Hoy, me gustaría compartir con vosotros este relato.
Es una historia de amor contada en primera persona por la protagonista, quien le escribe a su amado ausente.
Aviso. No es una historia muy alegre que digamos.
Hacía mucho que no subía ninguno de mis cuentos cortos a este blog. Por eso, quiero subir este relato.
Espero que os guste.
AVISO: La historia que cuento es producto de mi imaginación.
1810 está finalizando, Darío.
Y yo te escribo desde nuestra isla.
Yo había salido a dar un paseo por la isla. Es pequeña y los árboles que la cubren dan la sensación de que te puedes perder. Entonces, apareciste tú.
-Buenas tardes...-me saludaste.
Habías surgido de la nada, como una aparición. Me sobresalté al verte.
-¿Quién es usted?-le pregunté-No le he visto nunca antes por aquí.
-Estoy aquí de paso-respondiste.
Cogiste mi mano y depositaste un beso en ella con reverencia. Yo estaba atónita. Me pareciste el hombre más gallardo que jamás había conocido.
-¿Vive aquí?-me preguntaste de nuevo.
-Sí...-respondí-Sólo vivimos unas pocas familias aquí. Mi familia es una de ellas.
Se me estaba haciendo tarde. Era la hora de volver a casa.
Fue nuestro primer encuentro. Lo llevo grabado a fuego en mi mente. Cogiste de nuevo mi mano. Yo escuchaba el canto de los pájaros posados en las ramas de los árboles al tiempo que me apretabas con suavidad la mano. Tu mano ardía al contacto con el dorso de mi mano. Me besaste de nuevo la mano. Pero también me besaste la palma.
-¿Volveré a verla?-me preguntaste de nuevo.
-No sé nada de usted-respondí.
-Me llamo Darío. No tengo apellido.
Oí la voz de mi madre llamándome. Te miré y me devolviste una mirada tan profunda que pensé que me estabas leyendo la mente. Que podías llegar a leer cada uno de mis pensamientos.
No tardé mucho en volver a verte.
Nuestros encuentros se fueron sucediendo. Entre los árboles, nos encontrábamos. Nadie supo que nos veíamos. Cuando lo pienso, mi querido Darío, soy consciente de que fue un milagro.
Poco a poco, nos fuimos conociendo mejor. Caminábamos entre los árboles y tú me cogías de las manos. Te atrevías a darme un beso en las mejillas.
-Quiero saberlo todo de ti-te pedía.
Te conté que vivía en Santa Clara desde hacía algunos años.
-Vivimos aquí escapando de nuestros acreedores-te confesé.
Mi familia es oriunda de Tolosaldea. Mi padre era un próspero comerciante. Pero tuvo la desgracia de arruinarse. Vinimos aquí con la esperanza de no ser encontrados. Sólo nos queda a mi hermana menor y a mí la esperanza de casarnos con algún joven que viva en la isla. Pero son pocos, muy pocos, los jóvenes que aquí habitan.
-¿De dónde eres tú?-te pregunté.
-Soy huérfano-respondiste-No sé quién fue mi madre y tampoco sé quién fue mi padre. Crecí en un orfanato en Aduna.
-Lo siento mucho.
-No importa, Camila. Todo está bien.
Te di un beso en la mejilla. Percibí mucha tristeza en tu voz.
-¿Has intentado encontrar a tu madre?-quise saber.
-Ya no me importa-contestaste-Estamos en guerra contra los franceses. Puedo morir porque soy soldado. Estoy de permiso.
Seguimos viéndonos a escondidas. Ane, mi hermana, sospechaba algo. Cada vez que yo iba a salir, me preguntaba adónde iba. Pero prefería guardar silencio. Me colocaba mi capa encima de mi vestido. Tanto Ane como yo corremos serio peligro de quedarnos a vestir Santos. Tengo veintiocho años. Y Ane tiene veinticinco.
Una tarde, estaba en el recibidor poniéndome el sombrero. Apareció Ane. Me taladró con la mirada.
-¿Adónde vas?-me interrogó.
-Voy a salir a dar un paseo-contesté.
-La marea está muy alta. No quiero que te pase nada. Podría acompañarte.
-Quédate aquí y termina el mantel que estás bordando.
-¿Acaso te estás viendo con alguien?
No le contesté. Pensé que Ane me había leído la mente. Me sobresalté. Salí de casa lo más deprisa que pude.
Te vi escondido detrás de un árbol. Fui hacia ti. Casi volaba de las ganas que tenía de estar de nuevo a tu lado, Darío.
-Lo siento-me excusé-Llego tarde por culpa de mi hermana.
Nos cogimos de la mano. Mi mano, al entrar en contacto con la tuya, se tornaba caliente. Tenía las manos frías. Tú me transmitías calor.
-¿Qué ha pasado?-quisiste saber.
-Creo que sospecha algo-contesté-Pero...¡Es ridículo! No hemos hecho nada malo.
Nos abrazamos. Yo me sentí muy cerca de ti. Me diste un beso en la mejilla. Cogí tu mano y me atreví a besártela, antes de apartarme de ti.
