
condenado al fracaso. Desde el primer día.
La familia de su marido la recibió mal.
Después de todo, era por todos sabido que Elsa tenía un
origen más bien dudoso.
La cuñada de Elsa no dejaba de restregárselo cada vez que
se veían, lo cual era diario, ya que todos los hermanos de su marido vivían en
la mansión.
Sus cuñados no paraban de acosarla porque se habían
encaprichado con ella. Su esposo y ella no paraban de discutir. Incluso él la
había abofeteado en varias ocasiones. Le echaba en cara su falta de educación.
Le recordaba que era una bastarda. Una expósita a la que no quería nadie. Y Elsa
lloraba en silencio. Se tragó su orgullo porque le gustaba vivir en una mansión
y lucir ropa elegante. Pero ni la propia servidumbre la quería.
Un tiempo después, descubrió que su esposo le era infiel
con cuantas mujeres se le ponían a tiro. Elsa aguantó todo lo que pudo, pero
una noche ella le sorprendió con otra mujer.
Y, encima, él fue el que la atacó a ella en cuanto su
amante se marchó. Elsa le pidió explicaciones. Y su marido comenzó a insultarla
y a golpearla.
La joven pudo escapar de la mansión. Durante días, estuvo
vagando por las calles. No tenía ni ropa ni dinero. No le había contado nada a
su familia adoptiva. No quería que se preocuparan por ella. Pero sus padres
adoptivos sospechaban que pasaban algo porque Elsa apenas se comunicaban con
ellos. Ni cortos ni perezosos se presentaron en la mansión de Santa Eugenia de la Ribeira y pidieron ver a
su hija. Les recibió la cuñada de ésta, la cual, con muy malas maneras, les
dijo que Elsa y su hermano habían discutido y que la joven se había ido. Nadie
sabía nada de ella desde entonces. Los padres adoptivos de Elsa fueron en su
busca.
La encontraron más muerta que viva tirada en medio de la
calle a los pocos días. Supieron que su marido le daba mala vida y no dudaron
en llevársela con ellos de vuelta a la compañía. Elsa no opuso resistencia.
Sabía que se encontraba otra vez a salvo con sus padres. Fue un alivio para
ella enterarse de que, seis meses después de abandonar a toda prisa a su
marido, éste había muerto. Lo había matado el marido despechado de una de sus
amantes tras sorprenderlo in fraganti con
ésta. Pero una parte de ella lloró su muerte.
Los
siguientes años transcurrieron con relativa calma hasta que Tomás y María
comenzaron a sentirse mal. Ya no eran unos jovencitos. Necesitaban descansar y,
además, Tomás había caído enfermo.
Por
ese motivo, decidieron regresar a la isla de Sálvora.
Tomás
y María se habían criado allí. De hecho, habían sido vecinos.
Anunciaron
su retirada. Y sus hijas se fueron con ellos. Elsa estaba contenta. Por fin,
iba a llevar una vida tranquila y sedentaria.
Sin
embargo, Fe no estaba tan contenta. Le gustaba cómo había sido su vida hasta
hacía poco. El actuar delante de un público…El interpretar a personajes muy
dispares como lo son una Reina y una bruja…El ir de un lugar a otro…
Fe
tenía veinticuatro años.
Seguía
soltera. Pero había decidido quedarse soltera por elección propia.
Había
tenido sus pretendientes, sí. Pero no quería casarse.
Su
vida era el teatro. Se sentía la mujer más feliz del mundo cuando interpretaba
a un personaje. La Rosaura
de La vida es sueño…La Inés de El Alcalde de Zalamea…La Laurencia de Fuenteovejuna…Daba
vida a mujeres fuertes… Mujeres hermosas…Mujeres que se parecían mucho a
ella…Decididas y valientes…
Así,
al menos, era como se veía así misma Fe.
El
público la aplaudía a rabiar al término de cada función. Y ella se sentía en la
cima del mundo. Aquellos aplausos iban dirigidos a ella.
Pero
tenía que acostumbrarse a vivir allí. Después de todo, sus padres se habían
conocido en aquella isla.
Además,
Fe veía a sus padres y a su hermana adoptiva felices. Elsa había renunciado al
matrimonio para siempre. No quería casarse. Y no quería tener hijos.
