lunes, 30 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Después de haber sido una vez más puteada (con perdón) por blogger, me he visto en la obligación de reescribir el final de mi relato De la amistad al amor. 
Blogger me ha borrado el trozo final.
Podéis leer lo que ese nuevo trozo en este link:

http://unblogdepoca.blogspot.com.es/2013/09/de-la-amistad-al-amor_23.html

Y podéis empezar a leer esta bonita historia de amor en este otro link:

http://unblogdepoca.blogspot.com.es/2013/09/de-la-amistad-al-amor.html

Vamos a ver lo que pasa entre Marcus y Hester:

                           Al día siguiente, Marcus y Hester estaban sentados en el sofá de la casa de los Birmingham.
-¿Sois conscientes de lo que habéis hecho?-les increpó el señor Birmingham a los dos.
                         Su mujer no paraba de llorar. Su hija mayor se había marchado y parecía no querer saber nada de los hombres. Y, ahora, su hija menor echaba por tierra todas sus posibilidades de hacer un buen matrimonio.
-Supongo que pensarás cumplir como hombre-retó el señor Birmingham a Marcus-Me imagino que harás lo que es debido.
                       Hester sintió cómo un sudor frío recorría su cara.
-Haré lo que es debido, señor Birmingham-afirmó Marcus.
-Eso espero-suspiró la señora Birmingham.
-No lo hagas-le pidió Hester a Marcus.
-Tengo que decir una cosa. Déjame hablar.
                      Hester se puso tensa. Aquella mañana, se había lavado y se había puesto un vestido limpio. La criada que entró a hacer su cama vio la mancha de sangre en el colchón. No dijo nada. Hester lo agradeció.
-No digas nada de lo que te puedas arrepentir-insistió la chica-Nos conocemos desde hace muchos años. Lo que pasó anoche fue un terrible error. No debió de haber pasado. Tú tienes tu vida. Y no quiero estropeártela.



                    ¿Cómo podía estar hablándole en serio Hester después de la maravillosa noche que habían vivido?, se preguntó Marcus desolado.
-¡Hester!-se escandalizó la señora Birmingham.
                  Marcus decidió que había llegado el momento de hablar.
-No me pidas que renuncie a ti, Hester-le dijo a la chica-Porque no sería capaz de renunciar a ti por nada del mundo. Lo que pasó anoche fue lo más hermoso que jamás me ha pasado.
                  Hester le miró atónita. Marcus no podía estar hablando en serio, pensó. El señor Birmingham carraspeó. Aún le dolía recordar la imagen de su hija menor en la cama con aquel joven. Alguien a quien el señor Birmingham conocía desde que iba en pañales. Aún así, dejó hablar a Marcus. Parecía tener algo muy importante que decir. Su mujer le miró con gesto dolorido. Casi no podía creerse lo ocurrido la noche antes. Le parecía que estaba viviendo una pesadilla.
-No me arrepiento de nada de lo que pasó anoche-se sinceró Marcus.
-¿Qué estás diciendo?-se escandalizó la señora Birmingham-Iré a decírselo a tu madre.
-Por favor, señora Birmingham-le pidió Marcus-Déjeme terminar. Es verdad todo cuanto estoy diciendo. Y quiero decirle una cosa a Hester.
                     La chica sintió que le faltaba el aire.
                    De algún modo, sabía lo que quería decirle Marcus. Sin embargo, no sabía si quería escucharlo o si no quería escucharlo. Le parecía que todo lo que estaba pasando era demasiado disparatado. No terminaba de creérselo.
-Marcus...-susurró Hester.
-Yo no soy como Hunter-afirmó Marcus.
-Lo sé.
-Yo soy un chico serio. Siempre he pensado en casarme. En tener hijos. En sentar la cabeza. Cuando cerraba los ojos, visualizaba la imagen de mi mujer ideal.
-Búscala.
-No puedo buscarla en otro lugar. La he encontrado. Tú eres la mujer de mi vida.
-Déjale hablar, hija-le exhortó el señor Birmingham a Hester, que la veía deseosa de hablar.
-Lo único que quiero es hacerte feliz-prosiguió Marcus-Estoy enamorado de ti. Te amo desde hace mucho tiempo, Hester. Tú eres todo lo que necesito. No quiero separarme nunca de ti.
                    Hester estaba demasiado atónita como para poder hablar. Se preguntó si Marcus estaba hablando en serio.
-Tú sientes lo mismo que yo, Hester-le aseguró el joven-Lo puedo ver en tus ojos. Lo noté en el modo en el que te entregaste a mí anoche. Te amo más que a mi propia vida. Cuando esta en el frente, era tu recuerdo lo que me hacía seguir luchando. Lo que me mantuvo con vida mientras nos disparaban balas los sudistas. Conservo todas las cartas que me enviaste. Son el mayor tesoro que poseo.
                     Los ojos de Hester se llenaron de lágrimas. Sintió una dolorosa presión dentro de su pecho.
                    Marcus le cogió la mano.
-¿Estás enamorado de mi hija, muchacho?-le preguntó el señor Birmingham.
-Ella lo es todo para mí-respondió Marcus.
-Tu hermano le hizo mucho daño a Meg-le recordó la señora Birmingham.
-Le aseguro que yo no soy como Hunter-afirmó Marcus-Jamás le haría daño a Hester.
                    Le besó la mano a la chica. La besó también en la frente.



                     Lágrimas abundantes empezaron a rodar por las mejillas de Hester.
                    Marcus acababa de confesarle que estaba enamorado de ella. Marcus se le había declarado.
                    Pensó en Meg. ¿Qué habría hecho su hermana de estar en su lugar? No sabía si Meg se enamoraría algún día. Pero Hester no debía dejar escapar aquella oportunidad. Ser feliz al lado del hombre de quien estaba enamorada. Y ese hombre era Marcus.
                     Siempre lo había amado. Ahora, lo comprendía.
-No sé qué decir-admitió Hester-No puedo pensar con claridad en estos momentos.
-Hija...-dijo la señora Birmingham-Marcus ha sido honesto contigo.
                    Muchas imágenes pasaron por la mente de Hester.
                   Imágenes de ella y de Marcus...
                   Los paseos cogidos de la mano...La noche anterior...Vivida el uno en brazos del otro...
                   Y sólo podía pensar en él. En los besos que se habían dado la noche antes.
                   Las miradas de ambos se cruzaron y Hester supo en aquel momento lo que quería decirle. Todos los miedos...Todas las dudas que había sentido antes se esfumaron.
-No se trata de cumplir con mi deber-añadió Marcus-Es lo que más deseo en el mundo.
-Te has quedado callada-se extrañó la señora Birmingham.
-¡Dejadla hablar!-ordenó el señor Birmingham.
                     Hester puso su corazón en cada una de las palabras que salieron de su boca al mirar a Marcus a los ojos.
-Yo también siento lo mismo que tú-se sinceró la muchacha.
-Hester...-susurró Marcus-Amor mío...
-Yo también estoy enamorada de ti. Te amo desde que tengo memoria. Lo que pasa es que no me había dado cuenta de ello hasta ahora.
                     Marcus sonrió y se sintió el hombre más feliz del mundo. Se fue acercando poco a poco a Hester. Los labios de ambos se rozaron y, poco a poco, el beso se fue haciendo más hondo. Hester abrió la boca para facilitar el acceso de la lengua de Marcus.
                    Fue un beso largo y muy apasionado.
                    Hester y Marcus habían sido amigos desde que eran muy pequeños. Sin embargo, aquella amistad había ido dando paso a otro sentimiento. Un sentimiento mucho más fuerte...
                    Los padres de Hester presenciaron perplejos aquella escena. Aún así, se alegraron de saber que su hija menor había encontrado, por fin, el verdadero amor.

FIN

Bueno, no debería de haber puesto fin. 
Mi idea es escribir una especie de epílogo de esta historia. 
Espero que os guste. 
Muy pronto, el epílogo de De la amistad al amor. 

domingo, 29 de septiembre de 2013

¡HAZTE YA CON "SENTENCIA DE AMOR"! Y UN ANUNCIO

Hola a todos.
¿Estás cansado de leer las mismas historias de ciencia ficción y quieres leer algo distinto?
Sentencia de amor es tu libro.
Sentencia de amor es la primera novela que ha escrito Dama N. Pryton. Tras este seudónimo se esconde una buena amiga nuestra: Laidy Turquesa, administradora del blog "La guarida de los libros" y miembro del Club de las Escritoras y del Club de la Pluma Azul.
Laidy ha decidido lanzarse de lleno al mundo de la publicación y ha autopublicado su primera novela en Amazon con muchísimo éxito.
Sentencia de amor es una novela romántica, pero también es una novela de ciencia ficción. Cuenta una historia distinta y original, a mi parecer.
Pertenece a su serie Crónicas de la Nueva Hispania. Muy pronto, esperamos, veremos el resto de esta saga.
Lo que se nos presenta en esta novela, a mi entender, podría llegar a ocurrir.
Cierto día del año 2025, España se despierta con un nuevo Gobierno y un nuevo nombre. Pasa a llamarse La Nueva Hispania. Los Gobernantes lo controlan todo, poseen la tecnología más puntera y un Ejército de cyborgs. Desobedecer las leyes opresivas que dicta el Gobierno trae consigo la muerte. Hay un grupo de patrulleros que luchan por la libertad.
Nuestra protagonista, huyendo de las garras del Gobierno cae en manos de los patrulleros. Su vida depende de responder a una única pregunta. ¿Quién eres? Por algún motivo que sólo leyendo la novela se puede averiguar, ella no puede responder a esa pregunta, aunque tenga que morir. Un destacado miembro de los patrulleros, Leo, que arrastra tras de sí un difícil pasado, empieza a sentirse atraído por ella.
¿Tendrá futuro su amor? ¿Conseguirán derrocar a un Gobierno opresivo?
Una novela de ciencia ficción que mezcla la distopía y lo mejor de la novela romántica.
Si queréis conseguirla, os dejo este link para que lo copiéis y peguéis en el buscador:

www.amazon.es/Crónicas-Nueva-Hispania-Sentencia-Amor/dp/1490448829

¡Disfrutad de una buena lectura!

 Ésta es la portada de Sentencia de amor. 

¿Verdad que es preciosa?