Empecé a odiar mi ropa. Miraba mi armario y toda la ropa que veía me parecía demasiado vieja y sosa. Dada mi condición de solterona, he de vestir con vestidos de colores oscuros.
Una tarde, me miré en el espejo, con mi vestido marrón ya puesto. Me dieron ganas de ponerme a chillar de horror.
Sólo tenemos una criada que hace las veces de doncella con mi madre, con Ane y conmigo. Me dijo que yo estaba muy guapa con aquel vestido puesto. No la creí.
-Es un vestido muy feo-protesté-¡No me gusta!
Unas tardes después, llegó nuestro primer beso. Tengo la sensación de que han pasado horas desde aquel día, Darío. Puedo escuchar las olas bañando la Playa de La Concha. Y nosotros estábamos solos, aún cuando oíamos a gente ir y venir.
Nos sentamos en el suelo. No sé cómo, te acercaste mucho a mí y me besaste con suavidad en los labios. Para mí, fue mi primer beso. Tú eras cinco años mayor que yo. Tenías más experiencia que yo a la hora de besar. Me envaré.
-Lo siente-te disculpaste.
-No has debido hacerlo-te recriminé.
-Pero no me arrepiento. Quería hacerlo. Deseaba hacerlo, Camila.
-¡Pero está mal!
-No creo que esté mal. Hay algo muy especial entre nosotros.
Cuando nos volvimos a ver, acariciaste con las manos mi cabello castaño. Yo te besé con suavidad en las mejillas. Me besaste en la frente. Me abrazaste con fuerza.
Entonces, me lo contaste.
-Salgo mañana para el frente-dijiste-No sé cuándo volveré.
Tú acariciaste mis manos y noté que tus dedos estaban fríos y temblorosos. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Me besaste en la mejilla. Me besaste en la otra mejilla. Contuve las ganas que tenía de romper a llorar. El mundo dejó de tener sentido para mí.
Aquella tarde, me entregué a ti. Caímos sobre el suelo. Semidesnudos...
Recuerdo bien cada beso que nos dimos aquella tarde. Cada caricia que nuestras manos nos brindaron. Tú yo...Solos...Los abrazos que nos dimos.
Me besaste en el cuello. Me besaste muchas veces en los labios. Llenaste de besos mis hombros. Mordisqueaste los lóbulos de mis orejas. Perdí la cuenta de los abrazos que nos dimos. De las caricias que tus manos me brindaron. Nos poseímos. Nos entregamos el uno al otro.
Nos separamos a la caída del Sol. Regresé a mi casa en una nube. Mi corazón se iría contigo al día siguiente.
Pero yo sabía que volverías. Durante semanas, esperé tu regreso. Recibí varias cartas tuyas que guardo como oro en paño. Cuando me siento sola, las releo una y otra vez. Entonces, creía que ibas a volver a mi lado. Que nos casaríamos y seríamos felices.
Empecé a ver a Ane feliz. No sabía lo que le pasaba.
Un día, la vi paseando con un joven vecino de la isla. Al despedirse, él la besó en las mejillas.
Por la noche, fui a su cuarto a hablar con ella. Ane estaba cepillándose ella sola el pelo. La doncella que compartimos se retiró llevándose la ropa que había llevado puesta Ane durante la cena para lavarla al día siguiente.
-Te he visto con un joven esta tarde-le comenté a mi hermana.
-Estoy enamorada de él, Camila-me confesó Ane.
Te juro que me sentí feliz por ella.
Me senté en su cama. Ane, sentada ante su tocador, se giró para mirarme.
-¡Lo amo y él me ama!-me aseguró-Te ruego que lo entiendas, Camila.
-Te entiendo perfectamente, hermana-afirmé-Sé lo que sientes. Pero no puedo decirte más nada.
Ane esbozó una trémula sonrisa. El hombre del que se había enamorado era más bien pobre.
Estaba convencida de que nuestros padres nunca lo entenderían. No quería contarles nada por el momento. Me confesó que él ya la había besado en los labios en varias ocasiones.
-Tengo veintiséis años-dijo-Soy ya vieja para el matrimonio. Pero me estoy comportando como una chiquilla sólo porque, por primera vez en mi vida, estoy enamorada.
Pensé en ti, Darío. En lo feliz que sería en cuanto regresaras. Empecé a soñar despierta.
Imaginaba una boda doble. Ane y su amado...Tú y yo...
El despertar a la realidad fue muy duro. Hace menos de una semana que recibí la noticia de tu muerte, Darío. Desde entonces, no hago otra cosa que no sea llorar. Salgo de mi casa para que nadie me vea llorar. Camino entre los árboles donde nació nuestro amor. Oigo el sonido de las olas. Y siento que me falta la vida porque me faltas tú, Darío. ¿Cómo voy a seguir viviendo si faltas en mi vida, mi amor?
No soy nadie. Soy una sombra de mí misma. No puedo seguir viviendo. Pero he de vivir porque no puedo dejar a mi familia. Aunque siga amándote como te amo.
FIN
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