¿Y
qué iba a hacer Fe sin ellos? Para empezar, no podía vivir sin su familia. Lo
eran todo para ella. Sufrió mucho durante los tres años que Elsa pasó lejos de
casa. Para ella, el estar separada de sus padres había supuesto un duro
calvario. Se había casado con un indeseable. ¿Y quién no le decía a Fe que iba
a correr la misma suerte que corrió Elsa? Podía enamorarse de cualquier
canalla…Y acabar como acabó Elsa…
Era
mejor no pensar en ello.
Era
mejor seguir adelante con su vida. Tenía cosas más importantes en las que
pensar. Como sus padres…Su hermana…Y su nueva vida en Sálvora. Estaba segura de
que podría llegar a ser feliz lejos de los escenarios…Lejos de los aplausos del
público…
Pero
no iba a llorar por eso.
Podía
ser feliz recordando aquella época. ¿Cuántas actrices se habían retirado antes
que ella? Muchísimas. Y se retiraban por diversos motivos. Enfermedad…
Matrimonio…
A
menudo, Elsa y Fe salían a dar largos paseos por la playa. Elsa no echaba de
menos su antigua vida. Al contrario. Parecía estar contenta con estar viviendo
en Sálvora. Le confesó en una ocasión a Fe que estaba contenta con estar
viviendo en aquella isla casi desierta.
En
realidad, no estaba desierta. 60 personas vivían en aquel sitio en aquellos
momentos. Se dedicaban, sobre todo, a la ganadería y a la agricultura.
Fue durante uno de
aquellos paseos. Le dijo a Fe que ya iba siendo hora de echar raíces en un
sitio. ¿Y por qué no echar raíces en el lugar en el que había empezado todo?
Sus padres eran naturales de Sálvora. ¿Por qué no se quedaban a vivir allí?
¿Por
qué no regresaban allí? Fe miró a su hermana adoptiva con horror. ¿Cómo podía
estar diciendo eso Elsa? ¿Es que acaso no echaba de menos el estar yendo de un
sitio a otro? ¿Es que ya no disfrutaba subiéndose a un escenario y dando vida a
un personaje distinto cada noche?
-Yo lo único que quiero es volver a los
caminos-se sinceró Fe.
-Lo que tienes que hacer es casarte y tener
hijos-le aconsejó Elsa.
Oyeron
la voz de Brian. El niño se había puesto a jugar con otro niño de la isla. Se
perseguían. Se tiraban al suelo el uno encima del otro. Brian se estaba
divirtiendo mucho.
-Soy demasiado joven como para pensar en
casarme-afirmó Fe.
-Y yo soy una vieja que no quiere saber nada
más de los hombres-replicó Elsa.
-Tú eres muy bella y puedes volver a casarte.
-Con los hombres he terminado para siempre, Fe.
-No deberías de hablar así. He visto cómo te
miraban algunos cuantos vecinos. Creo que le gustas a más de uno. Deberías de
darte una oportunidad en el amor, Elsa.
Pero
la joven viuda no quería sufrir nuevamente por amor. Sabía que no podía tener
hijos. ¿Para qué iba a casarse con alguien si jamás sería madre? Era mejor
continuar su vida tal y como estaba. Además, por fin había echado raíces en un
sitio fijo. Se sentía satisfecha con su vida actual.
-¿Y por qué no te casas tú?-le preguntó Elsa a
Fe.
-¡Soy demasiado joven para casarme!-respondió
la muchacha, entre risas.
A sus diecisiete años, Fe no había
estado nunca enamorada. A decir verdad, no tenía ganas de enamorarse. Se sintió
muy desgraciada el día en el que Elsa se casó y abandonó la compañía. Cuando Elsa
regresó, Fe se dio cuenta de que había sufrido mucho. ¿Había valido la pena?
Rotundamente no. Elsa se había casado llena de ilusiones y muy enamorada de su
marido. Por desgracia, el sentimiento no había sido mutuo. Los tres años que
duró su matrimonio fueron un Infierno para Elsa. A ello se le unió el hecho de
que no podría tener nunca hijos.
Pero
Fe tenía la oportunidad de ser feliz y no debía de desaprovecharla.
-¿Lo querías?-preguntó Fe, de pronto.
-¿A quién?-inquirió, a su vez, Elsa.
-A tu marido…Dime la verdad…¿Lo querías?