Bueno, y ahora tengo que hacer un anuncio. Tiene que con mi relato La viuda de la atalaya. 
No os preocupéis. No pienso volver a borrarlo. De hecho, quiero ir subiéndolo poco a poco a mi blog.
Lo que quiero deciros es que pienso subirlo todos los sábados. Cada sábado, iré subiendo un trozo de esta historia. Y así será hasta que lleguemos al desenlace.
El próximo sábado, conoceremos mejor la historia de la joven viuda de la atalaya, una mujer misteriosa cuya historia influirá en las vidas de las dos jóvenes primas que protagonizan esta historia: Erin y Vanessa.
De momento, tan sólo os diré que me imagino a la joven viuda con el rostro de Keira Knightley en Sentido y sensibilidad. 



Su aura de misterio...Su mirada triste...¡Bien podría ser nuestra viuda!


sábado, 28 de septiembre de 2013

LA VIUDA DE LA ATALAYA

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo trozo de La viuda de la atalaya. 
Empieza lo bueno.

                       Desde siempre, Erin Barret había sido una joven que se salía de la tangente. Había llegado a la isla de Saint Patrick cuando tenía trece años y su padre murió de manera inesperada. Poco a poco, se había ido enamorando de aquel lugar. En la época en la que Erin llegó, su comportamiento era, en palabras de su tía Lucille, el de un chicazo. A Erin le gustaba llevar puestos pantalones de hombres.
                    Bastien había quedado prendado de la naturalidad y de la espontaneidad de Erin.
                    Empezaron a verse a escondidas.
                    Daban largos paseos por la playa. Bastien tenía que admitir que Erin era una joven maravillosa. Pero él no había nacido para casarse. Sentados en la arena, Bastien se dedicaba a la tarea de enamorar a Erin. Le parecía algo divertido.
-¿Puedo decirte que me gustas?-le preguntó en una de aquellas tardes en la playa.
-No te creo-respondió Erin.
-¿Puedo decirte que estoy enamorado de ti?
-Nos conocemos, Bastien. Tu fama de seductor es legendaria. Me estoy enamorando de ti. Y eso es algo que me asusta mucho.
                       Joseph y Lucille querían convertir a Erin en toda una dama. La belleza que la joven poseía era deslumbrante y, con un vestido puesto, poseía una elegancia innata. Erin tuvo éxito cuando fue presentada en sociedad. Su sonrisa era deslumbrante. Pero su temperamento le era un impedimento a la hora de encontrar marido.

                       La señora Baker era buena amiga de Lucille. Aquella tarde, había ido a su casa a tomar el té. Naturalmente, le había preguntado por Erin. La noticia de la muerte de Bastien ya se sabía en toda la isla. Había ido a ver a los Williams para presentarles sus respetos. Pero quería saber cómo se encontraba Erin. Lucille suspiró con gesto cansado.
-Mi pobre sobrina está destrozada-le contó a la señora Baker.
-¿Es verdad que estaban prometidos en matrimonio?-le preguntó su amiga.
-Bastien nunca vino a visitar a mi marido. Si de verdad quería casarse con Erin, tendría que haber venido a ver a Joseph. Nosotros somos los responsables de mi sobrina desde la muerte de mi pobre cuñado.
                   En aquel momento, entró en el salón Vanessa. La muchacha saludó a la señora Baker. Ésta se alegró mucho de verla. Le dio un cariñoso abrazo.
-Cuida mucho de tu prima, niña-la exhortó.
                 Vanessa no entendió lo que la amiga de su madre quería decirle. La señora Baker intercambió una mirada cargada de significado con Lucille.



-A Erin puede pasarle lo mismo que le pasó a la viuda de la atalaya-dijo la mujer.
-Mistress Baker...-se inquietó Vanessa-No sé cómo lo sabe. Pero así es cómo la gente de la isla llama a mi prima. ¿Quién se lo ha dicho?
-Vivimos en una isla muy pequeña, niña. Todo el mundo lo sabe.
-No se refiere a Erin-intervino Lucille-Es una historia vieja. No sé si deberíamos de contártela.
                  Vanessa no sabía a qué se estaban refiriendo su madre y la señora Baker.
-Ocurrió hace mucho tiempo-empezó a hablar la mujer-Creo que ni tu madre había nacido. Este castillo perteneció a una familia. Una joven de esa familia se volvió loca. Se entregó en todos los aspectos a un joven que la abandonó. Le juró que volvería por ella.
-¿Y eso qué tiene que ver con mi prima?-indagó Vanessa.
-Son sólo tonterías-contestó Lucille-Son rumores que circulan por la isla. No son ciertos, cariño. De verdad...
                     Vanessa miró a su madre. Miró también a la señora Baker. Tuvo la sensación de que le estaban mintiendo.
-Quiero saber quién es esa viuda de la atalaya-pidió-Y quiero saber si tiene algo que ver con Erin.
-No tiene nada que ver con tu prima-le aseguró la señora Baker-Pero su historia de amor es bastante parecida.
                  La señora Baker cogió su taza de té. Bebió un sorbo.
-¿Qué le ocurrió a esa mujer?-quiso saber Vanessa.
-Era una joven un poco mayor que tú-contestó la señora Baker-Una joven realmente bellísima, por lo que me han contado.
                  La señora Baker empezó a hablar. Vanessa la escuchó atónita. Lucille, por su parte, guardaba silencio. Era una historia que jamás había oído.
-Ocurrió hace mucho tiempo-dijo la señora Baker-Cuando el poder de Napoleón Bonaparte se extendía por toda Europa. No es una historia vieja. Pero su recuerdo pervive en la memoria de los habitantes de esta pequeña isla.
                 Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Vanessa.
-Está aquí-pensó-La viuda de la atalaya...Está aquí. Casi puedo verla.



                     Muchos recuerdos acudieron a la mente de la muchacha.
                     Recuerdos de cuando era pequeña. En ocasiones, había sentido una extraña presencia a su alrededor. Una presencia femenina...
                    El único al que se lo había contado había sido a Stephen. Él le había dicho que podía ser el fantasma de alguno de los habitantes que había tenido el castillo. Le parecía el escenario idóneo para una historia trágica de amor y de muerte. Su comentario asustó a Vanessa.
                   Pero empezaba a sospechar que Stephen tenía razón.
-La viuda sigue esperando a que su amado vuelva-dijo la señora Baker.

viernes, 27 de septiembre de 2013

LA VIUDA DE LA ATALAYA

Hola a todos.
Después de jugar un ratito con el doodle de hoy de Google (imposible resistirse a ellos), vamos a entrar en materia.
Seguro que esta parte la reconoceréis. Es el trozo que subí inicialmente hace unos meses de La viuda de la atalaya. Como os habréis fijado, le he introducido algunos cambios. Una prima que la protagonista no tenía. Los hermanos tienen nombre distintos, lo mismo que la protagonista. El año en el que transcurre es 1850. Pero el escenario sigue siendo el mismo: la isla de Saint Patrick, una pequeña isla situada cerca de la isla de Man, en Inglaterra. El trozo, como veréis, tiene numerosos cambios y le he hecho algunos añadidos.
Vamos a ver lo que ocurre entre nuestros protagonistas.

Vanessa Courtney Wood se sentía como una Princesa. Su familia había adquirido años antes el castillo de la isla de Saint Patrick. Desde la atalaya del castillo, Vanessa miraba el mar que se extendía ante sus ojos y dejaba que el viento agitara su rubio cabello, largo hasta la cintura. Era hija única. De modo que sus padres parecían complacerla en todo.
Su mirada se posó en su prima Erin. Permanecía a su lado. Miraba con tristeza todo lo que había a su alrededor. Sin embargo, un brillo de esperanza aparecía en sus ojos cuando se posaba en el mar. Vendrá, pensaba Erin. 
            Su recuerdo voló hacia Bastien Williams. Su amado había partido un año antes. Partía rumbo a Australia. Le prometió que regresaría rico. Sin embargo, no había recibido ni una sola carta de él.
            Desde la atalaya del castillo, Erin esperaba verle regresar. Pero el tiempo pasaba.
            Se preguntaba el porqué no volvía a la isla.
            Se preguntaba el porqué todavía no le había escrito ni una miserable carta.
           Bruce no era ningún mentiroso y ella lo sabía.
            Bruce le había robado su primer beso de amor a orillas del mar. Él tenía veintinueve años y ella tenía dieciséis en aquellos momentos. Sabía que Bastien tenía un hermano menor que tenía la misma edad que Erin. Sin embargo, eso no le importó. Bastien le pidió matrimonio en aquella playa. Estaba empezando a atardecer. Los barcos de los pescadores retornaban al embarcadero. Pero, en aquel momento, Erin y Bastien estaban solos en la playa. Caminaban descalzos por la arena. 
-Cásate conmigo-le dijo.
-Me casaré contigo cuando regreses-le aseguró Erin.
-No sé cuándo volveré.
-No importa. Yo estaré aquí esperándote.
-¿Lo dices en serio?
-Te lo digo en serio.
-Júramelo. Júrame que me esperarás. Yo quiero casarme contigo. Quiero que seas mi esposa. La madre de mis hijos...
-Juro que te esperaré siempre. Sólo puedo amarte a ti, Bastien. Tienes mi corazón.  
            Ni siquiera el hermano de Bastien, Stephen, sabía nada de él desde que partió a Australia. Stephen era un joven sensato. No se parecía en nada a su hermano mayor. 
            Entonces, llegó la terrible noticia a la isla. El barco en el que viajaba Bastien con destino a la isla de Tasmania había naufragado. El cuerpo sin vida de Bastien fue recuperado del mar a los pocos días del naufragio. Pero tardó algún tiempo en ser identificado. Un familiar suyo que se había instalado en la región fue el que lo identificó. La carta con la mala noticia tardó meses en llegar a la isla. 
              La noticia de la muerte de Bastien acabó llegando a oídos de Erin. La joven se arrojó en brazos de Vanessa sollozando.
-¡Me prometió que volvería!-afirmó una destrozada Erin-¡Confié en él! ¿Qué voy a hacer ahora?
-Tienes que seguir adelante-le dijo Vanessa, mientras la llevaba a su habitación-Tienes derecho a llorar y a maldecir. Pero no puedes rendirte. Erin, la vida sigue.
-¿Cómo puedes decir eso? ¡Bastien ha muerto! ¿Qué voy a hacer ahora?
-Créeme cuando te digo que lo siento muchísimo, prima. 
            Simone, la antigua amante de Bastien, le lloró como si fuera una viuda. Simone había estado casada en primeras nupcias con el sacristán de la Iglesia de Saint German.  
            Vanessa y Erin se enteraron de que Bastien había tenido relaciones íntimas con Simone la noche antes de su partida. Pero aquellas relaciones no habían tenido nada de placenteras. Según Simone, Bastien la había acariciado de manera muy torpe. Que había tardado poco tiempo en colarse dentro de ella. Simone decía que Bastien era un amante fogoso, pero muy torpe. También dijo que habían empezado su romance cuando el marido de Simone aún vivía.
            Erin lloró amargamente cuando lo escuchó.
            Le dolía saber que Connor había estado entre los brazos de Simone la noche antes de su partida.

          Stephen era el hermano menor de Bastien. Lo había admirado desde siempre. Y siempre había sentido un especial cariño por la bonita Vanessa. Le gustaba contemplarla con su rubio cabello suelto.
            Había dado por sentado que Erin se casaría con Bastien. Hablaba de aquel tema con Vanessa. Sin embargo, la muchacha no terminaba de ver con buenos ojos aquella boda. 
            Empezó a ir a visitarla al castillo. Eran pocas las personas que vivían en la isla. Vanessa tenía varias amigas. Se refugió en ellas tras aquel doloroso desengaño. Por prudencia, sus amigas no hacían el menor comentario acerca de Bastien delante de Erin. Desde que se enteró de su muerte, la joven no había vuelto a salir del castillo.



            Desde la atalaya del castillo, Erin pensaba en Bastien. Quería saber si su amor por ella había sido sincero. Los recuerdos la atormentaban. Le hacían demasiado daño. No sabía qué hacer con ellos. Le dolían demasiado. 
            Pensaba en sus encuentros a orillas de la playa. No había pasado nada entre ellos. Bastien, en ese aspecto, había sido un caballero. Pero Erin pensaba que sólo se estaba divirtiendo con ella. Coqueteaba con ella.
            Pensaba en todos los besos que habían compartido. Fue el primer hombre que la había besado. Pero la besaba casi siempre en la frente. Pocas eran las veces que se atrevía a besarla en los labios.
-No puedo hacerte nada-le decía Bastien-Aún no estamos casados. Pero nos casaremos en cuanto regrese de Australia. Volveré rico. Y nos casaremos. ¡Te lo juro!
            Le repetía que era muy guapa. Y que quería casarse con ella. La besaba en las mejillas. Sin embargo, Erin se preguntaba una y otra vez hasta qué punto la había mentido.
            De pronto, empezó a caer en la cuenta de que Bastien, en verdad, nunca la había querido.
            Aunque aquella certeza la dolió, sirvió para que su corazón empezara a curarse.
            Sabía cómo era conocida en la isla. Decían que era la viuda de la atalaya.
            ¿La viuda de la atalaya?
            El saberlo le hizo daño a Erin.
            Pero tuvo que admitir que era cierto. Durante mucho tiempo, había estado enamorada de Connor. Al menos, había creído que lo amaba. Y lo había esperado. Lo habría esperado pacientemente durante el resto de su vida. Pensó en su prima Vanessa. La muchacha la apoyaba en todo. Era su mayor consuelo. Pero Erin sabía que Vanessa tenía derecho a hacer su vida. 
           
            Stephen soñaba con ser escritor. Pasaba muchas horas encerrado en su habitación. Escribía numerosas hojas de papel. Sin embargo, pensaba que ninguna de aquellas hojas tenía algún sentido.
            Le había dolido enterarse de la muerte de su hermano. Sus padres sólo habían tenido dos hijos. Bastien y Stephen nunca habían estado muy unidos que digamos. Pero se consolaban al pensar que, al menos, se tenían el uno al otro. En el fondo, Stephen admiraba a su hermano mayor. Pero no compartía su estilo de vida. 
            Hasta que Bastien decidió marcharse a Australia.
            Hablaba de hacer fortuna allí. Hablaba de regresar rico. También pensaba en los placeres que le esperaban en aquella tierra tan lejana. 
            Por desgracia, Bastien no llegó a su destino. Todos sus sueños se habían truncado. Stephen lamentaba la muerte de su hermano. Bastien tenía muchos defectos.
            Aún así, quería pensar que era un buen hombre. Sin embargo, nunca estuvo enamorado de Erin.
           Vanessa…Stephen levantaba la vista del papel al pensar en ella. La veía subida en la atalaya del castillo. Miraba el mar. ¿En qué estaba pensando?, se preguntaba.
          Vanessa tenía dieciséis años. Era, además, la prima de la joven a la que todo el mundo en la isla la llamaba La viuda de la atalaya. Un mote que le hacía daño a Erin. 
            Porque decían que esperaba en vano el regreso de su amado. Sin embargo, Erin deseaba otra clase de vida para Vanessa. 
           La muchacha merecía lo mejor. Merecía enamorarse. Merecía amar a un buen muchacho. Y merecía ser amada por aquel muchacho. Erin, en el fondo, se había acostumbrado a aquel odioso sobrenombre. De algún modo, entendía que su amor por Bastien nunca había tenido futuro. No sabía si volvería a enamorarse algún día. Pero quería pensar que sí. Miraba al futuro con optimismo.
            Con fe…

           Stephen siempre se había mostrado muy reservado con la gente. A sus diecisiete años, su vida era muy sencilla. Le costaba trabajo admitir que se había enamorado de Vanessa. No tenía muchos amigos, pero los pocos amigos que tenían eran buenos y leales. Disfrutaba con las pequeñas cosas que le brindaba la vida. Disfrutaba de la casa en la que vivía con sus padres a orillas de la playa. Se dormía escuchando el susurro de las olas. O disfrutaba jugando con su perro.
            Aquella mañana, saboreó una taza de leche caliente durante el desayuno.
-Deberíamos de ir a ver a Erin-sugirió su madre-La pobre lo ha pasado muy mal desde que supo que Bastien había muerto.
-Mi hermano le dijo que iba a casarse con ella-le recordó Stephen.
-Bastien no era malo. Era muy mujeriego.
-No habría sido un buen marido para esa joven-intervino el padre-Me pesa decirlo. Es mi hijo.
-Tienes razón, querido-suspiró su mujer.
-Erin es fuerte-afirmó Stephen-Lo está superando poco a poco. No se vendrá abajo.
            Oyó a la cocinera susurrar algo en voz baja desde la cocina, donde estaba desgranando guisantes. La ausencia de Bastien había dejado un gran vacío en la casa.

            Era la hora del desayuno en el castillo.
-¿Piensas salir?-le preguntó Joseph Wood, el padre de Vanessa, a su hija.
            Erin había decidido quedarse en su habitación durante todo el día. Pero, finalmente, su tía Lucille la obligó a salir. 
            La chica bebió un sorbo de su vaso de zumo de naranja. Se encogió de hombros.
-No me apetece salir a ningún sitio-respondió-No tengo ganas de salir.
-Haces bien-intervino Lucille-Tu doncella se queja últimamente de su reumatismo. Creo que no le gusta vivir a orillas del mar.
-La entiendo. El mar puede ser un enemigo feroz.
-¡No hables así!-le pidió Joseph.
-Papá, es verdad-insistió Vanessa.
                  Una lágrima rodó por la mejilla de Erin.
-De no haber sido por el mar, Bastien estaría en Australia-se lamentó la joven-Estaría ganando dinero. Habría regresado por mí.
-Eso no lo sabes-le recordó Vanessa.
-Es verdad. No lo sé. Me mintió.
            La criada regresó en aquel momento del mercado. Se celebraba en Douglas, una ciudad situada en la enorme y vecina isla de Man. Entró en el comedor anunciando que había una carta para la señorita Vanessa Courtney Wood. La chica se extrañó al oír eso.
-¿Una carta?-se asombró-¿Para mí?
-Lleva tu nombre-observó Erin.
-Es muy raro.
-Puede ser que tengas un admirador-observó Joseph-Eres joven. Eres bonita. No me extrañaría nada. 
           Vanessa se levantó de la mesa. Le arrebató la carta a la criada. Y subió corriendo a su habitación. 
Prácticamente, rasgó el sobre. Sacó la carta del interior. Le temblaban visiblemente las manos. ¿Quién sería?, se preguntó. ¿Quién podía enviarle una carta? Erin la siguió de cerca. Se le ocurrió, durante unos segundos, la idea de que podía ser Connor. A lo mejor, me ha escrito, pensó la joven. Ha debido de equivocarse a la hora de poner el nombre de la destinataria. Pero descartó la idea de inmediato. Le pareció demasiado disparatada. Vanessa entró en su habitación seguida por Erin. Se sentaron en la cama.

            Mi querida Vanessa:

            No me atrevo a decir quién soy.
            Pero soy alguien que te ama desde hace mucho tiempo. Alguien que te espera pacientemente. Alguien que nunca te hará daño. Porque para mí tu felicidad está por encima de todo. Porque jamás te traicionaría. Jamás te abandonaría. Nunca te haría falsas promesas, amada mía. Nunca te mentiría.
            Todo lo que pueda plasmar en el papel suena vacío y falso.
            No me atrevo a confesarte nada a la cara.
            Tengo miedo de que me rechaces.
            Perdóname, amor mío, por ser un cobarde. Deseo hacer realidad cada uno de tus sueños.
            Te amo.

             ¿Quién eres?, se preguntó Vanessa.  
              ¿Por qué me escribes esta carta? Permaneció un rato sentada en la cama, mirando sin ver aquella carta. Lo último que quería era volver a ilusionarse con un imposible. 
-¿Quién te escribe la carta?-la interrogó Erin. 
-No viene firmada-contestó Vanessa. 



-A lo mejor, es un admirador secreto. Un joven caballero que está interesado en ti. Ya va siendo hora de que te enamores. Prima, lo que me ha pasado a mí no tiene porqué pasarte a ti.
-Una carta sin firmar. ¡Es todo tan extraño!
-¿Qué te parece?
-No lo sé. ¡Nunca antes me había pasado esto!
                  Vanessa releía una y otra vez aquella carta. 