-Hubo un tiempo en el que sí…Creía que lo amaba…Fui
feliz a su lado hasta que me di cuenta de cómo era en realidad. De eso…Todo
cambió…A peor, claro está.
-Dudo mucho que yo tenga mejor suerte que tú.
-He tenido mala suerte en esto del amor. Por
eso, he decidido no querer saber más de los hombres.
-Haces mal, Elsa.
-Tuve un novio durante mucho tiempo, antes de
casarme. Me dejó por otra a la que dejó embarazada. También la abandonó a su
suerte con un hijo ilegítimo. Y me casé con un hombre que no supo valorarme en
mi justa medida. No puedo tener hijos, Fe. Casarme otra vez sería una locura y
no creo que sea lo mejor. Hay que pensar en ti, en tu futuro.
Fe
bufó. Elsa se preocupaba demasiado por ella. Nunca pensaba en sí misma ni en
sus necesidades.
Su
hermana adoptiva era todavía una mujer joven y atractiva. Tenía tan sólo
veintiocho años. No era ninguna vieja. Todavía podía casarse. Y, en cuanto a lo
de no ser capaz de tener hijos, Fe lo consideró una estupidez. ¡Qué sabían los
médicos acerca del cuerpo de las mujeres! Elsa podía quedarse embarazada todavía.
Adivinando
los pensamientos de su hermana, Elsa la abrazó con cariño.
-Te preocupas demasiado por mí, Fe-afirmó la
joven de más edad.
-Quiero que seas feliz-afirmó la aludida-Y
quiero verte casada y rodeada de muchos niños.
A
sus diecisiete años, Fe nunca había estado enamorada.
No
sabía lo que era eso. Le hacía preguntas a su madre. Pero María se ponía roja y
no le respondía. También le hacía preguntas sobre el tema a Elsa.
Fe
se estaba acostumbrando poco a poco a vivir en Sálvora. De nada le servía
rebelarse contra su destino.
La
isla era un lugar tranquilo. Nunca pasaba nada. Sus padres, tras pasarse años
yendo de un sitio a otro, agradecían haber vuelto a casa. Querían que sus hijas
tuviesen contacto con sus raíces. Elsa no lo veía de aquella manera.
Quieren
que tenga contacto con mis raíces, pensaba. ¡Pues que busquen a mi verdadera
madre!
En
ocasiones, Elsa se hacía preguntas acerca de su origen. Había oído hablar de
otras mujeres que se habían encontrado en su misma situación. Eran adoptadas
por un matrimonio sin hijos. O vivían en la calle sin saber nada de sus raíces.
Luego, se descubría que eran hijas de alguna adinerada familia. O que
pertenecían a la aristocracia. En el caso de Elsa no había sido así. Tomás y
María habían estado haciendo sus pesquisas acerca del origen de su hija
adoptiva. También ellos habían oído historias acerca de herederas desaparecidas
y de aristocráticas y adineradas familias que las buscaban con desesperación.
Pensaban que Elsa podía ser eso…
Una
heredera perdida. Pero, por desgracia, no había sido así. Habían conocido a
personas que les habían hablado de la madre de Elsa.
Por
lo visto, la vieron depositar la cesta de mimbre en el lugar dónde más tarde
sería encontrada.
Parecía
que era una mujer. Era una figura que se cubría la cabeza. No quería ser
reconocida.
Podía
ser cualquiera.
Se
decía que estaba llorando. Se decía que estaba tranquila. Se decía de todo. Y,
en realidad, no se sabía nada.
Podía
ser ella. La verdadera madre de Elsa…
Se
confundió entre la gente. Se decía que caminaba muy deprisa. Que parecía estar
huyendo de alguien. Que se cubría el rostro con las manos. Quizás era cierto lo
que se contaba. Que estaba llorando.
Quizás estaba
muerta. O quizás se había cansado de hacer de madre de una niña que obviamente
no quiso tener. La mujer parecía que se la había tragado La Tierra. Nadie volvió a saber
nada de ella.
Tomás
supo más detalles acerca de la vida de Elsa. Como, por ejemplo, que su
verdadero nombre no era Elsa.
Su
madre ni siquiera le puso un nombre.
Ni
heredera perdida ni nada.
Elsa
era la hija ilegítima de una institutriz a la que sus señores echaron cuando se
quedó embarazada.
Del
padre no había rastro.
Tomás
no quiso especular en el tema.