             Vanessa salió aquella tarde ella sola, a pesar de las protestas de sus padres, a dar un paseo por la playa. 
                   Vio por casualidad a Stephen sentado en la arena de la playa. Hacía algún tiempo que no veía al hermano del hombre al que su prima tanto había amado. Se preguntó si debía de acercarse a él para saludarle. Pero le invadía una cierta timidez. Desde luego, Stephen no se parecía en nada a Bastien. Pero Erin le había dicho antes de salir quería borrar de su mente todos los recuerdos de él. 
-Vanessa...-la saludó Stephen. 
                   Se había percatado de su presencia. Se puso rápidamente de pie. 
-Hola...-le devolvió el saludo. 
-¿Cómo estás?-le preguntó Stephen. 
                  Cogió la mano de Vanessa y se la besó suavemente. Lo hizo a modo de saludo. 
-Estoy bien-respondió la muchacha. 
-Me alegra saberlo. 
                  Oyeron el graznido de una gaviota. Vieron al ave lanzarse de cabeza al mar. Luego, la vieron levantar el vuelo con algo parecido a un pez en el pico. 
-¿Cómo estás tú?-preguntó Vanessa. 
-No me puedo quejar-respondió Stephen. 
-Me alegro. Necesitaba dar un paseo. Me asfixio dentro del castillo. 
                 Bruce se perdió en las inmensidades de los ojos de Vanessa. Tenía unos bonitos ojos de color azul claro. Pero poseían cierto tono de color castaño oscuro que hacían de sus ojos algo peculiar. Contrastaban de manera brutal con su cabello rubio. 
-A mí también me pasa algo parecido-admitió el muchacho-Necesitaba salir de casa. Me agobiaba. 
-He oído que Simone se marcha de la isla-le contó Vanessa. 
-No creo que vaya muy lejos. Esa mujer no es mala. Pero no tiene un carácter agradable. Aún así, quiso mucho a mi hermano. Le lloró sinceramente cuando se enteró de la noticia de su muerte. 
-Lo malo es que los dos le hicieron mucho daño a mi prima. 
-Lo sé. Y lo siento mucho. ¿Cómo está Erin?
-Es una joven fuerte. Lucha por sobreponerse al dolor.
-Sé que se pondrá bien. Erin merece ser amada por un buen hombre.
-Lo mismo pienso yo. 
                Unas pocas pecas salpicaban la nariz de Vanessa. Llevaba su rubio cabello recogido en una trenza. De pronto, Stephen alzó la mano y le acarició suavemente el rostro. 
-¡No hagas eso!-le pidió Vanessa. 
                 Su voz sonó ahogada. 
-Lo siento-se excusó Stephen. 
                 Los dos se ruborizaron. 
                Vanessa sintió cómo su corazón empezaba a latir muy deprisa. Le dijo a Stephen que tenía que irse. Sentía todavía el roce de sus dedos sobre su rostro. 
-Nos volveremos a ver-auguró el chico. 
                Le cogió la mano a Vanessa y se la volvió a besar. 
-No lo sé-se sinceró ella.
-Te estaré esperando-le prometió Stephen. 
                Vanessa dio media vuelta y se alejó del lado de Stephen. Lo último que quería era coquetear con el hermano menor de Bastien. Pero, a pesar de todo, su corazón estaba latiendo muy deprisa. No quiero sufrir como está sufriendo mi prima, pensó.
                Aceleró el paso. Necesitaba poner cierta distancia entre ella y Stephen. Pensó que sus padres la estarían esperando. Y también la estaría esperando Erin. Su prima adivinaría que le había pasado algo. No se lo contaré, decidió Vanessa. Podría enfadarse conmigo. No es el momento.
                 Entró en el castillo.
                 Erin estaba sentada en el sofá.
-¿De dónde vienes?-le preguntó.
                  Una manta tapaba sus piernas. Vanessa tuvo la sensación de que estaba viendo un fantasma. Optó por no responder a su pregunta.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

LA VIUDA DE LA ATALAYA

Hola a todos.
¿Os acordáis de mi relato La viuda de la atalaya?
Lo empecé a subir a este blog hace unos meses. Sin embargo, decidí borrarlo porque quería participar en un concurso.
Al final, opté por no enviar este relato, de modo que envié otro.
Por ese motivo, tras hacerle algunos cambios, (el nombre de la protagonista y el haber añadido otro personaje más a la trama) quiero volver a subir La viuda de la atalaya. 
Lo he dividido en varias partes para que no sea tan pesado y lo iré subiendo poco a poco.
Cuando termine de subir La viuda de la atalaya, veremos el final de No te vayas. 
El relato empieza con el trozo que le he añadido.
Espero que este relato os guste.

LA VIUDA DE LA ATALAYA

ISLA DE SAINT PATRICK, 1850

       Erin estaba enamorada de un hombre que estaba lejos de ella. Los días pasaban despacio. Pero ella sabía que su amado volvería antes o después. Era una esperanza que nunca la abandonaba. Subida en lo alto de la atalaya del castillo, Erin podía divisar el horizonte. Casi podía ver cómo un barco se acercaba poco a poco a la isla de Saint Patrick, frente a la isla de Man. Era Bastien, pensaba Erin. Volvía a casa.
        Aquel pensamiento era lo único que la motivaba a levantarse. A comer. A respirar. A tener fe en el ser humano. Bastien era el hombre al que Erin le había entregado su corazón hacía mucho. Lo amaba con todo su ser. Antes o después, Bastien regresaría. Y se casaría con ella. Se lo había jurado.
      Sin embargo, los días pasaban. Y Bastien no daba señales de vida. Tampoco le escribía una carta. No sabía nada de él desde que se despidió de ella. Y la familia de Bastien parecía guardar silencio con respecto a su paradero. En realidad, tampoco sabían nada de él.
       Pero Bastien volvería para casarse con ella. Entonces, Erin descubriría cuán placenteras podrían ser las caricias que su amado le brindaría.



      Con frecuencia, Erin visitaba la Iglesia de San Patricio, que se encontraba en la isla.
       La acompañaba su prima Vanessa. De rodillas ante el último banco, Erin rezaba en silencio. Rezaba por la vuelta feliz a casa de Bastien. Vanessa estaba también arrodillada a su lado. En su fuero interno, la muchacha sabía que Bastien no volvería nunca a casa.
-Me cuesta trabajo creer que ese hombre vaya a volver-le decía Vanessa en el interior de la Iglesia-A lo mejor, nunca más vuelve. A lo mejor, ha rehecho su vida lejos de aquí.
-Bastien volverá-afirmaba Erin.
-Eso no lo sabes.
Erin era oriunda de Liverpool y siempre había destacado por su llamativa belleza, lo cual la hacía muy deseada entre los hombres. Sus ojos eran de color negro y de mirada brillante. Lo más llamativo en ella era su color de pelo. Poseía una larga melena rojiza, pero con matices de color dorado. Erin era una joven con mucho carácter y bastante impulsiva, lo que le había causado más de un problema desde que vivía con sus tíos.
Pero la marcha de Bastien había templado su carácter.
Una tarde, a petición de Vanessa, Erin accedió a dar un paseo con ella por la playa. Los ojos de la joven estaban llenos de lágrimas al posarlos sobre el mar.
-Confío en Bastien-le aseguró a su prima-Sé que volverá. Me lo ha jurado. No es ningún mentiroso.
-¿En serio piensas que va a volver?-inquirió Vanessa.
-Es mucho tiempo el que llevo sin tener noticias suyas. Pero pienso que volverá.
Se detuvieron. Se quedaron mirando al horizonte. No había nadie en la playa aquella tarde. Densos nubarrones cubrían el cielo. Es una mala señal, pensó Vanessa.
-Me gustaría ser tan optimista como lo eres tú-admitió la chica.
-Entonces, tienes que pensar que Bastien volverá por mí-insistió Erin.
Le cogió la mano a Vanessa. La muchacha se dio cuenta de que su prima estaba temblando.
-Será mejor que volvamos a casa-le sugirió-Hace frío. Y parece que va a llover.
Erin miraba fijamente al horizonte y Vanessa se preguntó si el amor que su prima sentía por Bastien era bueno. Erin parecía amar de un modo que se le antojaba obsesivo. Tenía una fe ciega en Bastien. Se había puesto así misma una venda en los ojos. No quería reconocer que Bastien no era perfecto. No la amaba tanto como le había jurado. Las correrías de Bruce eran sonadas. No sólo en la isla de Saint Patrick. No...También eran sonadas en la isla de Man.
  Vanessa tiró suavemente de la mano de Erin para apartarla de la playa.
-Vas a coger frío-le dijo suavemente.
Erin se dejó hacer y siguió a Vanessa dócilmente hasta llegar al castillo.
Erin y Bastien se habían limitado a besarse. Pero Erin no se había entregado a él. Le había dicho que quería esperar hasta que estuvieran casados. Por lo menos, Bastien se había comportado de un modo honorable al respetar la virginidad de Erin.
La joven pasaba muchas horas sentada en el sillón del salón. Bordaba lo que iba a ser su ajuar de bodas.
-Tengo que bordar la sábana-le decía a su tía-Será la sábana que cubrirá el lecho nupcial. Quiero tenerla preparada para cuando Bastien regrese. ¡Y él volverá pronto! Lo presiento. ¡Vendrá! ¡Y nos casaremos!
  Su tía Lucille sentía deseos de echarse a llorar. Ella pasaba muchas horas al lado de Erin. Le leía en voz alta. Su hija Vanessa se unía a ellas. Le contaba a Erin los últimos cotilleos que le habían contado sus amigas. Pero la joven parecía no reaccionar. Sólo sabía hablar de Bastien. Y de la boda que se celebraría. Su boda...
   Había bordado innumerables pañuelos. Manteles...Sábanas...
   Erin era toda una belleza. Su tía estaba muy preocupada por ella. La joven parecía querer vivir encerrada en el castillo. Guardaba como oro en paño cada uno de los besos que Bastien le había dado. Decía que quería esperarle.
-Él va a volver-afirmaba.
 Sus tíos estaban muy preocupados por la salud de Erin. A menudo, creían que la joven acabaría volviéndose loca.
  No sabían si debían de hablarle de las fechorías que había cometido Bastien.
  Conocían demasiado bien a Erin. Sabían que no darían crédito a sus palabras. Sólo creía en lo que Bastien le decía. Le escribía largas cartas de amor. Cartas que no tendrían nunca una contestación.
   Un día, cuando Lucille regresaba de hacer unas compras en la isla de Man, la abordó en el embarcadero la señora Williams, la madre de Bastien.
-¿Qué ocurre?-le preguntó Lucille.
-Tienes que saber una cosa-respondió la señora Williams-Se trata de Bastien. Ya tenemos noticias de él. Y...No son nada buenas.
La mujer se retorcía las manos con nerviosismo. Pensaba en Erin. Le habría gustado tenerla como nuera. Le parecía la mujer ideal para el disoluto Bastien. Erin era hermosa. Era inteligente. Era fuerte. Sin embargo, la señora Williams conocía demasiado bien a su hijo mayor y le parecía un milagro que no le hubiera arrebatado la virginidad a Erin. La joven quería llegar virgen al Altar. Al menos, Bastien se había comportado de un modo honorable con ella. En aquel sentido...
-¿Qué ha ocurrido?-se inquietó Lucille.
-Hemos recibido noticias de Bastien-atacó la señora Williams.
-¿Va a volver a Saint Patrick?
-No...
La señora Williams recordó el día en el que vio a Bastien besándose apasionadamente con Erin sentados en la arena de la playa. Le reprochó allí mismo su conducta.
-¿Te parece bonito lo que estás haciendo?-le increpó.
-Ya soy lo suficientemente mayorcito como para que tú vengas a darme órdenes-le espetó Bastien-Hago lo que quiero con mi vida, madre.
Bastien había tenido una vida demasiado fácil. Siempre lo había tenido todo. La señora Williams se preguntó así misma en qué habían fallado su marido y ella en la educación de su hijo mayor.

   Una noche, Erin se despertó en mitad de la noche dando gritos. Tenía la sensación de que se estaba ahogando. Su tía Lucille irrumpió en su habitación.
-¿Qué te pasa, Erin?-le preguntó-¿Qué tienes?
Erin rompió a llorar. Había soñado con Bastien.
-Bastien...-susurró la joven.
-No llores-le pidió Lucille-Intenta dormir un rato.
A la tarde siguiente, prácticamente a rastras, Vanessa logró sacar a Erin de su encierro. El hijo pequeño de sus vecinos, los Johnson, daba un concierto casero de piano. El niño tenía doce años. Pero iba camino de convertirse en todo un virtuoso del piano. Erin lo pasó mal durante el rato que Vanessa y ella estuvieron en casa de los Johnson. No disfrutó nada del concierto. En lo único en lo que podía pensar era en Bastien. En el sueño que había tenido relacionado con él.
-No estás prestando atención-observó Vanessa-A ti te gusta la música.
-Soy un desastre tocando el piano-le recordó Erin-No entiendo el porqué he venido.
-Para acompañarme. Porque tienes que salir. No puedes pasarte todo el día encerrada en tu habitación, prima.



   En aquel momento, Stephen se acercó a ellas. Se alegró de ver a Erin. Pero se alegró aún más de ver a Vanessa.
  -¡Erin!-exclamó-¡Qué agradable sorpresa! Veo que Vanessa te ha convencido de que debes de salir a la calle.
     Stephen se sentó al lado de las dos jóvenes. Le dedicó una sonrisa cómplice a Vanessa.
-Vas vestida de negro-observó.
-Te confieso que me cansa vestir todo el día de blanco o de colores claros-le confió Vanessa-Además, el ambiente que se respira en casa es parecido al de un funeral. Erin se pasa todo el día llorando por Bastien.
    La aludida pensó que Vanessa se estaba refiriendo a ella. Se puso tensa. Se había arrepentido hacía ya un buen rato de haber acompañado a su prima a la casa de los Johnson. Se puso de pie de un salto. Salió con paso apresurado del salón.
 -Me voy-anunció-No puedo seguir aquí por más tiempo.
-¡Prima!-exclamó Vanessa, poniéndose también de pie de un salto-¡Espérame! ¡Voy contigo! 

lunes, 23 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Debido a un error en blogger, se me borró el fragmento que constituía el desenlace de mi relato De la amistad al amor. 
Esto me ha dado rabia, como debéis de suponer. Si entráis en mi blog y veis que está cambiado es porque me he visto obligada a cambiarlo.
Y aquí tenéis el desenlace de De la amistad al amor. 
Espero que blogger me permita conservarlo.
Muchas gracias a todos por leer. Y también por comentar.

                      Hester y Marcus abandonaron la casa de los Murray sin ser vistos. Salieron por la puerta principal. Nadie se percató de que se habían ido. Los dos apenas cruzaron palabra de camino a la casa de los Birmingham. Hester se dio cuenta de que estaba temblando. Marcus se dijo así mismo que lo que estaba pasando le parecía una locura. La Luna llena brillaba en lo alto de un cielo cubierto de estrellas brillantes. Marcus miró a Hester. Pensó que ella era la más bonita de todas las estrellas de la noche.
-Lo que pueda pasar esta noche podría cambiar nuestra relación-susurró la muchacha.
                   Casi ni miraba a Marcus a la cara. Y él se mantenía a una distancia prudencial de ella.
                  Entraron en la casa de los Birmingham por la puerta de la cocina. Los pocos criados que la familia tenía se habían retirado un rato antes a dormir a las camas que tenían en el sótano.
-No hagas ruido-le pidió Hester a Marcus.
                Subieron a la habitación de la chica por la escalera de la cocina.
-Hablaremos aquí más tranquilos-le dijo Hester a su amigo-Me dirás lo que quieras. Y yo...
                  Guardó silencio mientras abría la puerta de su habitación. Le temblaba la mano al coger el pomo.
                  Nunca supo cómo pasó todo. Nunca supo en qué momento Marcus la despojó de su vestido de fiesta y de la ropa interior. Ni cómo se desnudó. Todo ocurrió demasiado deprisa, en opinión de Hester.
                  La mirada de Marcus era ardiente. Llegó hasta lo más profundo del corazón de Hester. Se estremeció cuando la mano del joven acarició su desnuda espalda.
-Eres muy hermosa-le susurró.
                  La recostó con cuidado en la cama. La besó con fuerza. Y Hester correspondió a su beso con la misma fuerza. Empezaron a acariciarse con las manos de manera mutua.
-No tengas miedo-le pidió Marcus.
                  Hester tenía una ligera idea de lo que ocurría entre un hombre y una mujer en la intimidad. Se lo había oído en una ocasión a su madre mencionárselo a Meg. La explicación que le había dado la señora Birmingham a su hija mayor era que la primera vez solía ser muy dolorosa para la mujer. Podía sangrar, incluso. Después de eso, Meg no sentiría nada en la cama con un hombre. La joven se quedó atónita. Hester se asustó al oír aquéllo.



                       Pero estoy con Marcus, pensó la chica. Y él no me hará daño.
                       El joven empezó a besarla en el cuello. Llenó de besos los hombros de Hester. Sus labios descendieron hasta llegar a sus pechos. La muchacha se sintió rara cuando notó la excitación de Marcus apretando contra sus muslos. Era la primera vez que el joven veía los pechos de una mujer. Y los pechos de Hester le parecieron preciosos. Los llenó de besos. Los lamió con ansia.
                   Las manos curiosas de Hester se dedicaron a recorrer el cuerpo esbelto y bien formado de Marcus.
-Es muy apuesto-pensó la chica.
                  Las manos de Hester querían conocer mejor el cuerpo de Marcus. No se cansaba de acariciarlo.
                   Dieron la vuelta en la cama y Hester chupó las tetillas de Marcus. Su lengua recorrió el vientre del joven.
                   Oyó gemir a Marcus con fuerza. Estaba muy excitado, lo mismo que Hester. De golpe, el cuerpo de Marcus invadió el cuerpo de Hester con fuerza. Ella sintió dolor, al ser la primera vez que estaba así con un chico.
-¿Te he hecho daño?-le preguntó Marcus. 
-No mucho...-respondió Hester-No...
                     La joven abrió mucho sus piernas para facilitar el acceso de Marcus a su interior. De algún modo, sabía cómo tenía que obrar.
                     Habían cambiado. Ya no eran dos personas racionales. Se comportaban de otra manera. Parecían dos animales en celo.
                     Hester sentía cómo Marcus se movía dentro de ella. Los gritos de ambos se escuchaban en toda la casa. Las uñas de Hester se clavaron en la espalda de Marcus. Lo deseaba. Y quería demostrárselo. No tenía ninguna experiencia en aquellas lides, pero no le importaba. Deseaba a Marcus. Y se lo estaba demostrando. Llegaron a lo más alto casi al mismo tiempo y los dos se sintieron colmados y saciados durante unos instantes felices.
                       Quedaron exhaustos sobre la cama. La cabeza de Marcus reposaba sobre el hombro de Hester. Ella le besó en la frente. Él la besó en la boca.
                     Las respiraciones de ambos se fueron acompasando poco a poco. No escucharon los pasos que iban subiendo lentamente la escalera. No sintieron cómo la puerta de la habitación de Hester se abría.
-¡Oh, Dios mío!-oyeron gritar a una voz de mujer-¡Hester! ¿Qué está pasando aquí?
                    La aludida sintió cómo se le paralizaba el corazón. Marcus trató de cubrirla con su cuerpo. La silueta de una pareja de mediana edad estaba en el umbral de la puerta de la habitación de Hester. La luz de la Luna que se colaba por la ventana de la habitación les iluminaba. Marcus y Hester reconocieron a la pareja que estaba con ellos. Que los había visto.
                    Eran el señor y la señora Birmingham.
                    Los padres de Hester...
-Nos han visto-pensó la muchacha, con terror-¿Qué va a pasar ahora?

 

Por si acaso blogger vuelve a jugármela (no me fío nada de él), subiré cuando pueda el final.
Espero que os haya gustado la reescritura de la quinta parte de esta historia.
No descarto añadir un pequeño epílogo en cuanto pueda también.
¡Hasta pronto!

domingo, 22 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
¡Hoy, por fin, nos aproximamos!
Aquí os traigo la cuarta y penúltima parte de mi relato De la amistad al amor. Os agradezco de corazón todos los comentarios que habéis dejado. Y espero que me digáis si os ha gustado o no os ha gustado. Soy consciente de que tiene muchos fallos. Espero haber ido mejorándolos con el paso del tiempo.
Mañana, llegará el desenlace.
El fragmento de ayer me pareció excesivamente largo. Veremos lo que pasa entre estos dos amigos que son mucho más que eso.
Es un trozo tan largo como el que subí ayer, pero es la despedida.
Vamos a ver cómo termina la historia de Hester y Marcus.

-¡Se ha ido!-se lamentó Meg en voz alta-No volveré a verle nunca más.
                Estaba asomada a la ventana de su habitación. Aquel día, Hunter abandonaba Bois Blanc.
-No mires-le exhortó su madre-Te hace daño.
                 Hester tenía a Meg abrazada por los hombros.
                 Una barca se encargó de recoger a Hunter.
                  Hester vio cómo el joven se despedía de su madre y de su hermano menor. Le hizo daño ver a Marcus. Hacía días que no quería verle.
                  Hunter alzó la vista. Vio a Meg asomada a la ventana de su habitación. Alzó la mano y la movió en señal de despedida.
-Adiós, Meggie-le dijo-Cuídate. Y perdóname. Olvídame. Es lo mejor para los dos.