La
madre de Elsa se ganaba la vida donde podía y cómo podía.
Era
una mujer pobre. Lo cierto era que Elsa nunca había gozado de una vida llena de
lujos.
-¿Qué dices?-le preguntó María una
noche-Ahora, ya conoces parte de la verdad.
-Pero no has encontrado a mi verdadera
madre-replicó Elsa.
Las
dos estaban fuera tomando el fresco, cada una sentada en una silla.
-En resumen, sólo os tengo a vosotros-añadió
Elsa con voz cansada.
-¿Y te parece poco?-se escandalizó María.
-Yo esperaba otra cosa.
-Ser una heredera perdida está bien si es una
novela de Fernán Caballero. Pero esto es la vida real.
Elsa
se encogió de hombros. Tuvo que darle la razón a María.
Sólo
cuando estuvo casada pudo disfrutar de una vida llena de lujos. Por desgracia,
no fue feliz en su matrimonio. Fue condesa durante algún tiempo. Pero ya eso
había quedado atrás. No era nada. No era nadie.
Sólo
era la hija de un sencillo matrimonio de actores que acababa de retirarse.
Elsa
agradecía la vida sedentaria que, a partir de ahora, iba a llevar. Pero no era
feliz del todo. Veía cómo Fe iba floreciendo cada día que pasaba más y más.
Se
iba a convertir en toda una belleza.
Fe
encajaba a la perfección en la isla. Poseía una belleza que se encontraba en
pleno proceso de floración. E iría a más a medida que pasaba el tiempo. ¿Qué le
quedaba, entonces, a Elsa? Ver cómo ella iba envejeciendo poco a poco. Tenía
veintiocho años. No tenía hijos. Era una viuda sin hijos. Lo que significaba
que era poco menos que una inútil. No había sabido ser una buena condesa para
su conde. Y eso era lo que más le dolía.
Fe
sirvió leche caliente en la taza de Elsa antes de tomar asiento a su lado.
-Ya ha pasado un tiempo largo desde que
llegamos a Sálvora-dijo Tomás-Quiero saber cómo os sentís, chicas. ¿Os habéis
acostumbrado a vivir aquí?
-Es una vida distinta-contestó Elsa-Me resulta
raro vivir aquí. Sin viajar. Sin lujos…
-Todavía echo de menos la vida que llevábamos
antes de venirnos a vivir aquí-contestó Fe-Confieso que no me acostumbro a
estar un día sin ensayar la obra que vamos a representar. He dado vida a doña
Inés en El caballero de Olmedo. He
sido Ana en El convidado de piedra. He
dado vida a muchos personajes. Ahora, me enfrento a un nuevo reto. Y ese reto
consiste en ser yo misma. Ya no seré nunca más Isabel de El Alcalde de Zalamea. O Laurencia de Fuenteovejuna.
-Recuerdo cuando representamos esa obra en
Valladolid-comentó María-La gente se puso en pie para ovacionarnos. Fue la
mejor noche de mi vida.
-Todo eso ha quedado atrás, madre-intervino Elsa-Es
mejor no pensar en ello porque hace daño.
-¿Tú no echas de menos la vida que llevábamos
antes, cariño?-le preguntó Tomás.
Elsa
negó con la cabeza. Era feliz viviendo en un sitio fijo durante días. Pero
sería más feliz si tuviese un marido rico y aristocrático. ¿Cómo podía ser tan
idiota?
Los
maridos así se casaban con mujeres jóvenes y fértiles.
Como
Fe.
Su
hermana adoptiva depositó un beso en su cabeza.
Pero
el gesto no terminó de agradar a Elsa.
-¿Estás bien, querida?-le preguntó María.
-Tienes mala cara-observó Tomás.
-He pasado mala noche-contestó Elsa-Eso es
todo. Me duele un poco la cabeza.
-Espero que no vayas a enfermar-dijo Fe-Tienes
que vivir muchos años con nosotros.
-No quiero enfermar-afirmó Elsa-Y no me voy a
enfermar.
Pero
la joven tenía ganas de echarse a llorar. ¿Por qué se había levantado aquella
mañana con aquel humor de perros? Por una razón muy sencilla. Porque se sentía
una fracasada. Y tenía celos de Fe.
-Tienes que cuidarte más, hijita-le aconsejó
Tomás.