                 La barca le estaba esperando en la orilla del lago. Se metió dentro de un salto. Su madre intentaba no echarse a llorar. Marcus sintió un nudo en la garganta. Meg, por su parte, rompió a llorar.
-Metámonos dentro-le sugirió su madre.
-¡Hunter!-gritó Meg, destrozada.
                  Al joven le dolía mirar a Meg. Le dolía mirarla porque era consciente de que le había hecho daño. No se lo merecía. Meg era una joven bella y extraordinaria. Merecía otra clase de hombre. Me olvidará, pensó Hunter.

                      La idea de abandonar la isla empezó a rondar por la mente de Meg.
                      Sentía que no podía respirar. Le dolía el corazón de pensar que Hunter se había ido de la isla.
                      Se negó a salir a la calle. Tendría que pasar por delante de la casa de los Lewis a la fuerza. Vería que Hunter ya no estaba. No quería tampoco ver a Marcus. ¡Le recordaba tanto a Hunter! Pasaba todo el día encerrada en su habitación. Sus padres intentaron hablar con ella en varias ocasiones en vano. Meg apenas probaba bocado. La criada le llevaba la bandeja con comida.
-No tengo hambre-le decía Meg.
-Tiene que comer, señorita-la instaba la criada.
                     Meg no quería comer. La bandeja de comida quedaba casi intacta. Se le cerraba el estómago. Sólo podía pensar en una cosa. Hunter se había ido.
                    Hunter nunca la había amado.
-No me queda nada aquí-afirmó la joven-Me siento sola.
-¿Y qué pasa con nuestros padres?-le preguntó Hester-¿Y qué pasa conmigo?
                      Las dos hermanas estaban sentadas cada una en una silla en el porche de su casa.
-Tú eres capaz de hacer tu vida-le aseguró Meg a Hester-Eres mucho más fuerte que yo.
                      La muchacha negó con la cabeza. No era, desde luego, como Meg. Sin su hermana, Hester sentía que no podía con nada.
-¡Pero me tienes que ayudar!-insistió.
-¿Te refieres a Marcus?-inquirió Meg.
-No sé lo que pasa entre nosotros. De pronto, todo ha cambiado. No puedo mirarle como le miraba antes. Le veo distinto.
-Ves a un hombre.
                    Hester se calló al escuchar aquella afirmación de Meg.
                    Marcus era un hombre.
-Y él te mira y no ve a la niña con la que trepaba a los árboles-prosiguió Meg-Ni ve a la jovencita con la que correteaba por el bosque de hoja perenne. Ve a una mujer.
                      Hester empezó a temblar. En algún momento, algo en su relación con Marcus había cambiado. De pronto, habían dejado de ser buenos amigos. Los dos habían crecido. Ya no eran un niño y una niña que se divertían jugando juntos. Marcus era un hombre y Hester era una mujer.
                    ¿Por qué habían cambiado tanto?, se preguntó la chica. ¿Por qué no podían seguir siendo los amigos que eran? ¿Por qué ya no les bastaba con estar juntos y con hablar? Al mirarse, sus ojos desprendían fuego. Intencionadamente, se buscaban con cualquier excusa. Pero no sólo por el hecho de hablar. Era por otra cosa.
-Marcus siente lo mismo que tú-opinó Meg.
-¡Es una locura!-exclamó Hester.
-Yo pienso que no.
                     
                       La noticia de que Meg se marchaba de Bois Blanc corrió como la pólvora. Naturalmente, dio pie a toda clase de rumores. Meg se marchaba cuando no hacía ni una semana que se había ido Hunter.
                        El matrimonio Birmingham accedió a la petición de Meg.
                        Veían que su hija mayor estaba cada día más abatida. Ignoraba el señor Birmingham el porqué de la tristeza que rondaba a Meg.
                         En cambio, su mujer sí se daba cuenta de lo que le pasaba. Meg estaba enamorada de Hunter. Y le destrozaba el saber que éste no correspondía a aquel amor.
                        Los días siguientes, Meg los pasó preparando el equipaje.
-¿Volverás?-le preguntó Hester.
                         Meg estaba doblando una falda. Escuchó la pregunta que le había hecho su hermana menor.
                      No supo qué responder. Le dolía permanecer en aquella isla. Sobre todo, cuando sabía que no volvería a ver a Hunter. Quería regresar. Sin embargo, Meg no quería volver a la isla. No...Cuando no iba a ver de nuevo a Hunter.

                      Los tíos paternos de Meg y de Hester vivían en Grand Rapids. La intención del matrimonio Birmingham era enviar a Meg a aquella ciudad. Pasaría una temporada en casa de sus tíos.
                       Meg se mantuvo fuerte el día de la despedida.
-Pórtate bien-le exhortó su padre.
                         Habían ido todos a acompañarla a orillas del lago. Una barca la estaba esperando. Meg llevaba dos maletas consigo. No se atrevía a mirar en dirección a la casa de los Lewis. Tenía la sensación de que vería a Hunter apoyado en la fachada de la casa.
-Te voy a echar mucho de menos-le aseguró Hester a Meg.
-Recuerda lo que te he dicho-le susurró su hermana mayor-Tendrás mucha más suerte que la que yo he tenido. ¿De acuerdo?
                     Hester asintió. Meg saltó en la barca. Alzó la mano en señal de despedida. Abundantes lágrimas corrían por sus mejillas.
-¿Se encuentra bien, señorita?-le preguntó el barquero.
-No...-respondió Meg.

                 Hester conocía a Marcus desde hacía muchos años Era su mejor amigo. Sentía que nadie la entendía. Pero él sí era el único capaz de entenderla. Desde que eran pequeños, siempre habían estado muy unidos. Los dos habían crecido. Sus caminos se habían separado a raíz de la guerra. Pero volvían a estar juntos. Hester se daba cuenta de que ya no era lo mismo.  
                   Los vecinos querían olvidar lo ocurrido. Por aquel motivo, los Smith habían celebrado una pequeña reunión en su casa. Hester acudió a la reunión con sus padres. 
                   Vio a Marcus hablar con un joven de su edad. Sintió el deseo de acercarse a hablar con él. Pero no se atrevía. El pánico se apoderó de ella. Marcus era su mejor amigo. Y ella no quería perderle sólo por aquel estúpido sentimiento que había empezado a nacer en su corazón. Marcus se percató de la presencia de Hester. ¡Qué hermosa estaba con aquel vestido de color blanco! Se le cortó el aliento de sólo mirarla. 
                    Hester oía a la gente hablar. Pero su corazón no paraba de gritarle lo cobarde que era. En algún momento, Marcus había dejado de ser sólo un amigo para ser algo más. Por aquel motivo, no se atrevía a acercarse a él. El joven deseó acercarse a ella. ¡Tenía tantas cosas que decirle! Una amiga de Hester le tendió un vaso de limonada. 
-¿A quién estás mirando?-le preguntó. 
                    Hester bebió un sorbo de su vaso de limonada. Se dio cuenta de que le temblaban las manos. 
-A nadie...-respondió. 
                    Se fue con su amiga a hablar con las demás. Pero, antes, dirigió una última mirada a Marcus. 
                    Después de la marcha de Meg, el joven había intentado hablar con Hester. No entendía el porqué la muchacha guardaba las distancias con él. Siempre habían estado muy unidos. ¿Por qué todo había cambiado de pronto? ¿Qué era lo que estaba pasando? Él conocía muy bien a Hester. Sabía que le estaba mintiendo. 
-¿Ésa es Hester?-le preguntó su amigo. 
-Sí...-respondió Marcus. 
-Ha cambiado mucho. Se ha convertido en una auténtica preciosidad. 
-¿Por qué dices eso?
-Porque se nota que no paras de mirarla. 
                  Marcus recordó las cartas que recibió de Hester durante el tiempo que estuvo en el frente. Aquellas cartas le sirvieron para seguir adelante. Para no dejarse matar por las balas que le disparaban los soldados sudistas. 



                      Como pudo, Marcus se armó de valor y se acercó a Hester. La muchacha se quedó sorprendida cuando el muchacho se colocó junto a ella. Marcus le cogió la mano. Hester sintió que la mano de Marcus estaba caliente. Los dedos de ambos se enlazaron. Marcus tiró de ella para llevarla a un rincón. Aquel gesto sorprendió a las amigas de Hester.
-¿Adónde la lleva?-se preguntaron las unas a las otras.
                   Salieron al jardín. Hester agradeció el poder escapar del ambiente un tanto sofocante que se respiraba dentro del salón de los Smith. Pero sintió miedo. Estaba a solas con Marcus. La primera vez desde hacía algunos días.
-Hester, tenemos que hablar sobre lo que ha pasado-atacó Marcus-Es cierto que las cosas han cambiado mucho entre nosotros.
                    Eso era lo último que la chica deseaba oír.
-No quiero hablar de eso ahora-pidió Hester-Será mejor que vuelva dentro.
-¡No te vayas!-le imploró Marcus-Lo que tenemos que hablar tenemos que hacerlo ahora.
-Te lo ruego. No quiero hablar de nada de lo que ha pasado contigo. Eres mi mejor amigo. ¿Por qué las cosas no pueden seguir como hasta ahora?
-Te dejaré en paz sólo porque tú me lo pides. Pero tenemos una conversación pendiente, Hester. Iré a la fiesta que van a celebrar los Murray. Y deseo que tú vayas también. Podremos hablar allí.
                  Hester se metió dentro de la casa de los Smith. Se dijo así misma que Marcus era un cabezota.

                  Y llegó el día de la fiesta.
                  El matrimonio Birmingham acudió. Lo mismo que Hester...
                  Para su horror, la muchacha se dio cuenta de que Marcus también había ido.
                  Por suerte, durante la cena, no se sentaron juntos.
                  Sirvieron los criados de primer plato supremas de pollo a lo Maryland.
-Me dio la receta una amiga mía que vive en Annapolis-comentó la señora Murray.
                   Hester sintió fija sobre sí la mirada de Marcus. Se obligó así misma a comer. Pero sabía que todo el mundo terminaría hablando de ella. Y de Marcus...
-¿Has recibido carta de tu hermano?-le preguntaron al joven.
-Todavía no nos ha escrito ni a mi madre ni a mí-respondió-Pero no creo que tarde mucho en escribirnos. Lo echamos de menos.
                Hunter quería viajar a Portugal en primer lugar. Después, pasaría una temporada en aquel país. Más adelante, continuaría con su viaje por toda Europa. Con un poco de suerte, volvería siendo otro. Pero jamás podría olvidar todo lo que había sufrido. Suspiró y trató de mantener su vista apartada de Hester.
                    De segundo plato, los criados sirvieron macarrones con tomate.
                    Hester jugueteó con los macarrones que tenía delante de ella.
-¡Cuánto ha crecido la pequeña Hester!-la alabó una amiga de la señora Birmingham.
                      La muchacha pensó que lo peor que le podía haber pasado era crecer. ¿Por qué no me quedé en la infancia?, se preguntó.
-¿Cree usted que podríamos llegar a entendernos con esos condenados sudistas?-le preguntó un hombre a otro hombre que estaba sentado enfrente de él.
                   Marcus pensó en la guerra. Ya se había firmado la paz entre el Norte y el Sur. Pero las heridas estaban muy abiertas. Durante cuatro años, habían estado matándose los unos a los otros. El Presidente Johnson apostaba por una política de reconciliación. ¿Es posible que podamos vivir en paz?, se preguntó Marcus. Miró a Hester. Por ella, valía la pena hacer cualquier cosa. Hasta hacer las paces con los sudistas.
                   El postre consistió en pastel de pacanas.
                   Marcus y Hester estaban sentados a cierta distancia el uno de la otra. Sin embargo, podían verse. Podían sentir que estaban muy cerca. Hester casi no podía escuchar las conversaciones que había a su alrededor.
-Me gustaría viajar a Washington. Nunca he estado en una ciudad tan grande.
-Tienes Detroit. Es una ciudad preciosa. Deberías de ir a verla.
-Puede que tengas razón. Iré en mi luna de miel. ¡Ojala me case pronto!
                   Marcus apenas había probado bocado durante la cena.
                   Tenía la mirada fija en Hester. Sabía que ella, a hurtadillas, también le miraba.
                   Siente lo mismo que yo siento por ella, pensó.
                  Al acabar la cena, hubo un baile.
                   Era uno de los pocos bailes a los que Hester acudía. En un primer momento, no quiso bailar con nadie. Permaneció sentada en una silla. Se conformaba con ver cómo los demás bailaban. Pero vio que Marcus se estaba acercando poco a poco al lugar donde estaba ella.

 

                        Se envaró.
-Sientes lo mismo que yo-le susurró el joven.
-No es éste el lugar para hablar de eso-replicó Hester.
-¿Y dónde quieres que hablemos?
-Será mejor que me vaya a mi casa. Me empieza a doler la cabeza.
-Te acompaño.
-Marcus...
-Deja que te acompañe.
                     

sábado, 21 de septiembre de 2013

DE LA AMISTAD AL AMOR

Hola a todos.
Hoy, voy a subir un nuevo trozo de mi relato De la amistad al amor. 
Con un poco de suerte, espero, mañana mismo subiré el final.
Vamos a ver lo que pasa entre Marcus y Hester.
Con respecto a Cruel destino, estoy haciendo algunos cambios en la historia. El resultado, a medida que iba viéndolo, no me gustaba demasiado. Muy triste...Muy pesimista...
Estoy introduciendo cambios importantes en la subtrama de Mary. También estoy introduciendo cambios en la historia secundaria de Katherine y Stephen porque pensaba darles un giro trágico, pero no se lo merecen. El final que tenía pensado para Sarah se mantiene, pero tendrá un final feliz. ¡Y no digo más!
Estas cosas llevan su tiempo. Y yo os agradezco, de corazón, vuestra paciencia.
Lo de compartir historias que escribí hace mucho tiempo con vosotros era una de mis promesas pendientes y quiero cumplirla.
He añadido unas pocas cosas en los dos anteriores fragmentos. Las he escrito esta mañana. Creo que enriquecen la historia.
Esta fragmento es más largo porque quiero terminarlo mañana. Es una historia más bien cortita. Pero quería darle un acelerón.
Espero que disfrutéis leyendo De la amistad al amor. 

-Hablan de nosotros-le dijo Hester a Marcus.
                      Estaban dando un paseo por el pueblo.
-El talabartero le preguntó el otro día a mi madre si yo iba a casarme contigo-le contó Marcus a Hester-Mi madre le respondió que no sabía nada.
                     Hester se echó a reír.
                     Pero se sentía un poco incómoda. Solía pasear con Marcus cogida de su brazo. En aquel momento, sentía sobre sí fijas las miradas de todos los vecinos.
                     Una mujer estaba barriendo la puerta de su casa.
                     Hester fingió que no pasaba nada. Después de todo, los vecinos la conocían a ella y a Marcus desde que eran prácticamente unos bebés.
-No estamos prometidos-afirmó la joven-Somos dos amigos que salen juntos. Nos llevamos bien.
                    El herrero estaba fabricando las herraduras para un caballo.
-No pasa nada-le aseguró Marcus a Hester-No pueden decir nada malo de nosotros.
                     Aún así, la muchacha se sintió algo incómoda.
-Me alegro de que seamos amigos-dijo.
                      Eso era lo que eran. Amigos...Nada más...
                      Los amigos salían a pasear. Los amigos intercambiaban confidencias. Los amigos se apoyaban en todo.
-¿Cómo está Hunter?-quiso saber Hester-Espero que esté más animado.
-Intenta animarse-contestó Marcus-Mi madre no sabe qué hacer para que esté contento.
-Tenéis que darle tiempo.
-Eso es lo que hacemos.
-Los dos volvisteis muy cambiados del frente. Te veo más maduro.
                   Marcus esbozó una sonrisa tenue. ¿En serio Hester le veía más maduro? No quería parecer un niñato ante ella.
                    No se veían muchos caballos en la isla. Los vecinos solían desplazarse a pie a todas partes. Sólo había una única Iglesia. En la otra punta de la isla se encontraba el cementerio. Era pequeño. El padre de Marcus había sido enterrado allí. Por lo menos, a la señora Lewis le quedó el consuelo de poder recuperar los restos de su marido. Se sabía de otras mujeres que no habían podido recuperar los restos de sus seres queridos.

                      El otoño había llegado a la isla. Hester solía salir a pasear por el jardín. Le gustaba recoger las hojas secas que caían de los árboles.
                        Meg se resistía a salir de su habitación.
                        Hester le llevaba las hojas secas que recogía del jardín.
-¡Mira lo que te he traído!-le decía-¡Ya verás lo bonita que es!
-Es una hoja seca-suspiraba Meg-Te he visto agacharte a recogerla. Las hojas secas son tristes.
                       La joven se pasaba el día encerrada en su habitación. Pasaba las horas muertas sentada en el balancín.
-Esta hoja es diferente-insistía Hester.
                      Se la tendía a Meg. Su hermana parecía haberse resignado a su suerte. Hunter la había rechazado.
             


                Hester pensó que era injusto. ¿Por qué Meg tenía que sufrir por culpa de un amor no correspondido?
-No te preocupes por mí-le decía su hermana mayor-Estaré bien.

             Sentados sobre la hierba, Marcus y Hester veían pasar los barcos de vapor por el lago.
-Muy pronto, no quedará ni un sólo barco de vela-auguró Marcus.
               Hester pensó que su amigo tenía razón. Poco a poco, los barcos de vela estaban siendo sustituidos por aquellos otros barcos que funcionaban con vapor. La chica no había subido a bordo de ninguno de aquellos barcos.
                 Luego, recordó que tampoco había subido a bordo de los otros barcos. Los barcos de vela...
-Hunter hablar de viajar-dijo Marcus-De conocer otros países.
-¿Está pensando en irse de Bois Blanc?-inquirió Hester-¿Desde cuándo lo piensa?
-No sé si su deseo es marcharse de la isla. Pero quiere irse de aquí. Creo que piensa que no tiene nada qué hacer.
                   Hester negó con la cabeza.
                   Pensó que Hunter era un cabezota. ¿No se daba cuenta del daño que le estaba causando a Meg con su comportamiento?  
                     Marcus pareció leerle la mente a su amiga. También él pensaba que Hunter era muy cabezota. Le palmeó con cariño la mano a Hester. En su fuero interno, a los dos les gustaba imaginar que Hunter y Meg, en el fondo, estaban enamorados.
-Hunter dice que nunca ha amado a Meg-le contó Marcus a Hester-Dice que sólo la ha querido como una hermana. Pero que eso no tiene nada que ver con el amor.
-Es una clase de amor-observó Hester-No hace daño. No es pasional. No se apaga con el paso del tiempo.
-El amor no es así. El amor no se apaga con el paso del tiempo. Permanece siempre.
                    Hester deseó vivir una historia de amor similar a la que Marcus le había descrito. Una historia de amor eterno...
                      Pensó que aquellas clases de historias sólo existían en los libros.
-Se puede amar así en la vida real-le dijo Marcus.
                      Hester sonrió. De nuevo, pensó que Marcus poseía el don de leerle la mente. Parecía adivnar todo lo que le pasaba por la cabeza.
-¿Tú alguna vez has amado así?-quiso saber.
-No lo sé-contestó Marcus-Quiero pensar que puedo amar así. Eternamente.
                   Miró a Hester de un modo que a la muchacha le pareció extraño. Hester le dio un beso en la mejilla.

            Hunter, mientras, dio cuenta de una copa de whisky.
-¿En serio no quieres a Meg?-le preguntó Marcus.
                  Ya estaba al tanto de lo ocurrido entre ellos. Siempre imaginó que su hermano acabaría casado con Meg Birmingham.
-Ella se ha hecho muchas ilusiones conmigo-respondió Hunter.
-¿Y tú la amas?-inquirió Marcus.
-No la amo. Y jamás podría ser su marido en todos los aspectos. Meg es maravillosa.
                 Hunter miró en su interior. Siempre había considerado a Meg como a una hermana. Pero una cosa era el cariño fraternal. Y otra cosa muy distinta era el amor.
-¿Y qué me dices de Hester y de ti?-interrogó a su hermano.
                  Marcus prefirió no hablar de aquel tema. Sentía dentro de su pecho un extraño hormigueo cada vez que pensaba en Hester.
-Somos amigos-dijo Marcus-Ella es como una hermana pequeña para mí. Nada más...