-Estoy bien, padre-insistió Elsa-No le dé más
vueltas. Sólo he pasado una mala noche. Nada más. Eso le puede pasar a
cualquiera. No sólo a mí. Lo mejor que podemos hacer es dejarlo correr. Y ya
está.
-Se hará como tú digas-afirmó María-Siempre se
han hecho las cosas a tu conveniencia. Pero no olvides que eres nuestra hija y
que nos preocupamos por ti. Eres una más de la familia.
Elsa
negó con la cabeza. Brian y Fe eran miembros de aquella familia. Ella no era
nadie.
Elsa
miró a Brian. El niño no decía nada. Se limitaba a devorar su desayuno con
ansia.
Parece
un cerdito, pensó Elsa.
El
tiempo pasa muy deprisa, pensó Elsa.
Se
sentía cada día que pasaba más vieja. Tomás no era el único en sentirse así. Y
tampoco lo era María. Elsa se sentía muy desdichada. Tenía veintiocho años.
Sólo podía calificar su vida con un solo adjetivo. Inútil. ¿Para qué había
servido su matrimonio? No había sido capaz de darle un heredero a su marido.
Fue feliz cuando se casó con él. ¡Se había casado con un aristócrata! Parecía
una boda sacada de un cuento de hadas.
Pero
el cuento de hadas terminó apenas terminó la luna de miel.
Elsa
se encontró viviendo en una mansión en la que no era bien recibida.
Los
hermanos de su marido estaban al tanto de su origen. Elsa no fue recibida con
agrado en el seno de la familia de su esposo. Sus cuñados la tildaron de
cazafortunas. Especialmente su cuñada. El baboso de su cuñado no paraba de
perseguirla. Y ella quería irse de allí porque no soportaba aquella pesadilla.
Pero no se atrevía a volver a la vida nómada. En aquel lugar, estaba rodeada de
lujos. El precio que tenía que pagar era muy alto. Pero creía que valía la
pena.
¡Tenía
joyas! ¡Tenía una legión de criados a su disposición! ¡Tenía muchos vestidos
elegantes!
¿Y
cuál era el precio que tenía que pagar? Poca cosa. Soportar las palizas de su
marido…Sus constantes humillaciones…Sus continuas infidelidades…Sus vejaciones
diarias…Poca cosa, en realidad. Y ella, a cambio de soportar todo eso y más,
era condesa.
Pero
la alta sociedad no recibió a Elsa con los brazos abiertos. Cuando una familia
de Murcia fue a verles a su regreso de su luna de miel, le hicieron caso omiso.
Se
pusieron a hablar con la cuñada de Elsa.
Ella
se quedó de piedra. Nunca antes la habían humillado tanto…Y tan públicamente…Ni
siquiera en el escenario…
Se
encerró en la alcoba que habían destinado para ella. Rompió a llorar y estuvo
así durante mucho rato. Nadie fue a ver cómo estaba. Nadie se interesó por
ella. Elsa se miró en el espejo. Vio a una joven vestida de manera elegante.
Pero su imagen era la viva estampa de la desolación. Y de la soledad. Estaba
sola. Ya no tenía a nadie a su lado.
Elsa
se obligó así misma a regresar al presente. ¿Y cuál era el presente?
Ya
no era actriz. Tampoco era condesa. No era nadie. Sólo era una vieja decrépita.
En
la playa estaban Fe y Brian.
Elsa
les oía gritar.
Los
dos estaban jugando. Eran felices.
La
ventana de la habitación de Elsa estaba abierta de par en par. La joven se
asomó a la ventana. Posó la vista en la figura de Brian. El niño tenía diez
años. Estaba muy gordo. Pero era ágil. Comía mucho y engordaba. No sabía cómo
se las ingeniaba para poder jugar con su hermana. ¿Cómo podía ser tan ágil? Eso
era todo un misterio.
Elsa
creyó odiarle. Lo odiaba a él…Odiaba a Fe…Odiaba a los padres que los habían
engendrado…
Sus
ojos se llenaron de lágrimas. No era una mujer feliz.
Era
muy desgraciada.
Se
preguntaba si también odiaba a su marido. Pero no sabía si debía de odiarle o
no.
Lo
había amado.