                   Al día siguiente, Marcus fue a ver a Hester. La encontró paseando por el jardín. Marcus quería interesarse por Meg.
-Sigue sin querer salir de su habitación-le explicó Hester.
                 La muchacha se sintió feliz al ver a Marcus. El joven compartía con ella su preocupación por Meg.
-Mi hermana lo que padece es mal de amores-afirmó Hester con tristeza-No sabía que ella estaba enamorada de tu hermano. Siempre habla de casarse. Pero pensaba que no había aparecido el hombre de su vida. La visitan muchos jóvenes. Es muy hermosa. Pero...
-Está enamorada-le recordó Marcus-Cuando uno está enamorado y no es correspondido, se sufre mucho.
-¡Ojala no me pase a mí lo mismo!
-¿Es que tú también estás enamorada?
-No...No...
                   Hester se puso roja como un tomate cuando Marcus le preguntó si estaba enamorada.
-Si algún día te enamoras, serás correspondida-auguró el joven.
                  Hester se preguntó lo que Marcus quería decirle.
-Me tengo que ir-dijo el joven-Ya nos veremos.
                  Se inclinó sobre Hester y le dio un beso rápido en la mejilla. La muchacha vio cómo se alejaba de su lado. Marcus necesitaba pensar con claridad. Su corazón le latía demasiado deprisa.
 
                  A los pocos días, Hester fue a ver a Marcus. Lo encontró leyendo en el salón. Como siempre, Marcus le dio un beso en la mejilla a modo de saludo.
-¡Qué sorpresa más agradable me da verte!-exclamó.
                Meg seguía sin querer salir de su habitación. Hester necesitaba salir de su casa.
-Vas a pensar que soy una egoísta-se lamentó-Por dejar a Meg sola.
                 Tomaron asiento en el sofá. Marcus pensó que Hester también tenía derecho a salir. No podía ser la guardiana de su hermana mayor.
-Me temo que nuestros dos hermanos se han embarcado en una especie de espiral de autocompasión-se lamentó el joven-No quieren ver que hay vida. Entiendo que mi hermano ha sufrido mucho. Creo que yo podría resistir todo lo que él ha pasado. Pero tiene que pensar que está vivo. Otros jóvenes no han tenido, por desgracia, la misma suerte.
               Hester tuvo que reconocer que Marcus tenía razón.
               Decidieron que la muchacha se quedaría a merendar con él.
               La criada de los Lewis les sirvió una taza de chocolate para cada uno. También les sirvió un platito con galletas.
-Coja, señorita-la invitó la criada-Son galletas de canela.
               Hester cogió una galleta. Le dio un mordisco.
-Está deliciosa-opinó.
-Celebro que le guste-se alegró la criada.
               Dicho esto, se retiró discretamente.
               Hester y Marcus se quedaron en el salón. Hablaron de sus hermanos mientras daban cuenta de sus respectivas tazas de chocolate.
-Hunter me ha dicho que quiere viajar-le contó Marcus a Hester.
              Aquel comentario llamó la atención de la chica. ¿Por qué Hunter quería irse de Bois Blanc? A lo mejor, existía alguna cura para lo que le había pasado. ¿O no existía ninguna cura?
-¿Y te ha dicho adónde quiere ir?-inquirió Hester.
-Quiere viajar por toda Europa-contestó Marcus.
-A lo mejor, piensa que se curará allí. Porque...Tendrá cura lo suyo. ¿No?
                  Hester no sabía a ciencia cierta lo que le había pasado a Marcus.
                  Por supuesto, había oído numerosos rumores. Rumores que, en su inocencia, no entendía su significado. La candidez de Hester conmovió a Marcus.

     

                   Ni siquiera él mismo sabía lo que le había pasado a ciencia cierta a su hermano.
-Tiene que ver con sus testículos-le explicó a Hester-Son como dos especie de bolsas que tienen los hombres en la entrepierna. Mi hermano no tiene testículos. Se los tuvieron que amputar cuando le hirieron.
-¡Oh!-casi gritó Hester.
                   El rostro de la joven se puso rojo como la grana. Por lo que había oído comentar a una amiga de su madre durante una conversación entre ambas, Hunter Lewis no tenía testículos. Decían que se había quedado impotente.
                Bebió con mano temblorosa un sorbo de su taza de chocolate.
-¿Y tiene cura?-preguntó Hester en voz muy bajita-Eso...
-No...-respondió Marcus.
-Entonces...
-No podrá acostarse con una mujer nunca más. No podrá tener hijos. No será como era antes.
-Lo siento mucho.
-A lo mejor...
-A lo mejor, Hunter no quiere saber nada de Meg porque no podrán tener hijos. Ni podrán estar juntos en la misma cama. Ni...
                  Hester se interrumpió. Estaba toda sofocada.
                 Sintió la necesidad de salir corriendo de allí. Le dijo a Marcus que tenía que irse porque sus padres la estaban esperando.
-No pasa nada-le dijo Marcus.
                  Se inclinó sobre ella. No podía dejar de pensar en lo bella que era Hester. Su recuerdo le había acompañado durante todo el tiempo que estuvo peleando en el frente.
               Había sentido a Hester durante el tiempo que estuvo peleando.
                Mientras esquivaba las balas que le disparaban los soldados sudistas.
                Mientras dormía a la intemperie.
              Cuando estaba caminando.
               Tenía la sensación de que Hester estaba a su lado. Le acompañaba.
               No sabía cómo decírselo. Ignoraba si ella lo entendería. De algún modo, se daba cuenta de lo importante que era Hester en su vida. No quería imaginar lo que sería no tenerla cerca de él. Hester era especial. Quería decírselo. Pero las palabras se le atoraron en la garganta.
                Hester le dedicó la sonrisa más encantadora que jamás había visto. El corazón de Marcus le latió muy deprisa. Sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se inclinó sobre Hester y la besó de lleno en la boca.
-Lo siento-se disculpó sofocado.
-¡Tengo que irme!-se asustó Hester.
                   Abrió la puerta. Todo su cuerpo temblaba con violencia cuando abandonó la casa de los Lewis. No entendía lo que estaba pasando entre ella y Marcus.

-Tenemos que hablar-le dijo Meg a Hunter-No hemos vuelto a hablar desde lo que pasó el otro día.
                 Encontró al joven de pie, junto a un árbol de tilo.
-¿De qué quieres que hablemos?-le preguntó Hunter.
-Vengo de tu casa-respondió Meg-Tu madre me ha dicho que has salido a pasear. Y yo he decidido buscarte. La isla no es demasiado grande como para perderse. Pienso que estás equivocado.
                 Hunter arqueó la ceja.
                 ¿Por qué Meg era tan cabezota?, se preguntó así mismo. No le entraba en la cabeza el hecho de que él no estaba enamorado de ella.
-En el fondo, tú me quieres-insistió Meg-Es lo que te ha pasado lo que te impide estar conmigo. ¡Pero te juro que no me importa!
                 Hunter elevó la vista al Cielo.
                Un pájaro cantaba posado en una rama del árbol de tilo. Meg se acercó aún más a Hunter.
-Te quiero-le confesó.
-Y yo también te quiero, Meggie-admitió Hunter-Pero no te quiero como tú me quieres a mí.
                  Los ojos de Meg se llenaron de lágrimas.

 

-No me importa-le aseguró-Puedo hacer que me quieras.
                Había una idea que llevaba algún tiempo rondando por la cabeza de Hunter. Se sentía asfixiado en Bois Blanc. Todo el mundo le miraba. Sabía lo que le había pasado. No podía soportar las miradas cargadas de compasión que le dirigían. Le habían mirado, incluso, con burla.
-Me voy, Meggie-le confesó a la joven-Me marcho de Bois Blanc. Eres la primera que lo sabe. Lo he pensado mucho. No puedo seguir viviendo aquí.
-¡Pero yo no quiero que te vayas!-sollozó la joven.
-No puedo quedarme aquí. No puedo soportar que me miren con burla y con compasión. ¡No puedo, Meggie!
               Un sollozo se escapó de la garganta de la joven.
                Hunter la abrazó con cariño. Le dolía ver a Meg sufrir por su culpa. Pero era mejor ser sincero con ella. Meg no podía hacerse falsas ilusiones.
-Perdóname-le susurró-Créeme cuando te digo que nunca quise hacerte daño.

                Marcus abordó a Hester cuando la vio salir de la casa de la modista. La muchacha había ido a mirar telas. Quería un vestido nuevo.
-¿Qué estás haciendo aquí?-le preguntó Hester a Marcus nada más verlo.
-Tenemos que hablar-respondió el joven-Es sobre lo que pasó el otro día.
-¿Vienes a pedirme perdón?
                   Marcus se quedó callado.
-¿Tú lamentas lo ocurrido?-indagó.
                   Hester empezó a caminar. Quería poner la mayor distancia entre Marcus y ella. Pero el joven la seguía.
-No me has contestado-replicó Marcus-¿Lamentas lo que pasó entre nosotros?
                  Se le adelantó y le cortó el paso. Hester no sabía hacia dónde mirar.
-Fue un accidente-dijo la muchacha.
                   Marcus se sintió desanimado. En su fuero interno, lo ocurrido entre ambos no había sido un accidente. Creía que había algo entre él y Hester. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, Marcus se aproximó a Hester y la besó apasionadamente en los labios.



                Hester no quiso salir de su casa en todo el día. Ni siquiera la animó el enterarse de que sus vecinos, los Murray, iban a celebrar una fiesta. Esta vez, fue Meg quien intentó animarla. La encontró junto a la chimenea del salón. La chimenea estaba encendida. Hester estaba sentada en el suelo. Miraba casi con tristeza cómo el fuego iba consumiendo poco a poco los leños.
-Creo que deberías de ir a esa fiesta-le sugirió Meg mientras se sentaba a su lado en el suelo-Irán muchos jóvenes. Ya va siendo hora de que las cosas vuelvan poco a poco a la normalidad. Eres muy joven, hermana.
-Estará Marcus en la fiesta-se inquietó Hester.
-Lo que ha pasado entre Hunter y yo no tiene nada que ver ni con Marcus ni contigo.
-No es eso. Marcus...
-Si no vas a esa fiesta, voy a pensar que eres una cobarde. Y tú siempre has sido muy valiente, Hester.
                 La aludida guardó silencio. Lo último que quería era ir a una fiesta a la que, a lo mejor, acudía Marcus. Él querría hablar con ella. ¡Y Hester no quería hablar con él! ¿Por qué aquellos estúpidos sentimientos que sentía por Marcus se habían interpuesto entre su mejor amigo y ella? ¿Por qué las cosas no podían quedarse tal y como estaban?
                 Meg entendía por lo que estaba pasando su hermana. Sin darse cuenta, Hester se había enamorado. Pero Meg sospechaba que su hermana menor tendría suerte. Marcus parecía sentir por Hester lo mismo que ella sentía por él. Eso era bueno. Hester no tendría que sufrir por culpa de un amor no correspondido.