Bueno,
había intentado amarle. Pero no lo había conseguido. Él la había maltratado…Le
había hecho la vida imposible…¿Cómo iba a amarle? Todavía le dolía todos los
golpes que había recibido de él. Todavía retumbaba en su cabeza los gritos que
él le profería…Sus amenazas…Sus insultos…No se había recuperado de los años que
había pasado a su lado.
¡Y
Fe quería ser feliz! ¿Por qué Fe tenía derecho a ser feliz?
Elsa
rumiaba de rabia. Estaba siendo injusta con su hermana.
Había
visto a Fe en compañía de varios pretendientes.
Hubo
una época en la que Elsa había sido como lo era ahora Fe. Su hermana era,
ahora, una belleza. O estaba a punto de convertirse en una belleza. Fe era
todavía una niña.
La
familia de Fe no decía nada. Elsa no se sentía parte de aquella familia.
Siempre supo que era adoptada. Y ello hizo que les odiase. No podía evitar
odiarles.
Su
familia la había rechazado. Su verdadera madre…
Estaba
rodeada de desconocidos.
Pero
había vuelto con ellos. El motivo era que no sabía adónde ir. No tenía familia.
No podía contar con la familia de su marido. Sólo tenía a sus padres adoptivos.
Y a los miembros de la compañía. ¿Y su verdadera familia? Habría deseado ser
miembro de la aristocracia. Pero no lo era. Era una desgraciada.
Lo
había sido…Y lo era ahora…Y lo sería siempre…
Quería
morirse.
Su
marido era muy bueno besándola de manera apasionada. Le daba besos de lo más
sensuales.
Y,
ahora, eran los chicos de la isla los que besaban a Fe. Algún que otro chico
besaba a Fe. La besaban en las mejillas. La besaban con frecuencia. Pero no le
metían la lengua en la boca. No eran tan atrevidos como para meterle la lengua
en la boca a Fe. Los chicos cogían las manos de la muchacha y se las besaban. Y
Fe se dejaba besar. Siempre se dejaba besar si era de manera casta.
Fe…
Elsa
hervía de rabia. ¿Por qué sentía aquellos celos de Fe? ¡No lo entendía!
Era
como una hermana para ella…Peor aún. ¡Era su hermana! A los ojos del mundo, Elsa
y Fe eran hermanas. Incluso Fe la consideraba como tal. Era su hermana. Y Elsa
se portaba mal con ella…Con el pequeño Brian…Con sus padres…Era una
desagradecida, se decía así misma. Y se odiaba por ello.
Había
un chico que parecía que estaba enamorado de Fe. Elsa no sabía cómo se llamaba
aquel muchacho. Le conocía de vista.
Había
sido el chico que más veces había besado a Fe.
La
había besado hasta en cinco ocasiones. Incluso la propia Fe le confesó en una
ocasión a Elsa que aquel había sido el primer chico que la besaba. Y se ponía
roja cada vez que lo recordaba. Unos labios pegados a los suyos…Un beso de
amor…El primer beso de amor que recibía…
Incluso
Elsa había sido testigo de un suceso que la tenía bastante preocupada. Había
visto a aquel mismo joven, con el torso desnudo, llenando de besos los pechos
desnudos de Fe. Como había hecho días antes, cuando llenó de besos el adorable
rostro de Fe. Ello había llevado a Elsa a preguntarse si su hermana continuaba
siendo virgen. ¿Seguía siendo virgen Fe? ¿Qué debía de hacer ahora?
En
otra ocasión, había visto señales de dientes masculinos en los pechos de Fe.
¡Aquel chico le había mordido los pechos!, pensaba Elsa escandalizada.
Pensaba
en Fe. Elsa se sentía vieja. ¿En qué momento el tiempo se había cernido sobre
ella? Se sentía cansada.
Los
hombres sólo querían besar a Fe. No estaban interesados en besar a Elsa. Nunca
más Elsa recibiría un beso. Era a Fe a la que besaban los chicos…Era a Fe a la
que besaban los hombres…Sólo puedo hacer una cosa, pensaba, en ocasiones, Elsa.
Morirme. No me queda otra cosa que hacer. Y lloraba al pensar eso. Elsa era
todavía joven. Se sabía aún hermosa. Pero no podía competir con Fe. Fe recibía
ahora muchos besos. La besaban en los labios. Y llenaban de besos su
piel…Cubrían de besos su cuerpo…Quizás lo hacía el chico que le mordía los
pechos…El chico que había sido el primero en darle un beso de amor.
Elsa
creía que se volvía loca de celos.
Fe besaba a Elsa en las mejillas. Las
chicas de la zona también besaban a Fe en las mejillas. La chica era muy
sociable. No había tardado mucho en hacer amigas. Nunca estaba sola. Siempre
estaba acompañada por alguien.
¿Qué
tenía Fe que atraía a los hombres? Quizás fuese el olor que desprendía la
muchacha. Un olor que mezclaba la colonia con su olor natural.
Fe
tenía un porte elegante y aristocrático. De haber podido habría sido modelo de
pasarela. Incluso cuando todavía viajaban de un lugar a otro los hombres
giraban la cabeza al paso de Fe. Aquel chico con el que Fe tonteaba se había
atrevido a tomarse demasiadas libertades con la chica. ¿Y si la dejaba
embarazada? No sólo le había besado los pechos. También se había atrevido a
besarle el sexo.
Fe
y Elsa solían dar largos paseos por la playa.
No
hablaban mucho. Fe se había dado cuenta de que su hermana parecía no querer
abrirse a ella. En cierto modo, la comprendía. En los últimos años, Elsa había
sufrido mucho. No podía tener hijos. Le habían roto una vez el corazón. Su
marido estaba muerto. Y sabía cómo la habían tratado los familiares de su
esposo. Elsa no se merecía haber sido tratada de aquella manera. Como si fuese
escoria.
Y
no lo era. La escoria verdadera eran ellos…Los familiares políticos de Elsa.
La
joven miró a su hermana adoptiva. Fe había florecido en muy poco tiempo. Se
sintió cohibida delante de ella.
No
tenemos nada en común, pensó Elsa con pesar.
-¿Estás bien, Elsa?-le preguntó Fe-Te veo que
estás distraída últimamente. ¿Por qué? ¿Te pasa algo? ¿Me lo quieres contar?
-Son cosas de mayores-respondió Elsa-No creo
que lo puedas entender.
-¡Ya soy una mujer! ¡No hace falta que me
ocultes nada!
-¿Crees, en serio, que eres una mujer? ¡Por el
amor de Dios, Fe!
-¿Por el amor de Dios qué, Elsa? ¡Tengo
diecisiete años! Puede que no lo sepas, pero sé muchas cosas de la vida. Ya no
soy ninguna tonta. Creo que conozco bien a los hombres. Sé cómo funcionan sus
mentes.
-Los hombres sólo piensan en una cosa. En el
sexo.
-¿Y qué tiene eso de malo?
-¡Tiene mucho de malo, niña!
-Nadie me ha hecho nunca nada malo.
-Los hombres te ven joven y hermosa. Y también
ven que eres muy ingenua. Eso es lo que les gusta a ellos. Que las mujeres sean
muy jóvenes, muy hermosas y muy tontas. Las seducen y, después, las olvidan.
-Eso no me pasará a mí, Elsa. Yo sé bien cómo
cuidarme de los hombres.
Elsa
llevaba varias noches sin poder conciliar el sueño.
Tumbada
en su cama, reflexionaba acerca de cómo era su vida. Por lo que parecía, Fe había
encontrado el amor.
Le
irá bien, pensó Elsa. Yo, en cambio, no volveré a casarme nunca más. Me quedaré
aquí a cuidar de mis padres.
Además,
si Fe se casa, ellos se quedarán solos. ¡Y han hecho tanto por mí! Brian también
crecerá y se casará. Sólo quedaré yo.
Elsa
sintió cómo las lágrimas rodaban por sus mejillas. Tenía la sensación de que su
vida había sido un completo absurdo. Desde el mismo momento de su nacimiento…Ni
siquiera se sentía tentada a volver a ser actriz.
Sólo
le quedaban los recuerdos de su matrimonio roto. El pesar de haber sido
abandonada nada más nacer por su verdadera madre. La tristeza que la embargaba
cada vez que pensaba que Fe había encontrado el verdadero amor. Era una mujer
rota por dentro.
¿Qué
le quedaba? Elsa contempló la ventana abierta de su habitación.
Era
una noche oscura. Como la misma oscuridad que la envolvía desde hacía mucho
tiempo.
Le
deseaba lo mejor a Fe. Pero ella se quedaría en aquella casa viviendo en
aquella soledad siempre.
FIN
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